10.12.06

vanitas







/ 25 /





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He decidido este experimento: escribir hasta cumplir 25 años. Son las 6.14am; hace un rato llegué a mi casa, pasé un tiempo sentado en el inodoro, pensando en lo que hubiese tenido que ser mi vida. La noche fue amable: una cena con mis dos mayores amigos, cercanos desde los tiempos de la infancia. Tengo ahora 24 años; cuando deje de escribir habré pasado la frontera del cuarto de siglo. No tengo nada para decir. Las cosas que digo usualmente son cosas que pensé o adquirí alrededor de los 15 años. Desde entonces no hago más que repetir, reformular, reestructurar. No tengo nada para decir pero dormir... ya es demasiado temprano para dormir. Y quedarme solo conmigo, azarosamente recapitulando las escenas de mi vida sería tortuoso. La penitencia de escribir al menos me obliga a rehuir la inmediatez de mi calvario.

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Artaud considera a la poesía, y al arte en general, como vida concreta que se vuelve trascendente. Estas palabras mías, en cambio, son efimerías.

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Del amor nunca entendí nada. Hablé mucho, vanamente. Puedo decir, del amor, cosas tristes. Y también puedo decir algunas cosas bellas. Pero nunca entendí nada. Las cosas que dije, las dije por mera devoción poética. Nada más. Los resultados de mis análisis racionales del amor son apenas una mueca de desesperación. Porque nunca entendí nada. No entendí nada de los beneficios del amor, no supe nunca por qué me quisieron; no entendí tampoco las cosas que me desolaron.
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Mi último cumpleaños en Buenos Aires: eso también me predispone un poco hacia la tristeza. Las cosas que se acercan son una delicada despedida.
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Muy rica la picada en Recoleta; bien – aunque debió estar más frío – el licuado de banana en costanera sur. Hubiese preferido cualquier otra cosa que no fuese un sábado: toda la gente dando vueltas, ocupando la noche, privándome de la quietud.
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Dato para mí: es la primera vez, desde mis 18 años, que paso mi cumpleaños sin estar en pareja. La soltería me sienta bien: gozo de sus libertades, de su egocentrismo, de su versatilidad. Lo que me cansa es la desesperación.
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" my shoes are gone
my life spent "


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Grave: Borges publicó a los 24 años. Ese era el límite que secretamente me había impuesto. Con eso me excusaba ante mis padres: ¿qué pretenden de mí si Borges –¡BORGES! – recién publicó a los 24 años? ¿Dónde me esconderé ahora?
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Amanece. Los primeros autos manchan el canto de los pájaros en la ventana. Pronto, mi vereda se cubrirá de sol: veré el amarillo tenue, derramado sobre mi persiana cerrada.
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El cine comercial de este año ha sido terrible. Si no fuese por el festival de cine independiente (ver cinco películas por día; Kitano maravilloso) hubiese sido una pérdida total. Lo único memorable: El tigre y la nieve, de Benigni.
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Harto del mapa de fracasos románticos que implica cualquier viaje en colectivo por Buenos Aires. Gracias a mi imprudencia topográfica, desparramé mis romances, mis deslices, mis estériles ansias por todas partes y ahora, vaya por donde vaya, me cruzo siempre con alguna mancha de sangre (por lo general, mía) que de inmediato me retrotrae a un tremendo repertorio de recuerdos pasados y pisados.
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Me predispongo a escribir mal (en la medida de lo posible) estos fragmentos inconexos. Es apenas una precaución: no quisiera confundir este ejercicio terapéutico con Literatura.
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Panfleto (la presencia gatuna que habita mi casa) es mi única compañía, fuera de este texto y este precario sándwich de jamón con mayonesa (todos los demás duermen). Con ellos soportaré el tránsito de edad.
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He recibido, a modo de regalo, cosas completamente absurdas (algunas en estricta contradicción con mis principios ideológicos). Me conocen poco. Al menos yo me regalé dos libros (el Kafka de Deleuze/Guattari; La teoría estética, de Adorno).
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Es cierto, hice un poco de zapping. ¡Qué culpable me siento cuando hago zapping! No necesariamente en el momento, porque estoy preso de la hipnosis televisiva; pero después, cuando cuento el tiempo que se desvaneció... cuánta culpa.
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Bostezo, miro la hora. Tengo todavía 24 años: habrá que seguir escribiendo.
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En el desorden de mi escritorio (colosal caos el de mi habitación; suelo ser desordenado, pero desde que me enteré de mi mudanza, he perdido todo ánimo organizatorio: dejé de usar cajones, está todo fuera, por el piso, los libros apilándose, las hojas medio escritas, los discos, programas de obras de teatro, la botella de vino que compré hace 4 meses para abrir en alguna ocasión especial) encuentro Teorema, de Pasolini, que saqué de la biblioteca del living para decirle a una muchacha, por teléfono, quien era el traductor (Pezzoni; porque ella justo lo había comprado, barato, en Plaza Italia), y quedó aquí, como todo, haciendo bulto. Y ahora pienso qué fue lo que pasó con esta muchacha (la de la Noche Glaciar), por qué ella, en ningún momento, sintió por mí nada más que una lejana simpatía, una dispensable proximidad. Siempre creí que juntos la hubiésemos pasado deliciosamente (eramos tan... no sé; me pareció que estábamos cerca...) y en cambio ella va y se enamora de un tipo con el que estaba ensayando Hamlet (no por el tipo per se, sino porque ella lo confunde con Hamlet: claro, ¡si tenían las mismas líneas!) y no ve en mí más que un desdichado escritor proclive a las tristezas, exasperadamente verborrágico y con un peculiar sentido del humor. Ahora ya se desilusionó del tipo con el que ensayaba Hamlet (evidentemente el tipo no supo sostener el rol en la vida real), pero lo que pudo ser nuestro fue apenas un espejismo mío (exhausto de peregrinar desiertos) y, fuese lo que fuese, naufragó.
Además, es algo que ya me había prometido: salir con actrices, nevermore.
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¡Qué mal, qué mal me ha hecho leer Los Subterráneos; cuánto daño me ha hecho Kerouac!
Espero que mi prosa se reponga pronto.
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Cuando tenía 17 años, en el Aeropuerto de Río de Janeiro, gasté mis últimos reales en una reproducción enmarcada de La noche estrellada, de Van Gogh. La he puesto en la biblioteca frontal, sobre un libro de Rilke, y cuando levanto la vista de la escritura, siempre recaigo en ese terrible y precioso paisaje de inquietos vientos e incendiadas estrellas.
Recuerdo esto por otra cosa: haber sentido el declive de mis potencias físicas al tiempo en que mis facultades sensitivas profundizaban su agudeza; de allí sólo saqué heridas, y alguna errante frase lúcida. Y brotó en mi mente aquella frase de Vincent, que le escribía a su hermano: “acaso para un artista la muerte no sea l más difícil”.
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Ah, Vincent, que también decía: “estar herido de muerte y de inmortalidad”.
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¿Es esta la mejor manera de cumplir 25 años? Pienso en Blanchot: ¿estamos realmente seguros de que la escritura no pertenezca al mal? No sé, no sé... pero qué otra cosa podría hacer. ¿Acostarme, y recibir la sentencia del tiempo en medio de un sueño?¿Ir a caminar por ahí? No con este cansancio. Pensé también en una gran manifestación eyaculatoria: recibir los 25 en medio de un orgasmo. Pero me pareció demasiado aparatoso. Seguiré escribiendo, tomando y escuchando un poco de música (rotular eye movement).
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Entre este párrafo y el anterior me lavé los dientes, apoyado en la ventana mirando la calle vacía del domingo que empieza. Me doy cuenta de que la luz que dejé encendida ya no es necesaria, y la apago.
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Después, me doy cuenta de que lo que no es necesario es el día: bajo la persiana y enciendo otra vez la luz.
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Se enciende la alarma del equipo de audio. Me levantaba ayer a esta hora, tomaba el tren en la estación Flores, iba a mis clases en el museo de Bellas Artes, una muchacha que suele almorzar conmigo me decía que prefería no almorzar conmigo, que tenía que irse y yo me sentía abandonado (como siempre que no me siento amado, idolatrado, admirado, requerido: de la tranquilidad es de lo que no tengo noticias, salvo en las lecturas felices, o las siestas mecidas con música).
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¡El vino que compré hace 4 meses para abrir en una ocasión especial, muerto de risa!
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Mi padre me regaló una bella lapicera de pluma (Cross, de oro y plata; se desliza sobre la hoja con suavidad etérea). Cuando llegué a mi casa, después de cenar con él en un restaurant de Boedo (noche de lluvia), vi que en el manual de instrucciones (es una lapicera muy compleja) había una dedicatoria de mi padre. Era muy tierna y conmovedora (no la transcribiré); y al mismo tiempo estaba cargada de tristeza, de conciencia de finitud. Me quedé pensando mucho insomnio en eso.
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Justo suena el precioso verso:
make my make believe believe in me

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Tendré que comparecer – alguna vez – ante el tribunal de la literatura: oh...todo lo que he hecho de mí: devaneos torpes, vanidad incisiva, pura nada llenando páginas.
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...pura nada llenando páginas simplemente para que mi soledad tuviese alguna relevancia, para que todo no sea una pérdida, para no ser los demás....
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Me entero de que Munch nació un 12 de diciembre; me digo para mí: con razón pintaba esas cosas, con razón esa melancolía desesperada.
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La única disculpa que tienen estos fragmentos inertes, de pobre trama y triste desarrollo es la indulgencia de su humanidad.
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La verdad es: no tengo ganas de hacer un balance de sumas y saldos. Perdí algunas cosas, gané otras. Hubo cosas que terminaron, y otras cosas que empezaron; incluso hay bastante que ha sobrevivido el tránsito del año. Hubo películas, mujeres (que me dejaron de llamar, que empecé a conocer), una novela, nocturnas conversaciones con amigos, salpicadas notas en el piano prestado de mi habitación, el placer táctil de mis libros y canciones para mis estados de ánimo. Monedas más, monedas menos.
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Qué molestia esto de decir yo, de tener que cargar con mi cuerpo a través del texto...
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Tal vez mi mano sigue trazando frases como siguen creciendo las uñas, el pelo de un muerto.
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Bueno, ya está: tengo 25 años. No concibo una mejor manera de estrenar mi edad que durmiendo hasta que decline el día.



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la fotografía: selfportrait as a young artist
o selfportrait as a young ghost
por Debret Viana

15 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Por qué nos ponen tan tremendamente reflexivos los cumpleaños y las nocheviejas? Debret, la vida es una contínua reformulación. Como la energía, nada se destruye, todo se transforma. Y por cierto, aprovecha esos fracasos amorosos en colectivo. Por los que no tenemos la suerte... Feliz cumpleaños, viejo.

Anónimo dijo...

felíz cumpleaños zapa.

Q' grato fue leer estas lineas tan sinceras!

Te deseo días significativos.

g.

Anónimo dijo...

¿será tu cumpleaños o mientes para escribir?
¿será una ficción Debret?
no lo sé y creo que no es importaNTE. lo que si lo es, es que hay cosas que no podrás desandar porque las palabras ya viene impresas en tu vida. y para eso no hay promesas ni pactos...pequeño magritte de arriba.
un beso
laura

Debret Viana dijo...

mc clellan: las marcas del tiempo, empaquetadas en la armonía del calendario, nos ´predisponen al balance, para ver que dejó este año (generalmente, como en las confrontaciones con el espejo, cuanto más profundizamos, más perdemos).
gracias por el feliz cumpleaños; brindemos por los desdichados.

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laura: tenés razón en eso: no es importante. la decrepitud es algo que concierne a mi cuerpo hastiado, y no tiene nada que ver con estas letras. queda protegido el templo de la literatura, alimentadose noche tras noche de mi sangre.
te mando un beso.

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g: me dirás paranoico, pero me pone muy nervioso no reconocer de donde vienen esas palabras.

Anónimo dijo...

ok, pensé q por lo de "zapa" lo ibas a descifrar...

saludos!

Anónimo dijo...

¿como explicarán los astrólogos que a vos y a mí nos rija el mismo signo?

¿qué vino compraste?

Debret Viana dijo...

lale: sencillísima explicación, muchacha: se reduce a una cuestión de géneros: hombres y mujeres nacidos bajo el mismo signo tienen nada que ver. esto bien lo sé por mi madre, y por 3 o 4 locas que cruzaron por mi vida (podés preguntarle a la muchacha que está arriba tuyo).

en cuanto al vino, san felipe, 12 uvas.

y feliz cumpleaños, sea cuando sea.

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agostina: te escribí una espontánea respuesta en mi pc, justo antes de que dejase de funcionar. no vale la pena decir todo otra vez. si todavía tenés ganas, en dos o tres días lo habré recuperado, y colocado aquí.

Debret Viana dijo...

Agostina (desviados los problemas técnicos, momentáneamente): Pasaron las seis de la mañana, y a esta altura (de la mañana y de las circunstancias) no sé qué decirte (y eso que palabras es lo único que tengo: mis juguetes inútiles). Me extraña muchísimo encontrarte aquí (nunca te creí capaz de acercarte: se ve que este suburbio de la virtualidad no te lo controlan tanto). Al menos cabe aclarar que has olvidado la enorme celebridad del zapallo con patas (pensé que podías ser vos, pero me parecía inverosímil: sabía que era alguien del pasado, pero son numerosos los enemigos que fui ganando). Perplejo por esta repentina noticia tuya (bastante espectral, casi de ultratumba) , mentalmente respondí a tus palabras mientras viajaba en colectivo esta tarde desde recoleta hasta flores; por supuesto olvidé todo lo que te decía y por eso estoy escribiendo estas cosas. En fin, lo que estarás haciendo con ese gordito es inexplicable; pero que justo vayan a mi lugar favorito de la ciudad, en costanera sur, donde paso tantas tardes y madrugadas, es lascivo: menos mal que no nos encontramos: hubiese sido una escena para el lamento. Feliz cumpleaños para vos también (recuerdo que cumplías por estos días); y en cuanto a la sinceridad que halagás al texto, no sé: todo al final es literatura (incluso esto), y soy más verdadero en las ficciones que cuando asumo el yo (falsísimo, que se me trastabilla todo el tiempo); lo que pasa, nena, es que el marketing exige la exhibición de mi tristeza: no puedo expresar que la estoy pasando bomba: defraudaría a mis lectores; la melancolía es un estilo, una voz, una manera de respirar la frase. Veo que, como siempre, ya estoy divagando, olvidando a mi interlocutor y conversando conmigo mismo. Te mando un abrazo. Días significativos no sé qué significa. Al fin de cuentas, todos los días significan lo mismo: nada. La trama (el sentido) es algo que uno tiene que inventarse (mentirse). Espero que tu alma haya encontrado refugio. Disculpame las tantas palabras (se me caen). Me marcho de Buenos Aires; ya difícilmente nos crucemos. Será para bien.

Rain (Virginia M.T.) dijo...

Percibo en este texto tuyo lo que se llamaría "verdad de tu subjetiva cotidianidad" y de tu metafísica esencial.
Una fluidez constante y un aliento que se bendice
terrenalmente...

Anónimo dijo...

buscate alguien que te asesore para los vinos, porque ése, querido mosquito, va a defraudarte. excepto que entre nuestras diferencias se cuente también el paladar. en eso te llevo ventaja.

Debret Viana dijo...

rain: no sé hasta qué punto un texto como el anterior habla más de mí que mis ficciones. eventualmente, todo será literatura.

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lale: pocos vinos tan sabrosos como el san felipe doce uvas:desconfío de tu paladar, muchacha.

Anónimo dijo...

esa foto es tuya?? alucinante: todo un retrato y encima tan vacío, tan espectral; toda una posición sobre el arte, esa foto dice tanto, es perfecta.

Anónimo dijo...

sincero, cálido, tierno y humanísimo texto. parece que te siento cerca.

Lidia Gaytán dijo...

Epale, Feliz Cumple.
En verdad que es un gusto leerle, cualquier cosa pero leerle, es grato.

Lo de Munch, el 12 de dic, y esa.., cómo dices: Melancolía desesperada, será que es de todos los nacidos por esyas fechas?? bueno...

Saludos y feliz Cumple, y como se aproxima las Fistas de Fin de año, pues aprovecho, Feliz Navidad y Proximo 2007.

Debret Viana dijo...

marcelo: aprecio sinceramente el entusiasmo.

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laura: en esa ilusión está la trampa del escritor: trampa doble, tristemente, que él padece más que nadie (siempre incapaz de una cercanía "real").

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Pues muchas gracias, peripecias, por tanta algarabía y buenos deseos. De todos modos, no me sentiría cómodo en la felicidad (no renegaré, sin embargo, de un poco de dicha).

Y en cuanto a la fecha, deberíamos agregar a Woody Allen.
un abrazo