12.4.06

del amor, de quelque chose

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Pasa que no sabemos nada, y nos morimos de frío. El mundo se agita tosco, y nuestra vida desfila por las horas muertas hilando, en el tapiz de la trama rota del universo, un sinsentido que nos resulta ilegible y cruel. Herido de desiertos, D. necesitó aferrarse a algo para poder seguir dando pasos en el centro de la nada. Llovía tinieblas anchas, y los lobos silbaban en el viento. Una mujer que pasaba fue el casual recipiente donde derramó todo su miedo, su coagulado llanto, su quieta muerte. Una piedra ajada en la que se obligó a ver un talismán sagrado. Quiso quererla, y se insertó en la mitología romántica, donde dos soledades, por haberse encontrado, ya estaban justificadas. Llenar el silencio con la propia alma es una tarea ardua. Más fácil es que otro haga piruetas en nuestro vacío, para distraernos del espejo violento de las noches solas, para no tener que mirar fijo las llagas que se posan en mi retrato, como gotas de humedad.
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de los Apúntes lisérgicos sobre la identidad del deseo,
ese músculo variable, ajeno

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un peu plus de quelque chose:

Debería haber siempre un rostro donde aterrizar, una simple soga en la cual tender la muerte y la lágrima rota.
Debería haber una piñata donde encallaran las palabras sueltas, las exageraciones románticas, las verdades que aun no mutaron.
Deberían arrugarse el final del espejo, las voces ajenas, el sol impávido sobre el pelo de las niñas rubias.

Pero no pasa.

Debret Viana dijo...

no sé, niña. no sé si debería. es la excusa de nuestro frío: no sabemos tolerar nuestras fronteras y nuestra finitud, y queremos forjar algo (quelque chose) que nos contenga.

es el grito desesperado que nos previene de empezar a aprender los límites de nuestro cuerpo, y con el los del universo

(y ves, esta es la prosa que decía, y no la barroca de antes)