30.8.05


en la cáscara de las cosas

Rompí las muñecas de la vigilia. Tuve que torcer cada bucólica vértebra antes de despertar: ansiaba el jugo sagrado, lo que late dentro; el sentido. Vi que lo único que había hecho hasta ahora era llenar maletas, arrastrarlas de un lado para el otro. Lo que pude dejar en estas páginas eran los restos de los cuerpos que sangraron la respiración roja que era la savia de las cosas; y que no pude capturar. Allí debía yo mojar mi pluma, y después las líneas sobre el papel tendrían el latido del sexo que amanece. Yo necesitaba dejar afuera todas mis apariencias. En cambio, había hecho un teatro de mis máscaras, un repertorio de mis fugas: la letra es sucesiva porque huye; aun cuando esté revolviendo los bolsillos del pasado, está escapando hacia adelante. Para no lidiar con las cosas desnudas, violentas, irreversibles, había que volverlas literatura: había que mirar la miseria como si fuera de otro, y usar los detalles para parir algo que no empezara muerto. He vehiculizado algunos momentos de un cuerpo callado, derramandose hacia la muerte. Una a una, las cosas se van secando; y lo único que duele de apagarse son los momentos en que la luz fisura las persianas bajas.
Era tarde para hacer otra cosa que no fuera un texto. Si miraba mis pies detenidos, siempre estaba pisando el rostrode alguien, la respiración de un muerto. Había que seguir dando pasos - no importa hacia donde -, tejiendo hilos invisibles que terminarán cercándome. Es lo que me resta: mover hilos muertos, la cáscara de mi mismo.
foto: dv

23.8.05



voz subterránea
Como todo basural, Infimos Urbanos no cierra nunca. Es un compendio de cosas rotas: es decir, inagotable. Su fronteras son tolerantes: basta conque algo se caiga para que pueda formar parte del cuaderno.
Pero, si se cerrara alguna vez - porque como los poemas de Valery: no terminan; se abandonan - debería cerrar así:
"(...) ¡Hay tantas cosas que quisiera olvidar para siempre! Pero... ¿no sería conveniente poner punto final a este diario? Creo que escribirlo fue un error... En fin, lo cierto es que no dejé de sentir verguenza en ningún momento de la narración de esta historia. No es literatura, sino una expiación, una pena que me impuse.
Referir con detalles cómo ha fracasado uno en su vida, su subsuelo, que es lo que he hecho yo, no puede ser interesante para nadie. Una novela necesita un héroe, y yo, como a propósito, reúno todos los rasgos de un antihéroe. Además, todo esto produciría una pésima impresión en los lectores, porque todos hemos perdido la alegría de vivir, porque todos cojeamos, algunos más algunos menos. Hasta tal punto perdimos esa alegría que sentimos cierta repugnancia por la vida real, la "vida viva". Pero a nadie le gusta que le recuerden eso."
de las Memorias del subsuelo
Dostoievski
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Aunque claro, eso de referir los detalles del fracaso de la vida. Habría que mirar bien si cada palabra escrita no es precisamente ese signo. Si la tinta abre un alma sobre el papel, no importa lo que quede escrito: será siempre el vestigio de un latido, de una soledad; la derrota. Nuestros pasos sólo pueden dejar huellas con esa fragancia cansina. La letra es el recuerdo de algo precioso y fugitivo que no podemos aprehender. Lo que nos encandila es lo insondable: los despojos de una luz que se posó. Con la belleza de nuestro fracaso hacemos un hilo - de la textura metafísica de la espera de Ariadna - y con ese hilo atravesamos las piezas sueltas de la luz de otro - esos restos literarios - ansiando en vano hacer nacer la desvanecida figura imposible, desandando los muertos hasta el contacto con la carne del verbo. En la pérdida incesante de esa búsqueda está el goce de la lectura. El fracaso de la lectura.
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En otras palabras: creo que siempre seré feliz allí donde no estoy
foto: d.v.

17.8.05



Terminaban los ´80 y de un film de Jarmusch, Tom Waits y Roberto Benigni salían amigos. En una entrevista que uno le hace al otro, la voz más áspera que rozó un piano dice:

"My theory about songs is that most of them don't like to be recorded, they like to be wild. And I think very human moments in film sometimes don't like to be captured by the camera. The camera is like a butterfly net. You have to capture the butterfly without hurting it."

16.8.05



Atardece, a pesar de las hormigas
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foto: dv
Pascal, en sus Pensamientos, escribe: "Los pensamientos vienen y se van en forma caprichosa. No existe ningún sistema para contenerlos ni para poseerlos. Se ha escapado un pensamiento que yo estaba tratando de escribir; entonces escribo que se me ha escapado".

10.8.05


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Lo que pasa es que no tengo nada para decir. A veces lo digo, a veces lo grito por ahí. Las palabras rebotan un poco, y después se diluyen, incorporándose al silencio (que no existe, que no puede existir). Otras veces el narciso, y entonces lo escribo: son esas las veces en que aparece un texto en este cuaderno. Puede que sea un texto como este, escuálido, evidente. Lo cierto es que suelen aparecer un poco más vestidos, más rugosos e inaprensibles: textos que saben ocultar, breves arquitecturas que codifican el efluvio de la pena, tibias coartadas para el espejo. En definitiva, siempre es el mismo texto, siempre es la misma fuga del abismo hacia el abismo. La tensión entre lo dos silencios es un puente frágil, vibra torpemente queriéndole arrancar el sagrado jugo a las piedras, pero en sus piruetas desesperadas no hace más que decir el silencio, nombrarlo. No con un nombre, sino como el borde del camino nombra al precipicio que empieza.
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Me acuerdo de Flambert. En una carta, escribe: no puedo ver una cuna sin pensar en una tumba. Claro: si fuéramos solo carne podríamos vivir en el presente. Como los animales, como la lluvia. En fin, como el mundo. En cambio, no hacemos otra cosa que resbalar hacia las ficciones: lo días son el vaivén frenético, pendular entre el pasado y el futuro: recordamos, o soñamos, o deseamos o sentimos nostalgia, o melancolía. Todo lo que nos llega lo mediamos. Hasta minuciosamente deshacerlo. Es que las cosas que hay en la vida son para nosotros como el juguete para el niño. Tenemos que romperlas para ver como funcionan, o para apropiárnoslas. Y a veces, simplemente se rompen mientras buscábamos comprender. Se gastan. Se cansan.
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Porque lo que yo estoy diciendo es nada: solamente que en la enunciación de esa nada me crucé con algunos signos de la muerte, vi cómo iban subiendo sobre las cosas, cómo las dormían. Estas palabras son lo mismo. El primer signo de la muerte es la vida. Si la nada pudiese existir, tal vez mis palabras fueran su réplica (o al menos uno de sus suburbios). Como no existe, solamente me resta hacer frases. Y compadecerme del lector.
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Sin embargo, creo que lo importante es que ese que habla siempre dice otra cosa. Que la escritura, que a veces mal se empeña en transportar un significado, por más simple que sea, siempre acaba por develar otra cosa. Y no me refiero al pueril devaneo que acabo de ilustrar, sino a algo más pequeño. Como cuando odiamos a un amante, por ejemplo. Ese odio expresado abre el texto de la ruinas de nuestro deseo herido: el gesto de que el mundo una vez más no ha sabido sincronizarse a nuestro breve latido. O no; tal vez diga otra cosa, tal vez la idea sea: no podemos decir nada, porque todo nos delata.
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Lo que pasa es que no tengo nada para decir, y lo digo muchas veces.
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8.8.05

La soledad dos puntos

En una ciudad extranjera, sentado solo (alta noche de fin de semana) en un bar, escribo. Un libro abierto tendido sobre la mesa, una coca-cola, un cuaderno de tapas marrones. Alrededor los restos de la fiesta; queda poca gente y con el cansancio de haberse divertido. Se me acerca un muchacho, me dice que está con unos músicos, que si quiero ir a sentarme con ellos, conversar un rato, que si soy escritor, de donde vengo, etc. Le digo que tal vez más tarde, que tengo que escribir algunas cosas.
Cuando el muchacho regresa a su mesa, pienso: me debo ver muy solo.
...
¿No estamos todos en el mundo esperando que nos interrumpan?
...
Tal vez; pero vivir así, ¿no es un poco patético?

Como criatura de lenguaje, el escritor está siempre atrapado en la guerra de las ficciones (de las hablas) en la que solamente es un juguete puesto que el lenguaje lo constituye (la escritura) está siempre fuera de lugar (es atópico). Por el simple efecto de la polisemia (estado rudimentario de la escritura) el compromiso combativo de una palabra literaria es, desde su origen, dudoso. El escritor está siempre sobre el trabajo ciego de los sistemas a la deriva; es un comodín, un maná, un grado cero, el muerto del bridge: necesario para el sentido (para el combate) pero en sí mismo privado de sentido fijo; su lugar, su valor (de cambio), varía según los movimientos de la historia, de lo golpes tácticos de la lucha: se le exige todo y/o nada. Está fuera del intercambio, sumergido en el no beneficio, el mushotoku zen, sin deseo de tomar nada sino el goce perverso de la palabras (pero el goce no es nunca un tomar: nada lo separa del satori, de la pérdida). (...)

El placer del texto

Roland Barthes

5.8.05



I

La escritura se parece a veces al exhibicionismo. El escribiente da en espectáculo una pieza suya, algo que es y que no es él mismo, algo suyo pero que no le pertenece (alguien pensó en la imagen de la piel muerta: las migas de la piel gastada, desparramándose por ahí al capricho del viento).

II

Una extraña confusión parece haber generado la idea de que yo acabo siendo, de alguna manera, responsable por las palabras en estas páginas dispersas. Apenas puedo decir que no sabría responder por lo que aquí queda escrito. No puedo dar cuentas de las frases reunidas en este cuaderno de tapas invisibles. El significado está hecho de bruma, está interrumpido por velos que tienen la textura compuesta por cada palabra derramada en la página; y el significado está inconcluso: tropieza, nace, se quiebra, se hunde, se pierde o multiplica después de cada nueva palabra, después de la mirada o el cruce del río del tiempo. Ya que no está quieto, no hay significado: siempre se está construyendo (con el proyecto secreto de nunca llegar a ser). Tal vez algún día yo lo descubra, pero no guardo un entusiasmo estruendoso.
III

De las inquisiciones que se acumulan debajo de mi puerta (y ya son tantas que la terminan trancando y después no puedo salir y tengo que vivir conmigo en una habitación cerrada; un teatro para nadie) hay una que se reitera: "¿dónde está la novela?". Yo ya había resspondido: en ninguna parte. Esto no significa, sin embargo, que no se trate de una novela. Es decir:

IV

Como el juez de la novela La Caída, de Camus caminaba el laberinto circular y brumoso de Amsterdam - su arquitectura infernal, parecida al sistema que organiza la memoria, diría Auster pensando en Cosme Rosselli (1579 ,Venecia) - A., en El libro de la Memoria, recorre - perdido - la calles grises de niebla de la ciudad extraña. Dice: "lejos de cualquier cosa que pudiera resultarle familiar, incapaz de descubrir ni siquiera un punto de referencia, descubrió que sus pasos, al no llevarlo a ninguna parte, lo condución al interior de sí mismo."
V

Yo ya había dicho: son pasos. Las palabras, las palabras de otro, los textos, los falsos cuentos, las todavía más falsas anécdotas, la prosa inquieta, las fotografías, los silencios, los diversos vínculos entre las piezas de la inconexa maquinaria, TODO, todo eso es nada más que pasos, algunos pasos sin métrica por una oscura vereda circular que a fuerza de andarla y desandarla, doblarla, recorrerla, mentirla y romperla, y gastarla con la mirada, con las suelas , con la lengua se ha extrañado hasta convertirse en nada, en un espacio sin nombre, en un espejo roto que desprolijamente devuelve imagenes sueltas en este cuaderno, y proyecta sombras chinas en las paredes de las almas ajenas; y - silenciosamente - va imprimiendo las sangres para los otros: cada contacto con el espejo es un corte, una gota derramada, una palabra que se da: literatura.

VI

Si tengo que creer en alguna cosa, creo que así es la arquitectura casual de este cuaderno.

VII

la imagen de un laberinto.
enorme, sin salida.
y no pensar
que en el centro del laberinto está
la resolución del enigma,
el espejo.
no pensar tampoco
que está en la salida.
ni en la muerte.
(tal vez en el minotauro.)
pero sí
en cada
paso
dado.
pasorotosbruscosnuncaproyectadossaltojustamentecomosaltosinhaberantes
planeadoelsuelodondetranquilamentellegarpasosvivossinbocetosniborradores
fragmentosdeunaimagenquenopodemosser

3.8.05

Budapest
En su última novela, Chico Buarque escribe que su personaje principal - Zsoze Kósta- escribe, entre otras cosas, una novela; la frase final, por más que viva mi vida como si la viviera, no se me pierde ni se calla:

"(...) y la mujer amada, cuya leche yo ya sorbiera, me hizo beber del agua en que había lavado su blusa."

2.8.05

bruma
medio de la 9 de Julio, un jueves cualquiera.
la forma de los espectros,
su llanto la lágrima
que lame el asfalto.
menos mal que tenemos auto pasamos rápido menos mal
porque si caminaramos
menos mal que pasamos rápido sino
tendríamos que conversarle la sombra
foto: dv
Pasé las horas
encerrado
en un cubículo
en una oficina
fingiendo
que era normal.


No salté por la ventana abierta.
Casi no sentí el sabor del vértigo
un rayo por la espalda:
temo
que la máscara
se haya hundido en mi rostro;
mirar el resto de los días
entre los espacios del cubículo
las horas pasar al otro lado de la ventana
mirarlas irse
como un pez
como un pez
en su pequeño acuario
respirando la celda
como un pez.