15.7.11

un gordo pelirrojo con boina verde.


Apenas salgo de la librería salto al 12, para llegar cuanto antes a Congreso y tomar el subte A hasta Carababo y Rivadavia, donde el 113 me deja a tres cuadras de casa. El partido de Argentina empezó hace 15 minutos y sufro la infantil ansiedad de no poder verlo (aun cuando jueguen pésimo, es necesaria la experiencia épica del devenir del partido: es un espacio ritual y ajedrecístico donde se dirimen fuerzas inextricables del universo). Mientras acierto las monedas en la maquina del 12, un atisbo de alegría me embarga: la radio del colectivo esta sintonizando el partido. Mi atención se concentra en los sonidos que la ciudad disipa, y el cándido contento se extravía: un gordo pelirrojo con boina verde tiene una radio. No tiene audífonos y tiene el volumen altísimo. Y está escuchando al pibe odol, Claudio Maria Dominguez, que ofrece a bajo costo la receta de la felicidad, el éxito, el amor, y todo lo demás. Ambas radios, a un volumen similar, comienzan a entrelazarse. Oigo la rara mezcla de las realidades: Messi elude a la razón de la felicidad y casi la clava al costado del miedo interior que nos impide realizarnos a nosotros mismos; es una pena que Batista no puso el deseo verdadero de reflexionar sobre Pastore y porque así Messi no tiene con quien generar volumen de luz con la que plasmar su yo tóxico, su yo negativo que no lo deja jugarse por la vida y falta de Burdisso.

Odio al gordo pelirrojo de boina verde.
Cuando me bajo, le dedico una mirada mortal.

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