27.2.06

cinema verité

para responder a algunos mails


cosas raras que tienen los límites difusos
Debret Viana ha estado recibiendo correos extraños de sus lectores. No es que no le agrade que se preocupen por él; pero le parece pertinente insistir con un tópico. Los manicomios - como la ficción - tienen problemas de fronteras. Es natural que, dadas las técnicas que el cuaderno Infimos Urbanos emplea para problematizar sus temáticas y tramas, exista una propensión a creerle demasiado a un impostor, como claramente es Debret Viana. Infimos Urbanos es, ante todo, una novela rota. Su caracter residual le permite una tolerancia bastante generosa en tanto a sus contenidos; por eso ingresan tantos despojos. De ahí proviene su caracter caótico, fragmentario. No deja de ser cierto que, últimamente, el eje central de la ficcionalización ha sido Debret Viana. Pero conviene no olvidar que Debret Viana es, de todos, el fantasma más difuso que comprende la obra. Infimos Urbanos NO es un diario. Si es un diario, es el diario de la novela que no se pudo escribir. Es la prosa del naufragio.
*

La verdad – se sabe – es una de las tramas esenciales de Ínfimos Urbanos. Si bien mentir es fácil – nunca sencillo -, porque la más leve desviación infligida a la rigurosa ruta de la verdad ya constituye una mentira – y ese caudal es vasto, casi infinito – mentir todo el tiempo es imposible.

(

Hágase la prueba y se regresará a uno mismo exhausto y derrotado; sería como vivir en un estricto teatro perpetuo donde uno mismo sería el único que – vagamente, de todos modos – conocería la condición ficticia (e improvisada) de cada paso dado.

)


La verdad – varios relatos de Ínfimos Urbanos versan sobre este tema – por alguna grieta imprevista se filtra: no hay manera de extraditarla. Sabiendo esto, Debret Viana implementó el siguiente recurso literario: decir, alguna vez, de vez en cuando, la verdad, para que las mentiras – las ficciones – resulten más creíbles. Una de las formas, por ejemplo, fue decir varias veces Debret Viana. Otra, ofrecer mínimos detalles de su vida – o que pudieron ser de su vida -. Los procesos de fantasmatización son infinitos.

Es cierto que una apariencia de verdad irrumpió las páginas. Y que esto facilitó la confusión, y con ella la buena voluntad de muchos que se acercaron con consejos y consuelo. Pero es que la verdad no puede contenerse por completo. Cuando eran cuentos, su estructura prevenía de su naturaleza ficticia y trazaba eficazmente los límites. Las últimas literaturas marginales se escriben “con la forma” de la verdad. No tienen su contenido. (Esto va para la cantidad de niñas que se sintieron inmediatamente indentificadas con la supuesta "muchacha miope" del texto anterior y esgrimieron variadísimas respuestas (a ninguna pregunta): es ficción, y es tristísimo tener que ir rindiéndole cuentas a la realidad por los devaríos que a uno se le cruzan: por favor, no protesten)

Usar la forma de la verdad, la estructura con que se ejerce, y no decirla es la mejor manera de revelar su carácter relativo, de desintegrarla.

(

Mis mayores pasiones han sido por personajes de novelas. He sufrido con la encarcelación del conde de Monte Cristo mucho más que con el relato de la pena de ningún amigo íntimo, por más portentosa que fuese su tragedia. Me ha desesperanzado el desencuentro de Romeo y Julieta, de Horacio y La Maga, de Werther y Charlottte más que los de las propias mujeres que no supe detener, y que todavía hoy recuerdo con una ternura que es como de herida. (¿quién dice esto? ¿Debret Viana? ¿yo? No es lo mismo, pero no importa)

)

Incluso si fuesen ciertas, no interesaría: importa que su prosa logre seducir, que llegue y penetre, que contenga alguna luz, y alguna belleza.
Incluso si fuesen ciertas, serían de otros: porque yo pocas veces me parezco a mí mismo.
Incluso si fuesen ciertas, serían falsas, porque el lenguaje teje historias y no es el instrumento indicado para trabajar la verdad.


Debret Viana no existe. Escribe estas cosas como si fuese otro. O acaso otro escribe estas cosas y firma, al final, Debret Viana. No importa. En un caso y en otro, es vanidad. Decir Debret Viana es tan ilusorio como decir Yo. Nunca estoy más lejos mío – recuerdo que escribía Derridá – como cuando digo “Yo”. Pirandello detiene a uno de sus personajes frente a un espejo, le pregunta a su imagen “¿quién es loco?”, y responde “tu” mientras señala al espejo, donde su imagen le devuelve el dedo inquisidor; concluye lo inevitable: somos fantasmas. Con menos palabras, hace más de un siglo Rimbaud escribía “Yo es otro”.


*

En Ínfimos Urbanos hay personajes, no personas. Si hubiesen personas, estarían viviendo y no estancadas en una torpe narrativa.

Son personajes: son mi paisaje, mi clima; acaso también mi compañía, mis estados de ánimo, mi soledad. Mi búsqueda, mis metamorfósis.

Ínfimos Urbanos es soledad. La de Debret Viana, la mía, la tuya. Soledad pura. Un poco la de todos. Aquí no hay nadie más: es naufragio. Si hubiese alguien, conversaríamos: le diría de ir al cine, nos quejaríamos del clima, de los políticos, de la fugacidad del tiempo, de cualquier cosa. Y no me quedaría en este cuarto vacío, como un prisionero anémico, haciendo literatura.


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pero pero

todo lo anterior también es coartada,

es máscara;

por supuesto.

...

en Infimos urbanos nunca se sabe de qué lado cayó la moneda

24.2.06

carta a una que me dijo que no


Estimada señorita miope;
Considerando tu rotunda y amarga negativa de adherirte a mis voluntades , te deseo
dos puntos

  • que 8 checoslovacos te orinen los muebles,
  • que te crezca una verruga del tamaño de la península de Valdés,
  • que Valdés te demande por plagio,
  • que el estado declare tus fosas nasales como reserva ecológica,
  • que te toquen el timbre cada vez que estés por alcanzar un orgasmo,
  • que todas tus almohadas estén hechas de gelatina,
  • que cada vez que estés en esos maravillosos campos verdes que ansiás, todos los insectos se reunan para vengarse de la humanidad en tu inocente (blanquísimo) cuerpo,
  • que cada vez que necesites comprar toallitas con urgencia, olvides el castellano,
  • que se multipliquen los mosquitos entre tu felicidad y vos,
  • que tus vecinos te traten como si fueses responsable por la suba de impuestos y la inaccesibilidad de la canasta familiar,
  • que cada vez que cierres un libro olvides marcar por qué página ibas y cuando quieras buscar esa página,
  • que el libro se te cierre violentamente mordiéndote la pera,
  • que cuando pases por una verdulería alguna boliviana se empecine en vender tu pera como si fuese una fruta y vos no puedas explicarle que es parte de tu cuerpo porque desaprendiste súbitamente todas las vocales y todo tu lenguaje se parece mucho a un ataque de epilepsia,
  • que cada vez que subas a un escenario, te salga automáticamente una imitación de Marcelo Tinelli y te pongas frenéticamente a comer alfajores y a arrojar pelotas a los espectadores,
  • que en los momentos en que estés diciendo las cosas más importantes de tu vida, pase un camionero y toque una tremenda bocina,
  • que te indigestes con la sola visibilidad de cualquier golosina,
  • que cada vez que llueva te vuelvas loca si no contabilizás cada gota que cayó,
  • que en la facultad los alumnos te confundan con una silla y sienten encima tuyo,
  • que tu páncreas aprenda a hablar, se llame Néstor, sea de Peñarol y te insista para que le relates los partidos, que si no le relatás los partidos, te interrumpa las conversaciones con comentarios maliciosos o sonidos de gases, u otras tribulaciones estomacales,
  • que los sábados te sean como un dolor de muelas,
  • que llegues tarde a todos los cines,
  • que cuando estés en algún teatro te agarre un brusco ataque de estornudos,
  • que te despiertes un día y te hayas convertido en tu propio dedo gordo del pie derecho,
  • que quedes atrapada dentro de un traje de buzo durante 3 años,
  • que todos tus amantes tengan aliento a polenta y pesticida,
  • que cada vez que tengas sexo bruscamente te asalte la imagen mental de Sylvester Stallone vestido de sandía gigante, abrazado a un canguro y entonando el himno nacional de Katmandú,
  • que te cases con un dentista o con un contador o con una ostra o con los tres juntos,
  • que cada vez que quieras seducir a alguien te tosan las orejas,
  • que te crezca una tercera oreja en el ombligo,
  • que el ombligo se mude a tu rodilla,
  • que tu rodilla tenga un conflicto diplomático y la extraditen al Congo Belga,
  • que el Congo Belga asuma que tu persona es un monopatín y te usen como tal,
  • que cada que te pregunten la hora sientas un irrefrenable deseo de bañarte en ketchup,
  • que la voz de tu conciencia te hable en polaco y no le entiendas un pepino,
  • que a todas partes te siga una comunidad de pingüinos y que todo el tiempo te canten las peores canciones de Arjona (que son cualquiera),
  • que tu alma, harta de tu peinado, se vaya de tu cuerpo a vagar por las lejanías, y que use tu tarjeta de crédito para pagarse todo tipo de deleites, y después se radique en Pittsburgh y te mande postales,
  • que una ardilla te cobre como premio en una rifa,
  • que cada vez que subas a un ascensor haya un vendedor de seguros,
  • que cuando vayas al dentista te toque uno que se haya adherido al movimiento surrealista y te componga una incómoda vanguardia en la boca,
  • que cuando vayas a cortarte el pelo, el peluquero sea Van Gogh,
  • que siempre sea lunes,
  • que toda tu ropa interior se vuelva beige y huela a arenque,
  • que nunca te combine la ropa,
  • que todos los apios del mundo se te atoren entre los dientes,
  • que te cobren peaje por bostezar,
  • que tu belleza de angel triste sea decretada como peste bubónica,
  • que aniden en tus bolsillos las polillas de todas las nostalgias, que te acuerdes de mí y te duela, que me busques desesperadamente; que me llames, alguna vez.
*
(- la literatura es una de las formas más elegantes de la venganza -)
_________________________
y sí, es otra fotografía de Debret Viana;

21.2.06

La tercera (el doppelganger)





"
(...) A. advierte que, en forma similar, cuando él se sienta en su habitación a escribir el Libro de la Memoria, cuenta su propia historia hablando de sí mismo como si fuera otro. Para encontrarse, primero necesita ausentarse, y por eso dice A. cuando en realidad quisiera decir.
"

de The Invention of Solitude
Auster

19.2.06

mi melancolía, mi monotonía; mi lobotomía



No estoy escribiendo. Todo – estas palabras – suceden en la no-escritura. Me dirán: el viejo truco de escribir que no se puede escribir, y entonces ya haber escrito. No; si pudiera escribir, escribiría otra cosa. Porque no puedo escribir escribo esto. Si pudiera escribir escribiría ficciones. Detrás de ellas puedo ocultarme. Las ficciones exhalan fragancias preciosas que embriagan mi alma y me distraen de la urgencia de mi melancolía. En cambio estos fragmentos torpes, esta prosa reseca revelan, exhiben, prostituyen piezas sueltas de mis devaneos. No; esto no es escribir. Es mover la pluma por la hoja mientras ansío que algo me interrumpa. Los garabatos que surgen son siempre iguales. Lo que hago es expandir la escenografía de mi fracaso. Vivo, mientras tanto, mi vida como quien recién ha llegado a un país extraño. Me ocupo de ver cómo se mueven las luces por las cosas. Sí: tareas de encarcelado (después de todo nunca supe salir de mí; aunque, precisamente porque me conozco, seguido me veo y me desconozco: pero no es lo mismo, no es que haya salido: es ser yo- todavía yo - y que mi pasado sea alguien, algún otro).
Si, en cambio, pudiese escribir, sería distinto. Mis cadenas no se modificarían, pero la literatura es el único narcótico que me priva de tener que sentir mi cuerpo, mi hastío y la manera en que las horas intensifican las muecas grotescas que mi alma hizo alguna vez, parodiándose.

Entonces tomo un libro - de esos a los que siempre estoy regresando- y copio:


Releo en una de esos estados de somnolencia sin sueño, en que nos entretenemos inteligentemente sin la inteligencia, algunas de las páginas que formarán, todas juntas, mi libro de impresiones sin nexo. Y de ellas asciende hacia mí, como un olor de cosa conocida, una impresión desierta de monotonía. Siento que, aun al decir que soy siempre diferente, digo siempre lo mismo; que soy más análogo a mí mismo que lo que querría confesar; que, a fin de cuentas, no he tenido la alegría de ganar ni la emoción de perder. Soy una ausencia de saldo de mí mismo, de un equilibrio involuntario que me debilita y me deja desolado.

Se diría que mi vida, incluso la mental, es un día de lluvia lenta, en que todo es desacontecimiento y penumbra, privilegio vacío y razón olvidada. Desconsuelo de seda rasgada. Me desconozco bajo la luz y en el tedio.

Mi esfuerzo humilde, de siquiera decir quién soy, de registrar, como una máquina de nervios, las impresiones mínimas de mi vida subjetiva y aguda, todo esto se me vació como un balde con el que se tropieza de pronto, y se derramó por la tierra como el agua de todo. Me produje con tintas falsas, terminé siendo el de la bohardilla. Mi corazón, al que le confié los grandes acontecimientos de la prosa vivida, me parece hoy, escrito en la distancia de estas páginas releídas con otra alma, una bomba de agua en una finca de provincia, instalada por instinto y maniobrada por costumbre. Naufragué sin tormenta en un mar en el que se puede hacer pie.

Y pregunto, a lo que me queda de consciente en esta serie confusa de intervalos entre cosas que no existen, de qué me servió llenar tantas páginas de frases a las que creí mías, de emociones que sentí como pensadas, de banderas y pendones de ejército que son, al final, papeles pegados con saliva por la hija del mendigo debajo de los tejados.

Pregunto a lo que me resta de mí a qué vienen estas páginas inútiles, consagradas a la basura y al extravío, perdidas antes de ser, entre los papeles rotos del Destino.

Pregunto y prosigo. Escribo la pregunta, la envuelvo en nuevas frases, desmadejada de nuevas emociones. Y mañana volveré a escribir, en la secuencia de mi libro estúpido, las impresiones diarias de mi falta de convicción con frío.

Sigan, tales como son. Jugado el dominó, y ganado el juego, o perdido, las fichas se ponen bocabajo y el juego terminado es negro.
fragmento 442,
del Libro del desasosiego;
Bernardo Soares.
__________


Me agrada saber, sin embargo, que cuando no tengo voz puedo estirarme hasta la biblioteca, o arañar algún disco, y recortar las palabras de algunos otros - esos íntimos extraños-, y todavía poder hablar.

*

14.2.06

la aristocracia de la tristeza


La ficción, como la locura, es un rincón florido donde vivir es amable – aun cuando lo que suceda allí no se parezca mucho a la vida real -. Al menos el tiempo fluye sin que la caída de sus minutos cale hondo en la piel del ánimo, y sin que se evoquen automática y perpetuamente las nostalgias imaginarias que en la inactividad de nuestra almanacen sin descanso. Allí quedan las películas, la música. La literatura. Allí queda este cuaderno, allí querría Debret Viana irse a vivir. Para su desgracia (y tibia esperanza de sus familiares y amantes) todavía no le sale. La locura es la última liberación, y lograrla implica un trabajo cotidiano y magnánimo. La pereza característica de Debret Viana le permite apenas lograr un par de delirios prácticos y un extenso repertorio de caprichos (en todos ellos es legible cierto grado de razón, siquiera a modo de ruina o despojo: nada es tan difícil como ser completamente absurdo e incoherente).
Y tampoco es cuestión de fingir (aunque con Hamlet nunca sabemos de qué lado de la razón está). Hace unos días, por ejemplo, a Debret Viana le comentaron lo bien que le quedaba estar triste. En un principio, la observación lo irritó. Pero luego, preocupado, tuvo que pensar si efectivamente era triste o si su tristeza era una decisión estética, una pose elegante. En todo caso, es como escribe Barthes: “todo escritor dirá: loco no puedo, sano no querría: sólo soy siendo neurótico.”.


Podríamos decir: escribir es una de las maneras de no comprender el mundo. En este sentido, seguir escribiendo es esbozar una lectura del universo (aun cuando esa lectura sea exhibir que no sabemos cómo leerlo, ni vemos nada legible). Así el escritor genera una fantasía, una interpretación. La fatalidad de su obra reside en que no sabe cómo ingresar en ese mundo creado. Es para los otros. La salvación y la locura consisten ambas en entrar en este sueño (que a la vez es una de las formas de la soledad). Estar loco y ser feliz significa creer en el teatro que hemos montado (a esta altura Debret Viana se da cuenta de que, básicamente, este es el argumento del relato Moonslavery, y para no repetirse corta el párrafo y continúa como si nada pasase).

Queda claro: la isla no es perfecta. Sus costas vacilan todavía y tiene metafísicos problemas de fronteras. Algunos ecos del mundo llegaron hoy, con tantos ramos de flores, bombones con forma de corazón, repeticiones de declaraciones de amor, mujeres con el peinado recién hecho, baladas tontas dedicadas por la radio, y toda la ampulosa gama de rituales correspondientes a la tradición del día.

Un poco harto de la severidad con que son acatados los calendarios, Debret Viana seleccionó una canción, que por su fina y excelsa lírica expresa un poco su férrea apatía por esta burda ceremonia, que justo ha de cincidir con uno de sus declives sentimentales. De la poética, plácida e inasible, solo es reprochable la insistencia con el autor. Calamaro – dice Debret Viana – es un estado de ánimo que pasará. Sin embargo, la reiteración con el músico (porteña cruza de Dylan y tango) queda compensada con la delicada y sutil elección de cada etérea palabra.

Pudo haber sido Byron, Tennyson, Rimbaud o T.S. Pero hay días así. ..

( calamaro again )


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*


Como por un vecino molesto los muros de la torre de Debret Viana temblaron. Eran los ruidos de la civilización: el bullicio que quisiera cubrir las grietas del abismo. Pudo ser un piedrazo en la frente. Fue un rock.

No es tan diferente.

___

8.2.06

elogio del amor (como literatura)




Hoy simplemente se me da por recordar una película de Godard, de los setenta. Ni siquiera la película, sino una escena. El hombre ha esperado por ella toda la noche; nosotros lo vemos con la mirada perdida, abrazado al televisor, que emite, a esas deshoras, apenas una tumultuosa estática. Cuando ella llega, ya se prepara para irse. El quiere detenerla (sabe, de alguna manera, que no volverá a verla nunca), los vemos forcejear, gritar, llorar, besarse, romperse. El agota sus últimos gestos, sus palabras para llegar a ella: da manotazos en el aire, arroja cosas, hace frases y exhibe todo el repertorio de su pena. No sabemos nada de lo que se han dicho. Salvo que es inútil. Lo único que se oye es una canción de Tom Waits. No importa: ya sabíamos las palabras. Esa historia ya había acabado. A nosotros nos dieron para ver las migas que quedaban en el mantel, la manera en que las fieras se debatían por ellas. Los últimos rituales del funeral.
No es un final distinto el que se cierne sobre nosotros.
Ahí empezaba una historia: acaso la verdadera. No la veremos, pero nos toca vivirla. Las historias solo se pueden mirar desde la orilla final. Antes, atravesamos momentos y horas sin descanso, y no podemos comprender el hilo que hilvana la trama. Es la tristeza tardía la que les da sentido. Es necesario haber perdido al amante para lograr entrever (reconstruir, inventar) la historia en que se jugaron los papeles. En cualquier otra parte (que es siempre el medio), lo que hay es vértigo, incertidumbre, convicciones variables, emociones contradictorias, y una rara felicidad.
Es como cuando, terminando el día, sobre la almohada repasamos sus momentos. Así son los films de los amores que perdí. Mientras sucedían, no entendí mucho. Ahora, son historias que me cuento.
__________________
( tom waits - ruby´s arms )


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la letra
______*______



4.2.06

soledad posmo

;


la soledad es
saberse de memoria la arquitectura del edificio de enfrente,

y los horarios
de los camiones de basura,
de los porteros de la cuadra

y de las dos o tres ventanas que todavía tienen luz

cuando es honda la madrugada;

la soledad es
que no sea necesario salir de casa,

es conversar con mi gato
y que mi voz, al principio, me resulte ajena
es
resbalar por los 80 canales de nada

en la televisión;

la soledad es la tinta de mi lapicera,

y las decenas de cuadernos que llené

es despertar en el sofá y saber

que todas las cosas ya empezaron,

es sentir los sonidos del teléfono como el rugido
de un animal feroz y extraño;

la soledad es no saber la diferencia de los días,

es leer cartas viejas,

sí: es leer cartas viejas y que sea inútil responderlas,

es haber aprendido

los movimientos de las sombras de cada mueble de la casa,

es dejarte mensajes en el contestador,
y haber perdido la cuenta de lo cigarrillos que fumé

(la casa volviendose ceniza)

la soledad es escribir textos como éste;

es escribir palabras

con este azul lastimoso;

la soledad

es no recibir ni siquiera spam.

.

3.2.06

los laberintos cotidianos, los abismos



)-(

Cuando despertó esa mañana notó que alguien había atado los cordones de su zapato izquierdo con los del derecho. Detenido, todavía enredado con las tibias sábanas de su cama, quedó contemplando el terrible impedimento. Como él no usaba zapatos, tuvo que hundirse en su habitación hasta despertar otra vez.

(-)

2.2.06

las cenizas

*

"
(...)¡Y yo mismo! ¿Qué ha sido de mí? ¿Qué ha quedado de mí, de aquello días venturosos e intensos y de aquellas ansias y esperanzas aladas? Como la tenue exhalación de una insignificante hierbecilla, se desvanecen todas las tribulaciones del hombre, y así también se desvanece el hombre mismo.
"

último párrafo de Y así pasó el amor
Turgueniev
____________

Ergo: hay que aferrarse a todas las penas que se tenga; cuando se agote ese latido, ya no quedará nada.
) pero (
"
(...) deberíamos avergonzarnos cuando hablamos como si supiéramos de qué hablamos cuando hablamos de amor.
"

What we talk about when we talk about love
Carver
(.)