29.8.08

Contrato


Cuando uno se convierte en escritor, justo cuando le hacen la entrega de la lapicera y un mapa con los universos que casi pudieron haber sido, es forzado a firmar un contrato por el cual se compromete a utilizar la palabra para otra cosa que no sea nombrar incesantemente a la mujer que falta.

El precio a pagar, en caso de que no se cumpliese con el contrato es fatal. El escritor es castigado con la credibilidad: sus lectores le creen demasiado. Se compadecen de él, se identifican, practican la lástima o la empatía. Pronto, el escritor pierde su derecho a la ficción, y todo lo que escriba quedará simplificado en las estanterías de testimonios.
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28.8.08

apuntes sobre el sueño

Soñar; vislumbrar algo en esa cerradura de la que la vigilia es el laberinto circular.

Prefiguración imposible de un sentido, lejano y jeroglífico; aunque más no sea para distraernos del sinsentido cotidiano, inmediato, monótono.

La vida: detritus del ideal.

25.8.08

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dial-tone

Con el hilo del tono del teléfono me estrangulo hasta dos pasos antes de la asfixia, para deslindarme por fin de la vigilia, y tolerar la noche en el dormir. Y sueño con serpientes, y con cabinas de teléfono en el desierto, sonando inútilmente para nadie, con un mensaje crucial que ha de perderse, y sueño con el hilo de Ariadna enredado y pegajoso, como una telaraña y sueño con líneas invisibles que recorren las llamadas hechas desde mi teléfono celular, urdiendo, junto con los pájaros, el mapa terrible de algo que sería definitivo para mí si supiese verlo, pero no veo y sueño que tal vez cuando me tropiece la próxima vez sea con una de estas líneas, y sin embargo siga mi vida sin percatarme de que, en la otra punta, tal vez he movido – un poco, tenuemente – a alguien junto a quien pude haber sonreído durante un rato de un atardecer, y que, aunque sintió un tirón en el codo, no le da mayor importancia, asume que habrá sido un transeúnte apurado, y sigue leyendo el diario, o mirando a través de una ventana u otra cosa, o no.

Y si despierto es ya para un día que prescindiría de mí a no ser por la cuenta de teléfono por pagar, y la vana decodificación de símbolos inútiles que provee la noche para dramatizar el día, su insipidez.
(Otra vez la noche, la venganza del día.)

11.8.08

ad noctum



1
Tal vez el alma de las cosas sea eso que me parece que no veo de las cosas.

2
Tal vez tu alma sea la cosa tuya que intuyo y que me elude, que no alcanzo y que no me piensa, que acaso no exista salvo como cosa que me rehuye y que, incesantemente, me falta.

3
Un adentro – que no sé, que no me consta, pero que me retiene, que tanteo en las noches y en los suspiros – de un afuera hermético, inextricable y distante, del que ya casi no sé nada salvo por le accidente de alguna foto de algún cumpleaños que alguien te sacó – probablemente tu padre – y que deambula por la web.
4
( La web: cárcel vertiginosa donde las imágenes deambulan, insustanciales, vacías, desligadas de su historia y su identidad: pura forma errática que encalla en las diversas pupilas de la indiferencia, o ya en la perversa imaginería de la fantasía (con su fascismo, su arbitrariedad). )

5
Por otra parte, una obsesión: la de definir cosas. Por ejemplo: declaración de amor: nombrar algo que me falta.

6 (a short story)

- Hay, a veces, rendijas entre los ladrillos mal ensamblados de una pared. Si miro por una de estas grietas, puede que, alguna vez, te vea. Pero no de otra manera.

7
¿Qué exhala de noche, insomne, un cuerpo triste, hastiado, “culturoso”, con muchos libros a cuesta? Bueno: tinta. Más o menos precisamente.

8
A veces, escribir: el hálito de las cosas que no decimos a tiempo, y para las que ya es tarde porque ya no son decibles, pero su resabio sedimentó en el sótano del alma (esa parte mía que me parece que no veo) y cada tanto emerge como cosa suspirada, llorada, imaginada (vuelta imagen), o dialogada en el soliloquio improvisado de cualquier momento vacío.
Entonces: escribir: ajustar cuentas.
No con los otros: con la población del silencio.

9
Claro que, de ser así, yo, que no sé hablar, estaría esclavizado en la escritura. (Aunque lo cierto es que cada tanto me vuelve la idea de escribir un libro – probablemente poesía – en el que, a uno por uno – uno por poema - les hablaría por primera vez sin reparos, sin pudor, sin pose. Por supuesto, el ansia por el día (o el procedimiento) en que las máscaras caigan es recurrente, ingenuo y poco original: no es desde el lenguaje que pueda vislumbrarse un tributo a la pureza. Sin embargo, todas esas cosas que quedan prendidas de la opaca telaraña del remordimiento…)

10
No deja de ser un poco patético: la pureza del ser al precio de no estar allí: ser capaz de decir las cosas que aplacamos en la conciencia pero con el ardid de habernos sustituido por el lenguaje, para no tener que estar allí mientras eso (el develamiento) ocurre. Al fin y al cabo, como siempre: fugas.

11
Pensar cosas así; o también, podría hablar de la mujer que duerme en mi cama, de su rara belleza, su respiración lenta, su serenidad de cosa pacificada por el sueño, lejana en su interioridad de camafeo cerrado, y cercana en su tibia desnudez, yacente y rendida, como una dádiva de eternidad que una hoguera fulminó, hasta dejar esto: una ceniza en la danza lenta del viento; o de las sábanas, cuando un cuerpo dormido, en madrugada, se reposiciona en el sueño.

Pero no.
Eso sería
real;
y yo no tengo con qué escribir sobre la realidad. Le daré
un beso cuando despierte, y si no despierta antes de que yo me acueste, besaré su cuerpo dormido; y estará bien así: sin intercesores,sin testigos, sin envidencia: casi como si no pasara.

***