4.7.05

MoonSlavery


"El objeto último de todo relato, al fin de cuentas, es despertar a otra vida"

El llanto; César Aira.


I
Miro mis manos, tendidas en la nada. Busco mi rostro en el espejo, como si no fuera a encontrarlo otra vez en su exacto sitio, como siempre: decepcionante. Había llegado hasta aquí preguntándome: de qué lado del vidrio estaba. Ahora, me pregunto: si despedazándome accediera a la verdad, ¿elegiría despedazarme?
II
No.
No, y sin embargo los pasos que doy por las horas de los meses no sé si son otra cosa, si tienen otro nombre.

III

Yo quisiera que ningún viento corriese los velos que me dividen del mundo. Yo aprendería a darles colores, a torcerlos hacia mi goce. Tal vez, incluso a compartirlos (aunque no importaría). Creo que todos mis esfuerzos literarios son minuciosos granos de arena en la sensible arquitectura de la fibra de esos velos. Si yo viera el mundo, las cosas sin ellos, si nada mediara entre el mundo, las cosas y yo, me desintegraría al instante.

IV

Si repaso el curso del tiempo a través de mi cuerpo, veo que he pasado mis horas dinamitando las paredes del teatro. Y añorando cada trozo que quiebro: aquella época feliz en que yo vivía como si estuviese viviendo, sin teatro, sin el peso de mí mismo sobre mí, porque no había palpado todavía ninguna de las cuatro paredes, ni las había rasgado. Y no sabía qué cosa era la felicidad. Ni este escenario.

V

Me arrepiento todavía de haber derribado - hace tanto tanto tiempo - uno de los muros. Porque no soy suicida, tuve fuerzas para hundir sólo uno de los muros. No hubiera sobrevivido otra demolición (los muros del teatro solamente caen hacia adentro: se derraman en el escenario, lo sepultan). Hoy mismo no hago más que excéntricos y complicados malabares para impedir que caigan los muros restantes. La cosas inertes del mundo se posan en las paredes, como manchas de humedad. Poco a poco, los muros enflaquecen. Y llegará el día. Un día en el que habrán de filtrarse todas las verdades juntas. Como dije, yo trato de sostener los muros (no es sencillo: cuando abrazo uno, el otro - o a veces los otros dos - tambalean frenéticamente y tengo que sostenerlos, con lo que sea, con lo que tenga a mano, con lo único que me queda, con libros, trancándolos con pilas de libros ajenos, levantando con ellos otro muro enfrente del muro para que repose). Me esfuerzo en hacer lo único que puedo: creer en las cosas que escribo. Y escribir, por supuesto: necesito más palabras para usar como muletas, para retrasar el desmoronamiento del muro. Los libros ajenos me han sido útiles, pero ya no toleran la flaqueza de los muros del teatro y se han vuelto otro muro, un muro tambaleante delante de cada frágil muro del teatro. Las paredes se me acercan, y yo necesito escribir porque necesito material para sostener tantos muros heridos. Tapo los huecos de los muros con las páginas que escribo. Lo que me queda ya es esto: hacer parches. Pero yo sé que voy tejiendo lentamente el sutil material de mi reino. Me dirán que es una fuga. Puede que lo sea. Tengo algunas ventanas, y entre el hueco del murmullo de las hojas otoñales, ví piezas sueltas del mundo, de las cosas. No sé si queda por hacer algo más noble que huir hacia el sueño.
Y no cualquier nebulosa onírica, sino al sueño ladrillo por ladrillo labrado.

VI

Me dirán que es una fuga. Puede que lo sea. Pero yo no tengo la entrada a ese reino: creo con mi tinta la magia que me absolvería, pero que me excluye: yo no puedo habitarla, no puedo entrar allí. Levanto mi sueño con paciencia, lo edifico con destreza de relojero; y sin embargo, me rehuye, me es inaccesible. Todavía.
¿Por qué? Me pregunto: ¿por qué? Me pregunto: ¿es que la literatura siempre es para otro? ¿es que mi letra es el signo de mi fracaso, la marea densa de mis sueños muertos, sepulcro de la vida que no supe hacer y sólo cuando llega a otro puede darse como consuelo, como cosa viva, como una puta? No sé. Me pregunto muchas cosas, pero tengo que seguir escribiendo.

VII
Me dirán que es una fuga. Lo es. Está muy bien quedarse, resistir. Debe ser una tarea ardua, debe compensar a quien la emprenda. Pero que lo haga otro.
VIII

( MISSING CHAPTER )
IX
Tengo que pensar esto: Mi tinta los gusanos suaves que el devaneo de mi prosa mece, en un lento devenir en seda.
Hacia el imperio ficticio donde yo pueda rendirme: un imperio de velos que alcancen el justo color de mi goce para que yo pueda mirar a través de ellos, para que todo sea en ese lugar como si fuese visto a través de esa liviana seda. Si no pienso así, me hundo.
X

Me aturden periódicos, amantes, cuentas, relojes, corbatas, antibióticos y úlceras. No sé cuánto tiempo pueda quedarme, pero me consuela la vaga esperanza de que cuando todo se desmorone, yo ya haya logrado pasar al otro lado del espejo.


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