Benjamin dice:
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La humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden.
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Y ya intuimos que esto responde también a otra época: hoy, la agonía de la civilización (una ocaso bullicioso) se transita con la indiferencia del simulacro: la indiferencia propia de las cosas que están demasiado cerca, y por tanto irreconocibles, irrecuperables, inhabilitadas para la seducción; indiferencia de la convivencia: amansamiento, acostumbramiento a las colisiones (culturales, sociales, políticas, tecnológicas, éticas, etc) gracias a la apatía por el mundo, la dosificación que presupone la ilusión del final de la historia (gracias al vértigo - de noticias, información, etc - que futiliza la vida como praxis y experiencia) y la educación que hollywood nos rindió, en su euforia por representar el fin del fin (al margen, cosa a la que no tenemos derecho: no es nuestro ni siquiera el final: nadie cierra la puerta, nada desaparece: al contrario, todo se exascerba aquí, en la agonía de una cultura que expiró, y, como una máquina rota - una máquina enloquecida - se hiperreproduce a sí misma (sus gestos, no ya su "proyecto", borrado por la mano cuyo codo escribió estos días): etc; ya lo dijimos tantas veces... (el goce está impedido, cercenado: los sentidos embotados en la inmediatez de la vida, saturado de contactarse con su superficie más banal, sin poderse deslindar del aquí y ahora donde la existencia se consume, inútilmente, en una afónica danza desfasada).
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Pero me gusta pensar que Infimos Urbanos acata esa sentencia benjaminiana, aunque más no sea en función de una elegante decadencia retro.
4 comentarios:
le pondremos flores (de plástico) al cadáver y aplaudiremos.
mientras tanto yo, sigo buscando el alma extraviada en el lenguaje. ¿regurgitación romántica?, ¿decadencia?...
pero ya sabemos, niña, que el lenguaje es falso, el lenguaje, si no habla solo, solamente realizará su destino estético (en el mejor de los casos) y nada nada tiene que ver con la verdad: expusará el alma que parasita, el lenguaje es tiránico, implacable, desangrará el alma hasta que ella se seque, le acercará hermosas mentiras, ilusiones de cercanía, proximidad, subjetividad, obra, etc y al final (y cada vez, si nos descuidadmos, entre párrafo y párrafo) echará de sí al alma que utilizó, y brillará con toda la sangre que le robó: sus enunciados solo resplandecen con la luz de la belleza, no de la verdad. Y nuestra alma no puede ser bella salvo en la soledad más profunda e incomunicable, o, para los otros mediante alguna confusión (que también nos expulsa).
Entre tanto, es un ovillo con el que esperar la muerte.
Me pliego a la idea de la decadencia, que va más allá de lo estético para abarcarlo todo. Paul Virilio habla de esto en su libro "Amanecer crepuscular", diciendo que está oscureciendo y muchos lo confunden con un nuevo amanecer. Mirce Eliade también habla del fin de un ciclo en "El mito del eterno retorno". Sí, estamos al final de una era y qué mejor que saber que todo tendrá un fin y vivir disfrutando a pesar de ello.
Cebolla: la decadencia es el status quo de la posmodernidad. En algunas cosas, acuerdo con Virilio: no creo, sin embargo, que habitemos el espacio del ocaso, sino la negrura profunda de una noche antiquísima. No creo, tampoco, que estemos en el final de una era: adscribo, en cambio, a la idea de que el final ya ha pasado: la posmodernidad fue incapaz de producir un modelo de vida (un estilo) después del final de la modernidad, y ahora, como una máquina rota, repite y exagero los gestos modernosen un proceso caricaturesco de aceleración, privado ya de estructura, ideología (salvo la ideología del consumo, que magnìficamente devela Pasolini)y, sobre todo, de sentido.
un saludo, caballero.
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