2.12.06

remembering vincent


La ventana de saint-remy






Hacía falta estar en un manicomio para ver el cielo arremolinado, lleno de tristeza y presagios. La ciudad duerme silenciosa, inerme – protegida de lo que no sabe solamente por no saberlo -, y la noche tiene allí el color de la noche, su sabor sabido, su serena marea de oscuridades.


Era necesaria la ventana de un manicomio (hospital Saint-Remy) para sentir el denso influjo de los espectros que respiran detrás de las apariencias, esas corrientes cargadas de letanía: pincel que vierte furiosos símbolos del portador del pincel; como si fuese el puente por donde la sangre se derrama, de las venas hasta el lienzo, estallando en coléricos colores – ondulante ebullición - que son como gritos, que quieren salir.


Despierta la noche del artista ante los ojos diurnos de tu cuerpo, desaprendido de su más profunda intimidad.


No había que aceptar la sencilla conciliación del sueño común; esa noche había que mirar las visiones oníricas con los febriles ojos de la vigilia: soportar el costo atroz de la verdad, fluyendo de las paredes, transpiradas. Era imprescindible la ventana de Saint-Remy: no importaba que estuviese cerrada; una pintura así es un paisaje interior: sólo puede ser pintado sin el mundo, dentro del convulsionado silencio del alma desolada: elíptica tormenta.



5 comentarios:

Rain (Virginia M.T.) dijo...

Debret Viana, alguna cez soñé que pintaba y sentí que todo el universo cabía en un cuadro...

Debret Viana dijo...

supongo que todo el universo quedó dicho en el grito de munch.

Anónimo dijo...

chapeau por Vincent!

Lidia Gaytán dijo...

Cuánta gente vagara inerte por estas calles de Dios intentando que esas ventanas no lo confundan e inciten a volar, arrojarse y volar, volar, volar...

Hay ciudades que duermen inasibles pero que sólo esperan cualquier ráfaga de viento para despertar la bestia que se anida en sus entrañas.

Que bella descripción de la pintura.


Saludos,

Debret Viana dijo...

pero la pintura enmudece las palabras; no necesita nada para resplandecer: hace del texto una pura vanidad nimia.
Las ciudades rugen, devoran; y cada tanto un poeta traduce el monstruo con enceguecedora belleza