La verdad – se sabe – es una de las tramas esenciales de Ínfimos Urbanos. Si bien mentir es fácil – nunca sencillo -, porque la más leve desviación infligida a la rigurosa ruta de la verdad ya constituye una mentira – y ese caudal es vasto, casi infinito – mentir todo el tiempo es imposible.
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Hágase la prueba y se regresará a uno mismo exhausto y derrotado; sería como vivir en un estricto teatro perpetuo donde uno mismo sería el único que – vagamente, de todos modos – conocería la condición ficticia (e improvisada) de cada paso dado.
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La verdad – varios relatos de Ínfimos Urbanos versan sobre este tema – por alguna grieta imprevista se filtra: no hay manera de extraditarla. Sabiendo esto, Debret Viana implementó el siguiente recurso literario: decir, alguna vez, de vez en cuando, la verdad, para que las mentiras – las ficciones – resulten más creíbles. Una de las formas, por ejemplo, fue decir varias veces Debret Viana. Otra, ofrecer mínimos detalles de su vida – o que pudieron ser de su vida -. Los procesos de fantasmatización son infinitos.
Es cierto que una apariencia de verdad irrumpió las páginas. Y que esto facilitó la confusión, y con ella la buena voluntad de muchos que se acercaron con consejos y consuelo. Pero es que la verdad no puede contenerse por completo. Cuando eran cuentos, su estructura prevenía de su naturaleza ficticia y trazaba eficazmente los límites. Las últimas literaturas marginales se escriben “con la forma” de la verdad. No tienen su contenido. (Esto va para la cantidad de niñas que se sintieron inmediatamente indentificadas con la supuesta "muchacha miope" del texto anterior y esgrimieron variadísimas respuestas (a ninguna pregunta): es ficción, y es tristísimo tener que ir rindiéndole cuentas a la realidad por los devaríos que a uno se le cruzan: por favor, no protesten)
Usar la forma de la verdad, la estructura con que se ejerce, y no decirla es la mejor manera de revelar su carácter relativo, de desintegrarla.
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Mis mayores pasiones han sido por personajes de novelas. He sufrido con la encarcelación del conde de Monte Cristo mucho más que con el relato de la pena de ningún amigo íntimo, por más portentosa que fuese su tragedia. Me ha desesperanzado el desencuentro de Romeo y Julieta, de Horacio y La Maga, de Werther y Charlottte más que los de las propias mujeres que no supe detener, y que todavía hoy recuerdo con una ternura que es como de herida. (¿quién dice esto? ¿Debret Viana? ¿yo? No es lo mismo, pero no importa)
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Incluso si fuesen ciertas, no interesaría: importa que su prosa logre seducir, que llegue y penetre, que contenga alguna luz, y alguna belleza.
Incluso si fuesen ciertas, serían de otros: porque yo pocas veces me parezco a mí mismo.
Incluso si fuesen ciertas, serían falsas, porque el lenguaje teje historias y no es el instrumento indicado para trabajar la verdad.
Debret Viana no existe. Escribe estas cosas como si fuese otro. O acaso otro escribe estas cosas y firma, al final, Debret Viana. No importa. En un caso y en otro, es vanidad. Decir Debret Viana es tan ilusorio como decir Yo. Nunca estoy más lejos mío – recuerdo que escribía Derridá – como cuando digo “Yo”. Pirandello detiene a uno de sus personajes frente a un espejo, le pregunta a su imagen “¿quién es loco?”, y responde “tu” mientras señala al espejo, donde su imagen le devuelve el dedo inquisidor; concluye lo inevitable: somos fantasmas. Con menos palabras, hace más de un siglo Rimbaud escribía “Yo es otro”.
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En Ínfimos Urbanos hay personajes, no personas. Si hubiesen personas, estarían viviendo y no estancadas en una torpe narrativa.
Son personajes: son mi paisaje, mi clima; acaso también mi compañía, mis estados de ánimo, mi soledad. Mi búsqueda, mis metamorfósis.
Ínfimos Urbanos es soledad. La de Debret Viana, la mía, la tuya. Soledad pura. Un poco la de todos. Aquí no hay nadie más: es naufragio. Si hubiese alguien, conversaríamos: le diría de ir al cine, nos quejaríamos del clima, de los políticos, de la fugacidad del tiempo, de cualquier cosa. Y no me quedaría en este cuarto vacío, como un prisionero anémico, haciendo literatura.
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pero pero
todo lo anterior también es coartada,
es máscara;
por supuesto.
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en Infimos urbanos nunca se sabe de qué lado cayó la moneda