31.5.09

texto que no entenderá nadie (salvo una)

Estar y no estar. Tener que asistir a una cena, por un cumpleaños de un amigo, forjar la cara de persona, responder a los estímulos sociales, asentir, sonreír - puros mecanismos de evasión - y sin embargo estar lejos, prendido del influjo denso que imantaban las palabras de una mujer suspensa, en mi previsión vaga de la opacidad atractiva de los velos que la postergaban. Vértigo interior de la urgencia: querer decirle algo a su fantasma delicado, arrimar siquiera el aliento de una palabra para significarle "che, pienso en vos" pero estar aun atrapado entre las personas tristemente reales de la cena de cumpleaños de un amigo, y tener que mantener la compostura, y no asesinar a nadie, y hablar sobre Messi, sobre las elecciones, sobre el último libro de Cortázar, sobre el Bafici, sobre la feria del libro, sobre Lost, cuando todo en mi sistema biológico era el ansia por soplar esas velitas que por algún azar maligno se prenden una y otra vez, y ya estar pidiendo el remis de regreso, excusarme en un dolor estomacal y sumirme otra vez en la música sepulcral y hechizante de una muchacha lejana que escribe (y aterra, sutil). Y por supuesto llegar demasiado tarde, darle de comer a los gatos, poner sigur ros de fondo, inclinarme solo frente teclado, y en su ausencia escribir estas cosas.

Magia rara de una pocas palabras bien dichas.

29.5.09

el tiempo

En un sueño, se me apareció Bertrand Russel - aunque se parecía sobre todo al Dr. Bishop, de Fringe -, y me dijo:


I
El tiempo es una tragedia.
El tiempo es un accidente que le ocurrió al espacio.
El espacio antes del tiempo tenía la perfección de la inmovilidad.
Algo ocurrió, y el tiempo brotó de una explosión.
El tiempo es el movimiento de esa explosión: el estallido inicial, la cadencia de los restos volátiles, el declive de las particulas.
El universo se expande, y eventualmente, 
en algún punto, se comprimirá. 
Y volverá a su forma perfecta de cosa quieta e indivisa. 
El recorrido de un punto a otro es el tiempo.

II
No se trata de un recorrido pacífico. 
Ni lineal.
Es un pasillo complejo, con mil habitaciones, y desvíos.
La ilusión de circularidad parte de la fe del hombre, que busca sentido.
Pero en realidad se ramifica en espirales inconcebibles.
El tiempo es una rama de una planta
que no sabemos preveer.
El tiempo ondulará, 
pendulará, 
regresará, vibrará. A veces más rápido, a veces
más lento. 
Es la sustancia en la que transcurrimos.
Nosotros anidamos en la catastrofe del tiempo.
El espacio se curará del tiempo, y mucho antes
de nosotros. 


III
Vos y yo 
somos parte de ese evento bruto y desviado que es el tiempo  
- una parte minúscula, claro: como las hormigas
del suelo de Waterloo, indiferentes a las potencias que se dirimían - 
El tiempo es la brecha entre dos estados inmóviles, perfectos. 
Un flujo que disipa y reune. 
El espacio ha de pagar el costo del tiempo para regresar a su perfección. 
Las cosas que se mueven son llamadas a perecer. 
Todo este ajetreo sobre el espacio 
es el flujo del tiempo. El tiempo es una condición de imperfección. 
En algún momento, la gravedad corregirá al tiempo. 
Y el universo, que se expandía, se contraerá 
hasta regresar a ese punto de inmovilidad, 
y perfección. En el medio, 
se perderán las infinidades de combinaciones 
en las que se imbricaron las diversas piezas del universo 
(hierro, polvo, gases, particulas, bacterias, moléculas, átomos, oxigeno, hombres, peliculas, etc). 

IV
Un trecho de esa senda, sin embargo, queda documentada. 
El universo, aburrido de su indiferencia, se regala 
un ojo y una memoria. El hombre 
mira las cosas que se mueven, en la lejanía, y maravillado 
mitifica. 
No servirá de nada al final, 
pero nada sirve de nada. Es simplemente 
el pasaje de un estado a otro. 
Nosotros, hijos del tiempo, no tenemos lugar allí, 
en la perfecta quietud del espacio serenado. Todo lo que nos ocurre 
ha sido nada más que la inercia de un estallido 
hace muchísimo tiempo.

V
Tal vez, vuelva a ocurrir. Y los dados se echarán a rodar de vuelta. 
Me gustaría ver cómo caen las piezas esa vez.
Todo puede ser tan diferente. 
Pero solo me queda imaginarlo. La imaginación 
es el agujero negro. 
La producción de un universo que no es. Un reverso.
Arroja mundos en el mundo. 
Nuestro consuelo, 
nuestra religión. 

¿Qué será de ella cuando todo regrese a su quietud?


...

Yo no dije nada. Dejé que hablase. Después quedó en silencio un rato. ¿Qué le podría responder a Bertrand Russel? Yo tampoco entendí mucho, pero ¿qué? ¿le voy a pedir explicaciones a Bertrand Russel? Para futura referencia: si Bertrand Russel se te aparece en un sueño, dejalo hablar tranquilo. Es un sueño: no molestes con tu fetiche de sentido. Bertrand Russel se sacó la bata de científico, y debajo tenía un pijama con dibujitos de Disney. Abrió la ventana, y se arrojó por ella. Cuando me acerqué, vi que había caído a una pileta de gelatina, y nadaba feliz. Tres coreanos golpearon a mi puerta y me reclamaron que yo no era capaz de distinguirlos de los japoneses. Estaban muy ofendidos. Sacaron cuchillos enormes. Me dijeron que ahora iba a ver cómo se hacía un buen asado. De inmediato la parrillada estaba lista, y empezaron a llegar invitados. Todo esto me deprimió mucho, porque sabía que sería yo el que iba a tener que limpiar todo mañana. Opté por fingir un incendio. Con un magiclick, que me dio Gerardo Sofovich, ataqué las cortinas y los bigotes de los invitados. Tim Burton y Robert Smith, que estaban bailando juntos, se dieron cuenta, y me persiguieron. Tuve que mudarme a Honduras y ponerme un negocio de alquiler de mulas. No se vive nada mal, pero hay muchos mosquitos. Ocurrieron muchas cosas más en el sueño, pero ya les perdí el rastro.

23.5.09

cómo se cifran los mensajes en el mundo desapegado



Despertar en mitad de la noche, mirar la habitación en penumbras y que las ropas dispersas que arrojé sin cuidado hayan cobrado formas monstruosas. Venganza del objeto inanimado: que las cosas, libradas a su azar de cosa tirada sin prestar atención, articulen el horror en su imprecisión nocturna. 
Algo oscuro ha de haber en las cosas (o en mí), que veo siempre rostros malignos en las manchas de humedad y los azulejos de los baños.

13.5.09

devaneo

Espera en la sala de espera del dentista. Hay un cuadro de Chagall en la pared. Reproducción barata. Espacio vacante suficiente para el devaneo efímero. Palabras evanescentes en la cabeza de Debret Viana.


Hay en quienes pienso muy seguido. En Modigliani, en Caravaggio, en Vincent. En Munch. Y hay otros en quienes no pienso nunca. No se me ocurriría pensar en Ingres, ni en David. Tampoco en Monet. Pienso cada tanto en Gauguin, pero no me cae bien. Siempre decido en su contra. Aunque prefiero su escritura a sus cuadros. Pienso más bien en Munch, en Chagall, en Blake. No pienso en Moreau, por ejemplo. Pero me gusta decir Gustav Moreau. Pero me acuerdo que Degas dijo que Moreau pretendía revelarnos el arte a través de la bijouterie. Me río cuando recuerdo eso. Sobre Degas tampoco pensaría, a no ser por Valery. Esas asociaciones son comunes. Pienso en Matisse y en Einstein por culpa de Picasso, pienso en Duchamp porque todo el arte se fue a la mierda, pienso en Piranesi por Kafka. Cuando pienso en El Bosco, eso no ocurre. No pienso en nadie más, ni devengo en él desde ninguna parte. Cada tanto llego a Klimt. Me satisface. Más el color que el tema. Menos el lienzo que la paleta. No pienso mucho en Dalí, salvo por Lorca. Tampoco en de Chirico, un poco más en Miró, pero muy poco. De los españoles, vuelvo siempre a Goya. Más a los grabados que a otra parte. Goya me sirve. Es un soporte efectivo para mis ideas. Pero es mucho más que eso, y lo aprecio, aunque a veces me cuesta disociarlo. La perfección de las meninas ya me agotó hace tiempo, si es que alguna vez, fuera de Foucault, me importó algo. Prefiero la bruma, y la imprecisión. Fiedrich, por ejemplo. O la luz en Turner. Tal vez sea el único inglés que me hable. De Constable, solo los cielos. Y poco más. Ilustradores sí. Beardsley sobre todo. La sangre de Beardsley, y sus sátiros. Aunque con Salomé me basta. No me pregunto si en verdad me gustan esas ilustraciones, o es algo que deviene de amar a Wilde. No me importan las gordas de Botero. Tengo un par de posters en la casa de Kandinsky. Paso rápido Rafael y Masaccio. Me demoro en Michelangelo, y nunca lo abarco. No es muy largo el rato que disfruto de Gorz. Sí me atrae el morbo erótico/homicida de Schlegel. Pero soy del trazo violento de Vincent, de los ojos insondables y los cuellos largos de Modigliani, del azul largo y frío de Munch, y sus caras desencajadas, de las noches de Chagall, y de la oscuridad perfecta de Rembrandt, que labró la tiniebla hasta parir la luz más fina y exacta. Esa luz ha sido erradicada de la posmodernidad. A veces, las noches vacías, en el empedrado de San Telmo, o en mitad del centro de la profunda madrugada en mi habitación, iluminada por la luz amarillenta del living, que llega a través de una levisima abertura de la puerta entreabierta, grieta efímera por la que viaja el privilegio de la anacronía, etc.