29.11.05


Habla la mujer perdida

Yo soy un delirio vano, soy un tejido de ayeres, de derrotas minúsculas, fui (...), fui en París una burguesita aburrida que se ahogó en arsénico; sepultada, en Milán, lloré un río santo; inventé la espera tejiendo y destejiendo hasta que el amante regresara de su década incendiada; me llamé Medea, me llamé Perséfone; vi morir tres hijos entre las ruinas de mi casa en Kosovo, bebí del semen de 70 soldados hasta sangrar el alma; tarde entendí las palabras de Werther, y me dejé amar por quien no supe desear; dividí, en los suburbios, a dos hermanos hasta que mi garganta sobre su cuchillo los amigó; con mis 12 años hice enloquecer a Humbert Humbert; tres vidas limpié el polvo de los muebles de otros, y apenas si supe dónde quedaba mi deseo; de lepra me deshice en Indostán; bailé hasta decapitar a Juan el bautista cuando mi nombre fue Salomé, pero también con un manto sucio sequé el sudor del cristo herido; me quiso un poeta en Italia, que dijo haber recorrido desde los infiernos hasta el edén apenas para decir mi nombre un par de veces; a 17 hombres di para beber cianuro, me hice de su dinero y morí, anciana y rica, en un lecho cálido y amable; con un hacha me quebró un estudiante en San Petersburgo; me llamé Catalina una vez, y otra Elizabeth: dos imperios danzaban a mi capricho; con una navaja un cliente me abrió el estómago en Londres, era un día opaco, de niebla; escribí un diario y había soldaditos alemanes por todas partes (y me quitaron el diario); desangré a 24 vírgenes en un castillo de Rumania, la bañadera estaba roja como una marea de vino; un marinero americano me amó y abandonó, yo me fui marchitando en las orillas del Japón; fui puta en las esquinas de Buenos Aires; canté un tango con voz de bruma; un atardecer, en un baño de un café de Maldonado, fui infiel a un hombre que hubiera muerto por darme una sonrisa, me sentí mujer y no me importó; sobre la ciudad de Creta vi un atardecer que marcó mi alma; fui Circe y disfracé la muerte entre las comidas; fui esposa de un ferroviario en la ocupada Alemania y agoté las posibilidades del engaño; dejé una hija, inocente como la brisa, secarse sobre la limada piedra de la terrible Artemisa; conduje hasta el trono la mano indecisa de mi Macbeth, y ya nunca terminé de limpiar las manchas rojas que nacían.
Hoy soy un murmullo hecho de literaturas, un síntoma de la melancolía de otro. No me pertenezco: sobre mi cuerpo se libran guerras donde mi propia muerte es apenas una batalla. Aquí, soy un espectro necesario, un recurso del narcisismo: escenifico una perversión.

Soy tu amor, soy tu muerte, soy la que te entiende, la que te descifra, soy tu víctima, tu vampiro, quiero que me cuides, que me tengas, que me partas, soy la serpiente, soy la casta acompañante del camino, la enfermera, la mucama, la asesina, la tibia esposa complaciente, soy tu puta.

Pero mi instante es efímero: todo goce es repentino, fugaz; solo queda de mí una pura pérdida, soy la ausencia que me mejora y multiplica: hoy habito en tu delirio.

Pero si yo no existiera...

Fragmento de Ruidosas Cenizas

Debret Viana

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