29.7.05


Pesadilla de un escritor
I
Entró en el cuarto. No había ensayado quejas, y le bastó quedarse callado. Pensó, para qué retórica Recordó a Juan de Panonia, que en la inquisición "discutió con los hombres de cuyo fallo dependía su suerte y cometió la máxima torpeza de hacerlo con ingenio y con ironía". Recordó el minucioso relato de sus aullidos, mientras lo deshacía el fuego de la hoguera. No había acostumbrado los ojos a la tenue luz de las velas cuando sintió el estruendo de la puerta cerrándose. Era el sonido que esperaba. Lo habían dejado solo. Era su condena. Era mejor hacerla silenciosa.
II
Le habían dicho: la habitación es infinita. Le habían dicho: la habitación es cerrada. Le habían dicho: tiene puertas, pero no salida; todas conducen aquí. Le habían dicho: los libros son muchos y podrían aplastarte; pero concluyen; también la palabra concluye: pero no su sonido, ni sus uñas. El pensó para sí: encerrarme eternamente en una biblioteca inacabable es como construir sobre mí un paraíso personal y obligarme a no salir nunca.
III
Por eso no protestó ni se defendió. De hecho, desconocía la acusación en su contra pero no se molestó en averiguarla. Supuso que se trataba - como casi siempre - de una confusión, y aceptó gustoso la grata condena: entendió que levantar una palabra podría reparar su situación pero que corregir su sentencia difícilmente devendría en un sitio tan placentero. Miró las altas paredes de libros, lo rodeaban por donde mirase. Pasó las primeras horas caminando los pasillos, rozando con la punta de los dedos los lomos de los libros cercanos, ese amor táctil.
IV
Le habían dicho: esta habitación está en un castillo, en el castillo cada habitación es idéntica a la siguiente y a la anterior: aun si lograras salir de ésta - que es imposible - no te darías cuenta. Le habían dicho: las salidas del castillo - que no existen - dan a otros castillos iguales a este, donde otros condenados cumplen su sentencia, pero es improbable que se encuentren. Siempre están ocupados con sus condenas. Las cargan de un lado para el otro. Como una cruz, o como una sombra. O han sido devorados por ella.
V
El pensó: qué extraño. Le parecía singular estar viviendo una escena que seguramente encontraría en algún estante de la biblioteca, en algún libro de Kafka. Pensando en ese infinito hecho de postergaciones, y la manera en que era contenido por un elemento a su vez infinito en la interminable biblioteca, sintió que las palabras de los guardias, además de amenazantes, eran posibles.
VI
Le habían dicho: incluso nosotros mismos, que te hemos traido hasta aquí, difícilmente logremos salir. Aun así, es recomendable que no nos encuentres. El pensó: pero si yo nunca querré salir. El pensó: si ninguna otra cosa le he pedido a la vida. Si no hay salida, mejor así. No querría dar tres pasos y por error haber salido. Por error haberme caído fuera de mi sentencia.
VII
El era un niño otra vez. Recorrió encantado los largos, góticos pasillos. Todo era silencioso, todo era de silencio. Pero el presentía el dulce murmullo gorgoteando, el dulce murmullo de las palabras mezcladas de los millares de libros cerrados. Era como soñar.
VIII
No se sentía encerrado. Sabía que cada libro era un camino que terminaba muy lejos. Cada libro una fuga de la biblioteca, con la preciosa comodidad de despertar otra vez a la biblioteca, tomar otro libro cualquiera y seguir: lejano.
IX
Que los libros no tuvieran el nombre inscripto sobre el lomo, que no estuvieran ordenados bajo la lógica deductible del alfabeto, o la lengua, o el género siginificaba otra forma del infinito. El pensó: siempre hay un orden. Podría entregarse al juego de intentar descifrarlo, sabiendo que era más bien una excusa para leer que un objetivo. No importaba, se dijo, eran pasos.
X
Al azar tomó un libro. Estaba ansioso. Era un libro cualquiera. Pasó las yemas de los dedos de su mano izquierda sobre la tapa de cuero, mientras lo sostenía con la derecha. Presentía la caricia tierna del principio del placer, las primeras palabras serían como una cascada, una densa y tibia marea mediterránea con la forma de una cuna; ya se entregaba a los primeros espasmos. Sabía que andaría mucho más que los pasos errantes que había dado por los pasillos inacabables de la biblioteca.
XI
Al principio, sospechar lo siniestro en lo que se daba como una aparente casualidad le pareció un despropósito infantil. De acuerdo: allí había muchos libros, tal vez infinitos libros, tal vez todos. Que el primero que tomara de la vasta biblioteca fuera un libro suyo (HYBRIS. estética de las horas solas; 1981)era extraño. Tal vez era irónico, tal vez era un signo. Pero no podía imaginar un signo de qué. No le importaba tanto. Guardó el libro en el sitio que había dejado vacío (aunque primero buscó la fecha de edición y al ver el año sintió algo parecido a la nostalgia).
XII
Después de comprobar que el segundo, el tercero, el séptimo, el vigésimonoveno habían sido también escritos por él, frenéticamente arrancó los libros de las estanterías cercanas, hasta derribar varias hileras completas. Desesperado corrió por las galerías de la biblioteca, deteniéndose abruptamente en cualquier parte para tomar al azar un libro, que siempre era suyo. Esa primera noche auyó como un lobo en el delirio,
como un bebé en el solitario frío.
XIII
Todas las palabras que escribió una vez le duelen como si fueran lentos vidrios rotos.
XIV
Ya no camina. Se arrastra por las altas galerías de la terrible biblioteca. Los pies se le gastaron eludiendo su reflejo. Llora y ríe, y se comporta como un niño y como un loco, como un mendigo y como un muerto. No busca la salida, porque sabe que toda la realidad es así. Las paredes hechas de libros - de palabras suyas, de palabras muertas - cierran su destino, y cada ejemplar es como un ladrido helado de su ajado reflejo. Los libros son como espejos. Nadie toleraría tantos espejos sin volverse un monstruo.
(porquetodos los espejos llevan al silencio)
XV
Sueña con el final. Los libros lloviendo desde las estanterías, sepultándolo para siempre.
Una tempestad.
Pero teme sentir todavía las puntas afiladas de su caligrafía, pinchándolo, abriéndolo, sin fin.
Sin fin.

27.7.05

un paso

"Quieren devorar a los otros y temen ser devorados a su vez; por esto se estudian recíprocamente con miradas cargadas de sospechas.
Si abandonaran estos pensamientos se sentirían a sus anchas en el trabajo, en la comida, en el sueño. Para franquear este obstáculo sólo hay que dar un paso: pero el padre y el hijo, el hermano y el hermano, el marido y la mujer, el amigo y el amigo, el profesor y el estudiante, el enemigo y el enemigo, y hasta los desconocidos forman un clan, se aconsejan y se retienen mutuamente para que a ningún precio alguien dé ese paso."


del capítulo IX de Diario de un loco, 1918
Lu Sin

26.7.05

furtiva sombra
Una historia simple, algo que pueda llevar en el bolsillo, un souvenir, un guiño leve, algo que pueda recordar, y con tres o cuatro palabras contarme a mí mismo, una baratija, algo para sobrevivir las horas vacías, algo para remontar los repletos de los subtes, los diálogos automáticos de los ascensores, la monotonía de los 80 centavos que me regresan a mi casa. Una historia simple; por ejemplo: la pesadilla de un escritor. Un escritor encerrado en una vastísima biblioteca. No importa quién lo encierra. Ni dónde. Ni los motivos del encierro. No importa hasta cuándo. Un escritor encerrado en una vastísima biblioteca. Una biblioteca donde cada libro es un libro escrito por el escritor encerrado en la biblioteca. Y listo. Nada más. Un escritor condenado a vagar eternamente por las oscuras galerías de una vastísima biblioteca que contiene infinitos volúmenes, pero todos y cada uno escritos por el escritor condenado y nada más. Solamente el momento fugaz en que el escritor abre un libro - un libro cualquiera - y comprende. Comprende sus sentencia. Nada más que eso. Haberme ido antes de los primeros pasos del horror, antes de que suban como dedos fríos hasta la garganta del grito.
..
...
..
Antes de que todo se vuelva una historia.
Antes de literatura.

24.7.05

Escribir es palabrear. Y no llegar a ningún lado. El escritor debe componer un enigma y brindarle las claves al lector para no develarlo nunca.
Incluso ni siquiera es preciso que haya una respuesta. Alcanza con el enigma, su densa arquitectura.
....
De hecho, no conviene que haya respuesta. El contacto con una respuesta puede corromper la temple del escritor, volverlo otro; o simplemente obstaculizarle la bruma. Si hay respuesta, el escritor debe esforzarse por ignorarla.
..
Después de todo, la respuesta es siempre para otro.
Es siempre una trampa para otro.

21.7.05


Burning argentina

De cómo si uno anda por ahí con los ojos atentos las metáforas brotan, se dibujan en plena orbe, y solo hay que estirar un poco los dedos y robarle a la casualidad la exacta cifra de nuestra verdad, que se ha configurado por un segundo en el collage del universo para deshacerse en el vértigo de los días.

En este caso fue la célebre plaza San Martín, la pasada semana. En cambio, la llamarada es antigua.

foto cv

17.7.05

texto viejo
fragmento de novelita inconclusa

I
Hace unos meses he empezado a tener 47 años. Me he acostumbrado a los días que se disuelven en las horas, como me he acostumbrado a la lluvia, a que es martes o viernes o domingo. A mi trabajo asisto religiosamente, pero no es un secreto que mi participación en la empresa es efímera: paso la mañana, y a veces la tarde, encerrado en la oficina; sin embargo, no tengo nada para hacer. Yo no pregunto, y nadie me avisa. Obtengo la ausencia de tareas como un triunfo, y acaso lo saboreo. Pero los minutos se vuelven horas y me aburro. Como todavía creo que mi condición es privilegiada, no demando trabajo ni directivas. La empresa continúa sin mí, y es probable que este no hacer nada que me condecora sea una confusión: reclamar trabajo, ofrecerme o pedir cuentas, sería enfatizar el error, delatar que he sido prescindible y brindarles la excusa para deshacerse de mí. Y, ¿qué sería de mí sin mi trabajo, sin nada con qué ocupar mis horas? Seguramente me atribularía pensando, pensando en mí o en cosas, cayendo dentro mío como un infinito espiral hacia dentro. Estoy mejor así.

II

A decir verdad, ni siquiera sé la dirección que ha tomado la empresa. No estoy seguro ni de mi cargo, ni de el rubro que ocupa. Cumplo, sin embargo, mi horario. Cuando llego, saludo, si cruzo por el pasillo, a algún empleado ocasional, y luego me dispongo a encerrarme en mi oficina. Quisiera escuchar música, pero ya estoy demasiado viejo: las canciones exhiben un fetiche nostálgico: me arrastran a otros lugares, otros tiempos. En cambio, me quedo quieto, sentado. Sin invocar riesgos ni vértigos qeu tal vez no pueda desatar. Creo que a veces me duermo, porque siento los párpados pesados y si miro en el reloj se han esfumado dos o tres horas. Pero no estoy seguro de dormir. Pienso. Pienso mucho, en muchas cosas.
III

En realidad, pienso en una sola cosa. Ya no sé contar los años de matrimonio que llevo. Mi esposa aguarda con la cena por las noches, y me despierta temprano, con el desayuno. Ella se queda con mi hijo en la casa, hasta que llega el horario del colegio. Los años nos han amoldado: como un viento milenario nos ha erosionado las figuras para que cuadremos. Podemos estar en silencio, cómodos; simplemente estar sin decirnos nada. Poder estar en el silencio de alguien es un placer intenso y peculiar.
IV
A decir verdad, no recuerdo bien la voz de mi mujer. Y su nombre. Su nombre me parece difuso. Es extraño pensar estas cosas: vivo hace años (pero ¿cuántos?) con esa mujer, que es mi esposa, y he perdido su nombre. Creo que empezaba con D. Sucede que, cuando le preciso decir algo, la llamo de querida, amor, cariño. Debajo de esos clichés se ha sepultado su nombre.
V
Pero yo pienso en una sola cosa. A veces, desvarío. Algún tema cualquiera puede arrastrarme hacia eslabones casi infinitos de una cadena verbal absurda. Pero, siempre pienso en una sola cosa. Pienso en una muchacha de 16 años, una muchacha que tenía 16 años hace 26 años. Una muchacha de pelo claro, con quien conversé algunas veces hace 26 años y nunca más he visto. Las horas del día son de una cadencia gris, y muy bien no sé del devenir de las cosas. Pienso incesantemente en esa muchacha, he pensado en ella todos los días de mi vida. No sé qué puede significar esto.
VI

En la oficina tengo una pequeña bodega de vinos San Felipe. Hay tardes hondas en las que sirvo dos copas; y pienso en ella, tal vez con algún recuerdo imaginario en la punta de los dedos. La segunda copa siempre queda allí, intacta. Supongo que eso es triste, de alguna manera.
VII

Hoy me acuerdo que ella tenía siempre el pelo revuelto, que jugaba a meter sus dedos en su cabellera y hubo tardes en que se perdía allí dentro y no podía salir de su casa y llegaba tarde a todas partes.
VIII

Lo cierto es que me llevo sin ella bastante bien. No tanto me perturban los recuerdos de los instantes en que coincidimos. Hay veces, no obstante, que la memoria vaga de lo que no fue se posa como tiernamente en mi devaneo, y puede desmenuzarme el día. Temprano conocí su ausencia, la quise a mi modo. Con el tiempo aprendí a vivir con ese vacío; que de vez en cuando pica, de vez en cuando late. O simplemente quema. Hubo momentos en que pude hacerlo un bollo, meterlo a patadas en un cajón atiborrado de polvo y perder la llave, o dejarlo olvidado en los bolsillos de pantalones que ya no supe vestir. Pero resultó que el ayer – o el conjunto de elaboraciones oníricas que enhebran el Ayer- no es susceptible de ser recortado con precisión de relojería o comerciante, y quedaban empantanados trozos útiles y necesarios del pasado, enredados con la herida apartada. No podía encontrar la dirección de casa, o el sentimiento sensible de conmoverme, olvidaba el nombre de un tío o el dinero que me adeudaban, desconocía amigos de aquella época. Perdía el recuerdo de momentos amables, o los horarios de partidos de fútbol, o la facultad de identificarme con novelas alemanas o llorar sobre Casablanca. Sentí que no podía prescindir de esos rasgos, que también eran yo, y acabé por aceptar la mochila de mi pasado completa: después de todo, la memoria es variable y sucesiva: me comerá de a poco, y de a ráfagas irrastreables vendrán tristezas y nostalgias nuevas, según los ojos del momento en que mire. Es un consuelo agradable para las tardes de lluvia.
IX

Con algunas cosas, ella regresa. Pasa por mi herida como si estuviera abierta. Pero estoy bastante bien. La primavera la traía; hace años que la primavera no sucede por aquí.
Sin ninguna nostalgia, he deshojado almanaques. Y siempre es agosto. O un frío parecido.
(to be continued...)

13.7.05

textos en la fiebre
. . .
Todos muertos
. .

I
Yo era el primero. No quise mirar hacia atrás. De alguna manera, sabía que todo quedaba hacia atrás: sentía el murmullo de centenares de cuerpos detrás mío, a mis lados, sentía sus brazos conduciéndome; como en medio de un río. La que se abría ante mí era una puerta, enorme y de opaca madera maciza. Desprendía un polvo blanco, como de ceniza. Era tanto que tras abrirse parecía dejar un muro de luz. Yo creo que no se abría desde siglos. Sabía que los que me llevaban eran mis familiares - ahora me hacían quebrar el muro de polvo, y entrar-, todos muy amables, consolándome. Por algún motivo yo no acababa de reconocerlos. Los veía, los aceptaba vagamente. Pero me quedaba un margen de duda. Seguramente era por eso que mis ojos miraban entornados cada cosa y cada rostro .
II
Eran, es cierto, mis familiares. Pero no podía individualizarlos: no encontraba tía, hermano, madre, sobrina, abuela, cuñado. Eran mis familiares: como una gran maquinaria, como un solo cuerpo grisáceo. Las personas yo las sentía como una correntada en mi espalda, eran una fuerza que me llevaba; y sus voces: se superponían, se mezclaban hasta dejar en mí la impresión de una masa de ruido, pesado y sin significado.
III
La Habitación, en penumbra y con techos altísimos, era como una pequeña iglesia. No había ningún Cristo, o al menos no recuerdo ni rastro de una cruz. Sin embargo, prendida de mí ha quedado la arquitectura del recinto, su lujo barroco. En este punto sentí la puerta cerrarse violentamente, el sonido de huesos rotos. Me volví a mirar, estremecido, pero solo podía ver gente y gente, como en una procesión que implicara a la humanidad entera.
IV
Me dijeron que tenía que despedirme, me llevaban - todos ellos muy formales, vestidos de negro o de gris gastado y ceniza - al centro de la habitación, a una caja de madera que reposaba horizontalmente. Ahí lo supe: era mi padre muerto. De mi padre tenía que despedirme.
V
Me arrojaron sobre el ataúd abierto. Después, se alejaron, expectantes. Mi padre dormía, un poco pálido. Yo sentía que no estaba preparado. Todas mis palabras estaban trabadas en mi garganta. Pensé en todas las palabras inútiles que había usado en mi vida: después de todo de mis días no hice otra cosa que frases. Y todo eso me parecía vulgar ahora, que realmente necesitaba de palabras, que había llegado el momento crucial para usarlas. No pude articular nada; mucho menos una solemne y memorable despedida. Sentía que toda mi vida había sido el preámbulo de ese momento. Y que había fracasado.
VI
Entonces,
VII
mi padre se incorpora. Plácidamente. Yo quedo extrañado, detenido. Pero no me espanto. Me mira a los ojos con ternura, pone una mano sobre mi hombro. Me dice - Está bien. Fue una tragedia. Pero ya pasó -. Se pone de pie, me abraza, y una vez más dice - Ya pasó -. Y repite - Ya pasó -. Yo pienso: qué extraño: mi padre consolándome de su propia muerte. Pienso: qué extraño...
VIII
Mi padre toma mi brazo. Por primera vez lo noto un poco demacrado. Le digo - Estás pálido, demacrado -. El me responde - Estoy cansado. Con todo lo que pasó... -. Le digo - Claro. Es lógico -. No sé por qué dije que era lógico. Todavía me pregunto esa frase, le doy vueltas, la peso, la abro, la rompo y la miro, y no entiendo.
IX
Me doy cuenta de que mi padre me está llevando, lentamente me arrastra con él al fondo del recinto. Me dice - Vamos. Ya pasó. Acá están todos muertos. Una lástima, un accidente. Todos muertos. Ya pasó. Hay que seguir. Vamos -. Yo miro hacia atrás una vez más, mis familiares son centenares, incontables. Me doy cuenta de que ellos también están pálidos, sus carnes flojas. Me parece que están hechos como de la piel de la ceniza que desprendía la puerta enorme y opaca. Voy hacia adelante. La mano de mi padre me lleva pero a mi padre ya no lo veo. El camino es oscuro y ya no distingo mis pasos.

12.7.05

Apunte.

Un escritor tiene, principalmente, dos tareas.
Debe ser legible y tiene que trabajar para permanecer incomprendido.
Una mujer con un niño en brazos


(...) Había perdido la cabeza, aquella mujer, se le veía, se sabía por la forma en que sus ojos no dejaban un momento de revolver en sus cuencas, y qué delgada estaba, tan desnutrida que no sé cómo lograba mantenerse en pie. No pedía de comer, sólo quería que le diera leche al niño. Yo iba a complacerla con mucho gusto, pero entonces me entregó al niño y vi que estaba muerto, que llevaba varios días muerto. Tenía la cara reseca y arrugada, ensombrecida, una criaturita que no pesaba nada, que no era más que piel arrugada y pus seco y huesos vacíos. La mujer seguía pidiendo leche, así que vertí un poco en los labios del niño. No se me ocurrió otra cosa que hacer. Vertí leche en los labios de la criatura y entonces la mujer volvió a agarrar a su hijo: ya satisfecha, tan feliz que empezó a tararear, casi a cantar, en serio, a cantar de esa manera tan jubilosa en que se arrulla a un niño. No sabría decir si en la vida he visto a alguien más feliz que aquella mujer en ese momento, alejándose con su hijo muerto, en brazos, cantando.
(...)
fragmento de La noche del oráculo
Paul Auster
Preambulo al manual del mentiroso estético
I
Es que tal vez clamar por la verdad es la traición- tender la mano y que detrás grite el ansia de la verdad: ahí es donde empieza la traición-. Entrar en la verdad es darse a una lógica ajena. Es decir: no sé lo que quiero decir pero sería como decir: la verdad es como ingresar en un sistema de cosas al que habría que subordinarse. Sería necesaria una correspondencia ciega con las tensiones homogeneizantes para lograr pertenecer a la verdad. Porque lo cierto es que adherir a una verdad inmediatamente bloquearía el desarrollo libre de las características subjetivas e individualizantes.
II
La verdad la verdad laverdadlaverdad.
(Apunte para otro día: buscar La verité, de Sade, robar líneas de allí)
III
Mentir sería abrir una herida en la linealidad del tiempo. Como la sangre que brota de la herida y se derrama libremente lo que nace de la mentira es una historia. Una historia que es - desde luego - una bifurcación en la secuencia real de las cosas, algo como una senda paralela. Transitable para muy pocos (locos, esquizo, artistas) pero no inenarrable.
La realidad continúa su irrefrenable, terrible caudal. La mentira, dicha en cualquier punto de la realidad, abre un tajo y por allí se derrama. Esa historia que inicia no se detiene: continúa su trama en otra parte. Y no es imposible que, en cualquier otro punto, evolucionada, se contacte con Lo real: lo corte, lo mueva, lo trastorne: en fin, lo modifique.
Y también para atrás, por supuesto: las cosas no serían las mismas si creemos que las obras de Shakespeare fueron escritas por Marlowe, por ejemplo.
IV
No hablo de la mentira burda, la de los políticos, la maliciosa, la canallesca. Hablo de la mentira estética.
V
El único problema es que es difícil cargar con una existencia de mentiras. Si componemos nuestra vida a partir de un compendio de mentiras, significaría mucho trabajo lograr que no las mate la realidad y, sobre todo, que no se apuñalen entre sí (porque la mentira estética es como un gato salvaje que quiere correr libre, y no es probable que se a pueda congeniar coherentemente con otros ejercicios de fabulación). Si se consigue, es algo muy parecido al delirio. Como vivir en una novela.
VI
Es claro que no todos soportan el peso de su ficción. Tenemos, por ejemplo, el caso del francés que pretendía ser médico. Le decía a su familia, a sus amigos que trabajaba en el hospital. Salía de mañana al trabajo, pero se quedaba en bares lejanos, dormía en el auto, en parajes de la autopista. Iba incluso al hospital: cumplía sus horarios pero se quedaba haciendo nada, sentado, dormitando o leyendo revistas sobre medicina. Asistía a congresos y estaba al tanto de todos los avances técnicos de su supuesta profesión. Atendía a familiares y amigos - algunos de ellos, médicos -. Sus mejores amigos eran doctores y nunca sospecharon la farsa. Mil veces pudo ser descubierto, caminó tambaleante las fronteras de su fábula. Yo creo que, por el final, él ansiaba con desesperación que alguien le arrancara la máscara; hubiese sido su salvación. Sin embargo, la casualidad trabajó a favor de la farsa. Terminó asesinando a sus padres, a su esposa, a sus dos hijos. Era el peso de la máscara.
VII
Los hay que sí logran cargar con el teatro y se dan a esa representación. Como Jesús, o Eróstrato.
VIII
O Swedenborg, Joan D´arc, una parte de Rimbaud. Incógnitamente: Kafka y Pessoa. También Blake, Van Gough, Artaud. Y tal vez algunos asesinos seriales también. Todo es suscpetible de ser tornado artístico.
IX
Hay que comprender que uno siempre es ficción. El punto es: ¿de quién? La mentira estética es un mecanismo de apropiación de los hilos ficticios de la vida. O sea: hacer nuestra nuestra propia marioneta. Lo otro sería dejar que Lo Otro (las tensiones sociales, la mirada del otro, las corrientes de moda, las maneras y fetiches de la época, la mediatización de la vida, la buena educación, la economía, etc) conduzca nuestros pasos.
X
Imagino a ese tipo. El francés, el falso médico. Al final, mintiendo mal. Queriendo que alguien descubriera su farsa para poder dejar de mentir. El no pudo entrar en su ficción: su vida se volvió la parodia de su cuento. Debe de ser desesperante no poder salirse de la máscara.
XI
O no.
Hay algún placer - tal vez un placer de artesano - en vivir en la casa que uno construye. Qué importan los materiales. Yo hablo de una mentira - de un delirio - construido con delicadeza, artesanalemnte: hay que mentir hasta componer nuestra cara. Debe ser fascinante tejer un mundo y habitarlo. Como el marinero, de Fernando Pessoa.
X
El Marinero, de Fernando Pessoa dos puntos
En una habitación circular, símil de la torre de un castillo, tres veladoras sentadas alrededor de un ataúd. Nadie se mueve. Hablan. Hasta hundirse, hasta que todo tiemble. Una de ella cuenta que soñó con un marinero. Náufrago en una isla perdida, el marinero dejó pasar los días soñando. Soñó un mundo.


"(...) Durante años y años, día a día, el marinero erigía en un sueño continuo su nueva tierra natal... Todos los días ponía una piedra de sueño en ese edificio imposible... Pronto iba teniendo un país que ya tantas veces había recorrido. Millares de horas recordaba haber ya transitado a lo largo de sus costas. Sabía de qué color solían ser los crepúsculos en una bahía del norte (…)"

Al tiempo, logró vivir en ese mundo. Un día se cansó de soñar y quiso recordar su patria verdadera. Pero ya no existía para él, no le quedaba ni un vestigio. Su única vida era su vida soñada. “Vio que no podía ser que otra vida hubiera existido... Si de ni una calle, ni de una figura, ni de un gesto materno se acordaba... Y en la vida que le parecía haber soñado, todo era real y había sido...”. Y cuenta la veladora que vino un día un barco, pasó por la isla. Y allí ya no estaba el marinero.
Heridas de muerte por el relato del sueño, por su simbología, las veladoras conversan temblorosas la irrealidad de cada cosa.
XI
Para caerse en la verdad hay que producir la verdad; es decir: subjetivarse. Es decir: MENTIR (mentir como traicionar el flujo del mundo). Para construir la verdad hace falta la maquina de mentiras. Hay que mentir (erigir una ficción) hasta que la ficción nos ampare. No hacerlo significa convivir con los codos de la ficción del otro. Vivir en el mundo de los otros.
XII
Esto parece una apología: ¡hay que estar loco!
Puede ser. La cordura civilizada es también el límite del otro (que el otro pone) - ¿dónde lo pone? obviamente: ¡sobre nosotros! -. Además, basta mirar un poco: la cordura civilizada se parece mucho a la locura. Vemos la realidad, los días, periódicos, la tv, las vidas ajenas, las vidrieras y no podemos dejar de decir: ¡esto es la locura!
Claro: es la locura del otro.
(¿de quién? No importa de quién: ¡siempre es de otro; de cualquier otro!
y siempre pesa sobre nosotros: es lo que hay que ser - o sea, la inercia, la muerte -)
XIII
Este viene siendo un texto largo - para el interés de un internauta-. Nadie lee textos largos. Tengo que suponer que estoy a salvo. Además, tengo fiebre. Puedo alegar desequilibrio momentáneo. Y no corregirlo.
XIV
Es que la locura hay que merecerla: hay que construirla. Yo creo que debe ser desde el arte hasta ncallar en la vida, rozar sus costas. Si empezamos por elementos no artísticos, si tenemos fines mezquinos, si nuestras mentiras no son nobles corremos el riesgo de terminar como el doctor francés. Es decir, que yo no me acuerde de su nombre. No como Shakespeare o Jesús. Pero yo no serúa tan enfático al afirmar esto. Tal vez el orden, los materiales sean misteriosos. Como Charlotte Corday. En todo caso, será memorable. La historia rescata - de alguna manera - a los que entraron en su propio sueño (al sueño que construyen). Descreo de que el elemento artístico no participe. En todo caso, la trama de esa vida será legible como pieza literaria. O se perderá.
Invariablemente.
XV
Lo que pasa es que hay mucha gente en mi delirio.

6.7.05


...
si pudiera dejar de mentir y estar
de veras loco
ya de chico viajando por la ruta veía
felpudos
y no reconocía a los perros aplastados
de la banquina


de un dietario;
Luis Cano

5.7.05


Grieta


Una de las ideas primitivas y fundadoras de este espacio ha sido trabajar en contra de la vigilia.
Para esto, entre otras cosas, he tenido que dejar los signos explícitos de mi animal político afuera de los márgenes de la ficción. Ya que la prosa enferma que se abisma circularmente en los textos pretenden ser la excusa de una falsa búsqueda por lo real-abstracto, lo diluidamente esencial y sepultado, esos latidos anteriores al reloj y las corbatas, he aceptado que toda alusión directa con los aconteceres del mundo significaban un entorpecimiento: ambigua, accidentada y abstracta la ficción debía fluir.
Así, he dejado fuera todo texto teórico, crítico, sociológico, político, etc. Y me he resistido ante las tentaciones de permitir que mi propia vida se implicase, con sus opiniones y banales detalles. Era otra cosa Infimos Urbanos como para herirle su aroma onírico.
No puedo decir que ha pasado impoluta por los caminos de la realidad, pero sí que ha habido un esfuerzo puntual por codificar todo lo que pudiese implicar una rememoración del estado actual de las cosas civilizadas. Quise erigir un desvío hacia ninguna parte. Ya que pretendemos despedazar un alma para ver cómo funciona, preferí los momentos donde la escritura era haberse caído de lo real, una suerte de testimonio de los espacios inertes. Tengo esta teoría sobre el vacío.
Teoría del vacío dos puntos
Cuando el vacío se aproxima a la vida de cualquiera, lo que sobreviene es el miedo. Vivir es actuar, y cuando el limbo nos roza, la piel se eriza como una arcada. Todo en la vida occidental está organizado para evitar el silencio. Las razones son simples: es allí en el silencio donde empieza el espejo. El contacto con el vacío es un principio de pensamiento. Por ejemplo, si vamos a ver una obra de teatro y es pésima y nos aburrimos. Ahí se abre un espacio de libérrima producción. Si la obra fuera buena, nos fascinaría: nos seducirían sus maneras y no podríamos sino adherir. Y si no adherimos, no podríamos sino pensar a partir de ella: todo lo bello impone, cuanto menos, una estructura. En cambio, si nos aburrimos las ideas que pueden surgir parecen obedecer al caos inicial. Por eso creo que allí, en el silencio, en el vacío y en el aburrimiento es donde nuestra callada esencia es el rumor que brota como serpiente en plena ciudad. No sé cómo he llegado hasta aquí. El tema era muy otro. Que yo no quería comprometer el clima de Infimos Urbanos con detalles del mundo.
Sin embargo, esta vez - sólo porque me he acordado de Lennon - me atrevo a permitir una levísima grieta. Tiene la forma de una fotografía. Que cosas así sucedan en medio del campo de batalla, que símbolos así se abran camino entre lenguajes vanos me da ganas, por un instante, de cambiar mis armas en este combate. Pero claro, es un instante no más. Porque yo solo tengo palabras.

4.7.05

MoonSlavery


"El objeto último de todo relato, al fin de cuentas, es despertar a otra vida"

El llanto; César Aira.


I
Miro mis manos, tendidas en la nada. Busco mi rostro en el espejo, como si no fuera a encontrarlo otra vez en su exacto sitio, como siempre: decepcionante. Había llegado hasta aquí preguntándome: de qué lado del vidrio estaba. Ahora, me pregunto: si despedazándome accediera a la verdad, ¿elegiría despedazarme?
II
No.
No, y sin embargo los pasos que doy por las horas de los meses no sé si son otra cosa, si tienen otro nombre.

III

Yo quisiera que ningún viento corriese los velos que me dividen del mundo. Yo aprendería a darles colores, a torcerlos hacia mi goce. Tal vez, incluso a compartirlos (aunque no importaría). Creo que todos mis esfuerzos literarios son minuciosos granos de arena en la sensible arquitectura de la fibra de esos velos. Si yo viera el mundo, las cosas sin ellos, si nada mediara entre el mundo, las cosas y yo, me desintegraría al instante.

IV

Si repaso el curso del tiempo a través de mi cuerpo, veo que he pasado mis horas dinamitando las paredes del teatro. Y añorando cada trozo que quiebro: aquella época feliz en que yo vivía como si estuviese viviendo, sin teatro, sin el peso de mí mismo sobre mí, porque no había palpado todavía ninguna de las cuatro paredes, ni las había rasgado. Y no sabía qué cosa era la felicidad. Ni este escenario.

V

Me arrepiento todavía de haber derribado - hace tanto tanto tiempo - uno de los muros. Porque no soy suicida, tuve fuerzas para hundir sólo uno de los muros. No hubiera sobrevivido otra demolición (los muros del teatro solamente caen hacia adentro: se derraman en el escenario, lo sepultan). Hoy mismo no hago más que excéntricos y complicados malabares para impedir que caigan los muros restantes. La cosas inertes del mundo se posan en las paredes, como manchas de humedad. Poco a poco, los muros enflaquecen. Y llegará el día. Un día en el que habrán de filtrarse todas las verdades juntas. Como dije, yo trato de sostener los muros (no es sencillo: cuando abrazo uno, el otro - o a veces los otros dos - tambalean frenéticamente y tengo que sostenerlos, con lo que sea, con lo que tenga a mano, con lo único que me queda, con libros, trancándolos con pilas de libros ajenos, levantando con ellos otro muro enfrente del muro para que repose). Me esfuerzo en hacer lo único que puedo: creer en las cosas que escribo. Y escribir, por supuesto: necesito más palabras para usar como muletas, para retrasar el desmoronamiento del muro. Los libros ajenos me han sido útiles, pero ya no toleran la flaqueza de los muros del teatro y se han vuelto otro muro, un muro tambaleante delante de cada frágil muro del teatro. Las paredes se me acercan, y yo necesito escribir porque necesito material para sostener tantos muros heridos. Tapo los huecos de los muros con las páginas que escribo. Lo que me queda ya es esto: hacer parches. Pero yo sé que voy tejiendo lentamente el sutil material de mi reino. Me dirán que es una fuga. Puede que lo sea. Tengo algunas ventanas, y entre el hueco del murmullo de las hojas otoñales, ví piezas sueltas del mundo, de las cosas. No sé si queda por hacer algo más noble que huir hacia el sueño.
Y no cualquier nebulosa onírica, sino al sueño ladrillo por ladrillo labrado.

VI

Me dirán que es una fuga. Puede que lo sea. Pero yo no tengo la entrada a ese reino: creo con mi tinta la magia que me absolvería, pero que me excluye: yo no puedo habitarla, no puedo entrar allí. Levanto mi sueño con paciencia, lo edifico con destreza de relojero; y sin embargo, me rehuye, me es inaccesible. Todavía.
¿Por qué? Me pregunto: ¿por qué? Me pregunto: ¿es que la literatura siempre es para otro? ¿es que mi letra es el signo de mi fracaso, la marea densa de mis sueños muertos, sepulcro de la vida que no supe hacer y sólo cuando llega a otro puede darse como consuelo, como cosa viva, como una puta? No sé. Me pregunto muchas cosas, pero tengo que seguir escribiendo.

VII
Me dirán que es una fuga. Lo es. Está muy bien quedarse, resistir. Debe ser una tarea ardua, debe compensar a quien la emprenda. Pero que lo haga otro.
VIII

( MISSING CHAPTER )
IX
Tengo que pensar esto: Mi tinta los gusanos suaves que el devaneo de mi prosa mece, en un lento devenir en seda.
Hacia el imperio ficticio donde yo pueda rendirme: un imperio de velos que alcancen el justo color de mi goce para que yo pueda mirar a través de ellos, para que todo sea en ese lugar como si fuese visto a través de esa liviana seda. Si no pienso así, me hundo.
X

Me aturden periódicos, amantes, cuentas, relojes, corbatas, antibióticos y úlceras. No sé cuánto tiempo pueda quedarme, pero me consuela la vaga esperanza de que cuando todo se desmorone, yo ya haya logrado pasar al otro lado del espejo.


...
Infimos Urbanos...


Yo tengo que contar estas cosas como si fuera una historia, un cuento. Es mi exorcismo. La forma de mis cadenas. Lo digo así porque, al final, cuando esté dicho, tal vez ya no sea mío; y pueda perderlo. De las formas de morirse, escribir es la más lenta.