21.4.07

una maladie sentimental



En el umbral, irse. Apresar entre las manos vacías ese único anhelo. Hundirme en el vientre del futuro sin los pies embarrados de pasado, de mí. Perder estas horas desencantadas como una vestimenta gastada que sin pena se deja atrás. Parirme otra vez.




*


Caminar por Buenos Aires es para mí un fangoso recorrido por la memoria. Un laberinto especular, lento desmoronamiento. Voy por las calles y se me encarnan los espectros, se me prenden, me conversan. Las mujeres que coinciden un tiempo con mi vida son solamente un juego de identificaciones en una gran mascarada farsesca y descompasada: esa tiene la nariz de Carolina; esta los ojos almendrados de Ludmila; la otra el carácter insoportable de J.; la de más allá los pechos de A. (i remember quiet evenings trembling close to you); la de más acá la manera de morderse los labios de L.; ésta susurra sus gemidos como aquella morocha de enero; cuando le hablo de Carver ésta otra pone la misma cara de falso interés que ponía G. cuando aceptaba ver conmigo una película de Fassbinder; si vamos a un parque, esta señorita de más aquí se empieza a rascar mosquitos imaginarios del mismo modo que T. garabateaba fraseos sobre el piano de su abuela; y así etc, etc,




etc: todo es otra cosa


Hoy, un rostro en la tv (uno que vi mil veces, de una mujer intrascendente) hizo un gesto preciso que me remontó (como un trampolín, como un fusilamiento) a la imagen de J. No su rostro, ni siquiera sus maneras. Apenas ese preciso gesto – una suerte de extasiado suspiro erótico, una exhalación lenta del bruto goce – que nunca ví en nadie, salvo a esa muchacha psicótica que extravié entre los meses. Ese detalle forjó la resurrección de la memoria de J. con todas sus pulsiones y demandas, con la respectiva tristeza por haberla excluido de manera tan tajante de mi vida, y así, por supuesto, reaparecieron noches que caminamos juntos, un recital de Pedro Aznar al aire libre, un bosque nocturno donde nos descubrimos. Me arruinó la noche.


sísifo


En mis rutinas sentimentales acabo siendo una suerte de melancólico Víktor Frankenstein que imprime sobre la futilidad de su actualidad las imágenes desfasadas de tiempos ajados. En cara me echarán mis vicios nostálgicos: enhebro con carne muerta souvenires en los que dispersar mi atención y dejo intacta la vital cercanía que cruzó por mí: atesoro la reminiscencia como un fetiche, y me deslindo del cuerpo que propulsó la maquinaria recordatoria. No es nada nuevo: fui privado del presente; ya sin hermandad con las cosas que pasan, me proyecto en el triste celuloide de naufragios. A esta altura, ni a naufragar tengo derecho, sino apenas a habitar a medias las imágenes de antiguos naufragios. Soy un animal hastiado, preso en la nausea del carrusel de su memoria. Si hay un sentencia en el mundo, son estas maletas que tengo que cargar, una y otra vez, cuesta arriba.


¿el rostro de quien?


No me pidan nombres, no puedo darlos. Hay quien se ofende si la menciono y quien se siente herida si la omito. Hay quien, por ser nombrada, engendra para sí una película delirante y se me vuelve intratable para este lado de las cosas.


( )


Además, esto no es real, es peor. Es más real que lo real: es obsceno. No tiene las templanzas, las irregularidades, el non-sense de lo real. Arrebata con la intensidad de lo absoluto. No es mi vocación confesarlo todo: de hacerlo, lo haría de manera inextricable, mezclaría los símbolos en una oscura babel imposible, hundiría mi verdad en una armónica marejada de orfebrería, un cóctel de sonidos estridentes hilvanados por el canto de sirenas remotas. Pero no lo hago: al contrario, uso las maneras de la literatura para ocultarme. Estas palabras no me revelan: solo se exhiben a sí mismas: son el espejo de mi intención estética, no mío. La literatura es una máscara perversa: oculta más de lo que revela, porque lo que revela excita las ambigüedades de lo callado, multiplicando los espectros en un voluptuoso vértigo irreversible.


geole


Escucho Brahms de fondo, prendo un sahumerio, corrijo estos párrafos. Y noto otra vez que se ha escapado lo que quería decir, la excusa del texto. Se ha desviado en el retorcimiento vano del lenguaje. Buenos Aires, con su belleza y su pagana magia (esa manera de recorrer sus calles como atravesando mi propio cuerpo), se me ha vuelto inhabitable. El mismo peso de mí mismo fatigó los espacios por los que extendí imprudentemente mi vida: todo llega a mí gastado, hastiado, vano. Ante el riesgo de ser mi rutina: partir. ¿Qué diferencia hay en mirar con el ojo de la memoria y una hermética celda? Tomo una flor del verano, vigorosa, llena de color, viva y en el instante se me marchita entre los dedos porque la memoria de las flores que se han marchitado corroe mi mirada: no se puede vivir así.




¿una maladie sentimental?


Sí. O más bien, una peste. Donde sea que pose mi atención veo montarse un teatro inquisitivo donde deambulan, incoherentes y advenedizos, encarnaciones nostálgicas de diversos ayeres, no necesariamente benignos, pero que postulan la ilusión molestísima de que todo lo pasado ha sido maravilloso, no como mi actualidad, que languidece sin remedio en la periferia de la vida. Esto es falso, pero el momento en que estoy vivo, el puro presente, la inmediatez del aquí y del ahora es siempre demasiado flaco como para defenderse de las imágenes: su bombardeo, su locuacidad, su montaje, su impunidad.


for instance


Ahí ibamos a almorzar con mi tío, los domingos calmos (ahora hay un farmacity); ahí, en esa casa, tocábamos timbre con C. y en seguida salíamos corriendo: un viejo nos amenazaba en la distancia, era tan gracioso (hoy el viejo se murió, de C. supe muy poco – se juntó con una mujer que quedó embarazada, trabaja en una oficina de seguros – y ni mis piernas ni mis pulmones resistirían ese tipo de travesías); ahí había un cine: todos los jueves íbamos mi padre y yo (ahora hay una iglesia evangélica y hará una década que con mi padre no vemos una película juntos);


saudade
/
the way the blue could pull me in



Todo está ennegrecido. Cometí el error de llevar a mis lugares favoritos de Buenos Aires a demasiadas mujeres. Ahora, cada vez que voy, solo, como me gusta ir, para descansar y leer en paz, si me distraigo, me acuerdo de ellas (de alguna, de todas: da lo mismo), me acuerdo de cada naufragio particular, de cada distanciamiento, de cada deslinde. Y los momentos de sublime belleza que pasamos juntos tienen un resabio amargo, y duelen más que la tristeza triste.


Orfeo


Ok: el castigo de mirar hacia atrás es terrible, es total. Pero, ¿es que acaso puedo tener tanta fe en el futuro, puedo bastarme con el presente?¿es que debo ofrecer la espalda para facilitarle el blanco a los puñales que se afilan en la sombra de lo muerto, que urden la traición de las cosas desveladas? La paradoja es tan apocalíptica como cierta: si miro hacia atrás pierdo todo lo que tengo, y me destruyo; si no miro para atrás, solo tengo la ilusión de tener algo porque lo que tengo, lo que es mío o nunca fue mío o se desvanece si lo quiero recoger. Mi propia identidad es lo que está en juego: soy algo que pierdo o soy nada.


mellon collie and the infinite sadness


Ya ni siquiera la melancolía respeta los márgenes del insomnio, de los sopores propios de la inactividad, de las reverberaciones nocturnas, de la contemplación de paisajes diluídos en la velocidad de la ventana del tren, del hastío de todo despierto a una mañana de lluvia o de tv, de la insignificancia del cuerpo del otro después de eyacular. No: hastiada de repetirse en esos espacios (que domina, que son ya suyos) se desborda: usurpa momentos inoportunos, a plena luz del día, con la impunidad de un estornudo metafísico.


efluvios


Me dirán: en todas partes será lo mismo, puesto que el apestado eres tu. Ok. Así sea. Pessoa dice: Ah, que viajen los que no existen: yo respondo: ¿tiene alguien más derecho al exilio que yo? Aquí, las cosas, los lugares están apestados de mí. La densa melancolía que urdí a base de desencuentros e ironías es un efluvio turbio que emana de las cosas solas: la cercanía, la convivencia nos ha hermanado; no somos semejantes: somos – intercambiablemente - uno la parodia del otro. En el vértigo de los lugares desconocidos la extrañeza será un elixir redentor. O tendré que seguir escribiendo con la tristeza inmarcesible de la acedia.


my kingdom for a blank page


Condillac empieza su libro así: “Por más alto que subamos y por más bajo que lleguemos nunca salimos de nuestras sensaciones”. Sé que no habré de sanar la monotonía de mí mismo (que los paisajes son apenas una modalidad del ánimo ya lo sé). No me importa cargar con mi agonía: no busco el viaje (la distancia, la lejanía) para desprenderme de mí. Simplemente necesito nueva escenografía para inscribir allí mis desatinos nuevos. A esta altura, he tallado y tallado mil veces sobre la misma pared, y el dibujo que queda no responde ya a la verdadera pérdida (la verdadera cosa que pasó, que se fue) sino que no es más que una monstruosa caricatura que acecha, sombría y distorsionada. Hágase la prueba: dibújese cada mujer que haya significado algo para usted, oh lector, una sobre otra: ¿puede resultar otra cosa que un monstruo? Las memorias se han arrebatado: enloquecidas saltaron a lo diurno, doparon mis reflejos, y cansan mi vista con su estampida grosera de resurrecciones. Nada tengo que ver con la luz desde que las sombras de tantos ayeres filtran el día, que llega a mí como un anémico residuo imaginario. Empalidezco (no solo de quedarme escribiendo, no solo de ver tantas películas). El hastío es el néctar de la muerte que no mata.




bestialidad de las metáforas / smoke


A este punto, el humo del sahumerio cubre la habitación (se apropia de los espacios entre las cosas, y, de alguna manera, me metaforiza): la espesa niebla por todos lados, se me pega a los párpados, no puedo ver el teclado. Y, sin embargo, estas palabras las escribo igual, de memoria: mis dedos saben donde caer. Pasan a través de mí; no necesitan de mí. No quiero que así sea mi vida. He de partir. Los pasos que dé serán mi batalla íntima por no volverme un personaje de mis cuentos.
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la foto: La esperanza, de debret viana.

6 comentarios:

laveron dijo...

WKW en 2046...el protagonista escribe sobre relato del futuro atrapado en un viaje de retroceso, y conoce mujeres por pedazos de una Otra que ya es retazos...
Debret...que quiere que le digan. INCOMPARABLE y HERMOSO.
Un gusto del alma leerlo.

Debret Viana dijo...

wow. realmente sos muy rápida.

sabrás ya (lo he dicho tantas veces) que es precioso tener una lectora así. discrepo apenas en esto: hermoso e incomparable es 2046: bellísima película que veo y reveo sin que se me dejen de humedecer los ojos.

un gusto tenerte por aquí.

Naturaleza desenfrenada (......) dijo...

Me he topado con este blog, buscando un fragmento de Kafka que anduvo dando vueltas por mi cabeza.
Y me veo releyendo palabras, una y otra vez. Palabras que produjeron en mi algo similar a lo que produjo aquella muchachita en la tv. Solo que ese gesto venia por palabras. Y llego muy profundo, tanto así, que mi día finaliza de un modo melancólico. Recordando, añorando y con un sentimiento casi de culpa, por aquella manía de distanciarnos de ciertas peronas.

Recuerdo entonces a Sabato: "Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino, como si hubiéramos pertenecido a una misma organización secreta, o a los capítulos de un mismo libro! Nunca supe si se los reconoce porque ya se los buscaba, o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino."

Debret, no encuentro el modo adecuado de reconocer tus escritos. Por el momento...este recado.

Anónimo dijo...

Los lugares del mundo son finitos. Si ya sabés que la "peste" es en realidad tuya, mejor será que te pierdas en algún espejo.
Tus palabras sobre las mujeres me recordaron mucho a D. Gray

Juan dijo...

Excelente post... a veces simplemente el hastío llega a ese punto en que lo invade todo, y por más que queramos pensar en algo diferente ya nos tiene agarrados. Y repetir las calles y los recuerdos le permiten agarrarnos mucho más fácilmente.

Debret Viana dijo...

.....: Cualquier fragmento de Kafka es preferible antes que este blog. Ya que la confusión te descendió hasta aquí, es afortunado que hayas apreciado de alguna manera este texto. Y debo agradecer ese fragmento de Sabato que me has acercado.

Yo no sé si es el azar quien enhebra mis desaventuras, o debo adjudicarlo a alguna otra deidad. Sea como fuese, si existe algún orden, está sin duda organizado en contra mío.

un abrazo.

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mar: D. Gray es Dorian? De ser así, preferiría parecerme a Sir Harry.
Y en cuanto a la "peste", no basta saber que hay un incendio para dar con la puerta de salida. Entre tanto, probaremos las ventanas, que acaso nos anestesien con su paisaje, su vocación de lejanías.

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jota: muchas gracias. acaso, pienso ahora, el hastío es la única herramienta que nos queda para labrar un discurso después de que la Historia ha terminado, y de que toda aventura artística es primero un acercamiento melancólico que un ansia aurático.
saludos.