29.1.07

postergación de las imposibilidades


*

Es un personaje de ficción. Se detiene sobre una hoja: para abrir su miedo, su parálisis. Para verla. Y escribe. Dos puntos.


la otra orilla

1
Como Ahab tras Moby Dick tras mí mismo me lanzo, a través del fantasma de la vida que Melville vió en el mar, y yo más seguido. Terminamos pareciéndonos: castrados, desequilibrados, obsesivos.Como él, seguiré perdido o me habré hundido. Como él, no sabré cuando detenerme. Y hasta que no abrace el latido que vibra en el fantasma de la vida, y con él lo absurdo y superfluo de todo propósito, no tendré paz.




2
Después tampoco habrá paz: desierto de deseo, seré un cadáver vivo vaciado de sentido y sin dirección dónde encaminar su desesperación. Pero confío en el tiempo: no sabré vivir hasta la otra orilla.


3
Es un acantilado infinito, y estoy solo. Si, harto de todo, me lanzase a él, vagaría por sus profundidades, moriría de viejo en la caída antes de romperme en las piedras finales. Tendría que llorar, en su borde, infinitamente para llenarlo. Tendría que arrancarme las máscaras, y urdir con sus piezas una balsa para cruzar la mojada sal.

3
Si llegase, llegaría limpio.

3
Pero la máscara será endeble, y, mojados sus intersticios, declinará en el océano terrible: me ahogaré de mí mismo (de lo que de mí hice nacer, lo que perdí).

3
Y el llanto mío sólo puede producir un animal vengativo (está adiestrado para herir, para el chantaje). Será calmo hasta que me aventure en él, y violento y despiadado cuando llegue a su centro - que queda en cualquier parte que no sean sus orillas -.

3
Y, además, mi melancolía es serena: no tengo nada mío para exprimir hasta lograr tanto llanto. Si lloro, es ya una ironía, una pose. Es verme llorando porque un sentido estético me inclina a entender lo bien que quedo llorando en ese momento. Si exprimo, solo saldrá literatura.

3
Por no decir que la máscara, al arrancármela, se llevará trozos de carne mía, me destrozará el rostro: quedaré desangrado en la misma orilla del principio.


3
Aunque lo cierto es que no podría sacármela: tan profundo ha calado en mí que talló sus rasgos hasta lo indeleble, y es posible que la haya perdido hace tiempo, y no me dé cuenta.

///
- Es como el prisionero que es vigilado por alguién que lo mira pero que él no llega a divisar (como un vidrio polarizado, o espejado): detrás puede no haber nadie, pero el cumplirá las ceremonias de su condena como si hubiese alguien. O como un amigo, que llega a su casa tarde por las noches y procura no hacer ruido para no despertar a su madre, que duerme. Su madre ha muerto hace tres años, pero el cuerpo de mi amigo se acostumbró a ese ritual. -



3
Todo esto imaginando que alguna vez vislumbre esa otra orilla. Y, si la veo, no elija irme. O precipitarme por el acantilado.



4
Me hago demasiados problemas; aun si encuentro esa orilla ansiada, no la reconocería. Lo que a mí me toca es escribir textos. Ni siquiera saldré de esta habitación. Me quedaré prendido de mis hábitos y mis libros, respirando el mismo aire cansado que ya exhalé

4
- el enrarecido espacio rectángular aturdido de silencios de otros inscriptos en innúmeras páginas, con la monotonía de las imprentas y una tristeza parecida a la que hoy me inclina sobre este teclado donde la "s" funciona bastante mal -

5
Alguna vez pasaré por el supermercado. Y puede que vaya al cine, yire por los teatros, me deje estar entre los estantes de las librerías.

5
(y ya no creo que te llame); (como esta línea se la digo a nadie, la extiendo a todas las posibles muchachas donde, junto a sus ausencias, entristeceré)

6
Abdico de la búsqueda insensata de la otra orilla de la misma manera en que abdico de todo:
para poder soñar.


7
Para poder soñar, cínicamente.
La vida ocurre a expensas del sueño: estar viviendo es arrancar de sí el yugo aéreo de todas las almas. He finiquitado todos los destinos que pensé o soñé en la tranquila letanía de mi cama, antes de descender al mundo, para ser este cuerpo que agoniza enmascarando su desangramiento con la coartada de la literatura.
Es - apenas - una sensación; como todo.
Ya que he de perecer, y mi declive ni siquiera se redime en la estructura de una tragedia (decaigo torpemente, como en una farsa mal escrita, una ficción aburrida), decido no prescindir de la elegancia: solamente así declamaré mi patético quejido de insecto fútil.


8


No es más sensato que nada.
No es nada.
9


Todavía estoy demasiado vestido. Y no me sale.

23.1.07

así fue que perdí toda mi audiencia

Con un zapato en la mano, dije:


- El problema en la línea de fuga que Deleuze y Guattari ven en los diversos procesos de animalización en Kafka es que todo el proyecto concluye en la más hermética soledad: esa es la estación final del viaje que inicia la línea de fuga. Coincide, eso sí, un poco con mi vocación por el delirio, la locura, como manera de liberación, pero donde yo pretendo habitar una construcción (la locura es un trabajo meticuloso), ellos eligen la ruptura, el desvínculo total: en sí, el abismo. Parecen exigir la deshumanización, es como si dijese: en tanto exilie toda humanidad de mí - en tanto nada mío pueda ser recuperado como imagen de humanidad-, los poderes que rigen la humanidad no tendrán derecho a reclamarme, me habré vuelto otro, incomprensible, inasimilable (para las estructuras subyugadoras homogeneizantes), ajeno, irreductible. Distante tanto de la tolerancia como de la exigencia de la vida; y seré libre.


Pero, ¿libre para qué? Esa debería ser la pregunta. La febril ansia de libertad tiene tal urgencia por lograr la quebradura de las cadenas de coerción que posterga hasta sepultar en el olvido el simple hecho de que la libertad es una praxis, y no una finalidad, un instrumento, y no una meta. Y la libertad, como ejercicio, conlleva una ética, que esta vez no habré de comentar, ni reclamar (aunque es algo urgente, claro). Bajo este modelo de liberación mi libertad (mi otredad) atraerá la ira de los sumisos, y demandará que el poder me ajusticie. Es cierto, aun así me habré desprendido de las pueriles cadenas de la esclavitud, y el castigo de las autoridades es una módica venganza que solamente confirma mi liberación, mi ruptura. Me dirás, ya te veo, ¿de qué me sirve la libertad si no puedo ejercerla, si, por recibirla, soy terminado? Ese es, justamente, el dilema. Desprovisto de las lógicas del poder, ajeno a la dictadura silenciosa de la normalidad, en fin, libre de una vez, no queda ya mucho que hacer, puesto que mi libertad me vuelve paria, extranjero de todo, incapaz incluso de accionar mi supervivencia. Y todo esto, ¿por qué? Pues porque animalizado, fugado de toda relación con lo humano, no solo no se puede ser tolerado (recordar las manzanas en la caparazón de Gregorio) sino que tal morfosis vuelve obsoleto el dilema de la libertad: acaba aboliendo la dialéctica libre / no libre, y produce, a modo de respuesta, otra cosa (en todo caso, un monstruo) que no solo se excluye y es excluída del sistema, sino que, dado el caracter integrador y voraz del sistema actual, no exilia a los desiertos, porque ya no hay desiertos, sino que, al no haber lado de afuera en esta celda, el animalizado no tiene más remedio que capitular: su propia libertad, bajo la forma de ruptura de sujeciones, le confiesa el abismo que besa las fronteras de la prisión: no hay nada, no hay nada que hacer: con sus cadenas perdió el lenguaje con el que podía moverse por el mundo, y ahora sólo puede perpetrar su desaparición.

Por esto prefiero devenir loco, que devenir animal. La locura, para empezar, guarda la apariencia de ser una modificación menos radical: se mantienen, todavía, ciertos rasgos humanos (lo que implica el riesgo de que sobrevengan algunas exigencias por parte del poder; pero, en este estadio, sorteables) pero la locura - el loco: quien habita su constelación interior de representaciones, actor de su propia puesta teatral, arquitecto de un mundo personal, subjetivo, que, con la exigencia indeclinable de sus soledad, puede habitar - tolera, sino la convivencia (de los cuerpos, no de los mundos) el título de enfermo, enajenado, alienado: estas protecciones jurídicas pueden adjudicar, acaso, también el olvido: en su serenidad puede extenderse el universo entero de las alucinaciones. El problema de la animalización es que actúa también sobre el cuerpo: la locura, en cambio, deja intactas las apariencias de lo real, y mueve su campo de acción al territorio onírico de la imaginación: seremos sustraídos de los real (el mundo del otro) y nuestro cuerpo disimulará la partida, ocultará las maneras de nuestra vida interior. En una época donde no hay afuera - regida por un imperio tan vasto como invisible - no podemos afrontar el lujo de destruir nuestras apariencias: este sistema no es destruible (porque esta destrucción implica, también, la nuestra); lo que podemos hacer es acomodarnos, escapar, no hacia fuera (del sistema), sino hacia adentro (de sí): pero claro, es imprescindible, primero, tener lado de adentro, ¿no?

- Grkkkl... grkkl... - dijo la cucaracha, y huyó debajo de la cama, refugiada por la oscuridad. Era difícil dormir, la noche retenía el calor del día, su asfixia, y yo perdí así toda mi audiencia.

21.1.07

decálogo del nostálgico empedernido



La torpeza de haber regresado al mismo lugar donde ayer estuve con X. Vivamente sentir las pequeñas cosas que ella hacía (recostar su cabeza sobre mi hombro, tomar mi mano – que se encontraba con la de ella, con ternura, por primera vez, en una danza suave y llena de torpezas encantadoras -, buscar la complicidad de mi mirada con la suya cuando una broma de Dolina le gustaba mucho, cambiar constantemente de posición, retarme por tirar al suelo el papelito de los caramelos, no creerme cuando le dije que lo hacía para prevenir el desempleo de los trabajadores de limpieza, defenderse aparatosamente del derrumbe del sueño, etc). Extraña nostalgia del día anterior, llena de gestos que todavía no se desintegraron por completo: es visible su figura subiendo las escaleras del teatro, yendo al baño, mientras yo cuidaba su cartera; es una sensación exterior – física - la ausencia de su cuerpo que temblaba entre mis brazos, que malograban un torpe combate contra el vigor enardecido del aire acondicionado. Me codeo, esta noche, con las etéreas formas que representan las escenas que ayer protagonicé (y percibo, en el tono de sus inflexiones, tal vez, un hálito de ironía).

( )

Una idea terrible: se trata de la presencia de la ausencia, la burla de mi soledad que escenifica el pasado (esta vez viril, y, no como siempre, lánguido, librado al capricho de mi actualidad), que, aun no mediado por la literatura de la memoria, mueve los títeres del ayer con severa malicia

*
Y pensar, cuando cruzaba Corrientes, que todavía me queda el viaje en colectivo, harto de espectros.

///

(Acaso por esto valga la pena protegerse de la vida: para evitar la venganza de las cosas que no supimos retener, que fantasmatizadas sobrevuelan el descontento de nuestra vida)

18.1.07

el virus

"
(...) No es insensato afirmar que el exteriminio del hombre comienza por el exterminio de los gérmenes. Pues tal como es, con sus humores, sus pasiones, su risa, su sexo, sus secresiones, el mismo hombre no es más que un sucio y pequeño virus irracional que altera el universo de la transparencia. Cuando esté expurgado, cuando se haya puesto fin a los procesos virales, a toda contaminación social y bacilar, solo quedará el virus de la tristeza, en un universo de una limpieza y una sofisticación mortales.
"

Baudrillard
El otro por sí mismo.





*

El poeta, entre tanto, abrirá su cuerpo profético a los padecimientos de la tristeza, desangrado por las agonías del futuro.

13.1.07

los rebotes de la palabra (inagotable flujo)


Obra de alguna confusión, un cuento lejano termina publicado en una revista italiana de literatura (BURAN); lo poco que sabe de italiano lo aprendió de Fellini (es decir, de la boca de Marcello Mastroianni) pero al aproximarse a las palabras inaccesibles de su propia prosa siente un encantamiento extraño (ostranemie: son sutiles animalitos sonoros, silenciosa pirotecnia auditiva; la forma del signo extendiéndose en el tiempo pero ausente de todo significado: la utopía: la torpe literatura de Debret Viana vuelta piano), se siente mecer por una melodía de sílabas que le ofrecen un brusco y sutil goce: confirma otra vez su destino de escritor - de narciso.



///



poses para llorar

- 2do draft -




tan pronto como deja de padecer, a la vez deja también de ser.


Etica, de Baruch Spinoza




0

No importa cuándo. Esto ocurrió siempre hace mucho: historias como ésta estan vaciadas de contemporaneidad. - no ocurren nunca: han siempre ya ocurrido -.




1

En la ciudad de Rosario un hombre se acercó a una mujer, como si fuera niño y padre a la vez. Su insistencia fue desesperada - perdió el molde de su saco, y empañó los puños de sus camisas en el esfuerzo -, hasta que la mujer cedió, por simpatía o por piedad, y cometió el acto más solitario: se enamoró. Era casual que su nombre fuera Sandra. El hombre trabajó hasta conmover el alma de Sandra, poseyéndola. La tuvo, la quiso, la abrió y la rompió delicadamente. Ella no sabía cómo despegarse de él, cómo pensar en otra cosa. Su vida se había vuelto un torpe andar a tientas por los rastros vagos que ese hombre había hundido en ella, ansiando que tal vez desembocaran en la carne del alma de él, ahora tan callado, tan ausente. Una vez que consiguió lo que pretendía, el hombre se marchó. Nada le significaba conservar lo que ya poseía. Sandra lloró.



2
La historia es común; y todavía nada interesante. Sandra lloró como se llora, sólo que organizó sus lágrimas. Pudo ser otra vez el llanto estereotípico de la mujer herida que llora. Sin embargo, conservó cada lágrima: le encontraba un sentido - absurdo y secreto para nosotros - a salvar lo que se va deslizando hacia el olvido. En baldes, en botellas escurría sus pañuelos. No salía a la calle sin un frasquito donde derramar su llanto. Con el tiempo, había establecido un horario para llorar. Tenía también un cuarto para llorar: una habitación con fotos. Ella se sentaba en su silla para llorar. Y lloraba.


3
Es pensable que ya la causa del llanto se hubiera vencido, que su llanto era un vicio, o un oficio. Se trata de meras especulaciones que no hacen a la historia; murmullo en derredor. Yo quisiera quedarme cercano a los hechos, los pocos que pude juntar. Creo que ya se comprende que el hombre que abrió la herida era un accidente de la historia, acaso necesario pero sin duda circunstancial. Que fuese su precisa pezuña la que había empezado las cosas era un detalle casual: había antes en Sandra algo que se desbordaba, pero que no encontraba expresión. Era ella la que lo había usado a ese hombre como excusa para lograr su obra, su terrible biblioteca de frascos con lágrimas, que se alzaba en cada pared de la casa.



4
Lo cierto es que lloró con sistema (empresa magna, como la de pensar con sistema: Sandra como la Spinoza de las lágrimas). Y que cuidó su llanto. No permitió que nadie se lo secara, que nadie se lo arrebatara: fue como decir este llanto es mío, estas lágrimas también soy yo (mi lenguaje). Había algo de sagrado y algo de temible, de inhumano en la disciplina con la que ejerció su pena. No dejó que eso que de alguna manera la decía - la delataba - se perdiera: recogió su llanto y lo guardó: vivió con él (entre botellas, frascos, pañuelos mojados y baldes) el tiempo de su vida.



5
No podemos ignorar el esfuerzo que esto implica. Sandra tuvo que estar sola. No podía darse a ningún hombre si pretendía articular hasta el final la titánica tarea. Tenía que aferrarse a su dolor, a su inmensa tristeza. Un hombre la distraería. Aun si resultaba bueno, amable, y realmente la amase, le secaría las lágrimas con terciopelos azules y entorpecería toda la empresa. Hacer brotar un río de agua salada no era un trabajo menos que divino: lo único serio que cabía era librarse de las tentaciones mundanas. Solitariamente dió esos pasos. Se dejó casi todo el tiempo encerrada en su casa; apenas de vez en cuando se la veía en la ciudad. Al principio, solamente sospecharon que se había vuelto loca. De la intriga de los vecinos empezaron muchas literaturas.


6




Como toda leyenda, las voces la multiplican, la tocan, la cambian. Ya he relatado lo que se sabe: ahora, las fábulas que surgieron son numerosas, y creo que no pertenecen al destino de Sandra. Una muchacha lloró y, hasta donde se sabe, guardó cada gota de ese llanto. Después, su vida se pierde entre las vidas, y salvando ese mínimo hecho, se vuelve irrecuperable. En el barrio, sin embargo, Sandra se perpetúa en ese sólo movimiento, se cristaliza en una imagen revisitada por el folclore rosarino, por las viejas que le rezan como a una santa y los pibes que le temen como a un dios triste. Es cierto que ya no es Sandra. Que la verdadera muchacha ahora puede ser abogada, o psicóloga o ama de casa y estar felizmente casada por ahí, o cualquiera de los destinos asequibles. Como nada sé de lo que fue de ella - y estoy convencido de que lo que resultó es mucho menos estético que las habladurías -, recojo algunas declamaciones barriales; dicen:
  • que se bañaba en sus lágrimas
  • que planeaba tener la suficiente cantidad de agua como para un día ahogar a su amado

  • que vendió su llanto a pueblos de tierra árida, y trabajó, prósperamente, reemplazando la lluvia (menos caudalosa, pero puntual)


  • que sabiendo de tanta gente incapaz de emocionarse sinceramente, fundó una agencia de lágrimas a domicilio (frasquitos con llanto a pedido)


  • que aguardó a secarse para arrojar un baldazo de lagrimas a su amado y después vivió tranquila


  • que, seca, obligaba a vírgenes a llorar por ella para que nunca se detenga la maquinaria lacrimosa


  • que su llanto era sagrado, y se cerraban las heridas allí mojadas


  • que desbordó el Paraná


  • que abandonó el barrio para triunfar en México como estrella de melodramas


  • que la encontraron un día muerta en su casa, rodeada de frascos y baldes con agua salada. Tenía la piel muy seca, áspera. Suele llover en el aniversario de su muerte. Esa lluvia se la conoce como las lágrimas de Sandra


  • que no lloraba nada, y capturaba en palanganas gotas de lluvia (lo hacía para montar un teatro que distrajese las voces de la humillación de ser usada y abandonada por un tipo)


  • que lavaba su ropa en su llanto, logrando un blanco tan pulcro y absoluto que una compañía de jabón en polvo le compró la fórmula


  • que un día, de hacer tanta fuerza por llorar, lloró sangre


  • que le costaba llorar porque ya ni se acordaba del tipo, entonces hizo valijas y salió en busca de nuevas penas para llorar largo y tendido


  • que, húmeda, se pudrió junto a las paredes de la casa


  • que lo que en realidad amaba era la manera en que el mundo se veía a través de los frascos llenos con sus lágrimas


  • que se fue al sur y puso un hotel con termas tibias y saludables


  • que una noche de tormenta un extranjero perdido golpeó su puerta; Sandra lo dejó pasar y el extranjero vió como esa casa y la tormenta eran muy parecidas.


  • que una vez se le cayó un frasco y se quebró en el piso, y Sandra no pudo soportar su obra inútil en el suelo y se abrió las venas con los vidrio rotos del frasco, pero de ella sólo brotaba agua salada


  • que hombres misteriosos se la llevaron una noche hacia un páramo lejano y solitario, la violaron y la acuchillaron; de las heridas de Sandra salía agua salada e inundó el lugar


  • que de tanto llorar perdió la vista, y sólo tenía calma cuando pasaba la yema de los dedos sobre la superficie del agua de sus lágrimas, acariciándola como si fuera un gato


  • que seccionó en gotas todo el llanto que tenía y contó 140.853.411 lágrimas


  • que regaba su jardín con esa agua: el más florido de Rosario



7
La historia se cierra en literatura - se abre: infinitamente -. La tarea de Sandra era, desde luego, una tarea inútil. A su manera, todas lo son. No es diferente la manera en que vos necesitás aferrarte a algún talismán vacío para suponer una dirección a tu errática somnolencia, y prevenirte de que el abismo te salte encima como una fiera afilada. Yo, harto de letras las hojas limpias también para soportar la fragancia rancia que las horas me dejan al pasar por mí como pasa el viento sucio y grisáceo que tiene la voz de los segundos que gotean lejanos en la madera de los muebles nocturnos. No importa. Que nos baste saber que una vez, en la ciudad de Rosario, una muchacha lloró.


____*____


el cuadro: vista del sur, de Ezeiza


10.1.07

ética de la agonía I

En la sala de espera del hospital, madrugada (la sala mal iluminada, dos sillones, poca gente - anclada pero inquieta - pero expresiones que delatan un Munch ocurriendo dentro de esas almas; la madrugada aletarga los desangramientos del día), una abeja (¿de dónde pudo haber salido?: hace meses que no veía ninguna; no es época de abejas, no es la hora del día, tampoco es el lugar propicio, etc) deambula por el suelo, un errabundeo frenético, choca contra las paredes sin poder levantar vuelo, gira torpemenente con un bzzzzz que bosteza patetismo. Alguien, en el nombre de la Justicia, debería aplastarla, librarla de ese calvario. Es lo que cada paso de la abeja pide: es la ética de la agonía (salvo para un escritor, que gusta desangrarse lentamente sobre el papel, en un no menos patético ademán narcisista: escribir es una de las formas más lentas de morirse: una forma lujosa - a cada frase, el escritor, desde siempre moribundo, lo único que hace es ostentar su muerte, estilizarla*). Espero a mi abuelo, de 85 años, senil, roto, hundido en la sombra de sí mismo, sustituido - delante de los ojos de todos nosotros, su familia - por una raquítica y triste mueca de desesperación, detenido, por alguna magia terrible, en el instante de transición espectral, condenado (como Metzengerstein) en el umbral de la eternidad. No quiero ser yo (:no quiero ser real; que no sean mis suelas las que tengan que mancharse).



///

* De ahí que goce sabiendo que alguien lee: es el goce perverso del que imagina la concurrencia de su funeral, la tristeza de quienes miran su cuerpo; el último narciso: el texto es la extensión del cadáver, una pieza del sujeto fractal, un patético grito final (¡amenmé!) pero que no agota totalmente la materia (la vida): le exige, pero no la colma.

6.1.07

before storm

No tanto el cielo estrellado, sino en el plomizo cielo nocturno cubierto por el espeso manto gris de la inminente tormenta: ahí Devret siente más carnalmente la idea del infinito (incluso se marea, en su imaginación, un segundo, cae).

5.1.07

barthes provee las excusas

"El fragmento (como el haiku) es torin; implica un goce inmediato: es el fantasma de un discurso, un bostezo de deseo."


pero también

"Producción de mis fragmentos. Contemplación de mis fragmentos (correción, pulimiento, etc.). Contemplación de mis deshechos (narcisismo)."

Roland Barthes por Roland Barthes

3.1.07

expiación a través del fragmento

De pronto, en medio de la noche (todos duermen, la casa silenciosa), sentado en el baño, mirando el suelo (encarno, con toda la fuerza de las imágenes, el despojo, la silenciosa ruina interna del desahuciado) veo latir mi corazón en los mechones de mi pelo, que tiemblan.

1.1.07

palimpsesto

No siendo escribir una actividad normativa ni científica, no puedo decir por qué ni para qué se escribe. Solamente puedo enumerar razones por las cuales creo que escribo:

1) por una necesidad de placer que, como es sabido, guarda relación con el encanto erótico;
2) porque la escritura descentra el habla, el individuo, la persona, realiza un trabajo cuyo origen es indiscernible;
3) para poner en práctica un , satisfacer una actividad distintiva, producir una diferencia;
4) para ser reconocido, gratificado, amado, discutido, confirmado;
5) para cumplir cometido ideológicos o contra-ideológicos;
6) para obedecer las órdenes terminantes de una tipología secreta, de una distribución combatiente, de una evaluación permanente;
7) para satisfacer a mis amigos e irritar a mi enemigos;
8) para contribuir a agrietar el sistema simbólico de nuestra sociedad;
9) para producir sentidos nuevos, es decir, fuerzas nuevas, apoderarse de las cosas de una manera nueva, socavar y cambiar la subyugación de los sentidos;
10) finalmente, y tal como resulta de la multiplicidad y la contradicción deliberadas de estas razones, para desbaratar la idea, el ídolo, el fetiche de la Determinación Única, de la Causa (la caualidad y la , y acreditar así el valor superior de una actividad pluralista, sin causalidad, finalidad, ni generalidad, como lo es el texto mismo.




en Variaciones sobre la escritura
Roland Barthes