28.5.07

La torre de Viterbo, Xanadu o algo



( pardon me while I have a strange interlude )
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La improductividad de mi vida social. Salgo a cenar con algún amigo, con alguna muchacha. No hago más que repetir las historias que ya me sé (con un amigo, antiquísimo, de la primera infancia, incluso nos contamos una y otra vez las mismas anécdotas, nos reímos como la primera vez).

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Y todo para qué. Con qué propósito. Acaba de irse una pelirroja de mi casa. Son las 7am; tuve que pagarle un remis. Llovía y cuando cerró la puerta del auto, el auto arrancó y se fue, me quedé en la vereda, bajo el marco de mi puerta, viendo la lluvia caer. Y pensé. Me detuve y pensé en la evanescencia de las cosas. Como todo pasa y nada nada queda. Como cumplo serenamente las rutinas que inscribí sobre mí. La lluvia me ayuda a pensar en estas cosas (la lluvia no le hace bien al capitalismo). Me veo tantas veces perdiendo el tiempo, pasando por las horas como quien pasa por las superficies más periféricas de la savia de la existencia. Estar vivo y sentir la vida son cosas que distan tanto. Abro el cofre donde guardé las horas vividas, lo saco de la maleta donde cargo el pasado, le descorro el polvo y bajo la tapa no hay nada. ¿Y qué podría haber? Probablemente, historias apócrifas. Incluso la risa genuina, la vivencias compartidas, los episodios memorables no son experiencia más que por haber aplicado sobre ellos manías literarias que, traicionándolos, no hicieron más que volvernos un relato, un cuento que se cuenta, un artefacto estético, un dispositivo para distraer el tedio. ¿Y el sexo? Abro una mujer, la recorro, la doblo, saco de ella sonidos de fiera extasiada, gemidos, gritos, murmullos de tigre en la siesta, silencios de algas mecidas en un río quieto; gozo yo mismo en esa travesía y al rato, cuando resurjo en el tiempo lineal y la vigilia de las cosas, me aburro, quiero hacer otra cosa, irme. El puro presente que es el arrebato sexual denuncia la muerte, la fugacidad latente. Me gusta, pero vuelvo a mí con las manos vacías. Sé de la soledad. Sé que es irredimible. Me canso de reiterar los rituales de la ilusión de la comunicación. ¿A qué seguir haciendo muecas en el desierto?

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Al final, mis únicas horas productivas son mis horas solitarias. Aun cuando no tengo nada para mostrar, cuando recorro las calles solo, y tomo un café en algún bar que encuentro en el momento en que me canso de andar, cuando abro un libro o me extravío en la contemplación del río, una plaza, un cardumen de automóviles, el ajetreo de la avenida, un hombre que lee un diario, un ave detenida, un gato, el preciso tono de la luz ese atardecer, etc, ahí siento no solo que estoy vivo – eso se siente fácil, puesto que es – sino que siento, después, cuando llego a mi casa, cuando entro en la sábanas de la noche, siento que he vivido, que estuve en ese día, que lo agoté, que fui yo, de alguna manera que tiene un no sé qué de verdad, y absoluta blancura.

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Debería dejar todo, colgar en el perchero del sótano de mi vida cada espejismo que incitaba a cruzar la puerta de la casa, abdicar de las peripecias del movimiento, de los otros. Hablar para mí, escaparme a la montaña, o a un barrio donde nadie me conozca. Y escribir cuando sienta ganas de escribir, y tocar el piano cuando lo necesite, y escuchar música cuando quiera, y ver millones de películas para mí mismo.

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Claro que también

turning in my climb

i looked down on the lake

traced upon the water,

there, i saw

your face

and sang in recollection

of the times we shared.

(...)


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26.5.07

Tedium Vitae



Nocturama, adrift


Tener 25 años, tener el invierno del lado de afuera de la ropa y del lado de adentro, abrir la puerta del balcón, quedarse viendo los leves matices de la luz de la madrugada en el asfalto vacío donde nada pasa, salvo a veces una reseca hoja otoñal, arrastrada por el bajo aliento nocturno, o un gato, que cruza la calle y dobla la esquina, contarse a uno mismo, frente al espejo de la espesa tiniebla de las dos de la mañana, la manera en que se perdieron las cosas perdidas, enumerar, junto al susurro de las hojas que mueve el viento gélido, las cosas que no se dijeron a tiempo, ver como ahí ya empiezan las tres de la mañana, que suene el teléfono y un amigo nos cuente que otro amigo encontró en un bar del centro a una mujer que quisimos y extraviamos hace tres años entre las diversas rutinas de los días, colgar y tararear una canción lejana para no pensar tanto en todo lo que se desmorona y recordar que esa canción tenía algo que ver con esa mujer, y pensar que esa mujer es hoy una desconocida, y pensar los silencios que habitamos juntos mientras el tiempo era un juguete inútil tirado en el suelo, al lado de la ropa y la vigilia, preparar un café, volver al balcón, buscar en el lenguaje la enunciación de sensaciones que no sentimos, ver las nubes en el cielo y descubrir las mismas figuras siniestras que forman las ropas que se dejan dispersas en la habitación cuando se miran desde la cama y con la luz apagada, en el tibio preámbulo del sueño, saber que no llueve, y que mañana tampoco lloverá, y que si lloviese sería lo mismo pero al menos habría algo qué mirar, un genuino espectáculo evanescente, y pensar que decir esto es como ansiar el llanto para que sus aguas distraigan del tedio de la vida vista con los ojos del invierno de la tres de la mañana de un balcón que da al vacío sustancial de una calle pétrea, pasa un auto y verlo pasar, hundir los ojos en el silencio que deja cuando desaparece en la distancia, decirse pasa, como todo, y oracularmente presentir la gente que mañana caminará esta calle como peones lúdicos en el ajedrez trivial de las infinitas veredas de enfrente del universo ritual, ver, en la desdibujada lejanía la autopista y saber que pasan autos aunque no los vea como se sabe que la vida ocurre del otro lado del desasosiego estéril que retiene el cuerpo entre sus sabidas prácticas cotidianas, siempre más acá del deseo, distraerse con el recuerdo de una frase que se leyó en el día, prender las luces de la casa porque hubo un ruido (de pasos, de madera seca), darse cuenta de que era la tv, que quedó encendida, ver la marea azulada que adormece las paredes, es una película de Woody Allen (Manhattan), sonreír cuando a Woody Allen otra vez lo deja Diane Keaton a pesar de saber la película de memoria y recuperar de algún lugar poco visitado del pasado esa misma sonrisa que se tiene a los diecisiete años, mientras se ve la película por primera vez, apagar la tv porque es tarde, porque mañana, preguntarse ¿en qué momento fue que me volví real?, preguntarse ¿dónde comenzó el agujero por donde huyó el tiempo grácil de una amena templanza que solo tuve en la memoria y una vez en el ansia?, y responder irónicamente alguna cosa agraciada pero falsa y presentir el dolor de tener que ser irónico siempre, entrar en la habitación, entrar en la cama, ver todavía en la oscuridad la figura en el techo de las manchas de humedad, sentir la fatalidad que tiene saber que seguramente habrá de amanecer, y que hay que pagar la cuenta de teléfono, y pasar por el mercado para comprar galletas y milanesas y papel para el baño, y la tristeza, la tristeza.
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la fotografía, de Debret Viana,

19.5.07

Apología del fragmento



Dice Michael Haneke:
“La fragmentación es la única forma de abordar un tema con sinceridad”.

Nuestra propia humanidad nos niega las totalidades: somos finitos, estamos condenados a un solo sitio del presente, y estamos forzados a interrumpir la vigilia con períodos de inconsciencia que llamamos descanso o sueño. El fragmento es el único discurso al que podemos creerle: acomete una historia desde su evanescencia, detiene, unos instantes, algunos rasgos de la resbalosa verdad. Todo lo demás, es ficción (mejor o peor contada).
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(Una cosa más sobre Haneke.
Cabe comentar, al margen, que a Debret Viana todavía le enfurecen ciertas tristes confusiones de la estructura cultural (el canon, la doxa, etc). Siente que es menos horrible que un artista no sea percibido, y habite su tiempo aislado en las periferias, que un otario que garabatea un mamarracho sea divinizado por las academias y audencias. Teniendo en cuenta los 71 fragmentos de una cronología del azar, de Haneke, Elephant, de Van Sant, no puede empezar a ser considera más que un trivial ejercicio de una mentalidad pasiva.)

17.5.07

para remediar la vanidad de pretender que somos responsables de tanta melancolía (y explicar por qué la tristeza es un estado sereno)

La vida en sí misma no es desesperada, sólo ligeramente melancólica. Algo difuso en la luz del día, impalpable como el lenguaje, da a las cosas un aire de melancolía que viene de mucho más lejos que nuestro inconsciente o nuestra historia personal.

Jean Baudrillard

15.5.07

perseverancia de lo inconcluso, y otros naufragios

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A veces un cuento se enreda, se desvía, no agota sus direcciones y cansa demasiadas palabras; el lenguaje comienza a hablar solo (con sus musgos cacofónicos sustituye a la voz diferencial del yo), subyuga a quien lo despertó y pervierte la idea que en su instancia platónica excitaba epifánicamente, justo como una imagen que se refleja en un podrido charco estancado se desdobla, y al acercar una bella lejanía, la arruina;
a veces un cuento se extravía, y captura en su desmesura errática a quien profanó la materia con la que se mantiene el silencio, lo suspende de su vida, lo pierde.
Un cuento puede ser algo muy vengativo.
A mitad de camino puede sublevarse, y su tránsito, que imaginabamos sereno, se torna un laberinto brusco lleno de pasajes falsos, sendas circulares y naufragios.
Un cuento es algo que fácilmente se vuelve arisco: seduce al principio desde su divina previsión abstracta, y luego histéricamente cierra las puertas que entornaba.
Justo como en el cuento anterior.
Hay que hacer el esfuerzo de arrancar el cuento de uno mismo como se arranca un riñón y arrojarlo lejos para que no moleste más, expulsarlo de sí y acompañarlo hasta el olvido, en medio del ajetreo de la otredad. Los mejores lugares para perder un cuento inacabado/inacabable son los cajones oscuros y poco transitados del escritorio, las hogueras, o un blog.
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la historieta: de Liniers

11.5.07

talismán; paraguas para cualquier día que se pierde

encuentro estos versos:
If I could just once catch your eye
invisible against the words
that hold you down in solitude
and never let you go
the way that every time
my eyes just close
like lids of wooden men in file
I put you under rainy day
your hat´s all off
and I´m gone away.
extraño y sutil goce en "lids of wooden men in file"; saborear el verso, sentir su particular viento pasar por mis labios como pasa la yema de un dedo por la piel tibia del agua de un río lejano mientras en los relojes del mundo atardece; repetir su fraseo en el silencio de las bibliotecas de mi habitación hasta que pierda todo sentido y quede solamente la frágil melodía rebotando las memorias abstractas del tiempo desvaído; morder mi lengua para extraer el jugo de esa música, en vano; preguntarme dónde se esconde: ¿por qué la belleza ha de ser tan fugitiva, por qué no reposa en ninguna parte, por qué solo dura el instante en que arde?; asistir a su desfallecimiento con un suspiro y una sonrisa triste, prever que la felicidad es siempre un estado anterior; contarme a mí mismo lo que sentí en ese verso como forma anticipada de cansarme de la incomuncabilidad de las cosas esenciales;
enmudecen los movimientos del mundo detrás de la ventana, todo se hace siesta, es cuestión de acurrucarse junto a ese verso - mansa serie de sonidos que resucitan un no se qué de religión que extravié de tanto estar despierto, limpísima manada de liebres que huyen en la lejanía, y abren una frontera de blancura - para soñar las sensaciones que no tengo sin el esfuerzo de pervertirlas en imagenes reconocibles, ese fascista vocabulario de la otredad: no, apenas roce de suavísima lluvia, como si de una bocanada profunda bebiera la distancia entre las cosas.

3.5.07

Tom Waits





Hace unos días estuve ahí (no diré nada del éxtasis y los ojos húmedos: la experiencia es incomunicable y el lenguaje una torpeza, un manotazo de ahogado). Tras la primer nota del piano, todo cede, furtivo, hacia el territorio níveo donde las palabras se evaden, y caen, secas, sin significado: hermosa y vanamente.




(una pena que hayan colocado dos adoquines profesionales para entrevistarlo)(fui el último en dejar el teatro; me quedé mirando las butacas vacías, el escenario obsoleto; en el hall de entrada la gente ocupaba espacio y hacía ruido - ¿qué otra cosa hace la gente? -; tomé el subte todavía con una extraña sonrisa en la cara, esa felicidad melancólica que es mi única manera de presentir la fragancia de la alegría; tomé un café en un bar del Abasto para sentarme junto a la ventana y sublimar la evanescencia que tienen todas las cosas urbanas, y por la noche fui al cine, una película oriental. todavía resonaba en el temblor de mi pulso la presencia de Tom Waits mientras esperaba el colectivo, entrada la madrugada, cansado y lejos de casa.)

1.5.07

márgenes de la escritura


Rousseau escribe, en los últimos meses de su vida las Reflexiones de un paseante solitario. El texto tiene una extraña lucidez que no dista del patetismo. En un momento, dice que la escritura es la “duplicación de la existencia”.

Supongo que una época iluminista podía permitirse esa ciega fe en un acto que aparentaba trabajar el razonamiento hasta volverlo palabra. Recuerdo a Blanchot, que se preguntaba: ¿es seguro que la literatura no trabaje para el mal? No sabemos responder. Graham Greene, por otra parte, se pregunta: ¿cómo es posible que alguien viva sin escribir? Yo me pregunto: ¿cómo es posible que alguien viva, si escribe? ¿Es pensable la escritura sino como una disfunción, una manera de no entender el circuito de la vida, de no darse al flujo ritual de las cosas inertes? No sé y no sé. Básteme decirle a Rousseau: No, no es la duplicación de la existencia, es la malversación de la existencia.
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Ah, la escritura... esa manera de discutir con los muertos, con los lejanos; y de ajustar cuentas con la realidad sin pagar el precio de ser real.