22.11.10

la verdadera trama de oriente (Bin Laden - Osho)

Era absolutamente evidente. Tanto que sucedió en la cara de todo el mundo, y nadie se dio cuenta. Las cosas más extrañas dan su peripecia más inverosímil frente a las narices de los espectadores del mundo, que jamás se han detenido a reparar que la estrategia de lo absurdo es lúcida: sucede imantado a una transparencia que lo delata tan imposible, tan irreconciliable con lo pensable, que adopta la apariencia de algo que no definitivamente no sucede (la ficción) o se acepta con la naturalidad de algo que ha sido siempre así (la política). Este caso es el primero. Para perpetrar completamente su misión de destruir occidente, Bin Laden se disfrazó de Osho. 










Socavar la conciencia de una civilización es más lento pero más drástico que tirar edificios. Desde luego, los edificios son meramente simbólicos. No implican una modificación drástica. Han sido un ardid distractivo. Estaban predispuestos a teatralizar el horror y el pánico en occidente, para que sus mentes menos avisadas (las masas, casi todos, etc) huyeran hacia la "espiritualidad". Por supuesto, estaba contemplado que occidente no produciría su espiritualidad, sino que compraría una en las gondolas donde se venden modos fáciles de cocinar pescado, o de armar estanterías. Y ahí, Bin Laden, en sus ropajes de Osho - el mismo no trató de disimular demasiado, ya que era tan inverosímil que jamás nadie haría el puente entre uno y otro - trasvestiría la moral y la principiante inteligencia de una civilización, lentamente trabajaría dentro de la conciencia de los pueblos, y eventualmente los viraría hacia la venganza terrible. 

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Desde luego, Bin Laden comprendía que su labor era tan mesiánica como vasta, y que no convenía encarar solitariamente semejante empresa. Convocó a pseudo-pensadores del mundo para que colaborasen con él (desde luego, sin saber que colaboraban). Seleccionó aquellos que, ya sea por su predisposición para la idiotez o por su poca pericia a la hora de producir una línea inteligible, albergaban en sí la mayor capacidad de daño. No quisiera dar nombres - no me toca el rol de acusar, sino el de instaurar esta sana sospecha para que aun pueda librarse la batalla final con alguna dignidad. Pero si usted cree que estamos hablando de Stamateas, Hicks, Chopra, Rhonda Byrne, y el peor contador de chistes de la radiofonía, Ari Paluch, probablemente sea por algo.


Así que, ojo. (Ojo con Osho).

Por el bien de la humanidad, cuando vea alguien con uno de esos "libros", reducido a esta inhóspita actividad, parasitado por los poderes oscuros del fin del mundo (pensante) arrebate del prójimo estos hechizos perversos que los han hipnotizados y revertido al nivel intelectual de una mitocondria, y sustituya un Stamateas por un Sartre, un Paluch por un Roth, un Coelho por un Levrero. 

He dicho esto, y ahora temo por mi vida. Bin Laden no me dejará pasar esta. Haremos de cuenta que esto ha sido una ficción más. Un juego, un delirio. Me cuidaré las espaldas, por si acaso. Y ustedes. Ustedes no escatimen violencias: un  buen y oportuno puñetazo a la mandíbula metafísica de la pereza intelectual puede despertar del embobamiento matrixiano a más de uno. 



Los libros no son lugares donde buscar respuestas. Son principios de otra cosa. 

























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