my kingdom for a vicodin
Me
acuesto a la una pero me despierto a las tres. Por tres horas más doy vueltas
en la cama, alternando el frío con el sudor. Me levanto a las seis, e
investigando en google el medicamento que me recetaron, descubro que es
incompatible con el café. Y apago la cafetera. Noto, las veces que me paro del
asiento frente a la computadora, que estoy
muy mareado. Hay gatos que afuera maúllan estridentemente como si los
estuvieran quemando vivos, o como si fueran espectros penando. En algún punto
escribiré una breve cronología de los síntomas.
(para ver el texto completo, click sobre el título)
3er día
El
lunes me despierto mucho peor que el lunes. Ni la amoxicilina ni el ibuprofeno
significaron la más leve mejoría. De hecho, se me han multiplicado los síntomas
(no ya del lado izquierdo, sino toda la garganta, no ya el oído izquierdo, sino
también el derecho) y se han agregado otros (dolor de cabeza, de espalda, de
riñones, del cuello – cada vez más duro -). Cada vez son menos los momentos
tolerables. Me cuesta salir de la cama y en la cama la paso pésimo. Ya no puedo
hacer pasar por la garganta ni siquiera líquidos. La fiebre no baja de 39 desde
el domingo por la tarde. Sigo sin voz.
Huevos
Pero
son los huevos, y no otra cosa. Cuando me percato de que mis testículos se han
duplicado, y alcanzan ahora un tamaño bukowskiano, decido que tengo paperas. En
el espejo, corroboro que la garganta se me ha inflamado de modo atroz. En
google, chequeo los síntomas. Todo cierra perfectamente. Maldigo a la doctora
sudamericana que ayer vino a casa. La información me excita, y empiezo a temer
que la paperas derive o príncipe una meningitis. Empiezo a gestionar mi salida
a hacia una guardia.
doctores
Los
doctores, de un tiempo a esta parte, se me han vuelto detestables. Conjeturo que
debe tratarse de un milenario rencor para con medicinas no tradicionales, y que
por ese lado debe venir la nueva voluntad de diagnosticar mediante telekinesis,
sin necesidad de revisar ni estudiar al paciente. Hace tiempo que, en la primer
consulta, me dicen cualquier cosa, y erran significativamente el diagnóstico, y
tengo que ir a otro médico, que me dice que el médico anterior era un idiota, y
me cancela los medicamentos prescriptos por él, y me da unos nuevos. Ni hablar
del farmacéutico, que me dice que el médico es un idiota, que hizo mal la
receta, que falta la firma, o no se lee el sello, o que me recetó un
medicamento que la obra social no cubre. De un tiempo a estar parte, solo me
quedan dos doctores del lado de mi cariño: House y Doctor Who.
Odisea
1
Consigo
un auto, y me llevan al hospital Italiano. Tiemblo durante el viaje. No hay
fragmento del cuerpo que escape al dolor. Me retuerzo en los asientos traseros
del auto. Entre los dolores de cuello, y la inflación de la garganta no puedo
mirar hacia los costados. Otra vez me digo: esto no puede ser angina. Cuando
llego, y me acerco al escritorio, me informan que mi obra social ya no es
aceptada en el hospital, desde el primero de septiembre.
2
Maldigo
mi obra social, y maldigo al universo. Me digo, otra vez, que voy a cambiarme a
Swiss Medical o alguna que sea, más o menos, en la medida de las obras
sociales, más decente. Tomo otro auto, y voy a la clínica Los Cedros, en San
Justo. No me gustan las clínicas, ni los hospitales. Pero odio particularmente
a Los Cedros. Detesto tener que volver al hospital donde interné, y fui a
buscar muerto a mi abuelo. Cuando llego, recuerdo los pasillos y las esperas. Y
la tarde que me entregaron el cuerpo y lo llevé sólo hasta la funeraria, donde
no fue nadie.
3
Cuando
voy al mostrador de guardia, no hay nadie. Llega otro paciente, y golpea el
escritorio. Veo como alguien sale de detrás de un biombo, donde estaba
paveando. Me informan que necesito primero autorizar un papel para poder ser
atendido en la guardia. Me indican donde, y voy. Pero me dicen que tengo que
tener un bono que no tengo, y sin el cual no me pueden atender. ¿Dónde lo
compro?, le pregunto. Antes lo vendíamos acá, dice. Pero ya no. Acá a una
cuadra.
4
Con
todo el dolor de un cuerpo a cuestas, camino las dos cuadras hasta el lugar
donde venden el bono (no, no era una cuadra al final). Cuando llego, están
cerrando. Y no me quieren vender el bono. Les explico, con el hilo de voz que
logro articular en mi furia, algunas de mis circunstancias. Y luego de una puja
antipática, consigo el bono. Y vuelvo a la clínica, y hago los trámites, y me
siento a esperar, y espero mucho tiempo y una señora sentada al lado mío se
levanta y vomita, y sigo esperando.
Segunda odisea: el
pelotudo del médico
1
Esta
vez, un boliviano. Cuando le hablo, no me escucha. Ni siquiera me mira. Me toca
la garganta. Y decide. Trato de explicarle, pero no le da ninguna importancia.
Insisto, y logro que me mire la garganta con una linternita. Habla de una
angina pultácea. Y me receta un medicamento. Le explico mis dudas. Que muchas
veces tuve angina, pero nunca algo así. Que hace dos días que no como, y que no
duermo. Que no me bajó la fiebre de 39 en dos días, que me duele la espalda, y
el cuello, y los huevos, y la cabeza, y las manos, que si me cruzo de piernas o
levanto un brazo, se duerme dolorosamente en el minuto. Y todo eso, susurrado,
porque no tengo voz. Me cancela los medicamentos de la doctora anterior, y me
da otros. Dice que no es paperas. Agito mis testiculos en el viento, pero no se convence. Pasa una enfermera, y me sonríe. Le pido que me escriba en algún lado lo que
tengo. Se molesta, y lo hace. Le pregunto por el reposo, y me dice 48hs. Le
pido que lo escriba. Me dice que al tercer día vuelva para chequear los
síntomas, porque las paperas o lo que sea pueden manifestarse a las 48hs. Le
digo que no me pasa nada por la garganta: ¿cómo como? Y ocurre este diálogo.
-Dieta
líquida.
-Pero
no puedo tragar.
-Dieta
líquida.
-
Pero no puedo tragar tampoco líquidos.
-
¿Por qué?
-
Porque me duele. Me estalla el cerebro cada vez trago aunque más no sea un poco
de saliva.
-Ah
tomá el medicamento y se te va a ir pasando.
Bravo.
Siete años de medicina para resolver las cosas tautológicamente.
En
algún momento escribiré una breve cronología de los síntomas. Por ejemplo, en
el siguiente párrafo.
2
Breve cronología.
El
sábado, en la librería, descubro un dolor punzante en la garganta, del lado
izquierdo. No lo pienso mucho: asumo que se irá. Mi primer reacción ante el
dolor es siempre pensar que es un error, un momento, algo pasajero, un breve
accidente. Trato de hacerlo lo menos consciente posible, para que pase. Por la noche, ante la persistencia del dolor,
comprendo que tengo algo. Me quedo
hasta tarde viendo Curb, y en un punto todo el cuerpo es dolor. Las
articulaciones, la cabeza, el oído izquierdo. Preparo un café con leche, para
calentar la garganta. Al primer bocado de un brownie, siento el desgarramiento.
Me arrastro a la cama.
Domingo
Amanezco
mucho peor. Sin voz, con fiebre, con un harpón clavado a través de la garganta.
Es solo un punto, que desgarra. No tengo tos, ni mocosidad. Trato, durante el
día, de tomar cosas calientes. Sopa y café. No mucho más. Oscilo entre períodos
de mucho frío y de mucho calor. Tengo, sin embargo, episodios no tan malos. No
son otra cosa que intervalos. Lo sé ahora, porque ya no los tengo. En esos
momentos, estoy mal y con dolores, pero es tolerable. Puedo estar en el sofá,
ver una serie. Ese domingo (vaya modo de pasar mi franco) empiezo a temblar y a
sentir agravarse los síntomas.
Lunes
Postrado
durante la noche, no atino a levantarme. Me digo: me muero, me estoy muriendo.
Entre las sábanas, me retuerzo. Tengo calor y transpiro. Y no tolero la ropa,
ni mi piel. Y después tengo frio, y me abrigo y me tapo pero no encuentro una
media y todo mi frío se concentra en el pie descubierto que me tortura durante
horas. Todo es peor. El resto, creo, ya lo dije.
3
Mientras
camino por los pasillos de la guardia, pienso por qué me dio un reposo de 48hs
si tengo que chequear mi estado a las 72hs. Me surgen otras dudas, y vuelvo. Lo
intercepto, y le muestro los medicamentos que estoy tomando. Le digo que hace
36 horas que tomo esos medicamentos. La fiebre no me bajó en ningún momento de
39. Trata de mostrarse un poco más amable, pero comprende que no lo voy a dejar
de molestar hasta que al menos haga de cuenta que está haciendo algo por mí. Se va y
vuelve con una inyección. No me agrada tener que enseñarle mi trasero a un hombre. Un segundo antes de pincharme, me dice que duele un
poco. A los 4 segundos, le doy la razón, golpeando mi cabeza contra los azulejos del consultorio, pero dudo mucho de la parte de “un
poco”. Salgo rengueando a los pocos pasos el dolor me paraliza la pierna y me
agita. Me dejo caer sobre un sofá y sufro convulsivamente durante 5 eternos
minutos. Luego, me siento mejor, y me voy a comprar los medicamentos. Me extraña sentirme mejor: deduzco que un dolor ha reemplazado al otro: el cerebro no puede concentrarse en dos dolores al mismo tiempo.
4
Me
toma 40 minutos comprarlos. Mucha gente. El farmacéutico me dice que ese
medicamento no está cubierto por la obra social. Más específicamente, me dice:
¿éste medicamento te recetó? Es un ridículo. Encima no te lo cubre la obra
social. 180 pesos. Por supuesto, me enojo. Son 180, más 60 por los medicamentos
anteriores, 30 por la médica que vino a casa, y una cifra que no quiero
calcular por el transporte. Cuando salgo de la farmacia no me acuerdo cada
cuanto tengo que tomar las pastillas, y como la letra del médico es ilegible,
vuelvo a buscarlo. Esta en su escritorio, pelotudeando. Cada 12hs. Y vuelvo a
casa.
5
Pero
en el camino se me vuelve a presentar toda la pelotudez del médico. ¿Se toma
entre-comidas, o con las comidas; qué contra-indicaciones tiene, puedo comer
cualquier cosa, tengo que prestar atención a algo, es incompatible con algún
otro medicamento? Llego a casa y tengo hambre, y como un filet de merluza con
puré, y salchichas y si bien la garganta, después de la inyección presenta un
dolor tolerable, la comida me sabe horrible.
Levofloxacina
Como
cuando leo el prospecto del medicamento me entero de que debe tomarse una
pastilla cada 24hs, y el nabo del médico me recetó cada 12hs, investigo en
google. Y encuentro, por ejemplo, los siguientes efectos secundarios (cito de
Wikipedia y de la página del Instituto Químico Biológico: nausea, vómitos, diarreas, daño neuronal
permanente, convulsiones, psicosis tóxica, tendinitis, ruptura espontánea de
tendones, rotura del talón de Aquiles, daño neuronal permanente, eventos del
sistema nervioso central como agitación, insomnio crónico, ataques de pánico,
pesadillas y paranoia.
Un
delicioso horror-trip.
La vigilia atormentada
La
parte del insomnio se cumple pronto. Me
acuesto a la una pero me despierto a las tres. Allí es donde empiezo a
escribir esta crónica. La intercalo respondiendo a quienes por feisbuc me
preguntan cómo ando, si estoy mejor, y me ofrecen danzas eróticas para colaborar
con mi recuperación, y leyendo en foros casos de gente que tomó esta pastilla.
No se trata de una lectura muy esperanzadora. Picazones crónicas en la base de
los pies, hinchazones de labios y rostro, asfixia, convulsiones y experiencias
más cercanas a la muerte. Hay incluso quien escribió “esta pastilla es lo peor
que me pasó en la vida”.
Ahora
Ahora
son ya casi las diez. Le sentí un gusto horrible a todo lo que comí. Incluso la
sprite estaba espantosa. Leí – hechizado – desarticulaciones,
de Molloy. Estoy estornudando mucho, algo que no había ocurrido en estos
últimos días. Y siento, cada tanto, un sabor amargo subir por mi garganta,
hasta mi boca. Me siento peor, y necesito llegar a la cama, donde escribiré, a
lo largo del insomnio, algún otro texto en mi cabeza. Como hice con este.
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