8.8.05


Como criatura de lenguaje, el escritor está siempre atrapado en la guerra de las ficciones (de las hablas) en la que solamente es un juguete puesto que el lenguaje lo constituye (la escritura) está siempre fuera de lugar (es atópico). Por el simple efecto de la polisemia (estado rudimentario de la escritura) el compromiso combativo de una palabra literaria es, desde su origen, dudoso. El escritor está siempre sobre el trabajo ciego de los sistemas a la deriva; es un comodín, un maná, un grado cero, el muerto del bridge: necesario para el sentido (para el combate) pero en sí mismo privado de sentido fijo; su lugar, su valor (de cambio), varía según los movimientos de la historia, de lo golpes tácticos de la lucha: se le exige todo y/o nada. Está fuera del intercambio, sumergido en el no beneficio, el mushotoku zen, sin deseo de tomar nada sino el goce perverso de la palabras (pero el goce no es nunca un tomar: nada lo separa del satori, de la pérdida). (...)

El placer del texto

Roland Barthes

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