2.4.07

ficción


sombreros





1
Ahí, estábamos los dos ahí. En la puerta de casa. Junto a la vereda las maletas de ella (dos: una gris, otra azul). Nadie en la calle. Madrugada. Ahí, agitado de correr las escaleras, ahí, en medias, le dije: -¿Por qué? No entiendo. ¿Por qué te vas?¿por qué ahora, tan tarde? -. Le dije: -¿No podemos conversarlo? Subí – le dije – te preparo un té. Subí y hablamos -.


2
Nada. Ella no dijo nada. Bajó la cabeza. Un perro doblaba la esquina. No ví la luna en el cielo, camuflada detrás de las nubes. Grises. Pensé en el gris, en lo que el color gris significaba. La oí tararear una melodía añeja. No supe cuál era. Le dije: -¿Qué hacés? -. Le dije: -¿Por qué tarareás? - Hubo un silencio. Después, le pregunté: - ¿Qué canción es esa? -. Ella dejó de tararear. Levemente, sonrió. Creo que era una sonrisa. Tenía puesto un sombrero rojo. Y como miraba para abajo (y encima era la noche de la noche, las luces amarillentas de la calle apenas si susurraban algo) no pude ver bien sus rasgos. Le dije: -¿Qué es ese sombrero? – Le dije: -¿Desde cuando usás sombrero vos?-.


3
De repente, un auto a toda velocidad. Emerge de la niebla de la noche, frena de golpe. Justo en la puerta de la casa. Cruje el asfalto. Las hojas de los árboles, quietas. En un departamento de enfrente, del tercer piso, resplandece la intermitente luz azul del televisor. Dos hombres bajan del auto. - ¡Qué raro – me dije – que los dos hombres lleven sombrero! -. Se acercaron a las valijas, cada uno tomó una. Será la tiniebla, será la inmediatez de las cosas ocurriendo, pero no puedo distinguir uno de otro. Si hubiese bebido, asumiría que se trata de un solo hombre. Los reconozco así: el de la valija azul, el de la valija gris. Si en algún momento a uno se le ocurriese cambiar la valija con el otro, en ese instante, se volvería el otro. De pronto: una imagen se cierra ante mí. Los veo a los tres con sombrero. Me siento mal, me paso la mano por el pelo: lamento no llevar también yo un sombrero.


4
Los hombres cargaron las valijas en el baúl del auto. Les dije: - ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen con las valijas? -. No me respondieron. La miré a ella, que no me miraba. Suavemente, le puse una mano en el hombro; ella la apartó. No con desdén; ni siquiera había desprecio. Era un gesto, como cualquier otro. Enojado, le dije: - ¿Qué está pasando acá? ¿De qué se trata toda esta escena? - Puso su dedo índice sobre mis labios. Me callé, como si se me rompiesen las palabras. Me miró. A los ojos. Hizo que no con la cabeza (había ternura en el movimiento, había gracia: como si el gesto proviniese de un ballet) y empezó a caminar, a caminar hacia el auto. Uno de los hombres había abierto la puerta trasera para que ella subiera. Le dije: - ¿Quiénes son estos hombres? ¿Por qué están acá?-. Le dije: -¡No podés dejarme así! ¡son muchos años! -. Le pregunté, con un hilo de voz: -¿A dónde vas? -. Ni siquiera se dio vuelta para mirarme. No hizo un solo gesto. Se subió al auto. El hombre, delicadamente, cerró la puerta. El agua corría por el cordón. Una persiana crujía, cerrándose. Alguien, en alguna parte, abría la canilla del baño. Vibraban las hojas otoñales, como huesos. Las sábanas de una mujer, en el cuarto piso del edificio de enfrente, mientras ella se daba vuelta en la cama, eran como viento. Pasos, tal vez, a una cuadra o a dos, regulares, secos, monótonos; y el sonido de un cigarrillo consumiéndose. Era el silencio. El silencio es así: lleno de cosas.

5
Los miré, pétreo y desarmado. En vano mis ojos rogaron por una revelación: el final pasaba y me dejaba petrificado. Con lo que me quedaba moví los labios, les pregunté: -¿Puedo ir con ustedes? -. Se miraron entre ellos; yo sentí que hacían un gran esfuerzo por contener una bruta carcajada. Me miraron, y con la cabeza hicieron que no, que no podía. Ambos se señalaron el sombrero, a modo de explicación. – Ah -, dije yo.
6
Después subieron al auto. Uno de ellos encendió el motor. - ¿A dónde van? – les pregunto; - ¿Es lejos? -. El auto comienza a andar. Dije: - ¿No quieren subir a tomar algo?-. Dí unos pasos rápidos, me acerqué a la ventanilla de ella, que se alejaba, le dije: - ¿Cuándo volvés? Llamáme – le pedí – Llamáme cuando llegues -. El auto se alejaba, yo trotaba torpemente por la calle, el empedrado hostil bajo las medias, le grité: -¿Vas a volver? – le grité: - ¿alguna vez vas a volver? -. Pero no sé si las palabras salieron bien, la niebla. Había mucha niebla y si hablaba se me metía en la boca, estaba masticando niebla. El auto ya se confundía con la noche.


7
El cielo estaba gris. Parecía que, de un momento a otro, iba a llover. Daba lo mismo. Quise ponerme las manos en los bolsillos, pero tenía puesto el piyama, y no tenía bolsillos. Mis manos resbalaron en la nada. Entré en la casa, en el pasillo me crucé con el portero. Tenía un balde de agua en la mano; iba a borrar la vereda, las huellas. En un bostezo, me dijo: - Buen día –. –Buen día, Roberto -, le respondí. Subí al ascensor, apreté el número siete y soporté como pude el lento tribunal del espejo.




fin

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el cuadro: Separación, de Munch (1896)

*

12 comentarios:

Anónimo dijo...

hermoso, carveriano, sutil.

Javier Luján dijo...

Es toda una gozada leerte.
Un saludo.

Metaforica dijo...

realmente me deleita leerte..

Anónimo dijo...

Bello, bello hasta la tristeza

Anónimo dijo...

Bueno Debret, heme aquí, la verdad es que nunca pensé que iba a pasar alguna vez a saludarte, pero como muy bien dicen por ahí, la curiosidad mató al gato y ésta bien puede ser "la hora de mi muerte". Me ha quedado una tristeza y una cuasidulce angustia luego de leer este escrito. Me imagino a ese hombre, parado en medio de la calle, sintiendo como se le va la vida, como se le hiela la sangre, sin una explicación, sin saber siquiera el ¿por qué?, es que ¡Nada valió la pena! y de un segundo a otro te atormentan las preguntas y los cuestionamientos te vuelven loco. ¿Qué hice mal? o ¿Qué no hice?. Es terrible cuando alguien se aleja de esa forma y te quedas vacío, yermo, desolado y parece que nada tiene sentido. Creo que muchas veces nos hemos encontrado en esta misma situación, sólo han cambiado la escena y la locación, pero el dolor es el mismo.
He leído casi todos tus escritos, hay algunos demasiado oscuros e incomprensibles para mí, paro sin duda que a tí te hacen mucho sentido. Me gustó la historia de Sandra, ¡pobre Sandra!, que se ha quedado seca de tanto llorar, se le ha secado hasta el alma...
En cambio Fact, me ha producido una sensación extraña, lo leí con mucha atención y a medida que leía iba sintiendo un ligero calorcito en mi entrepierna [disculpa que sea tan honesta, pero no puedo tapar mi boca con la mano] ¿Acaso estabas hablando de "eso"? -¿Manus Turbare?- Me provocó mucho goce (no te puedo decir lo que hice luego de leerte, por lo menos no aquí)
¿Te extraño, sabes?, eres un ser magnético, tan misterioso como perverso, finamente perverso. Eres de esas personas que a uno le gustaría investigar su vida, ¡todo!
Me habría encantado intercambiar historias, visiones, sentidos, contigo, lástima que los hechos no lo hayan permitido. Te presentaste ante mí como un vampiro, y yo dejé que me succionaras la sangre. Ahora lo atribuyo al placer de lo desconocido, al imán que ejerce tu presencia, al deseo que provoca tu ausencia, y me gustó...
Bueno, es tarde y estoy muy cansada, pasé por aquí a saludarte y acabé escribiéndote una carta. ¿No crees que es un poco extraña la vida?

Un beso, sólo un beso
(buenas noches dulce Debret)

Debret Viana dijo...

vale: encontrarme en un renglón con Carver es un halago precioso.

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javier: se agradece; ser el goce de algo (por màs que yo no tenga nada que ver con lo que los textos provocan) es encantador.

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metafórica: tanto tiempo sin saber de vos. un abrazo.

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mar: acaso no es la tristeza la marea donde se mece la belleza, adormecida?

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y pao, te respondo en el siguiente.

Debret Viana dijo...

entonces, Pao.
Me sorprende encontrarte aquí. He de sospechar, primero, que no sos vos, que alguien firma con tu nombre. Le respondo, pues, a ese fantasma intercesor.

¿Has leìdo casi todos mis escritos? ¿realmente merezco tal dedicación?
Claro que no, ¿què confusión, entonces, te ha acercado a mi orilla?

El cuento de Sandra es bonito. Lo escribí cuando era un niño, y todavía me gusta. Una de esas supervivencias raras.

En cuanto a Fact, jamás contradeciré una interpretación (y mucho menos una cuyos efectos han sido tan favorables). Desconocía que mi literatura pudiese suscitar urgencias en la libido (trataré de perfeccionar la herramienta: es un trabajo de alquimia encantador).

¿Me extrañás? No sé cómo entender esto. ¿què es lo que extrañas?

Creeme, las cosas que puede ofrecer una vida son poco interesantes: en todo caso mi nombre está enredado en un tejido de literaturas que falsean favorablemente mi imagen. Soy mucho peor que esta prosa. Aun así, es completamente extraño que tu carta sea tan delicada cuando hace unos días mi nombre era en tu boca una forma de maldecir.
Pero sí es cierto el tema de la perversidad. Toda mi literatura es una perversión (un teatro que problematiza las perversiones).

No quise ser un vampiro, en todo caso. Y no estoy seguro de cuando me convertí en eso. ¿Realmente dejo un imperio de tiranìa de detrás? No lo sé. No soy yo quien puede decirlo. Pero sí, Pao, es extraña la vida y lo es mucho más si realmente vos escribiste esa carta. No sé qué decirte. La palabra escrita està atestada de malentendidos. Conversaremos, en todo caso.
adios, hasta pronto.

Anónimo dijo...

Sólo quería decirte lo que siento y lo que me haces sentir con tus letras... Sí, fui yo y es real, independiente a lo que haya ocurrido, no podía dejar de decirte lo bien que me hace leerte.
Un beso.

Anónimo dijo...

Sucumbes ante los elogios con flirteos incluidos, mortal Damián. Eres un muchacho común y corriente que escribe extraordinariamente.

Debret Viana dijo...

pao: mira vos. he de reconocer la nobleza que hay en tu actitud. Haré lo que pueda por no sentirme demasiado culpable por las cosas que te dije. Y que mis palabras (mi lado estético) te hagan bien es algo maravilloso: la idea siempre ha sido que mi "obra" remedie los vicios de mi vida. Solo funciona hacia los lectores: pueden atestiguarlo una larga fila de ex.

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demon: muchacho común y corriente es algo que no me han dicho nunca. deberías pasar tres minutos a mi lado, y ver si aun podès sostener tan dañina sentencia.
En todo caso, yo no soy importante.

Anónimo dijo...

Debret
No podría detestarte (luego de leerte eso ya dejó de tener importancia) sí me incomodó tu forma de expresarte en alguna ocasión, pero por favor no te sientas culpable (que las casualidades no existen) y esta forma extraña de acercarnos, que a mí en particular me ha conducido misteriosamente hacia tus letras, asumo que es por algo.
Tu y yo diferimos en un millón de cosas, aún así te has convertido en mi sombra, ¿será que en el fondo somos parecidos?. No sabría decirte qué pasó, no sabría decirte por qué entré a tu blog, no sé por qué te estoy escribiendo, lo que sí te puedo decir (con mucha convicción) es que me encanta lo que escribes, me provoca y eso ya es mucho.
Mi alma ya no vibra como antes, son muy pocas las cosas que me conmueven y me sorprenden, y ésto ha sido una buena dosis de energía.
Te puedo pedir un favor:
Escribe algo para mí, sólo para mí.

un beso y adiós.

Debret Viana dijo...

No sé, Paola: ¿acaso lo único que existe no son las casualidades?

En cuanto a mi sistema de culpabilidades, sucede que siempre he estado más cómodo mientras me detestan que cuando me quieren: ahí, ya no sé cómo actuar.

No puedo pensar en un mejor cumplido que el que significan tus palabras, y tu mera presencia. Provocar a un lector es una de las cosas más sublimes que puede lograr un texto. Haber revertido la apatía inicial es todo un logro. Y aun así no deja de ser muy raro. Pero la extrañeza presupone una maravillización (tomo prestado el concepto de Charly García, que es más divertido que los formalistas rusos con su ostranemia) y toda la situación, en su carácter atípico, no deja de ser excitante.

Ahora, escribirte algo. No sé cómo se hace eso. He adquirido, con los años de enfermiza praxis literaria, una aversión al vampirismo de las cartas. ¿Cómo se escribe algo para alguien? ¿Pensando en ese alguien mientras se escribe? Pero, de ser así, ¿no es una garantía de que el texto salga horrible? ¿no habría que descubrir la estética del texto e ingresar en su marejada de destellos? Pero, ¿qué tendría que ver ese texto con la persona para la que fue escrito? ¿acaso solamente la dedicatoria? No sé y no sé: el otro me parece un territorio infranqueable, y son tantos los abismos que brotan de la escritura que abordar a alguien debe ser una peculiar magia. Precisamente, como le decía Kafka a Milena en esas terribles cartas: Hay fantasmas que se beben los besos que te envío escritos antes de que te lleguen.

No sé: tendremos que discutirlo.

un abrazo.