diario de un lector
Después de un bonito y prometedor primer párrafo, el tedio de las primeras 40 páginas de Historia del pelo, de Alan Pauls, me exige considerar la tentación - tan poco recurrente en mi disciplina - de abandonar la novela, devolversela a esa muchacha que me la prestó y seguir con otras cosas. Aun así - en la danza monótona e inútil con el Tedio -, el fetiche del libro, en el que persevero tantas veces sin esperanza, y cierto aura que queda de haber leído con agrado la primer parte de El Pasado (y claro, haber leído hace poco en Entre paréntesis, que Bolaño considera a Pauls uno de los mejores escritores latinoamericanos) hicieron que hoy - que tuve que pasar el día en el centro, y en salas de espera de clínicas donde fui abierto y escrutado desde diversos ángulos (muchos de los cuales no me favorecen mucho) - atravesado el umbral de la cincuentena de páginas, hallase cosas que me provocaron cierta - todavía leve, modesta - simpatía.
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Y ahora que terminó de escribir, horrorizado por la cantidad de suborbinadas, se pregunta para qué. ¿Con qué objeto continuar una lectura tediosa? Tiene tanto por leer, tantos libros que lo esperan, que lo incitan. ¿A qué aferrarse al tedio? No le pasa con las películas (se levanta de inmediato, o cambia de canal, o borra el archivo y mira otra cosa), no le pasa con la música (degusta los primeros segundos del track como una copa de vino, y es luego seducido o violentamente rechazado). Le pasa con los libros. Se hunde en ellos aun cuando no le reporten nada. Puede tratarse de un desierto sin esperanza de oasis que lo interrumpa, y él persistirá hasta la última partícula de arena, insensatamente.
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