30.7.06

secreto




Si alguien quiere guardar un secreto que aprenda a mentir (tarareo de la Pequeña Orquesta Reincidentes, mientras cruzo, ebrio de melancolía, la madrugada, ) Callar no sirve para nada: callar denuncia que hay algo que no se está diciendo: instala la sospecha. Además, para callar (para callar bien) hay que hacer algo. Uno no puede callar simplemente. Tiene que sustituir lo que no dice con algo más que el silencio, porque el silencio ocupa mucho espacio y se delata solo, y al final es como colocarse un énfasis. Hay que hacer algo: estudiar abogacía, ponerse un kiosko, tener un hijo; lo que sea: hay que parecer ocupado. Yo no tuve más remedio que perfeccionar la mentira: escribir este libro. Si escribo este libro – y digo estas cosas – es porque hay cosas que no quiero decir (tal vez una sola). Escribir es una coartada.

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el cuadro: Asesino en la alameda;
de Munch

28.7.06

frases para repetir frente al espejo

Me tocó en suerte una época extraña. Cuando es tarde, y entro en una habitación donde hay gente, en lugar de decir "Quisiera morir", hago un gesto civilizado, y digo "Buenas noches".

26.7.06

religión


La ausencia es el principio del mito. Fue necesario que se pierda (se evapore, se eleve, se oculte) el cuerpo del Cristo para hacer de él una Historia (literatura).
No es algo diferente lo que yo hago con los rumores de mis amantes perdidas, hechos de un viento - frígido, gélido - que parece que habla, que está a punto de hablar; y su discurso es como una música blanda, donde la Conciencia derrama sus cavernosas tinieblas y - casi - abre la máscara y delata las apariencias cómodas de mi cuerpo diurno.

La religión es inclinarse sufridamente ante una ausencia alucinada (idealizada), apretando contra el pecho una nostalgia hipotética de cosas que nunca pasaron.

Necesitamos refugiarnos bajo una trama superior. La religión nos ofrece el amparo de una estructura donde insertarnos. Si entramos en ella, estaremos “colocados”, no ya “a la deriva”, solos. No tan popular como el cristianismo, yo me someto a la religión de la nostalgia – la de La Amante Perdida (que es la pena contemporánea donde la angustia metafísica reposa estos días su eternidad) -. Las cosas que digo sobre ella son el evangelio. Las cosas que digo de mí son la oración, - mi plegaria-.

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el cuadro:
Monje a la orilla del mar; Friedrich

24.7.06

Infimos Urbanos; una definición

Detritus
"
Es una parodia al mismo tiempo que una palinodia del arte y de la historia del arte, una parodia de la cultura por ella misma en forma de venganza, característica de la desilusión radical. Es como si el arte, como si la historia, hicieran sus propios basureros y buscaran su redención en los detritus.
"



Baudrillard

23.7.06

22.7.06

especulaciones autorreflexivas sobre la ausencia de J.

y es entonces un personaje de novela, un mutilado, un amputado
que se presenta en medio del escenario
y dice:



farsa


A las preguntas “¿por qué tantas palabras?” y “¿por qué no me pego un tiro?” he de decir:

Quiero sentir una vez la pasión en mi vida. Quiero una pena literaria, un amor (un dolor) que amerite una novela. Yo nunca amé a nadie. No busqué las mujeres que deseé (preferí verlas partir, atesorar su imagen): acepté las que fueron llegando; no supe decir que no a las que se quedaban: mi amor tenía la forma de la costumbre. Fui el amado; y no lo fui por virtudes mías, sino apenas porque no supe querer ni supe impedir que me quisieran (aun cuando tantas veces fue una carga). Nunca sufrí penas románticas: abandoné y fui abandonado sin que se trastornasen ni mi salud, ni mi conciencia, ni mi sueño. Entendí que la variedad de cuerpos donde el goce puede educarse, además de guardar una fragancia a tibio vértigo, tenía también un consuelo inmediato para cualquier desatino. La diferencia (la vanidad de la unicidad) inscripta en cada mujer era lo que me llamaba: esa diferencia me seducía como seduce una sirena, pero no me capturaba: por más fascinado que estuviese mi cuerpo – por más apresado – pronto se rendía cautivo del un nuevo canto de una sirena distante; la belleza siempre me ha parecido una condición de la distancia. Lo que me quedaba cerca me hastiaba; tal vez porque yo lo había tocado, (lo había mancillado).
Incluso J.

*

la máscara es el rostro



Al final de cuentas, este diario es – sí – una farsa. Pero que sea una farsa no implica que sea falso. Incluye la parodia de mí mismo. La tematización de mi perversión. Además, a medida que avanzo en la trama – en D., en J., en mí mismo – me voy creyendo la historia. Y la llego a extrañar de verdad, con toda la carne de la noche.
Quiero arder en este cuaderno. Que no haya sentido las cosas antes no me impide sentirlas ahora (sentirlas como ideas, como pensamiento). Decidí dejar de vivir: petrificarme en la ausencia de J. Si ella estuviese conmigo, mi amor sería imposible: se rompería de inmediato porque mi ansia es divina y J., terrestre. Pero su ausencia es celestial (fantasmática); a través de su falta me puedo contactar con todas las hipotéticas emociones que mi hastío me impidió. Necesito vaciar mi alma en las posibilidades de esta distancia. Lo que perdí – lo que no viví a tiempo – quiero que llueva sobre mí, que me asfixie de insomnio, que me destroce las puntas de las plumas convulsionadas sobre el cuaderno.
Por eso no puedo pegarme un tiro. Un tiro es el final de la farsa, es el territorio de la verdad. Y la verdad es, como lo exhiben Unamuno o Antonioni, una cuestión democrática. La verdad es siempre la verdad de los otros. Yo elijo sostenerme dentro de la farsa, porque solo allí puedo mirar el rostro terrible de las cosas, puedo enfrentar el vacío que impera sobre mi vida, mis días, mis cosas. Sólo allí se construye, con cada episodio, el paisaje cierto de mi alma, que se busca y se lastima para descubrirse y parirse en un mismo y sangriento acto.

No me divierto. No lo hago como un demiurgo que conduce los hilos de la trama: lo hago como un personaje de novela que no sabe que está en una novela, y padece los caprichos del destino, sometido a los vaivenes de la literatura.

*



y después las luces bajan
y detrás ya no queda nadie (palpable oscuridad)
como quien ha dado vuelta una hoja de un libro
y la encuentra vacía



21.7.06

súcubos




*



El problema de decir yo es que inmediatamente el otro (el oyente, el espectador, el lector) se transforma en un proyecto de psicólogo, una máquina interpretante atenta a reconocer en mi discurso (mis cosas no dichas, mis titubeos, mis énfasis, mis repeticiones, mi adjetivación) los signos de la verdad que yo – sabiéndola o no – oculto; me vuelvo – con mi lenguaje – un cadáver pronto a su autopsia: todo lo que dije me traiciona: empieza a ser el instrumento con el cual soy abierto (cortado, mutilado, despedazado) para que, observando las partes sueltas de mí mismo, puedan comprender – rompiéndola - cómo funcionaba la maquinaria.
Decir
yo es comenzar una novela policial.



*

10.7.06

la imagen delata la nada (de la que la palabra es una coartada, una repetición distractiva)

la memoria


*


Lo que precisamente Debret Viana no tiene - justo ahora, justo aquí - son palabras. Las que tenía ya no le sirven para decirse (para seducir, para reclamar lo único: ser querido); las que tenía solamente reiteran los juegos antiguos. Las actuales, las que quedan, se agotan entre las páginas de una novela que se bifurca, que deambula nocturnamente detrás de sus párpados, todo el día. Si alguna le sobra, la usa para comprar algo en el supermercado, o atender el teléfono (esas palabras son un lujo: no siempre las puede costear).
En un período tan seco, lo que sobran son imagenes. No es Infimos Urbanos el lugar para dejar que caigan, pero al menos es preciso dejar el aviso: hay fotografías que dicen lo que por ahora no tiene palabras: se cuelgan (ahora sí) aquí: Anatomía de los pasos solo. Adolescen de un caracter abstracto, desencarnado. Es justo por eso que hablan (que gritan). Son muchas - asfixiantes -; y de a poco las iré arrimando. Resulta necesario parir un nuevo vínculo con la palabra: creo que a través de espectros es un buen camino.


*



4.7.06

historia de amor lejana



"
Una vez un hombre y una mujer, profundamente enamorados uno del otro, no tenían sino su amor en sus cabezas. ¿Qué pasó entonces? Alguna cosa insignificante le hizo tomar aversión por esa existencia y (la mujer) partió, dejando este poema escrito sobre un objeto:



Si me alejo
Es porque mi corazón es volátil,
Se dirá.
Más es porque el ánimo de los esposos
El mundo no conoce.




Escrito que hubo esos versos, ella partió. Al ver aquellas palabras (dejadas por su mujer), el hombre no lograba recordar qué cosa la había podido herir tanto, y lloró amargamente. Fue hastael portal para ver hacia qué dirección había ido, miró a la derecha y a la izquierda, pero no la divisó. Entonces entró, y compuso estos versos:




Sin ningún valor
Era nuestra relación.
¿Durante meses y años
He vivido yo
en una falsa unión?




Permaneció con los ojos perdidos en el vacío, luego escribió:



Mi mujer...pues bien...
¿Pensará ella en mí?
Por mi parte,
Su imagen tan bella
De mi vista no se aparta.




Mucho tiempo después, la mujer pensaba (en el pasado) y se sentía desdichada. Le envió al hombre esto:




Ahora (ya es tarde)
Pero, semillas
De hierba del olvido
En vuestro corazón
Quisiera no haber sembrado.



El respondió:




Si al menos supieras
Que haces crecer (en tu corazón)
La hierba del olvido
Sabría que me amabas.



Entonces sus relaciones fueron todavía mejores que en el pasado. El hombre:




¿Ella no me olvidará?
Piensa mi corazón
Preso por la duda.
Más que en el pasado
Yo estoy apenado.



Ella contestó:



Las nubes
que se elevan en el cielo
No dejan rastro.
Así como ellas yo
Cosa efímera soy.




Así se hablaban entre ellos. Sin embargo, como cada uno por su lado se había unido con otra persona, volvieron a ser mutuamente extraños.

"
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cuento XXI de Los Cuentos de Ise,
de Ariwara No Narihira
(siglo X)




1.7.06

Paréntesis mundial: a por el suicidio de Pekerman



Infimos Urbanos abandona la poesía, la densa prosa, el hedor a sombra y muerte, la interlocución de la soledad y demás pavadas para meterse
por una vez,
en un tema importante

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URGENTE




Debret Viana, y la administración de Infimos urbanos, lanzan un plebiscito que pretende hacer un uso justo y atemperado de las potencias de la democracia, tan dormidas y desfallencientes en un país mecido por la apatía, la pasividad.



Se ruega a todo aquel que piense que la derrota del equipo argentino - y su consecuente eliminación de la copa del mundo - se han dado GRACIAS a la participación inequívoca de la COBARDÏA e INCAPACIDAD (táctica, estratégica, conceptual, mental, lógica) de su director técnico, Pekerman, que a su vez es el responsable determinante de la prematuro hundimiento del equipo argentino, que tuvo que lidiar con un técnico que fraguaba todos los méritos que el talento individual lograba producir (méritos que le permitieron acceder hasta los cuartos de final A PESAR de las abominables intervenciones del Hombre Peker); y que por ende les parezca sensato reclamar el SUICIDIO del ya nombrado entrenador bajo los cargos de TRAICION a una TRADICION futbolística ESTËTICA y OFENSIVA, - y no la mariconeada con la que se empecinó en insistir- envíen un correo electrónico a





Si se llega a la cifra de 500.000 firmantes, habremos de pedir, ante el estado nacional, que se haga efectivo al SUICIDIO inmediato del Hombre Peker. Se trata de una medida por completo democrática, que, entendemos, habrá de favorecer la estética del fútbol que este señor, con su deplorable uso del coraje, ha mancillado.



Gracias a un superlativo esfuerzo de producción estos mails serán contabilizados por mecanismos de alta tecnología, compuestos por dos monos, un adoquín y 47 belgas en bermudas.


Para reconstituir la imagen de un fútbol nacional bello es IMPRESCINDIBLE la aniquilación de un señor (el Hombre Peker) que ha conseguido malograr la potencialidad de la materia prima que tuvo a disposición, produciendo un espectáculo VERGONZOSO para cualquier amante del buen fobal.





Se agradece la colaboración de los participantes.



Todo sea porque la belleza del fútbol no quede demacrada por las mezquindades de la cobardía

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Debret Viana

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