6.1.09

navegar impreciso


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1
Deflación de la palabra dada al viento. Algo que pudo haber movido algo, si se hubiese sabido decir antes. Compleja asimetría de las cosas en el tiempo: futilidad de haber logrado la frase exacta, pero un poco después, cuando ya suena tonta, vacua, rencorosa. Souvenir de una victoria plausible mientras cuento los cuerpos en el silencio del campo de batalla.

2
Todo esto pasa con las palabras, que adolecen de oportunidad, y también pasa con el silencio, que de entre todas las cosas, es una de las más arduas.

3
Y lo más triste: que yo vivo así. En el colectivo, yendo de un lugar superfluo a un lugar inoportuno, me asalta la respuesta que debí dar a mi padre, o el latigillo perfecto para humillar al salame que acaba de bajar y que no había dejado sentar a una vieja que tenía un bastón, pobre señora, o algo que sería bello y que sería justo decirte, pero me lo digo a mí, y después, cuando te veo, ya no tengo la fuerza, ni el tono, ni el modo de articular esas cosas, y te digo palabras comunes sobre los fideos de la cena, algo sobre almorzar con tus padres el domingo, que abrieron un bar en la otra cuadra, que le robaron a mi tía, etc.

4
Me siento triste por esto y me siento triste por todo. Sobre todo por mí. Ya no soy tan joven. Las cosas que quise hacer guardan su gloria de ensoñación taciturna. Convivo con un cotidiano hostil, y para sobrevivir he de ser cada vez más banal. En algún punto, tendría que estallar: gritar, patalear, romper todo, golpear puertas, forjar un camino donde hay pastizal o desierto, asesinar a alguien, enloquecer, o algo (algo que me salve de esto, algo violento y lascivo que delate el desperdicio de seguir así). Pero yo había pensado que ese punto quedaba mucho antes de lo que ya toleré. Crucé líneas que había delimitado solo para los demás. Y temo que mi capacidad de adaptación haya anulado toda la fogosidad subjetiva que alguna vez creí que algo platónico y celeste había sembrado en mí. El delirio de las canciones pop: somos todos especiales.

5
Ya no soy tan joven. Un índice claro de esto: no me es raro soñar con muertos. Gente que quise, y que murió. Vuelven, de noche, a veces con sus ropas de muertos, otras veces - las peores - simulándose vivos, pero simulan mal, y el engaño solo dura un rato. En un muerto, siempre algo desentona.

6
Reunión familiar en casa de mi abuela, en Ramos Mejía. Están todos, y todos están muy contentos. Desconozco la ocasión, pero no parece importarme. La casa es más amplia, más luminosa de lo que es hoy. (hasta diría que tiene dos o tres habitación más que las que tiene en la vigilia). Yo creo por completo en esta alegría, y participo de ella. No se trata propiamente de un festejo, sino de una calma, una simple felicidad de habitar ese momento. Somos muchos. Unos entran, otros salen. Hay mucho movimiento. Apariencia de un domingo a la tarde, después de haber almorzado. Las cosas se mueven más lentas y no hay que estar en ninguna parte; distensión y apacibilidad. Todos están muy contentos de ver a todos los demás. Yo, que estoy bien, acaso feliz, que hablo con uno, y después hablo con otros y todo es ameno y grato, dejo de pronto de creer. Y siento que hay una impostura en la escena. No me enfurezco, para nada. Simplemente entristezco. Quedamos solos mi tío y yo. El todavía tiene rostro acorde a la situación y a los demás, una sonrisa amable. Yo le digo, más o menos:

7
- Esto está todo muy lindo. Y me encantaría que fuese así. Pero en otra parte mi mamá vive angustiada porque no supera la separación, mi padre vive en otro país (a veces chateamos), la abuela apenas puede caminar por el dolor de pierna, el abuelo está senil e irreconocible, yo tengo un trabajo que detesto, tu mujer sale con un tipo casado, tu hija dejó el colegio y vos te moriste hace diez años de una sobredosis en tu cama, un domingo.

8
Su rostro se contrajo, e hizo una mueca muy extraña. Yo no supe entonces - y no sé ahora - qué quería decir. Si se sorprendía por lo que yo decía, y quedaba atónito y espantado, o si estaba disgustado porque lo había descubierto. Lo abracé, y a los pocos segundos, literalmente se esfumó. Se contrajo entre mis brazos, y desapareció. Quedé solo en la habitación. Detrás mío el bullicio feliz de la familia. No tenía miedo: era tristeza. Después, desperté. ¿Qué otra cosa podía hacer? No tenía coraje como para buscar a los demás y contarles lo que había hecho.

9
Uno de esos sueños en los que me hubiese gustado quedarme. Abdicaría de mi vida por poder habitar allá. Y sin embargo, cedí ante el impulso destructivo de la verdad (¿cuando la verdad le hizo bien a alguien?), y tuve que arruinar todo. La mera enunciación de la verdad obliteró la armonía de una serena felicidad. Yo, triste pero cínico, no vacilé en ser su emisario. Lo hago recién ahora, tarde y sobre el papel, con palabras mojadas en el pequeño lago de rencor que guardo en un frasco sobre el escritorio, donde cada tanto cargo el cartucho de mi lapicera. Escribir es siempre haber llegado tarde a alguna parte de la realidad, - y tratar de expiar esa demora o de ajustar cuentas manoteando un poco el diccionario y un poco la memoria. Serán siempre manotazos de ahogado, y cada frase respirará en su silencio un hálito de oscura desesperación. ¿Era realmente necesario hablar?

10
Sueño, en mis horas insomnes, con la administración lúcida del silencio.

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(texto sin corregir, escrito en en bar de maxi)