Es un personaje de ficción. Se detiene sobre una hoja, para abrir su miedo, su parálisis. Para verla. Y escribe. Dos puntos.
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Como Ahab tras Moby Dick tras mí mismo me lanzo, a través del fantasma de la vida que Melville vió en el mar, y yo más seguido. Terminamos pareciéndonos: castrados, desequilibrados, obsesivos.
Como él, seguiré perdido o me habré hundido. Como él, no sabré cuando detenerme. Y hasta que no abrace el latido que vibra en el fantasma de la vida, y con él lo absurdo y superfluo de todo propósito, no tendré paz.
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Después tampoco habrá paz: desierto de deseo, seré un cadáver vivo vaciado de sentido y sin dirección dónde encaminar su desesperación. Pero confío en el tiempo: no sabré vivir hasta la otra orilla.
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Es un acantilado infinito, y estoy solo. Si, harto de todo, me lanzase a él, vagaría por sus profundidades, moriría de viejo en la caída antes de romperme en las piedras finales. Tendría que llorar, en su borde, infinitamente para llenarlo. Tendría que arrancarme las máscaras, y urdir con sus piezas una balsa para cruzar la mojada sal.
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Si llegase, llegaría limpio.
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Pero la máscara será endeble, y, mojados sus intersticios, declinará en el océano terrible: me ahogaré de mí mismo (de lo que de mí hice nacer).
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Y el llanto mío sólo puede producir un animal vengativo (está adiestrado para herir, para el chantaje). Será calmo hasta que me aventure en él, y violento y despiadado cuando llegue a su centro - que queda en cualquier parte que no sean sus orillas -.
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Y, además, mi melancolía es serena: no tengo nada mío para exprimir hasta lograr tanto llanto. Si lloro, es ya una ironía, una pose. Es verme llorando porque un sentido estético me inclina a entender lo bien que quedo llorando en ese momento. Si exprimo, solo saldrá literatura.
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Por no decir que la máscara, al arrancármela, se llevará trozos de carne mía, me destrozará el rostro: quedaré desangrado en la misma orilla del principio.
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Aunque lo cierto es que no podría sacármela: tan profundo ha calado en mí que talló sus rasgos hasta lo indeleble, y es posible que la haya perdido hace tiempo, y no me dé cuenta.
- Es como el prisionero que es vigilado por alguién que lo mira pero que él no llega a divisar (como un vidrio polarizado, o espejado): detrás puede no haber nadie, pero el cumplirá las ceremonias de su condena como si hubiese alguien. O como un amigo, que llega a su casa tarde por las noches y procura no hacer ruido para no despertar a su madre, que duerme. Su madre ha muerto hace tres años, pero el cuerpo de mi amigo se acostumbró a ese ritual. -
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Todo esto imaginando que alguna vez vislumbre esa otra orilla. Y, si la veo, no elija irme. O precipitarme por el acantilado.
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Me hago demasiados problemas; aun si encuentro esa orilla ansiada, no la reconocería. Lo que a mí me toca es escribir textos. Ni siquiera saldré de esta habitación. Me quedaré prendido de mis hábitos y mis libros, respirando el mismo aire cansado que ya exhalé.
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Alguna vez pasaré por el supermercado. Y puede que vaya al cine.
5
(y ya no creo que te llame)
6
Abdico de la búsqueda insensata de la otra orilla de la misma manera en que abdico de todo:
para poder soñar.
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Para poder soñar cínicamente.
La vida ocurre a expensas del sueño: estar viviendo es arrancar de sí el yugo aéreo de todas las almas. Es - apenas - una sensación. Pero no tengo planeado salir de mi cuerpo: todo aquello que sienta será mi realidad. Es un proyecto para la locura.
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No es más sensato.
No es nada.
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Todavía estoy demasiado vestido. Y no me sale.
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2 comentarios:
Me llego muy intimamente, penetro hacia los confines de mi garganta, y dejo un gusto dulce en mi saliba...para que siga diciendo , y escribiendo en mi sangre, lo que tengo para decir...Gracias por la inspiracion!
Fer_e21_14@hotmail.com
Fermin
es mi placer que te haya agradado. gracias por la lectura.
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