19.2.06

mi melancolía, mi monotonía; mi lobotomía



No estoy escribiendo. Todo – estas palabras – suceden en la no-escritura. Me dirán: el viejo truco de escribir que no se puede escribir, y entonces ya haber escrito. No; si pudiera escribir, escribiría otra cosa. Porque no puedo escribir escribo esto. Si pudiera escribir escribiría ficciones. Detrás de ellas puedo ocultarme. Las ficciones exhalan fragancias preciosas que embriagan mi alma y me distraen de la urgencia de mi melancolía. En cambio estos fragmentos torpes, esta prosa reseca revelan, exhiben, prostituyen piezas sueltas de mis devaneos. No; esto no es escribir. Es mover la pluma por la hoja mientras ansío que algo me interrumpa. Los garabatos que surgen son siempre iguales. Lo que hago es expandir la escenografía de mi fracaso. Vivo, mientras tanto, mi vida como quien recién ha llegado a un país extraño. Me ocupo de ver cómo se mueven las luces por las cosas. Sí: tareas de encarcelado (después de todo nunca supe salir de mí; aunque, precisamente porque me conozco, seguido me veo y me desconozco: pero no es lo mismo, no es que haya salido: es ser yo- todavía yo - y que mi pasado sea alguien, algún otro).
Si, en cambio, pudiese escribir, sería distinto. Mis cadenas no se modificarían, pero la literatura es el único narcótico que me priva de tener que sentir mi cuerpo, mi hastío y la manera en que las horas intensifican las muecas grotescas que mi alma hizo alguna vez, parodiándose.

Entonces tomo un libro - de esos a los que siempre estoy regresando- y copio:


Releo en una de esos estados de somnolencia sin sueño, en que nos entretenemos inteligentemente sin la inteligencia, algunas de las páginas que formarán, todas juntas, mi libro de impresiones sin nexo. Y de ellas asciende hacia mí, como un olor de cosa conocida, una impresión desierta de monotonía. Siento que, aun al decir que soy siempre diferente, digo siempre lo mismo; que soy más análogo a mí mismo que lo que querría confesar; que, a fin de cuentas, no he tenido la alegría de ganar ni la emoción de perder. Soy una ausencia de saldo de mí mismo, de un equilibrio involuntario que me debilita y me deja desolado.

Se diría que mi vida, incluso la mental, es un día de lluvia lenta, en que todo es desacontecimiento y penumbra, privilegio vacío y razón olvidada. Desconsuelo de seda rasgada. Me desconozco bajo la luz y en el tedio.

Mi esfuerzo humilde, de siquiera decir quién soy, de registrar, como una máquina de nervios, las impresiones mínimas de mi vida subjetiva y aguda, todo esto se me vació como un balde con el que se tropieza de pronto, y se derramó por la tierra como el agua de todo. Me produje con tintas falsas, terminé siendo el de la bohardilla. Mi corazón, al que le confié los grandes acontecimientos de la prosa vivida, me parece hoy, escrito en la distancia de estas páginas releídas con otra alma, una bomba de agua en una finca de provincia, instalada por instinto y maniobrada por costumbre. Naufragué sin tormenta en un mar en el que se puede hacer pie.

Y pregunto, a lo que me queda de consciente en esta serie confusa de intervalos entre cosas que no existen, de qué me servió llenar tantas páginas de frases a las que creí mías, de emociones que sentí como pensadas, de banderas y pendones de ejército que son, al final, papeles pegados con saliva por la hija del mendigo debajo de los tejados.

Pregunto a lo que me resta de mí a qué vienen estas páginas inútiles, consagradas a la basura y al extravío, perdidas antes de ser, entre los papeles rotos del Destino.

Pregunto y prosigo. Escribo la pregunta, la envuelvo en nuevas frases, desmadejada de nuevas emociones. Y mañana volveré a escribir, en la secuencia de mi libro estúpido, las impresiones diarias de mi falta de convicción con frío.

Sigan, tales como son. Jugado el dominó, y ganado el juego, o perdido, las fichas se ponen bocabajo y el juego terminado es negro.
fragmento 442,
del Libro del desasosiego;
Bernardo Soares.
__________


Me agrada saber, sin embargo, que cuando no tengo voz puedo estirarme hasta la biblioteca, o arañar algún disco, y recortar las palabras de algunos otros - esos íntimos extraños-, y todavía poder hablar.

*

4 comentarios:

Gla´s dijo...

esos estados a veces se hacen tan eternos...

Anónimo dijo...

pero pasarán
como las gaviotas y los siglos

Anónimo dijo...

"Se diría que mi vida, incluso la mental, es un día de lluvia lenta, en que todo es desacontecimiento y penumbra, privilegio vacío y razón olvidada. Desconsuelo de seda rasgada. Me desconozco bajo la luz y en el tedio"
Es curioso, porque yo encuentro la luz bajo la lluvia de palabras derramadas cada día.

Es un placer leerte.

Un beso fuerte

Debret Viana dijo...

placer que leas y encima te animes a regresar