19.12.11

primer draft


unfollow


Tengo que hablar de ella
 Alusivamente
 Desviado
 Con medias palabras
 Ficciónalizando todo
Como si hablara
De otra
O alguien
Que no existe
 Para que no se de cuenta
 De que estoy
 Hablando de ella

To be close and To be found and the ocean in between

 No me gustan
 Las instancias de
 Vulnerabilidad
 Me rompe las pelotas
 Que alguien sepa
 Que puede romperme
Raro
Porque la belleza me parece
Una condición de la
Fragilidad
Y lo frágil
Eso
A punto
De romperse
Pero suspenso
En la tensión
De su delicada rotura

  
To be close and To be found and the ocean in between

 Probablemente  sobreviva
 Si no la veo
 Otra vez
la estadística está
de mi lado
La vida tiene un
modo
No sé ¿triste?
De seguir
A pesar de todo
No importa
La atrocidad
El sol
Siempre
Sale y los
Muertos
Se disuelven
sí: en el silencio
los espectros
rayan
la ventana
de lo real;
pero todo 
sigue

To be close and To be found and the tempest in between

quiero quemar
las cartas
pero kafka volvió
las cosas kafkianas
y cada palabra
la tiene 
retenida
mark zuckerberg
en algún lugar o no lugar
de la virtualidad
y todo lo que le dije
a ella
está condenado
a existir
para siempre
me duele
saber 
la persistencia de lo dicho...
escribí tarde la voz que
callé a tiempo
perdí de 
la palabra la evanescencia
fue como tallar
en tumbas eternas
el nombre 
que me delata


To be near and To be there and the hollowness in between

Ejercito mi ausencia
Con ella
Pero la administro
Mal
Y no llego a medir
Mi significado en
Ella
El peso
Real
De mi imagen
Junto
Las piezas de
Lo que me queda
Para alejarme
Pero la lejanía
Según entiendo
En el medio
De la noche
Poco tiene que ver
Con demografías
Hay que
Hacerla nacer
Adentro
La distancia
Sea cual fuese
Es un trabajo
Y no una amputación



To be close and To be found and the tempest in between

Había escrito
Unos versos
Donde era evidente
Que se trataba de ella
Ella
Una mujer
Específica entre todas
Con los detalles
Que solo yo
Sé de ella (un lunar,
un tic, una forma
de morder los labios)
Pero
Tuve que
Tacharlo
Para preservar
La imprecisión y mi
Ego.



To be close and To be found and the ocean in between

 
Se escribe
Porque
Se sangra
Con la sangre
Salpicada reuno
Estas letras no
Un teatro
De la agonía
No
Más bien una
reclusión
escribir
como quien está
acurrucado en el rincón
que concentra la oscuridad
del cuarto
obturando
la herida.
Como siempre, sin embargo
La literatura
Es un enchastre.



To be close and To be found and the ocean in between

 Vamos a estar
 a una cuadras un sábado
 cualquiera cuando ella
 vaya a notorius a escuchar
 jazz y yo todavía
 No me haya ido
 De la librería
 Y voy a sentir
 Un rumor
 En mi pecho en
mi estomago
 Una vaga inquietud
algo
eléctrico
el peso que ocupa
una falta no sé
algo
que remita a una imagen
de ella que guardo
y que no quiero
escribir
para que todo
esto no
sea
del todo
cierto y pase
como pasó por 
mi toda
mi sentimentalidad mentida
traspapelada en 
ficciones.

12.12.11

cohen

pienso en alguien en particular cuando leo los versos de Leonard Cohen:

"believe nothing of me
except that I felt your beauty
more closely than my own".


y después mi noche es una nostalgia erizada por imagenes de cosas que estuvieron a punto de pasar y que no se dieron. 
today I remember those who have forget me

28.11.11

sobre la entrada anterior

Releyendo, lo que infiero es que la decepción no acaece por un evento mezquino o desgradable de la realidad, sino precisamente como malversación de lo que yo espero. No importa que  me brinden algo bello y maravilloso si no se trata de la forma de belleza y maravilla que yo esperaba. No importa que King se desvíe de mis expectativas para darme otra historia, una distinta pero también, a su modo, cautivante: importante que es diferente del placer que yo había anticipado, y allí donde los moldes no encastran, hay desilusión.

Me dirán - ya casi los oigo - que la sorpresa no implica una decepción. No al menos de modo necesario. Diré, dos cosas. Lo que llamamos sorpresa es por lo general el advenimiento de algo allí donde no había nada. En la indiferencia imaginativa de la anticipación de la sorpresa, no hay espacio para que se forme la decepción. La sorpresa va a ocupar el espacio de una nada suspendida, una nada ansiante. Si la sorpresa me da tiempo a desear, lo más factible es que cuando se vuelva real, me decepcione.
La segunda cosa: que el goce no es un valor positivo (como decía Barthes) hay goce en pasarse el dedo sobre una herida, en abrirla, en escarbar. Hay goce en mirar algo por primera vez, por más abominable que sea.

literatura vs cine

Acabo de terminar de leer Secret window, secret garden, de Stephen King y me veo embargado por la decepción. Disfrtuté los peldaños de la trama, me encontré enumerando cada cosa que era mejor que en la película. Pero el final... Mort Rainey no puede morir. Y mucho menos, morir así. Es atractivo lo que King hace, tratando de dejarnos la sospecha de que el personaje con el que Rainey deliraba y que había creado, había sido pensado con tanta minuciosidad y con tanta intensidad que acaso podía, al menos visto desde el rabillo del ojo, un poco, levemente, existir. Ok. Muy lindo. Tal vez me hubiese gustado, de no haber visto la película. Pero estuve 300 páginas esperando el justo asesinato de Rainey a su esposa y su amante, y de repente, Rainey está muerto. Estoy consternado. Comprendo que King es un soñador impulsivo y que sus ficciones, brutales y magníficas, son corregibles porque postulan más pasillos que los que King recorre. Pero me quedé sin el delicado goce de un asesinato bien ejecutado. Y esa es precisamente el tipo de ansia que ha de satisfacerse, de un modo o de otro.

25.11.11

fansite

Mi próxima novela será protagonizada por un enano de dos metros.

Y sólo la publicaré en la Republica Dominicana.

10.11.11

los precipicios interiores

A las 3am me siento exhausto como si fuesen las 3am para una persona normal. El cansancio, cuando no lo conduzco hacia su finalidad sacramental (la cama) o hacia una distracción inmediata que lo postergue (un libro, una película, una persona, una teta, etc) me lleva pronto hacia un hartazgo de todo, muy parecido al que adolece Bernardo de Soares. En mi caso, carezco de toda metafísica. Me doy cuenta de mi condición porque dejo de prestar atención a Boardwalk Empire, y veo mis ojos dispersarse por la biblioteca. Acepto ese ritmo interior y me pongo de acuerdo con él: apago el monitor, y me dejo extraviar mirando la biblioteca. Quién está al lado de quién, la justicia de que Kawabata y Mishima estén juntos, el peculiar azar que ensanguchó a Laura Alonso entre Gombrowicz y Tim Burton, la sensación amena de ver los libros de una misma colección reunidos, y la pena simultánea de que un libro de Phillip Roth que tengo en otra colección no pueda reunirse con los demás libros de Phillip Roth, que están ahí, todos juntos, y de algún modo siento la angustia - nocturnísima, insomne - de esa orfandad. El caso salta a la vista de cualquiera: debería estar durmiendo y no tramando lazos invisibles entre las casualidades y despotismos de la disposición de mis libros. Tendrían razón. Me detiene una razón pueril. Mi gata subió a un mueble al que nunca sube - porque, francamente, está gorda, y le cuesta subir, pero justo hoy empujé unas cosas y quedó una mesita cerca de ese mueble y pudo subir, con mucho esfuerzo - y está mirando por la ventana la noche de la calle. No me parece justo cerrarle la persiana en la cara. Pobre, una vez que sube. Además está mal de los ojos. Tengo que ponerle gotas cada 6 horas. Y para dormir, la persiana la tengo que cerrar (vivo en un primer piso al frente en un barrio célebre por sus sátiros, y no guardo el deseo de ser violado, a menos que Emanuelle Beárt intervenga en el affaire). Entonces: hago tiempo sobre el teclado. Espero a que se canse, y se baje. Para poder salirme del teatro de mi biblioteca, y también de la escritura. Godard al lado de Deleuze. Ese es un delicioso acierto del azar. Otro: Levrero/Aira. Pero, ¿King y Nothomb? Duras, apretujada entre Sade y Pasolini. Copi junto a Houllebecq. Laiseca y Buzzati. Camus/Sollers. Es fácil, por un segundo, caer en el tobogán de estructuras de pensmiento obvias y preguntarse qué se dirán cuando apago la luz. El punto es otro. Naufragando por la biblioteca hago tres descubrimientos. Tres cosas que yo ignoraba. No sólo ignoraba: estaba seguro de que no eran así. Podría haberlo jurado.

I
Hace dos años que me lamento de no tener "París era una fiesta", de Hemingway. Está agotado. Hace mucho. Su caracter de agotado me lo recordaron los fans de Woody Allen, que poco avisados, recién salidos de ver "Midnight in Paris", entusiasmadísimos, pasaban por la librería a buscar el libro, que no estaba. Conversé sobre eso con mucha gente. Sobre que está agotado, y sobre cuánto me había gustado, sobre cuando lo leí - gracias al préstamo de un amigo - para la facultad. Debí sospechar algo cuando, queriendo recordarlo, no podía precisar quién era ese amigo. No tengo tantos amigos. Tendría que ser sencillo. Dí por buena la razón de la mala memoria, y seguí con otras cosas. Y ahora me encuento con que el libro estaba en mi biblioteca. Una edición de La Nación, del 2003. Y está todo subrayado - por mí, por ese otro que fui y que no coincide ya conmigo - con las notas pertinentes al estudio académico.

II
No devolví el libro de Auden sobre Shakespeare. Creí que lo había hecho. Sentí pena, incluso, por ya no tenerlo. Lamenté, en varias oportunidades (siempre vuelvo, siempre necesito de, Shakespeare) no haberme copiado algunos pasajes. Hace dos años lo tomé prestado de una biblioteca. No comprendo, no logro dar con la concatenación de hechos que ha ocurrido como para que la imagen mental que poseo de haber caminado determinadas calles con el libro, y dejarlo en la biblioteca, devengan esta madrugada en que está ahí, al lado de Spregelburd.

III
Hace unos meses que quiero comprar los relatos completos de Svevo. Es una bonita edición de bolsillo, y está barata. Cada vez que la quise comprar, otro libro surgió de la nada y acabó siendo más urgente. Hoy, lo compré. Me sentí mejor por haber finalizado con las postergaciones que impuse a Svevo. El recorrido por las bibliotecas me hizo recordar que había comprado el libro, y fui al living, y del morral lo saqué y lo llevé hasta la habitación donde escribo. Noté que no había mucho lugar en el estante, y el libro no entraba. Buscando cuál libro podía poner en otro lugar para darle el lugar a Svevo, me sorprendo al ver que ahí, entre Pushkin y Mansfield están los relatos completos de Svevo. La misma edición, el mismo libro.

ergo

La pregunta es: ¿quién soy?
Sería mejor responder a ella con un poema de Pasolini. Pero no lo tengo a mano.
Quién soy como para no tener de mí un conocimiento básico sobre mí mismo. Compré dos veces el mismo libro. Fue tal el ansia de ese libro que ni siquiera su adquisición la calmó. Suspendí la idea de que ya lo tenía para poder seguir deseándolo. ¿Y con Hemingway? Entristecí por no poder conseguir un libro que ya tenía. La biblioteca, en su nocturnidad, me revela cosas de mí que no sabía. Me dice, en buena parte, que soy otro. Stephen King dice en su nuevo libro que todo hombre es habitado por otro hombre. No sabemos qué lo despierta. Tal vez, ni siquiera se asoma. O se manifiesta en sueños. Quién sabe. En mi caso, es evidente que hizo cosas de las que no tengo memoria. Me preocupa el caso de "París era una fiesta" porque documenta una pena innecesaria con la que conviví durante dos años. O tres. Mucho tiempo. ¿Qué truco opera para que algo se olvide? ¿Qué extrae algo de la memoria? ¿De qué modo, enfrentado a un objeto de nuestro pasado, no podemos más que ver en él una absoluta ajenidad? Lo que me preocupa, como siempre, es la identidad. ¿Quién dice yo? ¿Qué tengo yo que ver con quien dice yo desde mi boca? ¿Qué significó, alguna vez, decir te quiero? ¿Quién era ese yo, que YO no identifico? Son demasiadas preguntas. Pasó el camión de basura, hizo un ruido, y la gata se asustó y se bajó del mueble. Tengo que aprovechar para cerrar la ventana. Y dormir. La historia que concatena mis hechos tiene, a esta altura, poco que ver con la conciencia que tengo de mí. Ya no puedo confiar en mí para decir la verdad sobre nada. No sé bien cuánto tiempo tardaré en creer que este texto no lo escribí yo. Me pasa hace tiempo revisar textos viejos, incluso en este mismo blog, y no poder ni siquiera atisbar sobre por qué escribí determinada cosa. Está bien. La escritura bien puede ser el mecanismo propio de la otredad: una disciplina que permite a la serie de otros que me van reemplazando (ahora mismo soy uno de ellos) discurrir sobre su fragilidad, y su inútil evanescencia. No necesitan esperar a la posteridad para no ser recordados: yo mismo me olvidé de mí. Y con esto quiero decir: de los pasos que me trajeron aquí, y que hicieron de mí lo que soy ahora. Si me dispusiera contar quien soy, a escribir mi biografía, si compendiara las anécdotas de mi vida, no estaría más que novelizando sobre un vacío, usando las palabras para llenar los huecos. Creo que algunos de los que fui lo dijeron muchas veces: mis ficciones son la falla de la reposición de los hechos reales. Donde no me acuerdo, donde trastabillo, para poder seguir, miento. Se terminó de bajar el sexto capítulo de "American Horror Story". God bless Cuevana. Ya no tengo motivos para permanecer en el texto. La ventana está cerrada, la gata duerme en el sofá. Sepan disculpar todo lo que no esté en su lugar: la relectura hallaría desvíos y correcciones necesarias, y el texto se volvería pronto una novela, o más bien, la posibilidad tangencial de una novela. Esa sola idea me apabulla. No tengo resto físico para escribir una novela. No tengo con qué solventar los precipicios interiores.

8.11.11

one.

ya lo dijo Mark Twain.
"sanity and happyness are an impossible combination".

pick. one.

1.11.11

páginas de autoconfesión

el devenir en monstruo (salvación)


Días extraños en los que entro en la vigilia con el lamento de no haber despertado, como Samsa, transformado en un insecto. Siento que esa es la única manera de verme librado de las mezquinas demandas de la realidad, de las fútiles obligaciones cotidianas. Como si solamente amparado en la estructura de un monstruo (un alucinado, un completo enajenado, irreconciliable con la imagen humana y no estos vagos brotes de espástico delirio a los que estoy acostumbrado y prostituyo en literatura) podría silenciar los hilos coercitivos que restringen el pulso de mi deseo y mueven la inerte marioneta de mi cuerpo extenuado por un sino de hastío y desasosiego, forzado a ser quien no quiero, a sostener mi rostro frente a un espejo roto hasta que esa imagen astillada se inscriba en mi sangre. Como si la única fuga – la única respuesta – que puedo articular ante la indeclinable marejada posmoderna fuese tornarme (de algún modo: evolucionar) en un desfigurado, un portador de una atrofia bárbara (babélica) e irreversible, de modo que no quedase en mí rastro – ni físico ni psíquico – que permitiese al orden de cosas recuperarme como súbdito, como persona.

Creo que ya es un poco así: el perseverante y crónico ejercicio de la literatura y el imperio mórbido de una soledad ininterrumpida y patológica endurecen sobre mí un caparazón que aísla y protege (y encierra); y es volverse un poco insecto, un poco monstruo.

*

(Es natural: la exigencia de la escritura impone quemar el propio cuerpo, junto con todas las imágenes del alma: el escritor nunca sobrevive a su obra: arde en ella como en una oscura hoguera de la que solamente puede devenir en monstruo (alguien que sintió la verdad).)


30.10.11

ill

Otra vez fiebre. Voy a la cama, pero no puedo dormir. Doy vueltas hasta que me levanto. Escucho las voces de niños que corren y juegan en el piso de arriba. Creo que estoy lucido. Leo - con enorme placer- a Vila-Matas y escribo en un cuaderno tres titulos de novelas que todavia no escribí (recuerdo, con placer también, y con cariño, a quienes me dijeron tantas veces que tenía que leer a Vila-Matas). Ahora me voy a la cama otra vez. No creo que pueda dormir. Las 3am y los pájaros cantan, enloquecidos. Los niños de arriba entonan coros sombríos, como si se preparacen para una guerra. ¿Son niños realmente? Tal vez se trate de gatos agonizantes. Escribir esto me deja agotado. Me acuesto. En la cama giro sobre mí y dentro mío. Sigo escribiendo en mi cabeza. Empiezo a entender la lengua de los pájaros y los gatos, y las botellas que estallan, en rara armonía, ahora bajo mi ventana.

25.10.11

ínfimos enanos

"No serás nada. Por más que hagas, no serás nada. Comprendes a los mejores poetas, a los prosistas más profundos, pero aunque digan que comprender es igualar, serás tan comparable a ellos como un ínfimo enano puede compararse con gigantes. (...) No serás nada. Llora, grita, agárrate la cabeza con las dos manos, espera, desespera, reanuda la tarea, empuja la roca. No serás nada."

del diario de Jules Renard.

_______


(y estoy buscando ahora la manera de editar el cartelito, y cambiar el nombre - un nombre que define mucho mejor esta etapa bartlebyiana: ínfimos urbanos enanos)

24.10.11

Otra vez fiebre. Voy a la cama, pero no puedo dormir. Doy vueltas hasta que me levanto. Escucho las voces de niños que corren y juegan en el piso de arriba. Creo que estoy lucido. Leo - con enorme placer a Vila-Matas y escribo en un cuaderno tres titulos de novelas que todavia no escribí. Ahora me voy a la cama otra vez. No creo que pueda dormir. Las 3am y los pájaros cantan, enloquecidos. Escribir esto me agotó. Me acuesto. Voy a seguir escribiendo en mi cabeza.


-- Desde iPhone

22.10.11

y vino Chewie

Este año fueron Coetzee, Nooteboom, después Siri Hustvedt, Marc Levy, Galeano, Pauls, Feinmann, ayer mismo Cozarinsky. Hoy, lejos del pronóstico más osado, vino Chewbacca.

4.10.11

diario de un hipocondríaco



my kingdom for a vicodin
Me acuesto a la una pero me despierto a las tres. Por tres horas más doy vueltas en la cama, alternando el frío con el sudor. Me levanto a las seis, e investigando en google el medicamento que me recetaron, descubro que es incompatible con el café. Y apago la cafetera. Noto, las veces que me paro del asiento frente a la computadora, que estoy  muy mareado. Hay gatos que afuera maúllan estridentemente como si los estuvieran quemando vivos, o como si fueran espectros penando. En algún punto escribiré una breve cronología de los síntomas.

(para ver el texto completo, click sobre el título)

18.9.11

Escribir es una pulsión, una necesidad. Ocurre. De algún modo - porque su concepción es confusa - parece ser inherente al accidente de existir: va al lado. O un poco detrás. Pero, después, más tarde, cuando los años pasan: ¿por qué azar, a través de qué ardid, cómo, para qué, hacia dónde, con qué, seguir escribiendo?

14.9.11

Borges, Coetzee y la impenetrabilidad del universo


"La fábula cabalística y kantiana de Borges nos da a entender que el orden que vemos en el universo tal vez no resida en absoluto en el universo, sino en los paradigmas de pensamiento que le aportamos. Las matemáticas que hemos inventado (según algunas versiones) o descubierto (según otras), de las que creemoso esperamos que sean una llave para acceder a la estructura del universo, muy bien podrían ser igualmente un lenguaje privado (privado de los seres humanos con cerebros humanos) con los que garabateamos en los muros de nuestra caverna."

fragmento de Diario de un mal año, de Coetzee

4.9.11

3

Creo en pocas cosas y una de esas pocas cosas en las que creo es que, cuando existe dubitación entre dos caminos a tomar, es imprescindible emprender un tercero. Así en todo. Siempre. Cuando dudamos entre dos mujeres, esa duda ha de resolverse en la tercera. Cuando no sabemos si ir a veranear a Gesell o a Mar Azul: Sebastopol. Etc.
No es mucho, pero es un principio. Son casi las 8am, y me convendría ir a la cama. Pero: el "Houellebecq o Palahnouk?" se ha resuelto: Coetzee (diario de un mal año) y Nooteboom (tumbas de poetas y pensadores).

Un sudafricano y un holandés resuelven en mí la puja entre un estadounidense y un francés. Ahora sí, el sueño.  
houellebecq o palahniuk?

19.8.11

Philip Roth de noche

Estoy en la cama, a oscuras. En la mesa de luz el celular que es también mi despertador. Y un libro de Roth que acabo de terminar. "the dying animal". Abrumador. Tanto, que en lugar de dormir, escribo esto. Y esto es poco, y casi nada. Porque aun no tengo lenguaje para digerirlo. Es Bello y es duro. Roth es quien mejor repone lo real. A mi lo real no me interesa. Pero está ahí, es importante. (dudé en poner importante entre comillas.) Roth dice lo real desde adentro. No sé si entiende las cosas. Pero al menos pasa por los problemas y detalles de la existencia. De esta existencia. Hoy. Acá. Y sus encrucijadas irresolubles. Ahora anidó una angustia en mi pecho. No sé si es una angustia nueva. Creo que venía cargandola hace mucho. Pero de soslayo. Era un murmullo nocturno que atribuía a una gotera, o al viento en la persiana, o al pelotudo de mi vecino de arriba, que frecuenta la producción de sonidos excéntricos a deshoras. Ahora la pena tiene carne. Y esa historia (pequeña, como toda historia verdadera) vive en mi. Sé que pensaré en ella, tantas veces más.

Ahora me queda ver la película.

-- Desde iPhone

1.8.11

wine in winter nights - apuntes


tuve que ejercer mi "derecho" al voto. eso, me predispuso mal para el resto del día. los medios de transporte estaban saturados. cinco bares traté antes de conseguir una mesa. y el frío: mi cuerpo doliente por la ciudad, acurrucado dentro del sobretodo negro. la democracia tiene sus agobios.

de madrugada me quedé solo. pringles de queso cheddar y vino tinto.
y "Atonement", de Ian McEwan.
y la impresión que me queda es: those beautiful corpses of what must had been.

la justicia literaria no restituye nada: es apenas una forma refinada de tristeza.

tal vez el deber de la literatura sea contar todas las historias que empezaron a ser y no fueron.
la realidad fragua las tramas: las deshace, las desmenuza, las desvía: todo queda inconcluso: la realidad misma es - por definición - lo inconclusivo.
la literatura está ahí tal vez para paliar ese defecto: narrar las tramas que latentes, murieron jóvenes, que apenas principiado el prólogo, se extraviaron.
yo no sé bien para qué está la literatura. y como no lo sé, tengo muchas teorías. sea como fuese, esta labor es mucho más digna que hacerse cargo de lo que ya es, de lo que ha sido.

la ficción tiene el pulso de lo que no llegó a ser.

son las cuatro de la mañana. probablemente tomé demasiado vino. es momento de aceptar que la literatura no va a cambiar las cosas.

la realidad es espantosa y es irreversible. la literatura no nos va a salvar.
pero nuestro imaginario es precioso, y codificado estéticamente (es decir: literatura) bien puede poner poéticamente las cosas en su lugar mientras realmente, las cosas se pierden, se rompen y no hallan su lugar.

  (acaso eso sea la poesía: poner las cosas en su verdadero lugar, en el lugar que la realidad no logró:
así como un poema es dar con las palabras inevitables)

no no no: no se trata de los mundos alternativos o paralelos.
el poeta es aquel que percibe lo que debió pasar allí donde no pasó.

no lo que pudo pasar. narrar lo que pudo pasar tiene bastante de pedantería.
sin embargo, reconocer lo que debió pasar, dar con el instante donde lo que muere insinúa la savia de su realización: allí hay algo. algo sagrado, seguramente. y también algo demiúrgico, algo prometeico. anyway: algo que vale la pena. una forma de justicia. si el mundo no nos corresponde, que la ficción lo ajusticie.

- cuando yo haya muerto solo y de hambre, que alguien en la ficción haga que el amor de mi vida que nunca conocí, o conocí y traspapelé y perdí, me cocine un omellette imaginario.-

la ficción es la Historia de las cosas que no fueron.
en lugar de compilar los hechos - como hace la Historia -, historiza el imaginario de la humanidad.
y nuestri imaginario
es lo único
por lo que merecemos
ser
juzgados.
es lo único que
llegado el caso
nos absolverá.

a t o n e m e n t

pocas veces un título tan bien puesto.

20.7.11

la cercanía en la era del distanciamiento virtual

la proximidad es una ilusión de la tecnología: en realidad, brotan -de la nada, abrupta y sigilosamente-fronteras y obstáculos entre esos dos puntos del universo que no conocían la distancia porque ignoraban cada uno la existencia del otro. 

la ausencia requiere la existencia de lo que falta: la inmediatez virtual nos ofrece la conciencia de miles de distancias irredimibles, actualizadas en tiempo real.

hasta (never let me go)

Hace tiempo que mi angustia es pasajera. O al menos, que no es física. Vahos esporádicos del ánimo que tiemblan en la existencia. Y se van. Poca cosa. La angustia viene, siempre vendrá. Pero era una sensación, una imagen, un concepto. No carne. No hasta ahora. Hasta esta noche. Vi Never let me go. El cuerpo como envase. La fatalidad irredenta del tiempo. Los cortes cada operación ocurrieron en mí. Me retorcí. Y ahora siento enfermos y mortales a todos mis organos, que hasta hoy vivían en mi inconsciencia, salvando algún esporádico dolor. Siento, en la espesura de la noche, la vibración sutilísima que el flujo de la sangre roe en cada rincón de mi mortalidad.

Tengo miedo. 
Adiós Tommy. Adiós Kathy.
Daré con la novela de Ishiguro, espero que pronto.
Me voy a abrazar a mi gato.

18.7.11

para conversarlo con compte-sponville

"Los dientes son los barrotes del tragaluz de la prisión. El alma se escapa por la boca en palabras. Pero las palabras son todavía efluvios del cuerpo, emanaciones, pliegues ligeros del aire salido de los pulmones y calentado por el cuerpo."

Indicio 12 de "58 indicios sobre el cuerpo",
de Jean-Luc Nancy.

15.7.11

un gordo pelirrojo con boina verde.


Apenas salgo de la librería salto al 12, para llegar cuanto antes a Congreso y tomar el subte A hasta Carababo y Rivadavia, donde el 113 me deja a tres cuadras de casa. El partido de Argentina empezó hace 15 minutos y sufro la infantil ansiedad de no poder verlo (aun cuando jueguen pésimo, es necesaria la experiencia épica del devenir del partido: es un espacio ritual y ajedrecístico donde se dirimen fuerzas inextricables del universo). Mientras acierto las monedas en la maquina del 12, un atisbo de alegría me embarga: la radio del colectivo esta sintonizando el partido. Mi atención se concentra en los sonidos que la ciudad disipa, y el cándido contento se extravía: un gordo pelirrojo con boina verde tiene una radio. No tiene audífonos y tiene el volumen altísimo. Y está escuchando al pibe odol, Claudio Maria Dominguez, que ofrece a bajo costo la receta de la felicidad, el éxito, el amor, y todo lo demás. Ambas radios, a un volumen similar, comienzan a entrelazarse. Oigo la rara mezcla de las realidades: Messi elude a la razón de la felicidad y casi la clava al costado del miedo interior que nos impide realizarnos a nosotros mismos; es una pena que Batista no puso el deseo verdadero de reflexionar sobre Pastore y porque así Messi no tiene con quien generar volumen de luz con la que plasmar su yo tóxico, su yo negativo que no lo deja jugarse por la vida y falta de Burdisso.

Odio al gordo pelirrojo de boina verde.
Cuando me bajo, le dedico una mirada mortal.

11.7.11

Hoy tuve una experiencia ciudadana.

 El pequeño burgués ha de educarse cotidianamente en las intermitencias de la frustración.

 Es mi franco y tengo muchas cosas para hacer. De por sí, esa circunstancia me desalienta. Trato de salvar para mi franco ingentes y lentísimos momentos de nada. La nada es rara, y muy preciada. A esos excelsos momentos los voy llenando con mis pequeños placeres interiores. La música, la literatura, el cine, etc. Hoy no es el caso. Tengo que hacer muchas cosas. Y se rompe el termotanque. Caliento agua en la pava y mi proceso de higienización demora el doble. Voy al dentista. Hace una semana me duele una muela. Me dice que hay que hacer un conducto. Digo bueno. Pero dice que no puede en ese momento, porque para el conducto es preciso un turno de una hora y el mío es solo de media hora. Me da turno para la semana que viene. Le digo que me duele, que cómo hago. Me receta antibióticos. Me mira y me toca en el nervio del dolor con sus utensilios de delicada carnicería. Y algo se rompe o algo porque sangro un par de charcos. Entonces me receta calmantes. Salgo y viajo de Flores hasta Caballito. En el 92. Voy a Claro. Tengo tres trámites que hacer. Las oficinas de claro tienen la límpida blancura insulsa de las clínicas privadas. Necesito que me activen una línea que suspendí cuando hace dos meses me robaron el celular. Pero no, no pueden hacerlo porque necesitan un aparato. Y el aparato es de mi madre y está en Ramos Mejía. Paso al segundo trámite: necesito dar de baja una línea que no uso. Bárbaro. Se puede, pero hay que enviar una carta. Hay que enviarla no sé dónde, documentando todo el árbol genealógico de cada integrante de la familia que alguna vez habló por teléfono. Es peculiar: la virtualidad y la velocidad disipan la distancia del cliente al objeto por comprar, pero desligarse de un servicio requiere involucionar a técnicas comunicativas del siglo XVI. El tercer trámite es simple. Tengo que pagar. Pero. Oh. El sistema de las cajas ha caído y no pueden facturar. Tal vez el problema radique en el lenguaje: en la propia palabra trámite habita algo que lo vuelve irrealizable, o kafkianamente postergable.

Camino dos cuadras, y encuentro la dirección que buscaba.  Me desconcierta el hecho de que sea un edificio, pero me aventuro y toco timbre en un departamento. Suena un portero eléctrico y abro. Y entro no en una casa sino en una tienda de artículos deportivos que opera por mercadolibre; es decir: poco legalmente. Peculiar. Me atiende una muchacha. Le digo que paso a retirar lo que encargue ayer. Una cuerda. Para saltar. La busca. No la tiene. No le quedan más. Pero "va a entrar". Le digo que me de cualquier otra. Una cuerda es una cuerda. Y si bien no me llevo lo que quería, me llevo algo: opto, después de tanto imposibilidad, por trascender el obstáculo. Salgo, y paso por el Village y veo que están dando la última de Woody Allen y quiero verla, y le escribo un mensaje de texto a J. pero me dice que mañana se levanta a las 5, que el viernes. Siento que tengo hambre. Camino tres cuadras y entro a Starbucks. Pensé en un muffin y un laté de dulce de leche y en sentarme lejos del frío a leer After Dark, de Murakami. La realidad difiere de las imágenes de mi deseo. Lo que encuentro es una cola de 320 adolescentes. No sé en qué momento el café se volvió un fetiche teen. Me resigno y me voy. Entro al Disco, al lado del Starbucks. Si no he de comer algo rico ahora, lo comeré después, me digo. Voy al área de delicatessen. Elijo un budín un poco caro con chips de chocolate. Será para después de la cena. Cuando me acerco a las cajas noto 1- que solo funcionan de 14 cajas, 6. 2- que hay 500 personas antes que yo con carritos semi llenos. Calculo que es una tontería perder tanto tiempo por un solo budín. Y comprar más cosas para justificar el tiempo está fuera de todo criterio: estoy a 45 minutos de mi casa, en un colectivo probablemente atestado. Y me voy del Disco. Entro en una farmacia, y compro amoxicilina 500. Tardo un poco en lograr la adquisición: se quedaron sin números para los turnos y se origino un modesto caos entre los fármaco-dependientes. Bajo al subte, para viajar hasta Carabobo y Rivadavia. Y cuando acerco la tarjeta y el dinero, el caballero detrás de la boletería me dice lo que me dijo ayer y antes de ayer: no hay carga. Este detalle complica mi existencia. Ante la carencia de monedas, necesitaba la tarjeta cargada para moverme mañana por la ciudad. Pero no. Tampoco se dio eso. Salgo del subte, hacia la avenida. Y me dispongo a tomar el 55. Y veo que hay desde la parada 4 cuadras de cola. Son las 18.30. Buenos aires ha colapsado. Pero no se detuvo. Y todos siguen su circuito, participes de la inercia del colapso. Todo es inútil. Cada cosa es tan inútil como la siguiente. No hay lo que no sea superfluo. Pero estas son palabras, y para articular la experiencia definitiva y trágica es necesario tocar fondo, hundirse en el barro. Yo, en cambio, por un azar que no comprendo del todo, subo al colectivo atestado y consigo un asiento cómodo. Con una señorita bonita al lado. Y escribo esto y de algún modo lo expío y no estallo, y no salgo a los tiros y mato a 30 como debería, como sería justo, como cualquiera tendría que hacerlo.

Todos tenemos nuestras transas. Nuestras conciliaciones para que todo siga igual.

28.6.11

Tomás Abraham y Debret Viana dialogando

en la facultad de Filosofía y Letras, Tomás Abraham y Debret Viana en el acto de apertura de La Voz Joven. 


El viernes pasado tuve el inmenso placer de escuchar y cruzar unas palabras con Tomás Abraham. Nada. Sólo eso quería decir. No es usual dejarse hechizar por una lucidez expresada simple y coloquialmente. Cuando tenga la filmación, la subo.

16.6.11

se viene La Voz Joven


Falta poco. El viernes 24 estaré en la facultad de Letras diciendo algo sobre este portal, del que dirigiré todo lo vinculado a cultura.

15.6.11

un perro blanco

Es difícil determinar - no ya de un modo veraz, sino meramente discursivo - qué será de tu vida. Yo suelo caer en esas trampas especulativas. Ignoro qué es la vida (demasiado vasta para siquiera pensarla): mi ensoñación se limita a mí día. Cuando voy al baño, tengo la compulsión de tirar la cadena en mitad del proceso de  hacer pis, y muchas veces tengo que tirarla dos veces porque sigo orinando aun después de que se haya vaciado el tanque. Tengo, por tanto, tendencia a una ansiedad que podríamos calificar de voraz. De ahí - tal vez y entre otras cosas - que me empeñe en ver signos en las cosas.


No me atrevo a decidir un significado: juego, sin embargo, con una pluralidad de sentidos que los signos, en su psicótica combinación, van arrojando. Sé, en alguna parte de mí, que nada significa nada. Y abogo por el sin sentido que concatena el mundo de un modo arbitrario y despiadado. Lo sé, y me entristece. Aun así, urdo con los hilos deshilachados de las cosas que pasan pequeñas tramas de las que espero inferir el movimiento inmediato que el mundo hará. No me sale casi nunca, pero no lo practico para conseguir un título de vidente, sino por mero reflejo: me sale así.


Es una forma de enfermedad no saber ver las cosas en las cosas. Decía Caeiro que tenemos el alma demasiado vestida. Y que el único misterio del universo era que no había ningún misterio. Sin embargo, como la vida es triste (porque es fría y gratuita y ni siquiera es triste es triste: su indiferencia, su vaguedad, etc) ansiamos que algo pase. Y amamos los misterios. Y la sensación de extravío.


Trato de percatarme de la maquinaria del mundo a través de las pocas cosas que percibo. Mi forma de razonar es, sin embargo, primitiva. No se trata de algo en lo que reflexiono: es apenas – ya lo dije - un reflejo. Explico más o menos cómo funciona. Supongamos que pasan tres cosas buenas. Bueno es un término vago: no importa. Por ejemplo, las tres cosas buenas pueden ser: 1- cuando subo al colectivo saco del bolsillo una cantidad casual de monedas y justo es el importe exacto; 2- me entero que alguien adoptó a un perro viejo y rengo que vivía en la calle; 3- otro gol de Messi.


Se trata, desde luego - y por regla - de cosas banales (sólo nos ocurren cosas banales). Nimios eventos del día en los que apenas reposamos nuestra atención en los segundos que ocurren (a veces, ni siquiera) para luego extraviarlos para siempre (salvo, claro, que la serie de eventos signifique algo: pero eso pasa poco, porque el universo, si la tiene, preserva su cifra secreta; y cuando pasa se llama locura).


Con los tres buenos eventos, podemos empezar a especular. De un modo simple, lo que ocurren son tres cosas: a- que, al haber ocurrido tres cosas buenas seguidas se trate de un buen día, y se espera, por tanto, que las cosas siguen ocurriendo bajo ese ritmo; b- que se trata de un día extraordinario, y esas tres cosas sean el inicio de una serie ascendente de cosas maravillosas; c- que al haber ocurrido tres cosas buenas, necesariamente deban ocurrir tres cosas malas para equilibrar el universo. Todo esto es absurdo. Lo único que sucede siempre es la cuarta opción: d- nada: el universo es indiferente y la ilusión de racha, o concatenación de eventos parte de nuestra desesperación de que la dispersión fría de cosas que pasan tengan finalmente algún sentido. Pero no: el sentido es un montaje. Entre tanto, sin embargo, estas cosas absurdas pasan. Son rápidas pulsiones que se cruzan por nuestras cabezas. O la mía, al menos.


Los tres puntos nombrados (las tres cosas buenas) son un principio narrativo. Luego, el día se atendrá más o menos a ellos. La idea - como marco teórico - prevalece en un recinto dormido de la mente. Y acaso contrastemos los eventos que sucedan con esa idea preliminar. Cuando pisemos caca en la calle, diremos: "al final no fue un buen día" o " ya sabía que esto iba a pasar: demasiado bueno venía todo", etc.


Hoy me levanté un poco tarde, pero sin esfuerzo recuperé el tiempo. Llegué a desayunar antes de irme a trabajar - cosa por lo general inusual: tengo predisposición genética a llegar tarde - y cuando estaba llegando a la parada, llegaron simultáneamente no uno sino los dos colectivos que me llevan hasta la estación de tren (por lo general, tardan mucho). Una vez allí, el tren llegó en segundos - raro, otra vez: el viernes había tardado 30 minutos y hoy era feriado). Viajé sentado, cuando suelo viajar parado, o bien estrujado contra el prójimo. Mientras leía un libro de poemas de Bukowski, veo a un muchacho idiota sentado en el piso. Tendría 30 años, y una camiseta de fútbol. Y escupía contra el suelo del vagón del tren a razón de una vez cada 23 segundos. Cuando mi ansia de homicidio colmó mi tolerabilidad, me cambié de vagón no sin antes propinar al muchacho idiota una mirada mortal que equivalía simbólicamente a arrojar sobre su nariz un termotanque. Cuando llego a Once es temprano, y no tengo que correr. Camino por el andén y veo un perro, arrojado sobre el piso. Gordo, grande. Blanco. Me sorprende su quietud ante las centenares de personas que caminan alrededor, y los trenes, y demás. Claro: está muerto. Interiormente, me derrumbo. Me quedo un rato dando vueltas, esperando que el perro se mueva. Cada diez pasos me doy vuelta, y espero. Pero no. Muerto. Camino hacia el colectivo y en un costado donde hay vías donde estacionan trenes veo una gatita marrón y blanca y embarazada. Y pienso que tendrá seis gatos y quien sabe si sobrevive uno sin comida ni refugio en un lugar tan hostil. Cruzo la calle, en el colectivo me encuentro con compañeros de trabajo (es un viaje breve, de no más de 15 minutos). Pero los saludo y me voy al fondo del colectivo. Y me siento y pienso en el perro. Muerto, y ahí. Tirado. Estuvo vivo, y ahora está ahí. Y la gente camina alrededor. Y tal vez algún gerente o capataz de la orden a los empleados de limpieza de que lo arrojen a la basura. Ese será el destino de algo que estuvo vivo. Y pensé también cómo muere un perro en medio de un andén de tren. Estamos en verano: de frío no murió. ¿Alguien lo mató? No sé: todo es inútil. Comí una milanesa napolitana. Me había olvidado las llaves de mi locker, pero me  prestaron otras. Las horas se parecieron a las horas. La ciudad, a través del vidrio del colectivo de regreso a casa, me pareció un monstruo de asfalto. Llegué, y calenté algo en el microondas. Cuevana no funcionaba. Y ahora me puse a escribir estas cosas. No sé para qué. No postulo en ellas una cosmovisión, sino la angustia naufragante de habitar una errancia. Me quedan unas porciones de una torta de chocolate que hizo mi abuela. Se me sustituye, en un rapto lúcido, el concepto de realidad en mi cerebro por la voracidad del mundo en mi piel, mi paladar y mi estómago. Realidad y mundo son oposiciones. El perro blanco está muerto. Yo estoy en mi bata negra, sobre el sofá. Ninguna cosa es más real que otra. Ninguna es menos inútil. Escucho la basura revolverse abajo, por los cartoneros de madrugada. La realidad es una imagen interior, una sensación de mi exterioridad. El mundo está ahí afuera. Inconmensurable. Ajeno. Ahí. Con cines, big macs y tsunamis. Sueño con que la dispersión sea sanada alguna vez, cuando todas las piezas quizá atraídas por un punto gravitatorio atractivo, se reunan. Pero soy una pieza entre tantas, y no tengo derecho a esas certezas: mañana va a ser parecido. La escritura es a veces una simple demora. Tardo sobre el teclado, buscando letras, exprimiendo del lenguaje alguna savia sagrada que destrabe un pensamiento. Pero nada de eso ocurre. Escribo como una forma de no irme a la cama a no dormir y pensar en estas cosas todavía. Pero el tiempo del texto es tramposo y entre frase y frase ya me lavé los dientes, ya perdí la bata, ya puse la alarma. Blanco. Muerto. Las sábanas tienen a veces algo de laberinto.

10.6.11

master king

"La gente cree que soy una persona bastante extraña. Eso es incorrecto. Tengo el corazón de un niño pequeño. Esta en un frasco sobre mi escritorio. "

7.6.11

noche

debería estar durmiendo, pero no: en lugar del sereno sueño, escribo (una novela repentina, y no lo que debería escribir para la facultad). y la madrugada atareada tiene - ya cuando casi discierno las primeras luces en las grietas de la persiana mal cerrada - su recompensa gourmet: descubro que la combinatoria de jamón crudo con nucrem es epifánica.

2.5.11

blog it



I 

Hoy vi en once un cartel de una casa de ropa que decía: hay talles para gordos y para supergordos. Me pareció raro. Está en frente de la plaza Miserere, sobre Rivadavia. No lo estoy inventando. Pueden ir a verlo ustedes mismos. Claro que en lugar de este texto sería mejor una foto. Ya los estoy escuchando: ¿por qué no sacaste una foto, Debret? Necesitaría una cámara. Por eso no hay fotos por aquí últimamente. Se quemó la batería de mi ben-q. Y hasta que resuelva qué cámara se concilia con mis modos y la manera de afrontarla económicamente,  estoy reducido a la imaginería parapléjica de las palabras. No porque con las palabras no pueda decir, sino mas bien porque lo inhallable en lo dicho es la cosa en sí. No me hago ilusiones: la fotografía tampoco captura la cosa en sí. Pero tiene una precisión que las palabras no logran sino mediante el recurso del sensacionismo. Y otra vez ahí estaríamos con el problema de siempre: siempre una cosa entre la cosa, siempre medios, intercesores: fantasmas, etc. No me quejo. Gracias a dios que es así. Soy escritor y no fotógrafo. No escribo para nombrar algo (salvo, al final, irremediablemente, a mí). No escribo para que algo se vuelva visible, no me interesó nunca la comunicación, la comprensión, el develamiento: carezco de trastornos iluministas. No creo, a esta altura, que escriba para algo. Es una compulsión. La grafomanía. En todo caso, escribo más bien para nublar un poco la falsa claridad del mundo. Para arremolinar las sombras. Para anochecer el sentido. Para tornar confuso lo desambiguado. Y todo eso no deja de ser más que un pobre lirismo megalómano. Cada uno tiene que dar con su propia forma de morir. La mía, es la literatura.

 II 
En fin, escribo en realidad esta vez porque unos muchachos pasaron por la librería y me reconocieron y me dijeron que venían de Asunción y que hacía tiempo me leían y que para ellos era significante este espacio que yo tenía un poco desertado. Y eso me conmovió. Y quise escribir algo. En el colectivo, mientras volvía a casa. Pueden decirme que me conmovió poco como para escribir en el colectivo: ya no sé dónde escribir, ya no sé sentarme a escribir. De todos modos, discutí con una mujer y me distraje. Y salió esto, interrumpido y precario. Y lo peor es que todavía estoy en el colectivo y está por llover. Me traje un libro de Coetzee y no leí una palabra. Quería escribir algo. Aunque más no fueran cosas tan próximas que casi no son literatura. Ahora solo quiero llegar a mi casa sin que se largue la lluvia. Hay tres perros jugando en la plaza. Sonrío. Y pienso en seguida en la pareja del asiento de enfrente - la plaza ya quedó atrás. Ella es joven y hermosa. Rubia, de cabello enrulado. El es un jipi jovato. Me indigna la situación cuando en realidad debería alegrarme: cuando sea un viejo choto, si me esmero es posible que, confusión mediante, una muchacha joven y bonita incline su simpatía hacia mi lado. Y las confusiones, como sabemos, abundan. Pero no me siento contento por esto. Al revés. Me indigesta como si se tratase de un crimen contra la naturaleza. En fin. Todo es seducible. Todo es perdible. Y todo está perdido. Ya. Ahora. De antemano. Ya vienen a reprocharme: y entonces, ¿para qué? ¿Para que escribir? ¿Para qué trabajar, para qué saber, para qué todo? Y bueno: porque es inútil. Porque no vale la pena. Mis editores me acusarán otra vez de romántico. Amé el rincón que dejo la pérdida en mi. Y eso ya no tiene remedio.

III 
Y voy a corregir este texto alguna noche con mi gato durmiendo sobre mis piernas, y voy a subirlo al blog para probarme que lo fútil es el combustible de la letra.


30.4.11

work

ateneo grand splendid


entonces compré una cámara de fotos. la estrené capturando el espacio donde paso 8 horas diarias.

26.4.11

love theme

Ningún amor termina,
Yace en la cara oscura de la mente
Como los objetos en el cuarto
Luego de apagar la lámpara.


versos de María Moreno
que recupera Cozarinsky en su última novela

23.4.11


Claro claro claro que tengo motivos más nobles por los que escribir. Son motivos magnificos, poeticos, profundos.

Lo único adverso de esos motivos es que son falsos.



-- Desde iPhone

22.4.11

leyendo

"Cada uno asesina conforme a la música que escucha: en La Naranja Mecánica el asesinato alcanza el éxtasis de la Novena, esa alegría casi angustiosa; yo, en cambio, mataba con la hipnótica eficacia de Radiohead".

amelie nothomb

20.4.11

why

por qué escribir?
o más  bien: por qué seguir escribiendo, por qué escribir todavía?
bueno: porque por la mitad de lo que digo si hablase conseguiría incompresión, y por la otra mitad - que tampoco necesariamente sería entendida - me golpearían.

8.4.11

fragmento


"Asi, del mismo modo, no querer trasponer los velos que te vuelven una ninfa nívea en las noches distantes donde a través de una ventana se vislumbran entrecortados los pliegues de una magia tontísima y encantadora, porque un paso en la dirección de tu verdad es claudicar todas mis apariencias, babélicas y felices, en la pedestre sentencia de mi realidad - en la que yo muero de frío, y soy un espectáculo francamente aburrido. Es necesario que pague con el peaje de mis máscaras. Sin ellas, valgo tan poco. En el privilegio de soñarte, es imperativo perderte. No es que vos no estés a la altura de mi sueño (tampoco sueño tan alto, pura literatura); es que yo no lo estoy: y si me acerco habré de dañarte también, y de herirte (porque ese es el destino de la belleza: ser aniquilada porque nunca se le puede devolver lo que da). Amar es tan mezquino: no desearte el bien, sino ser yo el único proveedor de tu dicha. Mientras tomás un café para soportar los libros de la facultad, o viajás en auto con la ventanilla baja, o suspirás en un momento cualquiera sin saber por qué, yo practico preservarte de mí."





fragmento de "formas de urdir distancia entre el objeto amado y su destino tristísimo"

2.4.11

un cuento en Mexico



Me había olvidado. Me pasa seguido. O me enredo con la pereza, o me olvido. El caso es que. La amabilísima y culta gente de La Palanca, han publicado en su revista el cuento "EX", que por un capricho que hoy no me explico dejé fuera de "MENOS". Si algún lector mexicano la quiere, allí está el link. salú.



28.2.11

un sueño

path of wounded darkness

Da dos, tres pasos. Siente sobre los pies la adivinada madera rugosa y áspera. Está oscuro todavía. A tientas, las manos se adelantan a sus pasos, tratando de sentir antes lo que sea que esté ahí adelante. Lo único que toca es negrura alquitranada. Sería errado que si alguien lo mirase ahora dijera: está avanzando. Da pasos. Nunca estuvo claro donde queda adelante, y donde atrás. Si alguien lo mirase ahora, no sería absurdo que acusara a su andar de danza. La torpeza de su caminar, la timidez de cada paso, el pie que titubea, que está cargado con el rumor de la imprevisión del contacto con la parcela de piso que viene, las manos extendidas tratando de anticipar el inmediato futuro. Se dice: es probable que todo esto sea un sueño. Le pasa seguido. Darse cuenta que está soñando mientras sueña. A veces, extrae de las confusas imagenes del sueño un relato, o algo. A veces, no: nada. Ni siquiera el vestigio de una vaga memoria: sólo la sensación neblinosa de haber soñado. A lo lejos, se abre una rajadura que hiere la penumbra. Un hilo de luz horizontal. Allá, en la distancia. Si alguien lo mirase ahora, podría objetar que la distancia entre ese hilo de luz es irredimible. También podría decir - ese mismo alguien que lo mira justo ahora, o cualquier otro - que no se puede saber bien qué es ese hilo de luz. Tal vez constituya un peligro. Tal vez ese hilo de luz sea un señuelo. Tal vez, convenga huir. A él, le importa poco. Tenía nada, y ahora, de repente, tiene una dirección. Lo que había antes, no era un camino. Aun si cuando, mirando hacia atrás... no, no mirando: solo la oscuridad es visible: aun si cuando, pensando hacia atrás, la suma de los pasos dados en la tiniebla significasen un camino, un trecho recorrido, un espacio absuelto, lo que se abría hacia delante era una errancia, un remoto deambular. No un camino. Ahora, en cambio, la oscuridad, en la distancia, se quebraba. Solo un hilo, pero era suficiente. Abolía, en ese instante, la errancia, y traducía los pasos en camino. No importaba del todo ignorar qué era esa luz, qué la producía, qué significaba. Ni que el  tramo que intercedía entre uno y otro (él y el hilo de luz) era inabarcable, y por más que corriese todas las  horas de su vida o de su sueño en dirección a la luz, jamás llegaría a acercarse ni un poco. Se dijo: tal vez allí queda el despertar. Y si bien le agrada soñar, y sobre todo soñar lejos, ese sueño en particular se había vuelto tedioso. No había más que oscuridad, y la promesa de una lejanía. Si alguien lo estuviese viendo ahora, aburrido probablemente esperaría que después, en el caso de despertar, él no narrase la experiencia del sueño. Y tal vez no lo hubiese hecho, salvo por dos cosas. Dos imagenes súbitas. La primera, 

I
que esa fulgurante y brevísima luz abierta en la lejanía era el cálido murmullo de algo que había empezado en el futuro, y ahora llegaba aquí. Algo que había nacido no antes, ni ahora, sino después, y que ahora reptaba, como un eco al revés. Algo que cuando sueña, nihiliza el tiempo. Y la segunda, 

II
que la luz abría un tajo en la oscuridad. Supo, ahí y entonces, que si él prestaba, concentradamente, una atención total y minuciosa, si dejaba de dar pasos, de pensar, de sentir, de ansiar, de respirar, si reunía toda la fuerza de su ser en un instante en el que podría observar de un modo absoluto, de  un modo tan febril y terrible, un modo del que jamás se recuperaría, quedaría loco o desvanecido o muerto con sus vanos pasos detrás, si lograse ese esfuerzo vital e inhumano vería claramente como la oscuridad, con la lentitud de las cosas que casi no ocurren, acercaba sus bordes entre la luz como diminutas manos que se deseseperan por entrelazarse, como una herida que quiere cicatrizar.

y la luz ahí, intacta, latente y nunca derramada, duraría un instante más, y se apagaría. Ese instante tendría dentro miles o millones de instantes. Todo, al final, sería efímero. Los bordes se atraen. Es cuestión de tiempo que se alcancen. Supo, como se saben las cosas en los sueños, que esa luz rasgada era para él. Juntos, tal vez, se apagarían cuando la oscuridad se cerrara. Se alguien fuese capaz de ver todo esto, razonaría algo como: O no; y daría lo mismo. 


18.2.11

el amor no existe


 
El deseo existe; el placer existe; el hambre existe, la sed... Y el agua y los alimentos existen, y el cuerpo. Pero el vino no existía: fue necesario inventarlo. La gastronomía tampoco existía: es un arte, una invención, una creación. Del mismo modo el amor no existe, ni el alma, pero se crean, día a día, como una luz en la noche oscura.



El lenguaje existe. No la poesía.

El hombre tiene un lenguaje, hace poemas.

El hombre tiene un cuerpo. Crea su alma.



El amor es el poema de los cuerpos. Y tanto aquí como allá, como diría Valery, las coerciones son exquisitas.





 
Auguste Comte-Sponville

8.2.11

la memoria de las baldosas

Ser poeta es creer
que cuando la hoja
seca del otoño
al ser levemente
arrastrada
por el viento
de la
madrugada
raspa
apenas el
asfalto
de la calle
esa parcela de suelo
lo sabe.

1.2.11

la mujer perfecta

apuntes dispersos 
// draft  



la mujer perfecta carece de  nombre, y es un lugar. a veces, más que un lugar, es un momento. pero ese momento es, en verdad, un hogar. por eso la mujer perfecta es un lugar.  

la mujer perfecta no es una identidad estable, no es algo aferrado a una permanencia. puede que esa mujer no sea la mujer perfecta, y en un instante epifánico devenga en ella.

lo perfecto en la mujer perfecta es una noción desesperada. tal vez la previsión de la intimidad con algo salvaje, la cercanía táctil de una protuberancia de la eternidad, llameante en la obnubilación efímera de la frágil cadencia con la que los cuerpos se acercan y se desencuentran.

sé que la mujer perfecta tiene un lunar. me consta. sin embargo, otras mujeres también tienen lunares.

5b
la mujer perfecta no es tal o cual mujer. es un éxtasis que reside en la mujer. es una forma de desborde y consubstanciación. en determinado punto, y por un breve instante, tal o cual mujer se traspapela en la mujer perfecta, se ausenta en la mujer perfecta.  

6 
una mujer tal vez pueda decir que la mujer perfecta es una perversa invención misógina. puede ser.

7 
la mujer perfecta ocurre. no es algo que puede razonarse ni pactarse. sin embargo, la mujer perfecta puede no ocurrir nunca. 

8
la mujer perfecta debe saber partir. debe reconocer lo fulgurante de su instante, y en el ápice de su destello, desaparecerse. no estar es una de las condiciones de su perfección.

la mujer perfecta debe sembrar delicadamente, como si hiciera otra cosa, la posibilidad de su inminente inexistencia. 
  
9
si la dicha es excesiva, tal vez la mujer perfecta, además de tener el caudal intempestivo de su perfección, sepa cocinar. 

10
entre dos cuerpos dormidos puede rugir, sin más, un llamamiento nocturno. el  universo queda abolido. puede que esto, en la memoria, deje la ilusión de que mujer perfecta ha pasado.

11
en la mujer perfecta algo late. es la respiración del enigma. 

12 
la mujer perfecta no existe.

13
esta bien, la mujer perfecta no existe. pero puede traspapelarse y volverse visible súbitamente, si se dan ciertas variables imprescisables. a mí me pasó. me desperté a las 5am solo en mi cama y caminé al living a oscuras y ahí estaba, la vi entre mis lagañas y la penumbra. esto pudo no haber pasado. esto pueden ser palabras nada más.

14
si pienso en la mujer perfecta, la ignoro. si la busco, no doy con ella. si quiero llamarla por un nombre, la perdí. si tengo ganas de mandarle un mensaje de texto, no comprendí nada de la mujer perfecta.

15 
hay una prueba, que es más bien la confirmación de un milagro. si dos cuerpos dormidos se reposicionan durante el sueño y se enredan inocentemente y forman una sola figura, se vuelven necesarios hasta el punto de ser confundibles con un solo cuerpo, allí hay una isla. y en la isla, puede morar la mujer perfecta. pero todo esto debe darse en el territorio de la inconsciencia, y no sirve buscarlo. los cuerpos durmientes ensayan formas de ensamblarse toda la noche, y rara vez ocurre el milagro, y cuando ocurre nadie lo sabe ni lo recuerda. solo queda el vago reflejo de la comunión del instante. lo  bello, y lo sagrado de lo bello, son ocasiones de lo efímero.
  
16
la mujer perfecta está 
desnuda sentada 
en el 
sofá 
de mi imaginación 
leyendo un comic 
de Alan 
Moore.

17
desnuda es una forma de decir. tuvo la elegancia del detalle, y se puso sus lentes de lectura. 




16.1.11

impostergabilidad del Otro

la mirada nombra el ojo.
el ojo es capturado por la mirada.
la mirada es táctil. la mirada es un llamamiento.

por eso son detestables los asientos enfrentados en los colectvos.

14.1.11

el espíritu de la escalera

Deflación de la palabra dada al viento. Algo que pudo haber movido algo, si se hubiese sabido decir antes. Compleja asimetría de las cosas en el tiempo: futilidad de haber logrado la frase exacta, pero un poco después, cuando ya suena tonta, vacua, rencorosa. Souvenir de una victoria plausible mientras cuento los cuerpos en el silencio del campo de batalla.

apuntes sobre el signo - inabordablidad pero no ilegibilidad


Si me comprendieron, fallé.
Pero si creen que me comprendieron, ya se trata apenas de una ilusión. Lo más que pudo ocurrir: que ustedes, lectores, hayan significado algo del signo que devino de mi fallada necesidad de decir determinada cosa que no llegó a ser dicha - y por la que en cambio, se escribió lo que se viene escribiendo hasta aquí.

Cuando "comprendes" (cuando vos, lector, decís "ah, entendí!"), lo que haces no es asimilar el signo en sí, ni aquello que se te intentó significar. No. Lo único que te sucede es que logras dar un sentido (probablemente tuyo a priori) del signo que fue colocado ante vos.



No hay signo que sea penetrable.
No hay signo que sea concluso
Lo que se acerca, lo que se da no es falso - porque no miente, pero es falso - porque su indeterminación lo vuelve resbaloso, elusivo, intratable salvo que aceptes lo que da:  una acepción, una faz del signo de la que extraes un sentido. El resto, quedará siempre opaco, pospuesto, inabordable.



De un mismo signo no siempre es visible la misma faz. Puede presentarse diferente (incluso diferente a sí mismo) según el contexto, la luz, el tono, el receptor, el montaje, la iterabilidad, el tiempo, etc, etc, etc. No por esto has de guardar la esperanza de que, eventualmente, a fuerza de volver ante el signo - o bien que el signo retorne una y otra vez ante vos - con el tiempo, habrás de asimilarlo. No. El signo es plural, ecléctico, polifónico. Y con esto no solo contradictorio consigmo mismo. Sino también indiferente.




5.1.11

y paro de llover. minutos, nada más, duró la lentísima agua. y ese parar de llover es como el codo que borra lo que la lluvia casi nombra. y es también una forma de puntuar la nada. sería necesario alguien muy atento, muy insomne a lo sutil del reptar de la nada entre los intersticios de las cosas para afirmar que todo eso - la lluvia, y con ella el viento cansino, y el arbol de enfrente y la calle - realmente existió.

nada

3am, un disco de amanda palmer, galletitas de chocolate y la ventana abierta mientras escribo como una manera de declamar el espacio ocioso de la madrugada, y también a la vez como una manera de decirme lo inerte de la escritura ante el mundo, la vida, allá afuera. escribo, dos, tres líneas, y miro para la ventana. nada ocurre. pero la ventana está ahí, y es una promesa. el árbol de afuera, la calle desierta, la basura en el cordón de la vereda, un auto que pasa, lejos, un inadaptado al que le sobró pirotecnia de año nuevo en la distancia, la esquina con su vacío suspenso: todo eso son formas de la nada. y sin embargo, cada tanto, miro. no miro precisamente como se mira, buscando algo o informandome de lo que hay. miro como tic, como forma evasiva, y cuando viene la levísima brisa desde la ventana, la siento como un llamamiento de la noche, y miro otra vez, y no ocurre nada y no me decepciona porque el suspenso ha quedado abolido y es esa aparente nada la silueta misma de la noche, o de esa parcela de la noche que se da por mi ventana. y al rato, entre las intermitencias de mirar y no mirar por la ventana, de forjar una línea más a la novela eternamente inconclusa, sucede algo.  afuera, comienza una suave lluvia, que ronronea sobre el asfalto con un no sé qué de sensualidad que debe venir quien sabe de la lentitud de las gotas, quien sabe desde la tersura del murmullo de las hojas del arbol de enfrente, mecida apenas por un viento que existe tan poco que casi es aire quieto.