30.11.05



minusválidamente, Debret Viana descarga su frustración sobre su fláccido piano:

cuarta improvisación sobre la inercia.wav
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29.11.05


Habla la mujer perdida

Yo soy un delirio vano, soy un tejido de ayeres, de derrotas minúsculas, fui (...), fui en París una burguesita aburrida que se ahogó en arsénico; sepultada, en Milán, lloré un río santo; inventé la espera tejiendo y destejiendo hasta que el amante regresara de su década incendiada; me llamé Medea, me llamé Perséfone; vi morir tres hijos entre las ruinas de mi casa en Kosovo, bebí del semen de 70 soldados hasta sangrar el alma; tarde entendí las palabras de Werther, y me dejé amar por quien no supe desear; dividí, en los suburbios, a dos hermanos hasta que mi garganta sobre su cuchillo los amigó; con mis 12 años hice enloquecer a Humbert Humbert; tres vidas limpié el polvo de los muebles de otros, y apenas si supe dónde quedaba mi deseo; de lepra me deshice en Indostán; bailé hasta decapitar a Juan el bautista cuando mi nombre fue Salomé, pero también con un manto sucio sequé el sudor del cristo herido; me quiso un poeta en Italia, que dijo haber recorrido desde los infiernos hasta el edén apenas para decir mi nombre un par de veces; a 17 hombres di para beber cianuro, me hice de su dinero y morí, anciana y rica, en un lecho cálido y amable; con un hacha me quebró un estudiante en San Petersburgo; me llamé Catalina una vez, y otra Elizabeth: dos imperios danzaban a mi capricho; con una navaja un cliente me abrió el estómago en Londres, era un día opaco, de niebla; escribí un diario y había soldaditos alemanes por todas partes (y me quitaron el diario); desangré a 24 vírgenes en un castillo de Rumania, la bañadera estaba roja como una marea de vino; un marinero americano me amó y abandonó, yo me fui marchitando en las orillas del Japón; fui puta en las esquinas de Buenos Aires; canté un tango con voz de bruma; un atardecer, en un baño de un café de Maldonado, fui infiel a un hombre que hubiera muerto por darme una sonrisa, me sentí mujer y no me importó; sobre la ciudad de Creta vi un atardecer que marcó mi alma; fui Circe y disfracé la muerte entre las comidas; fui esposa de un ferroviario en la ocupada Alemania y agoté las posibilidades del engaño; dejé una hija, inocente como la brisa, secarse sobre la limada piedra de la terrible Artemisa; conduje hasta el trono la mano indecisa de mi Macbeth, y ya nunca terminé de limpiar las manchas rojas que nacían.
Hoy soy un murmullo hecho de literaturas, un síntoma de la melancolía de otro. No me pertenezco: sobre mi cuerpo se libran guerras donde mi propia muerte es apenas una batalla. Aquí, soy un espectro necesario, un recurso del narcisismo: escenifico una perversión.

Soy tu amor, soy tu muerte, soy la que te entiende, la que te descifra, soy tu víctima, tu vampiro, quiero que me cuides, que me tengas, que me partas, soy la serpiente, soy la casta acompañante del camino, la enfermera, la mucama, la asesina, la tibia esposa complaciente, soy tu puta.

Pero mi instante es efímero: todo goce es repentino, fugaz; solo queda de mí una pura pérdida, soy la ausencia que me mejora y multiplica: hoy habito en tu delirio.

Pero si yo no existiera...

Fragmento de Ruidosas Cenizas

Debret Viana

26.11.05



Repartido entre el horror de vivir y el horror de morir.
Cuando se tiene la mala suerte de haber nacido se debería tener, por lo menos, el consuelo de vivir bien y cómodamente. Si se vive mal, es que uno ha sido engañado dos veces. Yo soy la víctima de una mala broma: ¿de quién? Si se tiene la desgracia de vivir, si se tiene la conciencia de esa desgracia, al menos no se debería tener miedo a la muerte. La cosa más absurda es tener conciencia de que la existencia humana es inadmisible, que su condición es inadmisible, insoportable, y, sin embargo, agarrarse desesperadamente a ella, sabiéndolo y quejándose de que vamos a perder lo que no soportamos. Como alguien a quien se ahorca, que quiere y que no quiere que le corten la cuerda, porque debajo de él hay una estaca.
del diario de
Ionesco

21.11.05


el azul interior
_______ _______
Ejercicio nocturno
Estoy en la casa, camino. Doy vueltas. Puedo ir a la habitación, al living. Me siento en el sofá, veo una película. Me cruzo con el cuaderno, al lado mío. Puedo tomar un libro cualquiera de la biblioteca. Desinteresadamente leer unos párrafos. Y dejar el libro. Casi siempre, mientras camino por la casa, la noche es honda. Se agolpa espesamente sobre las ventanas. Me tropiezo con el cuaderno. Una y otra vez. Ya estuve frente a él. Ya me pasé horas con la pluma en la mano, inútil. A veces tengo que ir al baño, poner hielo sobre la cicatriz. Me han operado hace una semana. Otras veces voy hasta la cocina, me sirvo un vaso con agua, como algo para distraerme. Me cuesta salir a la calle, me cuesta caminar. Hace una semana pasé por una intervención quirúrgica. Desde entonces, no pude escribir una sola ficción. Me enfrento a las hojas en blanco, al purísimo papel que se extiende como el territorio enemigo. Con mi tinta negra no puedo penetrarlo. Paso muchas hojas en blanco, las hojeo. Con las yemas de los dedos recorro la piel que me niega: quiero conocer a mi rival. Voy por los renglones vacíos como queriendo descubrir las letras que se cifran en esa blancura que no sé empezar a violar.
*

El límpísimo rencor de la hoja en blanco. Quieto, inmune de mí. Es casi como una risa que se alza en la madrugada. Si busco, le puedo ver los dientes a esa risa. Yo la quiero callar, veo películas, pongo muy alta la música. Pero me cuesta. Me cuesta no reencontrarme a lo largo de las horas con la pluma o con el cuaderno. Están siempre en entre el lugar donde estoy y el que quiero llegar. Entiendo que son emboscadas colocadas estratégicamente por mi ánimo.

*

No tengo consuelo, y soy como una especie de vagabundo en mi propia casa. No sé cómo enfrentarme a la mirada de la hoja vacía; es como una marea en la que me enredo. A veces me duermo, pero siempre termino regresando al mismo lugar, al escritorio, a la hoja en blanco. Los antibióticos no parecen servir para esto. Aunque sí es cierto que siento que me han idiotizado. No logro hacer nacer en mí una idea que amerite la sentencia de la palabra escrita. Yo me siento frente a la hoja en blanco. Intento garabatear algo. O simplemente volver a escritos que dejé antes inconclusos, frases sueltas. Me enfrento a la hoja en blanco, e inevitablemente, naufrago. Todavía me quedan historias que habían comenzado antes de la operación. Dan vueltas por mi cabeza. Sueño con ellas, o las digo a quien casualmente escuche, si suena el teléfono. Pero no llego a escribir una sóla palabra. Sé cómo empiezan, o comprendo cómo terminan, pero no logro trazar un puente que devenga en lo que ya sé.

*

Siento, de una manera un poco mística, un poco tonta. Un poco religiosa sobre todo. Siento que la tinta que desparramo sin sentido, esa que no acaba de formar nada específico. Esos intentos vanos, los devaneos de mi pluma. Son como mi sangre, perdiéndose vanamente (nota del editor: ilegible) un río negro ... con esas palabras que no van a ninguna parte. Como éstas.

*

Ni siquiera tengo el consuelo del delirio. Estoy hundido en mi triste lucidez, en un estado de profunda irrelevancia. Curo mi cuerpo, y sigo las indicanciones médicas. No logro, sin embargo, decir nada. Y muero por hacerlo. Me he vuelto el siervo de mi carne. Soy un escritor de ficciones. Esos objetos mágicos justifican los episodios banales de mi vida. Es extraño que este estado que es, digamos, la imposibilidad de la escritura, me lleva, me detiene aquí, en la narrativa de la imposibilidad de la escritura. Entiendo que es solamente una manera de consolarme: tengo que decir algo.

*

Amanece. Copio, para hacer de cuenta que escribo, pasajes de novelas o ensayos que voy leyendo. Sobre Kafka, escribe Blanchot: la mayor parte de su diario gira en torno a la lucha cotidiana que le es preciso sostener contra las cosas, conta los demás y contra sí mismo para poder llegar a este resultado: escribir unas palabras en su diario.

Antes, esos trozos de otras literaturas y otras voces servían para empezar mi prosa. Ahora no salgo de este estancamiento. No sé cómo morir. La manera de morir que había aprendido era la literatura. Ahora, que no logro parir una palabra, me siento petrificado en una estática que no encalla en ninguna parte. Porque es tristísimo el frío frente a la hoja en blanco, tengo que hacer de esto un melodrama. Es la única manera que tengo para arañar la hoja.

*

Si me tengo que sentir de alguna manera, es así:



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street spirit

20.11.05


- No me leerías si supieras.

- Yo sé.

- Si supieras, ¿responderías?

Bataille
La ausencia de dios

16.11.05

14.11.05

(...) Estoy acostado en la cama en un dulce entresueño. Ya a las seis de la mañana, en un ligero despertar, llevo la mano hacia una pequeña radio que tengo junto a la almohada y aprieto el botón. Se oyen las primeras noticias de la mañana, apenas soy capaz de diferenciar las distintas palabrasy vuelvo a dormirme, de modo que las frases de los locutores se convierten en sueños. Es el momento más hermoso del sueño, el instante más placentero del día: gracias a la radio soy conciente de que constantemente me duermo y me despierto de ese magnífico vaivén entre la vigilia y el sueño, que por sí mismo ya es causa suficiente para que el hombre no lamente haber nacido. ¿Es sólo un sueño o estoy de verdad en la ópera y veo a dos cantantes, vestidos de caballeros medievales, que cantan sobre el tiempo que va a hacer?
La inmortalidad
Milan Kundera
____________
Como he sido intervenido quirúrgicamente, duermo mucho. En ese frágil y precioso límite paso el tiempo. Quisiera escribir un relato sobre un hombre que vive en el placard de una mujer. Pero no puedo empezarlo. El poco tiempo que paso despierto lo uso en recorrer lo soñado. Hoy, por ejemplo, reparé oníricamente algo que había perdido hace dos años. Acepto esas aguas imaginarias como un bálsamo.

11.11.05



Cromañón

Era 1996. Muriéndose, el poeta y músico brasilero Renato Russo, compone su último disco, La Tempestad (o el Libro de los Días). Es un trabajo desesperado, tristísimo. Sabe que le queda poco tiempo, y todavía siente que le quedan cosas por decir. Graba los temas con fiebre, apenas puede caminar. Pesa 45 kilos, pero la profunda, deliciosa voz: intacta. En la primer canción - acaso la más pobre - encuentro este verso (me tomo el atrevimiento de traducirlo):

___
cuando el circo se prenda fuego
somos los animales en la jaula
__
_________________________________________
____________________________
*

renato russo
y una canción de despedida
Love in the afternoon


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7.11.05


poses para llorar
- 2do draft -
tan pronto como deja de padecer, a la vez deja también de ser.
Etica, de Baruch Spinoza


0

No importa cuándo. Esto ocurrió siempre hace mucho: historias como ésta estan vaciadas de contemporaneidad. - no ocurren nunca: han siempre ya ocurrido -.
1

En la ciudad de Rosario un hombre se acercó a una mujer, como si fuera niño y padre a la vez. Su insistencia fue desesperada - perdió el molde de su saco, y empañó los puños de sus camisas en el esfuerzo -, hasta que la mujer cedió, por simpatía o por piedad, y cometió el acto más solitario: se enamoró. Era casual que su nombre fuera Sandra. El hombre trabajó hasta conmover el alma de Sandra, poseyéndola. La tuvo, la quiso, la abrió y la rompió delicadamente. Ella no sabía cómo despegarse de él, cómo pensar en otra cosa. Su vida se había vuelto un torpe andar a tientas por los rastros vagos que ese hombre había hundido en ella, ansiando que tal vez desembocaran en la carne del alma de él, ahora tan callado, tan ausente. Una vez que consiguió lo que pretendía, el hombre se marchó. Nada le significaba conservar lo que ya poseía. Sandra lloró.
2

La historia es común; y todavía nada interesante. Sandra lloró como se llora, sólo que organizó sus lágrimas. Pudo ser otra vez el llanto estereotípico de la mujer herida que llora. Sin embargo, conservó cada lágrima: le encontraba un sentido - absurdo y secreto para nosotros - a salvar lo que se va deslizando hacia el olvido. En baldes, en botellas escurría sus pañuelos. No salía a la calle sin un frasquito donde derramar su llanto. Con el tiempo, había establecido un horario para llorar. Tenía también un cuarto para llorar: una habitación con fotos. Ella se sentaba en su silla para llorar. Y lloraba.
3

Es pensable que ya la causa del llanto se hubiera vencido, que su llanto era un vicio, o un oficio. Se trata de meras especulaciones que no hacen a la historia; murmullo en derredor. Yo quisiera quedarme cercano a los hechos, los pocos que pude juntar. Creo que ya se comprende que el hombre que abrió la herida era un accidente de la historia, acaso necesario pero sin duda circunstancial. Que fuese su precisa pezuña la que había empezado las cosas era un detalle casual: había antes en Sandra algo que se desbordaba, pero que no encontraba expresión. Era ella la que lo había usado a ese hombre como excusa para lograr su obra, su terrible biblioteca de frascos con lágrimas, que se alzaba en cada pared de la casa.
4

Lo cierto es que lloró con sistema (empresa magna, como la de pensar con sistema: Sandra como la Spinoza de las lágrimas). Y que cuidó su llanto. No permitió que nadie se lo secara, que nadie se lo arrebatara: fue como decir este llanto es mío, estas lágrimas también soy yo (mi lenguaje). Había algo de sagrado y algo de temible, de inhumano en la disciplina con la que ejerció su pena. No dejó que eso que de alguna manera la decía - la delataba - se perdiera: recogió su llanto y lo guardó: vivió con él (entre botellas, frascos, pañuelos mojados y baldes) el tiempo de su vida.
5

No podemos ignorar el esfuerzo que esto implica. Sandra tuvo que estar sola. No podía darse a ningún hombre si pretendía articular hasta el final la titánica tarea. Tenía que aferrarse a su dolor, a su inmensa tristeza. Un hombre la distraería. Aun si resultaba bueno, amable, y realmente la amase, le secaría las lágrimas con terciopelos azules y entorpecería toda la empresa. Hacer brotar un río de agua salada no era un trabajo menos que divino: lo único serio que cabía era librarse de las tentaciones mundanas. Solitariamente dió esos pasos. Se dejó casi todo el tiempo encerrada en su casa; apenas de vez en cuando se la veía en la ciudad. Al principio, solamente sospecharon que se había vuelto loca. De la intriga de los vecinos empezaron muchas literaturas.
6
Como toda leyenda, las voces la multiplican, la tocan, la cambian. Ya he relatado lo que se sabe: ahora, las fábulas que surgieron son numerosas, y creo que no pertenecen al destino de Sandra. Una muchacha lloró y, hasta donde se sabe, guardó cada gota de ese llanto. Después, su vida se pierde entre las vidas, y salvando ese mínimo hecho, se vuelve irrecuperable. En el barrio, sin embargo, Sandra se perpetúa en ese sólo movimiento, se cristaliza en una imagen revisitada por el folclore rosarino, por las viejas que le rezan como a una santa y los pibes que le temen como a un dios triste. Es cierto que ya no es Sandra. Que la verdadera muchacha ahora puede ser abogada, o psicóloga o ama de casa y estar felizmente casada por ahí, o cualquiera de los destinos asequibles. Como nada sé de lo que fue de ella - y estoy convencido de que lo que resultó es mucho menos estético que las habladurías -, recojo algunas declamaciones barriales; dicen:
  • que se bañaba en sus lágrimas
  • que planeaba tener la suficiente cantidad de agua como para un día ahogar a su amado
  • que vendió su llanto a pueblos de tierra árida, y trabajó, prósperamente, reemplazando la lluvia (menos caudalosa, pero puntual)
  • que sabiendo de tanta gente incapaz de emocionarse sinceramente, fundó una agencia de lágrimas a domicilio (frasquitos con llanto a pedido)
  • que aguardó a secarse para arrojar un baldazo de lagrimas a su amado y después vivió tranquila
  • que, seca, obligaba a vírgenes a llorar por ella para que nunca se detenga la maquinaria lacrimosa
  • que su llanto era sagrado, y se cerraban las heridas allí mojadas
  • que desbordó el Paraná
  • que abandonó el barrio para triunfar en México como estrella de melodramas
  • que la encontraron un día muerta en su casa, rodeada de frascos y baldes con agua salada. Tenía la piel muy seca, áspera. Suele llover en el aniversario de su muerte. Esa lluvia se la conoce como las lágrimas de Sandra
  • que no lloraba nada, y capturaba en palanganas gotas de lluvia (lo hacía para montar un teatro que distrajese las voces de la humillación de ser usada y abandonada por un tipo)
  • que lavaba su ropa en su llanto, logrando un blanco tan pulcro y absoluto que una compañía de jabón en polvo le compró la fórmula
  • que un día, de hacer tanta fuerza por llorar, lloró sangre
  • que le costaba llorar porque ya ni se acordaba del tipo, entonces hizo valijas y salió en busca de nuevas penas para llorar largo y tendido
  • que, húmeda, se pudrió junto a las paredes de la casa
  • que lo que en realidad amaba era la manera en que el mundo se veía a través de los frascos llenos con sus lágrimas
  • que se fue al sur y puso un hotel con termas tibias y saludables
  • que una noche de tormenta un extranjero perdido golpeó su puerta; Sandra lo dejó pasar y el extranjero vió como esa casa y la tormenta eran muy parecidas.
  • que una vez se le cayó un frasco y se quebró en el piso, y Sandra no pudo soportar su obra inútil en el suelo y se abrió las venas con los vidrio rotos del frasco, pero de ella sólo brotaba agua salada
  • que hombres misteriosos se la llevaron una noche hacia un páramo lejano y solitario, la violaron y la acuchillaron; de las heridas de Sandra salía agua salada e inundó el lugar
  • que de tanto llorar perdió la vista, y sólo tenía calma cuando pasaba la yema de los dedos sobre la superficie del agua de sus lágrimas, acariciándola como si fuera un gato
  • que seccionó en gotas todo el llanto que tenía y contó 140.853.411 lágrimas
  • que regaba su jardín con esa agua: el más florido de Rosario

7

La historia se cierra en literatura - se abre: infinitamente -. La tarea de Sandra era, desde luego, una tarea inútil. A su manera, todas lo son. No es diferente la manera en que vos necesitás aferrarte a algún talismán vacío para suponer una dirección a tu errática somnolencia, y prevenirte de que el abismo te salte encima como una fiera afilada. Yo, harto de letras las hojas limpias también para soportar la fragancia rancia que las horas me dejan al pasar por mí como pasa el viento sucio y grisáceo que tiene la voz de los segundos que gotean lejanos en la madera de los muebles nocturnos. No importa. Que nos baste saber que una vez, en la ciudad de Rosario, una muchacha lloró.

____*____

el cuadro, otra vez Van Gogh

más sobre el llanto

5.11.05



teatro

Me han repartido el papel muy mal. Quizá estaba hecho para ser un espectador. En lugar de ser un espectador, me han hecho trabajar en la obra. Ni siquiera el papel principal. Ni siquiera un papel. Soy un partiquino, un figurante ínfimo. El figurante no puede ver la totalidad del espectáculo, ve algunas cuerdas, algunas partes posteriores de los decorados, al director que le tiraniza (...). No tengo más que una frase que decir
.
del diario de
Inonesco

4.11.05

soundtrack
Sobre el texto anterior, todavía queda esto :
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Fake plastic trees - Thom Yorke
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la letra

1.11.05



escenas conyugales
- final cut -

I

Las cosas de la casa estaban prendidas a la oscuridad. Las miró un instante: eran tigres en la siesta; se cuidó de hacer algo por despertarlas. No quería que nada le saltase encima. Menos a esas horas, que son como el despojo de la existencia, cuando el segundero sigue dandole puntadas al cuerpo pero el cuerpo es una coagulación insensible. Ansiaba solamente llegar a su cama sin tener que existir en el camino. Entró suavemente, e hizo de sus pasos un liviano murmullo. La puerta, de todas maneras, crujió su queja de madera hinchada, como siempre. En la cocina tomó un vaso, lo llenó con agua. Se apoyó - levemente - sobre la alacena para descansar del día, de los detalles del cansancio. Cruzó el living sin prender ninguna luz, y llegó al baño. Se lavó la cara, se descalzó. No quiso saber nada con el espejo: era tarde, y le pareció mejor postergar cualquiera de las formas de la conciencia. Una vez en la habitación, una figura en las sombras lo llenó de espanto: había alguien durmiendo en su cama.

II

Se sacó la camisa, luego el pantalón. Cuando sus ojos se acostumbraron a las íntimas tinieblas del dormitorio, adivinó, enredado en sus sábanas, el cuerpo de una mujer. Ya desnudo, se acostó en la cama. Se durmió pronto, dándole la espalda a la extraña que dormía junto a él (lo que soñó pertenece a otro relato).


III


Despertó con los primeros sonidos del reloj, que arañaba su sueño a la inhóspita hora de siempre. Detrás de la ventana las cosas eran todavía grises. El otro lado de la cama estaba vacío. Era el cuarto día desde que la extraña llegó a su casa, y le pareció grato recuperar un trozo de soledad - aun cuando ocurriera a horas tan difíciles -. Abrió su mano, y la dejó posada allí, recorriendo - los ojos aun cerrados - el territorio vacante: estaba frío. Frío y cercano. Casi suyo. Extendió su cuerpo por todo el espacio de la cama. Como si quisiera volver. Como si quisiera volver a alguna parte.

IV

Al salir - ya cambiado y prevenido para el día - del baño, escuchó ruidos en la cocina. Detrás de los ruidos estaba la mujer extraña, que sacaba y ponía platos y vasos de los estantes de la cocina. Se movía de manera frenética, como una máquina. El se detuvo junto a la puerta, y sintió cómo los ojos de esa mujer se le clavaban dentro. Desvió la mirada hacia la mesa, encontró el desayuno preparado. La escuchó decir: te preparé el desayuno. Las hebras de esa voz parecían provenir de un instrumento lejano y roto. El no podría precisar cuál. La miró una vez más. Después se sentó, tomó el desayuno - la mujer lo miraba desde un rincón de la cocina, lo escrutaba como queriendo penetrarlo -. Cuando terminó, se levantó y se fue a trabajar.

V

No le fue sencillo desprenderse de la voz de la mujer extraña. Si intentaba seguir su vida como si nada se hubiese alterado, tropezaba contra esa voz, aferrada en alguna parte de su ropa, o regresando a él desde el chirrido del tren o el sonido de los papeles multiplicándose en su escritorio. Las cosas que usaba la voz para desandar el olvido hasta su memoria eran inmotivadas: eso era lo que la hacía incontenible. Si pudo arrancarla de sí fue gracias al cansancio que su labor implicaba, gracias al naufragio de sus fuerzas para soportar el día y sus trabajos.

VI

En el ascensor le pareció que las paredes se le acercaban, tuvo que aflojarse la corbata. Otro día se deshacía, esfumado; y sentía que no había ninguno de sus pasos que pudiese salvar. No había pieza de su vida que conformara un buen relato. En el pasillo ya vió la puerta abierta. Entró en la casa - todas las puertas, todas las ventanas estaban abiertas -; Brahms llenaba los vacíos del lugar, se estrellaba contra las paredes, hacía temblar los vidrios. La mujer extraña estaba en medio del living, arrodillada en el suelo, rodeada de pilas de ropas, de hilos y de ovillos. Parecía estar destejiendo cada prenda. Lo hacía con desesperación, subiendo la velocidad al ritmo de Brahms. Sin reparar en ella, apagó el equipo de música y encendió la tv. Se dejó hundir en el sofá, esperando que algo en la pantalla - cualquier cosa - lo interrumpiese.

VII

Lo que él quería era evitarla. Pero la casa era pequeña, era imposible no encontrarse. Si bien había momentos en que esa presencia le simplificaba algunos episodios de la realidad (la ropa limpia por ejemplo, o la comida, los beneficios sociales) tenía muy en claro que sus maneras se entorpecían. El contacto lo volvía rudimentario para su propio paso. Si él se estiraba por ejemplo hacia la biblioteca buscando un libro, tenía que sortear a la mujer extraña, que si no estaba en medio de lo que él deseaba, había llegado primero que él (al libro, o lo que fuese que el deseara). Si sentía voluntades de ir al baño, al segundo paso veía cómo la mujer acababa de entrar y cerraba la puerta. Cada vez que pasaba por el pasillo, la mujer estaba sentada en el suelo y él tenía que emprender posturas poco ortodoxas para lograr pasar. Había veces que, al salir, notaba que ella se aferraba su zapato, y no lo dejaba avanzar. Siempre era un obstáculo.


VIII

Coincidieron en una cena. Comían con delicadeza, sentados uno en frente del otro. Esa noche se miraron mucho, y fue la primera vez que él supuso que para esa mujer él también podía ser un extraño. No se dijeron una sola palabra. A esa altura, ya se entendían (bastó mover una ceja para que le alcanzara la sal).

IX

Cuando abrió la puerta del baño - una tarde -, la vió ahí, sentada, desnuda. Tenía una mano entre las piernas, y gemía. Al verlo, se detuvo. Hubo un instante en que ambos quedaron petrificados, inermes ante el otro. Después ella se llevó un dedo a la boca, y abrió las piernas. Se quedó tímida y abierta, con la mirada niña. Temblaba un poco. El cerró la puerta y se fue.


X

Ella lo toma del brazo, lo detiene. La mujer lo mira a los ojos. Lo mira como si a través de los ojos pudiese acceder a algo más profundo. El corre la mirada, quiere soltar el brazo, irse. Ella dice: no sé, yo trato. Vos me viste buscar y buscar. No sé cómo hacerlo, pero quiero intentar. El calla. Ella sigue diciendo: quisiera ser la que vos querés que yo sea, pero no sé cómo hacerlo todo el tiempo, ¿entendés? Ella calla, lo espera. Con la mirada lo agujerea, él siente que tiene que decir algo. Cuando abre la boca, se oye decir: esto es ridículo; no sé de qué estamos hablando. Y también dice: me tengo que ir. Dejáme. Me tengo que ir. Ella dice: Yo quiero ser eso, pero todo el tiempo no me sale. Me esfuerzo mucho, y lo consigo bastante seguido. Pero todo el tiempo... El dice: en serio, me tengo ir. Ella sigue diciendo: hay grietas, pequeñas cosas que van brotando. Como mi nombre, o algún gesto fuera de lugar. Cosas así, cosas tontas. Pero que desacomodan todo, hasta los muebles.Y últimamente es cómo si nos cayéramos ahí, ¿no? Justo en esos lugares donde yo no sé cómo ser lo que vos querés que sea. Son detalles, vos ves que son detalles, ranuras. Pero resbalamos ahí. Nos hundimos. Nos cuesta tanto hacer dos pasos sin tropezar, pero yo quiero. Quiero que sepas que quiero. ¿Entendés? Quiero probar. El dice: Basta. Soltáme. Estoy llegando tarde. Soltáme.

XI

Más tarde, piensa: ¿ella realmente cree que soy ese monstruo? También piensa: ¿acaso soy ese monstruo? Y también (pero ya cuando atardecía en la ventana detrás de empleados, papeles y cubículos): ¿cómo fue que me convertí en este monstruo? ¿dónde empecé; quién me llevó hasta aquí?

XII


Era la mitad de la noche. Se despertó bruscamente. La garganta seca. Distinguió en la mesa de luz un vaso con agua. La mujer no estaba a su lado. Decidió ir a la cocina, beber algo allí. Una vez en el pasillo, escuchó un leve murmullo que provenía del living. No le hizo falta prender la luz, la vio sentada en el piso, la cara entre las manos, llorando. Se sirvió un vaso con agua y buscó una de las sillas del living. Se sentó allí, en la oscuridad. A veces su llanto era leve y más lento, como si llorara por reflejo. Otras balbuceaba violentamente, como una niña, como si estuviese frente a su pena. El se quedó callado junto a ese llanto. En algún punto debió quedarse dormido.

XII


- Hablemos - dijo ella. - Por favor, hablemos. Pero me tenés que prometer que vas a ser sincero conmigo. Yo también voy a ser sincera con vos - .
- Está bien - dijo él. - Pero, ¿quién empieza? -.

Después fueron más fáciles de escuchar los ruidos de la calle, que entraban por la ventana entreabierta. Y esas formas del silencio que tienen las cosas quietas.

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la fotografía se llama
La memoria
,

de Debret Viana