9.5.06

la memoria (refrito)

En los detalles mínimos, lejanos la delicia:
Honda la madrugada en el monumento a la bandera, en Rosario, hace dos años ya. No sé por qué recupero hoy - distraídamente - estas cosas. Nadie cerca: la noche vacía llena del doble silencio que tiene el suelo repleto de pasos hace apenas unas horas; yo en el centro de ese emporio. No hace frío, pero la brisa insiste, violenta. En derredor del predio hay montones de banderas de argentina izadas, desplegadas en lo alto. Son los restos de una ceremonia a la Palabra, por el congreso de las lengua (ya han hablado Sabato, Saramago, Fontanarrosa). Lo precioso - y nimio y mío - era que el viento, al agitar las banderas, movía los cables que las sujetaban. Cada cable tenía un anillo de metal: el anillo golpeaba -suavemente, era como un susurro - el mástil; sonaba como cuando alguien deja caer su cubierto sobre el plato, pero como si el plato y el cubierto estuviesen afinados. Como eran muchísimas banderas, el sonido me llegaba, desparejo, de todas partes: me rodeaba (después de todo yo estaba en el centro de ese anfiteatro vacío). Un ruido como chirriante, como banda sonora de la asfixia (los pasos metálicos, acercándose desde todas las direcciones - pero, terribles, juegan a no llegar; a estar siempre llegando -).
Y en ese terror que yo no sentía por verlo como si fuese una idea estaba implicada mi vaga felicidad nocturna. No sé por qué, en medio de un día frugal, me llegó ese sabor perdido. No creo que en el mundo pasen muchas cosas - los periódicos multiplican mugre y ficción tediosa- pero mis pasos están hechos de cosas así: cosas así son las que verdaderamente ocurren (no el índice merval, la caída del dólar, las cifras de la muerte, la carta documento que me deja sin casa).
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al final, siente que todo es lejanía.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sucede que tu ventana al mundo pertenece a una edificaciòn infinita. Para divisarla desde aqui (en un recòndito punto del agobiante paisaje) es preciso detenerse en esas ìnfimas intersecciones que nos circundan. Solo de esa manera veo la inmensidad.
Hasta pronto Debret.

Anónimo dijo...

"París bien vale una misa"; y sucede que, mal que pese, la sensibilidad se amotina y por dos segundos de armonía el travestismo (o la desnudez) de la realidad llega a un punto insoportable, en el que uno es feliz.

Debret Viana dijo...

puede ser puede ser. a mí me gustan esos instantes que el alma vestida reviste con literatura, cargando de sentido momentos dispersos y banales del mundo. es como ser niño un ratito.