30.12.06

la verdad no es mimética

Llovía. Salí a la calle a sentir las gotas. Heladas. En un charco busqué mi reflejo, acribillado por las gotas de agua - violentas, grises -. Era como un espejo roto; un espejo improvisado rompiendose infinitamente, astillándose sin llegar a quebrarse. Pensé: mi biografía.

27.12.06

la época enhebra sus metáforas

Un reloj - muy grande, de madera, sobre la pared del living de la deshabitada casa de mis abuelos - tan pesado que me sorprende cada tanto (de día prácticamente no existe: es un mero objeto que rinde su función utilitaria, pero de noche...), me petrifica en la habitación y creo sentir los pasos de alguien que sigilosa y monótonamente - pero voraz, implacable - se aproxima (por el ritmo, por la sequedad, por la manera en que retumban en el ambiente, por la forma en que rebotan en mi cabeza entiendo que esos pasos no pueden tener buenas intenciones). Y después, con todo suspendido (yo mismo vuelto un objeto inmóvil, tan perseguido que debo asumir la pose protectora de quien persigue) notar que se trataba del reloj, y sonreír para mí con suficiencia, para disimular, para disculpar mi ridiculez, para no tener que darme cuenta de que tenía razón.

24.12.06

Sí: las cosas se vengan representando el teatro de nuestra futilidad.


fireworks


Ahora, el espectáculo del cielo de nochebuena. Aislado, en un rincón de la familia, me apoyo contra el marco de la ventana abierta con el gesto del quien por fin respirará y siento: ese cielo como un signo, una incadescente metáfora ofrecida ante mí para arder los velos que median las dispares cosas aquí abajo: ya no el ritual oriental - eso es parte de lo perdido: lo que se toma de otra cultura nunca es el ritual, sino el gesto vaciado de contenido, la mueca -, sino estallidos furtivos que interrumpen un instante intrascendente del silencio, y fugaces episodios lumínicos que rayan el cielo - como un niño que patalea o como un ahogado que se niega - hasta diluirse en la llana oscuridad del universo: así todas las ansias humanas, cargando los cuerpos en el esfuerzo de dar sentido a la casualidad de estar vivos, hasta perecer en las fosas comunes del polvo, gastados, en el tránsito inútil, por los vientos que surgían - como siempre - contra los pasos que quisimos dar.

Encender un cigarrilo me protege: me da tiempo para decirme "esto es apenas una impresión"; como todo.




*


18.12.06

conspiración en la oscuridad





(...) Mucho se ha discutido acerca de la irresoluble respuesta a ala pregunta: ¿mientes? Pero pregúntale a alguien que está a tu lado, muy quedo para no despertarle: ¿duermes? Si responde que está durmiendo, miente. Pero puede responder con el juego del sueño, que no es mentir, sino jugar a la mentira. Hay una gran diferencia, porque éste es un juego de amor. La pregunta en sí es un juego de amor, ya que supone que el otro no duerme, aunque toma todas las precauciones para no despertarlo. Por otra parte, es una única y misma pregunta: ¿me amas?, ¿mientes?, ¿duermes? Y la respuesta: sí te amo; sí, miento, sí duermo, también es paradójica. Pero no es mentirosa. Sencillamente viene de otro mundo, que no es la verdad del primero. “Sí, duermo; sí, miento; sí, te amo” atestiguan un sonambulismo maravilloso y, a fin de cuentas, una gran lucidez sobre las relaciones que establecemos con la realidad en el sueño, en la mentira o en el amor.




en Cool Memories
Baudrillard


///


(Así es como creo que funciona el texto: la esencia de las ficciones (su distancia de la verdad y de la mentira; su desesperación erótica; su estado híbrido entre vigilia y sueño; etc) – por lo menos en el caso de Ínfimos Urbanos - yace inscripta en este fragmento que, por supuesto, habla de otra cosa) (para encontrar algo es imprescindible estar buscando otra cosa).

15.12.06

preciosa fugacidad





Si alguna vez llego a tener verdadera confianza en lo que escribo, no volveré al papel. Ya no lo necesitaría: sería como hacer de la voz que hallé (en mí: que logré, que trabajé) una artesanía. Buscaré los vidrios empañados, o escribiré en la arena lo que tenga que escribir.

*

Todo lo que dura es vanidad. Y siempre, en algún momento, se vuelve falso. La palabra no merece extenderse más allá del instante en que tiene sentido. Su fugacidad es preciosa: la salva de envilecerse, de pudrirse, de falsearse. En el momento en que la vibración del sonido de la palabra se agota, la palabra ya no existe. Y la verdad, ya no es posible. Y si existe es como cadáver, y si hay alguna verdad, es la verdad del otro. La tratarán justamente como a un cadáver: la abrirán, la escrutarán, la indagarán, la cortarán, etc para intentar penetrarla. Pero si logran que diga algo, será algo sobre un muerto. O sobre todos los hombres, sobre cualquiera.

10.12.06

remains

Al menos murió Pinochet.
Eso hace más digno al día de mi cumpleaños (casualmente, el día de los derechos humanos).


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La tv emite todo tipo de imagenes con respecto a su fallecimiento (gente alegre, gente triste, recortes de diarios de las últimas semanas, de las últimas décadas, y algunas escenas dispersas de la historia chilena) y termino viendo, en un desafortunado zapping, declaraciones de prensa de Pinochet a mediados de la década del 70. Me disculpará Pacino, pero este señor (con sus deformidades externas e internas) nació para encarnar a Ricardo III. Tal vez si lo hubiésemos subido a las tablas nos ahorrábamos los costos de la realidad.


*

Cuando la tecnología me lo permita (mi pc palmó, y la página web donde almaceno canciones se niega a funcionar) habrá aquí, en lugar de esta queja, una canción (te recuerdo, Amanda) de Victor Jara.

vanitas







/ 25 /





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He decidido este experimento: escribir hasta cumplir 25 años. Son las 6.14am; hace un rato llegué a mi casa, pasé un tiempo sentado en el inodoro, pensando en lo que hubiese tenido que ser mi vida. La noche fue amable: una cena con mis dos mayores amigos, cercanos desde los tiempos de la infancia. Tengo ahora 24 años; cuando deje de escribir habré pasado la frontera del cuarto de siglo. No tengo nada para decir. Las cosas que digo usualmente son cosas que pensé o adquirí alrededor de los 15 años. Desde entonces no hago más que repetir, reformular, reestructurar. No tengo nada para decir pero dormir... ya es demasiado temprano para dormir. Y quedarme solo conmigo, azarosamente recapitulando las escenas de mi vida sería tortuoso. La penitencia de escribir al menos me obliga a rehuir la inmediatez de mi calvario.

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Artaud considera a la poesía, y al arte en general, como vida concreta que se vuelve trascendente. Estas palabras mías, en cambio, son efimerías.

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Del amor nunca entendí nada. Hablé mucho, vanamente. Puedo decir, del amor, cosas tristes. Y también puedo decir algunas cosas bellas. Pero nunca entendí nada. Las cosas que dije, las dije por mera devoción poética. Nada más. Los resultados de mis análisis racionales del amor son apenas una mueca de desesperación. Porque nunca entendí nada. No entendí nada de los beneficios del amor, no supe nunca por qué me quisieron; no entendí tampoco las cosas que me desolaron.
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Mi último cumpleaños en Buenos Aires: eso también me predispone un poco hacia la tristeza. Las cosas que se acercan son una delicada despedida.
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Muy rica la picada en Recoleta; bien – aunque debió estar más frío – el licuado de banana en costanera sur. Hubiese preferido cualquier otra cosa que no fuese un sábado: toda la gente dando vueltas, ocupando la noche, privándome de la quietud.
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Dato para mí: es la primera vez, desde mis 18 años, que paso mi cumpleaños sin estar en pareja. La soltería me sienta bien: gozo de sus libertades, de su egocentrismo, de su versatilidad. Lo que me cansa es la desesperación.
*
" my shoes are gone
my life spent "


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Grave: Borges publicó a los 24 años. Ese era el límite que secretamente me había impuesto. Con eso me excusaba ante mis padres: ¿qué pretenden de mí si Borges –¡BORGES! – recién publicó a los 24 años? ¿Dónde me esconderé ahora?
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Amanece. Los primeros autos manchan el canto de los pájaros en la ventana. Pronto, mi vereda se cubrirá de sol: veré el amarillo tenue, derramado sobre mi persiana cerrada.
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El cine comercial de este año ha sido terrible. Si no fuese por el festival de cine independiente (ver cinco películas por día; Kitano maravilloso) hubiese sido una pérdida total. Lo único memorable: El tigre y la nieve, de Benigni.
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Harto del mapa de fracasos románticos que implica cualquier viaje en colectivo por Buenos Aires. Gracias a mi imprudencia topográfica, desparramé mis romances, mis deslices, mis estériles ansias por todas partes y ahora, vaya por donde vaya, me cruzo siempre con alguna mancha de sangre (por lo general, mía) que de inmediato me retrotrae a un tremendo repertorio de recuerdos pasados y pisados.
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Me predispongo a escribir mal (en la medida de lo posible) estos fragmentos inconexos. Es apenas una precaución: no quisiera confundir este ejercicio terapéutico con Literatura.
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Panfleto (la presencia gatuna que habita mi casa) es mi única compañía, fuera de este texto y este precario sándwich de jamón con mayonesa (todos los demás duermen). Con ellos soportaré el tránsito de edad.
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He recibido, a modo de regalo, cosas completamente absurdas (algunas en estricta contradicción con mis principios ideológicos). Me conocen poco. Al menos yo me regalé dos libros (el Kafka de Deleuze/Guattari; La teoría estética, de Adorno).
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Es cierto, hice un poco de zapping. ¡Qué culpable me siento cuando hago zapping! No necesariamente en el momento, porque estoy preso de la hipnosis televisiva; pero después, cuando cuento el tiempo que se desvaneció... cuánta culpa.
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Bostezo, miro la hora. Tengo todavía 24 años: habrá que seguir escribiendo.
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En el desorden de mi escritorio (colosal caos el de mi habitación; suelo ser desordenado, pero desde que me enteré de mi mudanza, he perdido todo ánimo organizatorio: dejé de usar cajones, está todo fuera, por el piso, los libros apilándose, las hojas medio escritas, los discos, programas de obras de teatro, la botella de vino que compré hace 4 meses para abrir en alguna ocasión especial) encuentro Teorema, de Pasolini, que saqué de la biblioteca del living para decirle a una muchacha, por teléfono, quien era el traductor (Pezzoni; porque ella justo lo había comprado, barato, en Plaza Italia), y quedó aquí, como todo, haciendo bulto. Y ahora pienso qué fue lo que pasó con esta muchacha (la de la Noche Glaciar), por qué ella, en ningún momento, sintió por mí nada más que una lejana simpatía, una dispensable proximidad. Siempre creí que juntos la hubiésemos pasado deliciosamente (eramos tan... no sé; me pareció que estábamos cerca...) y en cambio ella va y se enamora de un tipo con el que estaba ensayando Hamlet (no por el tipo per se, sino porque ella lo confunde con Hamlet: claro, ¡si tenían las mismas líneas!) y no ve en mí más que un desdichado escritor proclive a las tristezas, exasperadamente verborrágico y con un peculiar sentido del humor. Ahora ya se desilusionó del tipo con el que ensayaba Hamlet (evidentemente el tipo no supo sostener el rol en la vida real), pero lo que pudo ser nuestro fue apenas un espejismo mío (exhausto de peregrinar desiertos) y, fuese lo que fuese, naufragó.
Además, es algo que ya me había prometido: salir con actrices, nevermore.
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¡Qué mal, qué mal me ha hecho leer Los Subterráneos; cuánto daño me ha hecho Kerouac!
Espero que mi prosa se reponga pronto.
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Cuando tenía 17 años, en el Aeropuerto de Río de Janeiro, gasté mis últimos reales en una reproducción enmarcada de La noche estrellada, de Van Gogh. La he puesto en la biblioteca frontal, sobre un libro de Rilke, y cuando levanto la vista de la escritura, siempre recaigo en ese terrible y precioso paisaje de inquietos vientos e incendiadas estrellas.
Recuerdo esto por otra cosa: haber sentido el declive de mis potencias físicas al tiempo en que mis facultades sensitivas profundizaban su agudeza; de allí sólo saqué heridas, y alguna errante frase lúcida. Y brotó en mi mente aquella frase de Vincent, que le escribía a su hermano: “acaso para un artista la muerte no sea l más difícil”.
*
Ah, Vincent, que también decía: “estar herido de muerte y de inmortalidad”.
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¿Es esta la mejor manera de cumplir 25 años? Pienso en Blanchot: ¿estamos realmente seguros de que la escritura no pertenezca al mal? No sé, no sé... pero qué otra cosa podría hacer. ¿Acostarme, y recibir la sentencia del tiempo en medio de un sueño?¿Ir a caminar por ahí? No con este cansancio. Pensé también en una gran manifestación eyaculatoria: recibir los 25 en medio de un orgasmo. Pero me pareció demasiado aparatoso. Seguiré escribiendo, tomando y escuchando un poco de música (rotular eye movement).
*
Entre este párrafo y el anterior me lavé los dientes, apoyado en la ventana mirando la calle vacía del domingo que empieza. Me doy cuenta de que la luz que dejé encendida ya no es necesaria, y la apago.
*
Después, me doy cuenta de que lo que no es necesario es el día: bajo la persiana y enciendo otra vez la luz.
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Se enciende la alarma del equipo de audio. Me levantaba ayer a esta hora, tomaba el tren en la estación Flores, iba a mis clases en el museo de Bellas Artes, una muchacha que suele almorzar conmigo me decía que prefería no almorzar conmigo, que tenía que irse y yo me sentía abandonado (como siempre que no me siento amado, idolatrado, admirado, requerido: de la tranquilidad es de lo que no tengo noticias, salvo en las lecturas felices, o las siestas mecidas con música).
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¡El vino que compré hace 4 meses para abrir en una ocasión especial, muerto de risa!
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Mi padre me regaló una bella lapicera de pluma (Cross, de oro y plata; se desliza sobre la hoja con suavidad etérea). Cuando llegué a mi casa, después de cenar con él en un restaurant de Boedo (noche de lluvia), vi que en el manual de instrucciones (es una lapicera muy compleja) había una dedicatoria de mi padre. Era muy tierna y conmovedora (no la transcribiré); y al mismo tiempo estaba cargada de tristeza, de conciencia de finitud. Me quedé pensando mucho insomnio en eso.
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Justo suena el precioso verso:
make my make believe believe in me

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Tendré que comparecer – alguna vez – ante el tribunal de la literatura: oh...todo lo que he hecho de mí: devaneos torpes, vanidad incisiva, pura nada llenando páginas.
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...pura nada llenando páginas simplemente para que mi soledad tuviese alguna relevancia, para que todo no sea una pérdida, para no ser los demás....
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Me entero de que Munch nació un 12 de diciembre; me digo para mí: con razón pintaba esas cosas, con razón esa melancolía desesperada.
*
La única disculpa que tienen estos fragmentos inertes, de pobre trama y triste desarrollo es la indulgencia de su humanidad.
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La verdad es: no tengo ganas de hacer un balance de sumas y saldos. Perdí algunas cosas, gané otras. Hubo cosas que terminaron, y otras cosas que empezaron; incluso hay bastante que ha sobrevivido el tránsito del año. Hubo películas, mujeres (que me dejaron de llamar, que empecé a conocer), una novela, nocturnas conversaciones con amigos, salpicadas notas en el piano prestado de mi habitación, el placer táctil de mis libros y canciones para mis estados de ánimo. Monedas más, monedas menos.
*
Qué molestia esto de decir yo, de tener que cargar con mi cuerpo a través del texto...
*
Tal vez mi mano sigue trazando frases como siguen creciendo las uñas, el pelo de un muerto.
*
Bueno, ya está: tengo 25 años. No concibo una mejor manera de estrenar mi edad que durmiendo hasta que decline el día.



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la fotografía: selfportrait as a young artist
o selfportrait as a young ghost
por Debret Viana

7.12.06

un ensayo apologético


















preámbulo al manual del mentiroso estético






Quizá la verdad alcance el precio de una perla que luce más durante el día, pero no alcanzará el precio de un diamante que brilla más bajo luces variadas. El mezclarle una mentira tiene que agregarle encanto. ¿Duda alguien que si se quitaran de la mente de los hombres las opiniones vacuas, los cálculos erróneos, las mimadas fantasías y cosas análogas, no quedaría la mente de algunos hombres como pobres cosas hundidas llenas de melancolía y desanimadas, algo desagradable para ellos?
Bacon
Ensayos





I
Es que tal vez clamar por la verdad es la traición- tender la mano y que detrás grite el ansia de la verdad: ahí es donde empieza la traición-. Entrar en la verdad es darse a una lógica ajena. Es decir: no sé lo que quiero decir pero sería como decir: la verdad es como ingresar en un sistema de cosas al que habría que subordinarse. Sería necesaria una correspondencia ciega con las tensiones homogeneizantes para lograr pertenecer a la verdad. Porque lo cierto es que adherir a una verdad inmediatamente bloquearía el desarrollo libre de las características subjetivas e individualizantes.


II
l...a verdad la verdad la verdad ....la verdad.
(Apunte para otro día: buscar La verité, de Sade, robar líneas de allí)


III
Mentir sería abrir una herida en la linealidad del tiempo. Como la sangre que brota de la herida y se derrama libremente lo que nace de la mentira es una historia. Una historia que es - desde luego - una bifurcación en la secuencia real de las cosas, algo como una senda paralela. Transitable para muy pocos (locos, esquizo, artistas) pero – y esta es su luz - no inenarrable.
La realidad continúa su irrefrenable, terrible caudal. La mentira, dicha en cualquier punto de la realidad, abre un tajo y por allí se derrama. Esa historia que inicia no se detiene: continúa su trama en otra parte. Y no es imposible que, en cualquier otro punto, evolucionada, se contacte con Lo Real: lo corte, lo mueva, lo trastorne: en fin, lo modifique.
Y también para atrás, por supuesto: las cosas no serían las mismas si creemos que las obras de Shakespeare fueron escritas por Marlowe, por ejemplo.


IV
No hablo de la mentira burda, la de los políticos, la maliciosa, la canallesca. Hablo de la mentira estética.


V
El único problema es que es difícil cargar con una existencia de mentiras. Si componemos nuestra vida a partir de un compendio de mentiras, significaría mucho trabajo lograr que no las mate la realidad y, sobre todo, que no se apuñalen entre sí (porque la mentira estética es como un gato salvaje que quiere correr libre, y no es probable que se la pueda congeniar coherentemente con otros ejercicios de fabulación). Si se consigue, es algo muy parecido al delirio. Como vivir en una novela.


VI
Es claro que no todos soportan el peso de su ficción. Tenemos, por ejemplo, el caso del francés que pretendía ser médico. Le decía a su familia, a sus amigos que trabajaba en el hospital. Salía de mañana al trabajo, pero se quedaba en bares lejanos, dormía en el auto, en parajes de la autopista. Iba incluso al hospital: cumplía sus horarios pero se quedaba haciendo nada, sentado, dormitando o leyendo revistas sobre medicina. Asistía a congresos y estaba al tanto de todos los avances técnicos de su supuesta profesión. Atendía a familiares y amigos - algunos de ellos, médicos -. Sus mejores amigos eran doctores y nunca sospecharon la farsa. Mil veces pudo ser descubierto, caminó tambaleante las fronteras de su fábula. Yo creo que, por el final, él ansiaba con desesperación que alguien le arrancara la máscara; hubiese sido su salvación. Sin embargo, la casualidad trabajó a favor de la farsa. Terminó asesinando a sus padres, a su esposa, a sus dos hijos. Era el peso de la máscara.


VII
Los hay que sí logran cargar con el teatro y se dan a esa representación. Como Jesús, o Eróstrato (Hamlet, en cambio, perece en la travesía: paga con su cuerpo).




VIII
O Swedenborg, Joan D´arc, una parte de Rimbaud, Byron, Saint Germain. Incógnitamente: Kafka y Pessoa. También Blake, Van Gough, Artaud. Y tal vez algunos asesinos seriales también. Todo es susceptible de ser tornado artístico.


IX
Hay que comprender que uno siempre es ficción. El punto es: ¿de quién? La mentira estética es un mecanismo de apropiación de los hilos ficticios de la vida. O sea: hacer nuestra, nuestra propia marioneta. Lo otro sería dejar que Lo Otro (las tensiones sociales, la mirada del otro, las corrientes de moda, las maneras y fetiches de la época, la mediatización de la vida, la buena educación, la economía, etc) conduzca nuestros pasos.


X
Imagino a ese tipo. El francés, el falso médico. Al final, yendo a menos, mintiendo mal. Queriendo que alguien descubriera su farsa para poder dejar de mentir. El no pudo entrar en su ficción: su vida se volvió la parodia de su cuento. Debe de ser desesperante no poder salirse de la máscara.


XI
O no.
Hay algún placer - tal vez un placer de artesano - en vivir en la casa que uno construye. Qué importan los materiales. Yo hablo de una mentira - de un delirio - construido con delicadeza, artesanalmente: hay que mentir hasta componer nuestra cara. Debe ser fascinante tejer un mundo y habitarlo. Como el marinero, de Fernando Pessoa.


(-)
El Marinero, de Fernando Pessoa dos puntos
En una habitación circular, símil de la torre de un castillo, tres veladoras sentadas alrededor de un ataúd. Nadie se mueve. Hablan. Hasta hundirse, hasta que todo tiemble. Una de ella cuenta que soñó con un marinero. Náufrago en una isla perdida, el marinero dejó pasar los días soñando. Soñó un mundo.
"(...) Durante años y años, día a día, el marinero erigía en un sueño continuo su nueva tierra natal... Todos los días ponía una piedra de sueño en ese edificio imposible... Pronto iba teniendo un país que ya tantas veces había recorrido. Millares de horas recordaba haber ya transitado a lo largo de sus costas. Sabía de qué color solían ser los crepúsculos en una bahía del norte (…)"[1]
Al tiempo, logró vivir en ese mundo. Un día se cansó de soñar y quiso recordar su patria verdadera. Pero ya no existía para él, no le quedaba ni un vestigio. Su única vida era su vida soñada. “Vio que no podía ser que otra vida hubiera existido... Si de ni una calle, ni de una figura, ni de un gesto materno se acordaba... Y en la vida que le parecía haber soñado, todo era real y había sido...”[2]. Y cuenta la veladora que vino un día un barco, pasó por la isla. Y allí ya no estaba el marinero.
Heridas de muerte por el relato del sueño, por su simbología, las veladoras conversan temblorosas la irrealidad de cada cosa.



XII

Para caerse en la verdad hay que producir la verdad; es decir: subjetivarse. Es decir: MENTIR (mentir como traicionar el flujo del mundo). Para construir la verdad hace falta la maquina de mentiras. Hay que mentir (erigir una ficción) hasta que la ficción nos ampare. No hacerlo significa convivir con los codos de la ficción del otro. Vivir en el mundo de los otros.



XIII

Esto parece una apología: ¡hay que estar loco!
Puede ser. La cordura civilizada es también el límite del otro (que el otro pone) - ¿dónde lo pone? obviamente: ¡sobre nosotros! -. Además, basta mirar un poco: la cordura civilizada se parece mucho a la locura. Vemos la realidad, los días, periódicos, la tv, las vidas ajenas, las vidrieras y no podemos dejar de decir: ¡esto es la locura!
Claro: es la locura del otro. (la verdad del otro)
(¿de quién? No importa de quién: ¡siempre es de otro; de cualquier otro!
y siempre pesa sobre nosotros: es lo que hay que ser - o sea,
la inercia, la muerte -)



XIV

Este viene siendo un texto largo - para el interés de un internauta-. Nadie lee textos largos. Tengo que suponer que estoy a salvo. Además, tengo fiebre. Puedo alegar desequilibrio momentáneo. Y no corregirlo.




XV

Es que la locura hay que merecerla: hay que construirla. Yo creo que debe ser desde el arte hasta encallar en la vida, rozar sus costas. Si empezamos por elementos no artísticos, si tenemos fines mezquinos, si nuestras mentiras no son nobles corremos el riesgo de terminar como el doctor francés. Es decir, que yo no me acuerde de su nombre. No como Shakespeare o Jesús. Pero yo no sería tan enfático al afirmar esto. Tal vez el orden, los materiales sean misteriosos. Como Charlotte Corday. En todo caso, será memorable. La historia rescata - de alguna manera - a los que entraron en su propio sueño (al sueño que construyen). Descreo de que el elemento artístico no participe. En todo caso, la trama de esa vida será legible como pieza literaria. O se perderá.
Invariablemente.



XVI
Lo que pasa es que hay mucha gente en mi delirio.
///



[1] Pessoa, Fernando: O Marinheiro.
[2] Idem

4.12.06

poética del intersticio


Se queda mirando las cosas que escribió. Mira la montaña de papeles, después los desparrama por el escritorio. Debret Viana se enreda con el cadáver extendido que su tinta negra va rodeando. No logra comprender qué figura delatan sus letras: lo único que intuye es la absoluta falta de significado que emanan sus horas solas, volcadas en tantos papeles. Se pregunta - desestabiliza -: ¿qué es lo que hay entre texto y texto? ¿qué es lo que sucede en ese mágico intersticio que cualquier lector siente como un vacío divisorio, una respiración, una supervivencia (de la virginidad) del papel?



Se responde - porque llueve y hace frío, y no tiene dónde llegar -, alternativamente: nada y mi vida.


Y ninguna de las dos respuestas es injusta o falsa.

2.12.06

remembering vincent


La ventana de saint-remy






Hacía falta estar en un manicomio para ver el cielo arremolinado, lleno de tristeza y presagios. La ciudad duerme silenciosa, inerme – protegida de lo que no sabe solamente por no saberlo -, y la noche tiene allí el color de la noche, su sabor sabido, su serena marea de oscuridades.


Era necesaria la ventana de un manicomio (hospital Saint-Remy) para sentir el denso influjo de los espectros que respiran detrás de las apariencias, esas corrientes cargadas de letanía: pincel que vierte furiosos símbolos del portador del pincel; como si fuese el puente por donde la sangre se derrama, de las venas hasta el lienzo, estallando en coléricos colores – ondulante ebullición - que son como gritos, que quieren salir.


Despierta la noche del artista ante los ojos diurnos de tu cuerpo, desaprendido de su más profunda intimidad.


No había que aceptar la sencilla conciliación del sueño común; esa noche había que mirar las visiones oníricas con los febriles ojos de la vigilia: soportar el costo atroz de la verdad, fluyendo de las paredes, transpiradas. Era imprescindible la ventana de Saint-Remy: no importaba que estuviese cerrada; una pintura así es un paisaje interior: sólo puede ser pintado sin el mundo, dentro del convulsionado silencio del alma desolada: elíptica tormenta.