4.5.06

luz y parálisis (parte de "la ética de la estética)

12 de junio; 1923
"
Estos últimos períodos, terribles, incontables, casi ininterrumpidos. Paseos, noches, días, incapaz para todo, excepto para el dolor.
(...)
Cada vez me da más miedo escribir cosas. Es comprensible. Cada palabra, retorcida en manos de los espíritus - este impulso de la mano es su movimiento característico - se convierte en una lanza dirigida contra el que habla. Y muy especialmente, una observación como ésta. Y así, hasta el infinito. El consuelo sería sólo: ocurrirá, quieras o no. Y lo que tu quieres, te sirve de bien poco. Más que un consuelo, sería esto: tu también tienes armas.
"
Kafka
La literatura es el comercio con un vampiro. Llegar lejos en la manipulación de sus formas (forjar la sensación de una verdad nueva, torcerla hasta volverla una máquina de profecía) implica - la mayoría de las veces - quedarse vacío, seco. Hay quien ha pensando la imagen de una estilográfica como el puente por el cual la negra sangre del escritor se derrama, pluriforme, sobre los papeles vírgenes. No lo sé. El texto anterior es la última entrada de su diario. Kafka no escribiría una palabra más. Poco menos de un año después, se moría.
Alguien que había sentido el influjo terrible de la palabra escrita, que había prevenido sobre las fuezas oscuras de las cartas y la literatura era, antes de ser devorado por una enfermedad retro, paralizado en vida (claro: lo que él comprendía por vida/parálisis, que estaba determinado por escribir o no escribir). No creo que valga la pena hablar de mártir: dentro de todo, resulta sano que el hombre - ni bien ingresa en la vida - logre escoger o crear la herramienta que, progresivamente, lo va a matar.
También es cierto que Kafka había creado un monstruo - un monstruo terriblemente cierto -. Hoy todavía ese monstruo está vivo, tiene mil formas (una es la de la modernidad) e incluso parió a buena parte de este siglo. ¿Cuánto tiempo iba ese monstruo a permitir la continuidad de su progenitor? Engendrar la tematización, la puesta en escena de los recintos más abismales del yo; revelar la lógica, la cadencia verbal con que se narran los sueños no es algo que atravesará el cosmos gratuitamente.
Si hay alguna justicia poética, en el momento en que uno enuncia una verdad esencial o alcanza un instante de belleza absoluta, merece perecer fulminado. Si el mundo fuera estético, detendría las vidas en su momento más bello (este es uno de los incisos de la ética de la estética - que ya escribiremos -: como no funciona así, la literatura tiene que generar leyendas articulando trozos sueltos de vidas que tengan predisposición a ser reterritorializadas en novela).
Hay una venganza que las cosas infligen en aquellos que las desnudaron bestialmente. Hay una luminosidad etérea e inmarcesible que un alma puede brillar: pero no se sobrevive a ella. Supongo que es el precio.
Kafka pagó.

No hay comentarios.: