Acabo de terminar de leer Secret window, secret garden, de Stephen King y me veo embargado por la decepción. Disfrtuté los peldaños de la trama, me encontré enumerando cada cosa que era mejor que en la película. Pero el final... Mort Rainey no puede morir. Y mucho menos, morir así. Es atractivo lo que King hace, tratando de dejarnos la sospecha de que el personaje con el que Rainey deliraba y que había creado, había sido pensado con tanta minuciosidad y con tanta intensidad que acaso podía, al menos visto desde el rabillo del ojo, un poco, levemente, existir. Ok. Muy lindo. Tal vez me hubiese gustado, de no haber visto la película. Pero estuve 300 páginas esperando el justo asesinato de Rainey a su esposa y su amante, y de repente, Rainey está muerto. Estoy consternado. Comprendo que King es un soñador impulsivo y que sus ficciones, brutales y magníficas, son corregibles porque postulan más pasillos que los que King recorre. Pero me quedé sin el delicado goce de un asesinato bien ejecutado. Y esa es precisamente el tipo de ansia que ha de satisfacerse, de un modo o de otro.
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