12.7.05

Preambulo al manual del mentiroso estético
I
Es que tal vez clamar por la verdad es la traición- tender la mano y que detrás grite el ansia de la verdad: ahí es donde empieza la traición-. Entrar en la verdad es darse a una lógica ajena. Es decir: no sé lo que quiero decir pero sería como decir: la verdad es como ingresar en un sistema de cosas al que habría que subordinarse. Sería necesaria una correspondencia ciega con las tensiones homogeneizantes para lograr pertenecer a la verdad. Porque lo cierto es que adherir a una verdad inmediatamente bloquearía el desarrollo libre de las características subjetivas e individualizantes.
II
La verdad la verdad laverdadlaverdad.
(Apunte para otro día: buscar La verité, de Sade, robar líneas de allí)
III
Mentir sería abrir una herida en la linealidad del tiempo. Como la sangre que brota de la herida y se derrama libremente lo que nace de la mentira es una historia. Una historia que es - desde luego - una bifurcación en la secuencia real de las cosas, algo como una senda paralela. Transitable para muy pocos (locos, esquizo, artistas) pero no inenarrable.
La realidad continúa su irrefrenable, terrible caudal. La mentira, dicha en cualquier punto de la realidad, abre un tajo y por allí se derrama. Esa historia que inicia no se detiene: continúa su trama en otra parte. Y no es imposible que, en cualquier otro punto, evolucionada, se contacte con Lo real: lo corte, lo mueva, lo trastorne: en fin, lo modifique.
Y también para atrás, por supuesto: las cosas no serían las mismas si creemos que las obras de Shakespeare fueron escritas por Marlowe, por ejemplo.
IV
No hablo de la mentira burda, la de los políticos, la maliciosa, la canallesca. Hablo de la mentira estética.
V
El único problema es que es difícil cargar con una existencia de mentiras. Si componemos nuestra vida a partir de un compendio de mentiras, significaría mucho trabajo lograr que no las mate la realidad y, sobre todo, que no se apuñalen entre sí (porque la mentira estética es como un gato salvaje que quiere correr libre, y no es probable que se a pueda congeniar coherentemente con otros ejercicios de fabulación). Si se consigue, es algo muy parecido al delirio. Como vivir en una novela.
VI
Es claro que no todos soportan el peso de su ficción. Tenemos, por ejemplo, el caso del francés que pretendía ser médico. Le decía a su familia, a sus amigos que trabajaba en el hospital. Salía de mañana al trabajo, pero se quedaba en bares lejanos, dormía en el auto, en parajes de la autopista. Iba incluso al hospital: cumplía sus horarios pero se quedaba haciendo nada, sentado, dormitando o leyendo revistas sobre medicina. Asistía a congresos y estaba al tanto de todos los avances técnicos de su supuesta profesión. Atendía a familiares y amigos - algunos de ellos, médicos -. Sus mejores amigos eran doctores y nunca sospecharon la farsa. Mil veces pudo ser descubierto, caminó tambaleante las fronteras de su fábula. Yo creo que, por el final, él ansiaba con desesperación que alguien le arrancara la máscara; hubiese sido su salvación. Sin embargo, la casualidad trabajó a favor de la farsa. Terminó asesinando a sus padres, a su esposa, a sus dos hijos. Era el peso de la máscara.
VII
Los hay que sí logran cargar con el teatro y se dan a esa representación. Como Jesús, o Eróstrato.
VIII
O Swedenborg, Joan D´arc, una parte de Rimbaud. Incógnitamente: Kafka y Pessoa. También Blake, Van Gough, Artaud. Y tal vez algunos asesinos seriales también. Todo es suscpetible de ser tornado artístico.
IX
Hay que comprender que uno siempre es ficción. El punto es: ¿de quién? La mentira estética es un mecanismo de apropiación de los hilos ficticios de la vida. O sea: hacer nuestra nuestra propia marioneta. Lo otro sería dejar que Lo Otro (las tensiones sociales, la mirada del otro, las corrientes de moda, las maneras y fetiches de la época, la mediatización de la vida, la buena educación, la economía, etc) conduzca nuestros pasos.
X
Imagino a ese tipo. El francés, el falso médico. Al final, mintiendo mal. Queriendo que alguien descubriera su farsa para poder dejar de mentir. El no pudo entrar en su ficción: su vida se volvió la parodia de su cuento. Debe de ser desesperante no poder salirse de la máscara.
XI
O no.
Hay algún placer - tal vez un placer de artesano - en vivir en la casa que uno construye. Qué importan los materiales. Yo hablo de una mentira - de un delirio - construido con delicadeza, artesanalemnte: hay que mentir hasta componer nuestra cara. Debe ser fascinante tejer un mundo y habitarlo. Como el marinero, de Fernando Pessoa.
X
El Marinero, de Fernando Pessoa dos puntos
En una habitación circular, símil de la torre de un castillo, tres veladoras sentadas alrededor de un ataúd. Nadie se mueve. Hablan. Hasta hundirse, hasta que todo tiemble. Una de ella cuenta que soñó con un marinero. Náufrago en una isla perdida, el marinero dejó pasar los días soñando. Soñó un mundo.


"(...) Durante años y años, día a día, el marinero erigía en un sueño continuo su nueva tierra natal... Todos los días ponía una piedra de sueño en ese edificio imposible... Pronto iba teniendo un país que ya tantas veces había recorrido. Millares de horas recordaba haber ya transitado a lo largo de sus costas. Sabía de qué color solían ser los crepúsculos en una bahía del norte (…)"

Al tiempo, logró vivir en ese mundo. Un día se cansó de soñar y quiso recordar su patria verdadera. Pero ya no existía para él, no le quedaba ni un vestigio. Su única vida era su vida soñada. “Vio que no podía ser que otra vida hubiera existido... Si de ni una calle, ni de una figura, ni de un gesto materno se acordaba... Y en la vida que le parecía haber soñado, todo era real y había sido...”. Y cuenta la veladora que vino un día un barco, pasó por la isla. Y allí ya no estaba el marinero.
Heridas de muerte por el relato del sueño, por su simbología, las veladoras conversan temblorosas la irrealidad de cada cosa.
XI
Para caerse en la verdad hay que producir la verdad; es decir: subjetivarse. Es decir: MENTIR (mentir como traicionar el flujo del mundo). Para construir la verdad hace falta la maquina de mentiras. Hay que mentir (erigir una ficción) hasta que la ficción nos ampare. No hacerlo significa convivir con los codos de la ficción del otro. Vivir en el mundo de los otros.
XII
Esto parece una apología: ¡hay que estar loco!
Puede ser. La cordura civilizada es también el límite del otro (que el otro pone) - ¿dónde lo pone? obviamente: ¡sobre nosotros! -. Además, basta mirar un poco: la cordura civilizada se parece mucho a la locura. Vemos la realidad, los días, periódicos, la tv, las vidas ajenas, las vidrieras y no podemos dejar de decir: ¡esto es la locura!
Claro: es la locura del otro.
(¿de quién? No importa de quién: ¡siempre es de otro; de cualquier otro!
y siempre pesa sobre nosotros: es lo que hay que ser - o sea, la inercia, la muerte -)
XIII
Este viene siendo un texto largo - para el interés de un internauta-. Nadie lee textos largos. Tengo que suponer que estoy a salvo. Además, tengo fiebre. Puedo alegar desequilibrio momentáneo. Y no corregirlo.
XIV
Es que la locura hay que merecerla: hay que construirla. Yo creo que debe ser desde el arte hasta ncallar en la vida, rozar sus costas. Si empezamos por elementos no artísticos, si tenemos fines mezquinos, si nuestras mentiras no son nobles corremos el riesgo de terminar como el doctor francés. Es decir, que yo no me acuerde de su nombre. No como Shakespeare o Jesús. Pero yo no serúa tan enfático al afirmar esto. Tal vez el orden, los materiales sean misteriosos. Como Charlotte Corday. En todo caso, será memorable. La historia rescata - de alguna manera - a los que entraron en su propio sueño (al sueño que construyen). Descreo de que el elemento artístico no participe. En todo caso, la trama de esa vida será legible como pieza literaria. O se perderá.
Invariablemente.
XV
Lo que pasa es que hay mucha gente en mi delirio.

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