29.7.05


Pesadilla de un escritor
I
Entró en el cuarto. No había ensayado quejas, y le bastó quedarse callado. Pensó, para qué retórica Recordó a Juan de Panonia, que en la inquisición "discutió con los hombres de cuyo fallo dependía su suerte y cometió la máxima torpeza de hacerlo con ingenio y con ironía". Recordó el minucioso relato de sus aullidos, mientras lo deshacía el fuego de la hoguera. No había acostumbrado los ojos a la tenue luz de las velas cuando sintió el estruendo de la puerta cerrándose. Era el sonido que esperaba. Lo habían dejado solo. Era su condena. Era mejor hacerla silenciosa.
II
Le habían dicho: la habitación es infinita. Le habían dicho: la habitación es cerrada. Le habían dicho: tiene puertas, pero no salida; todas conducen aquí. Le habían dicho: los libros son muchos y podrían aplastarte; pero concluyen; también la palabra concluye: pero no su sonido, ni sus uñas. El pensó para sí: encerrarme eternamente en una biblioteca inacabable es como construir sobre mí un paraíso personal y obligarme a no salir nunca.
III
Por eso no protestó ni se defendió. De hecho, desconocía la acusación en su contra pero no se molestó en averiguarla. Supuso que se trataba - como casi siempre - de una confusión, y aceptó gustoso la grata condena: entendió que levantar una palabra podría reparar su situación pero que corregir su sentencia difícilmente devendría en un sitio tan placentero. Miró las altas paredes de libros, lo rodeaban por donde mirase. Pasó las primeras horas caminando los pasillos, rozando con la punta de los dedos los lomos de los libros cercanos, ese amor táctil.
IV
Le habían dicho: esta habitación está en un castillo, en el castillo cada habitación es idéntica a la siguiente y a la anterior: aun si lograras salir de ésta - que es imposible - no te darías cuenta. Le habían dicho: las salidas del castillo - que no existen - dan a otros castillos iguales a este, donde otros condenados cumplen su sentencia, pero es improbable que se encuentren. Siempre están ocupados con sus condenas. Las cargan de un lado para el otro. Como una cruz, o como una sombra. O han sido devorados por ella.
V
El pensó: qué extraño. Le parecía singular estar viviendo una escena que seguramente encontraría en algún estante de la biblioteca, en algún libro de Kafka. Pensando en ese infinito hecho de postergaciones, y la manera en que era contenido por un elemento a su vez infinito en la interminable biblioteca, sintió que las palabras de los guardias, además de amenazantes, eran posibles.
VI
Le habían dicho: incluso nosotros mismos, que te hemos traido hasta aquí, difícilmente logremos salir. Aun así, es recomendable que no nos encuentres. El pensó: pero si yo nunca querré salir. El pensó: si ninguna otra cosa le he pedido a la vida. Si no hay salida, mejor así. No querría dar tres pasos y por error haber salido. Por error haberme caído fuera de mi sentencia.
VII
El era un niño otra vez. Recorrió encantado los largos, góticos pasillos. Todo era silencioso, todo era de silencio. Pero el presentía el dulce murmullo gorgoteando, el dulce murmullo de las palabras mezcladas de los millares de libros cerrados. Era como soñar.
VIII
No se sentía encerrado. Sabía que cada libro era un camino que terminaba muy lejos. Cada libro una fuga de la biblioteca, con la preciosa comodidad de despertar otra vez a la biblioteca, tomar otro libro cualquiera y seguir: lejano.
IX
Que los libros no tuvieran el nombre inscripto sobre el lomo, que no estuvieran ordenados bajo la lógica deductible del alfabeto, o la lengua, o el género siginificaba otra forma del infinito. El pensó: siempre hay un orden. Podría entregarse al juego de intentar descifrarlo, sabiendo que era más bien una excusa para leer que un objetivo. No importaba, se dijo, eran pasos.
X
Al azar tomó un libro. Estaba ansioso. Era un libro cualquiera. Pasó las yemas de los dedos de su mano izquierda sobre la tapa de cuero, mientras lo sostenía con la derecha. Presentía la caricia tierna del principio del placer, las primeras palabras serían como una cascada, una densa y tibia marea mediterránea con la forma de una cuna; ya se entregaba a los primeros espasmos. Sabía que andaría mucho más que los pasos errantes que había dado por los pasillos inacabables de la biblioteca.
XI
Al principio, sospechar lo siniestro en lo que se daba como una aparente casualidad le pareció un despropósito infantil. De acuerdo: allí había muchos libros, tal vez infinitos libros, tal vez todos. Que el primero que tomara de la vasta biblioteca fuera un libro suyo (HYBRIS. estética de las horas solas; 1981)era extraño. Tal vez era irónico, tal vez era un signo. Pero no podía imaginar un signo de qué. No le importaba tanto. Guardó el libro en el sitio que había dejado vacío (aunque primero buscó la fecha de edición y al ver el año sintió algo parecido a la nostalgia).
XII
Después de comprobar que el segundo, el tercero, el séptimo, el vigésimonoveno habían sido también escritos por él, frenéticamente arrancó los libros de las estanterías cercanas, hasta derribar varias hileras completas. Desesperado corrió por las galerías de la biblioteca, deteniéndose abruptamente en cualquier parte para tomar al azar un libro, que siempre era suyo. Esa primera noche auyó como un lobo en el delirio,
como un bebé en el solitario frío.
XIII
Todas las palabras que escribió una vez le duelen como si fueran lentos vidrios rotos.
XIV
Ya no camina. Se arrastra por las altas galerías de la terrible biblioteca. Los pies se le gastaron eludiendo su reflejo. Llora y ríe, y se comporta como un niño y como un loco, como un mendigo y como un muerto. No busca la salida, porque sabe que toda la realidad es así. Las paredes hechas de libros - de palabras suyas, de palabras muertas - cierran su destino, y cada ejemplar es como un ladrido helado de su ajado reflejo. Los libros son como espejos. Nadie toleraría tantos espejos sin volverse un monstruo.
(porquetodos los espejos llevan al silencio)
XV
Sueña con el final. Los libros lloviendo desde las estanterías, sepultándolo para siempre.
Una tempestad.
Pero teme sentir todavía las puntas afiladas de su caligrafía, pinchándolo, abriéndolo, sin fin.
Sin fin.

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