14.11.05

(...) Estoy acostado en la cama en un dulce entresueño. Ya a las seis de la mañana, en un ligero despertar, llevo la mano hacia una pequeña radio que tengo junto a la almohada y aprieto el botón. Se oyen las primeras noticias de la mañana, apenas soy capaz de diferenciar las distintas palabrasy vuelvo a dormirme, de modo que las frases de los locutores se convierten en sueños. Es el momento más hermoso del sueño, el instante más placentero del día: gracias a la radio soy conciente de que constantemente me duermo y me despierto de ese magnífico vaivén entre la vigilia y el sueño, que por sí mismo ya es causa suficiente para que el hombre no lamente haber nacido. ¿Es sólo un sueño o estoy de verdad en la ópera y veo a dos cantantes, vestidos de caballeros medievales, que cantan sobre el tiempo que va a hacer?
La inmortalidad
Milan Kundera
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Como he sido intervenido quirúrgicamente, duermo mucho. En ese frágil y precioso límite paso el tiempo. Quisiera escribir un relato sobre un hombre que vive en el placard de una mujer. Pero no puedo empezarlo. El poco tiempo que paso despierto lo uso en recorrer lo soñado. Hoy, por ejemplo, reparé oníricamente algo que había perdido hace dos años. Acepto esas aguas imaginarias como un bálsamo.

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