1.11.05



escenas conyugales
- final cut -

I

Las cosas de la casa estaban prendidas a la oscuridad. Las miró un instante: eran tigres en la siesta; se cuidó de hacer algo por despertarlas. No quería que nada le saltase encima. Menos a esas horas, que son como el despojo de la existencia, cuando el segundero sigue dandole puntadas al cuerpo pero el cuerpo es una coagulación insensible. Ansiaba solamente llegar a su cama sin tener que existir en el camino. Entró suavemente, e hizo de sus pasos un liviano murmullo. La puerta, de todas maneras, crujió su queja de madera hinchada, como siempre. En la cocina tomó un vaso, lo llenó con agua. Se apoyó - levemente - sobre la alacena para descansar del día, de los detalles del cansancio. Cruzó el living sin prender ninguna luz, y llegó al baño. Se lavó la cara, se descalzó. No quiso saber nada con el espejo: era tarde, y le pareció mejor postergar cualquiera de las formas de la conciencia. Una vez en la habitación, una figura en las sombras lo llenó de espanto: había alguien durmiendo en su cama.

II

Se sacó la camisa, luego el pantalón. Cuando sus ojos se acostumbraron a las íntimas tinieblas del dormitorio, adivinó, enredado en sus sábanas, el cuerpo de una mujer. Ya desnudo, se acostó en la cama. Se durmió pronto, dándole la espalda a la extraña que dormía junto a él (lo que soñó pertenece a otro relato).


III


Despertó con los primeros sonidos del reloj, que arañaba su sueño a la inhóspita hora de siempre. Detrás de la ventana las cosas eran todavía grises. El otro lado de la cama estaba vacío. Era el cuarto día desde que la extraña llegó a su casa, y le pareció grato recuperar un trozo de soledad - aun cuando ocurriera a horas tan difíciles -. Abrió su mano, y la dejó posada allí, recorriendo - los ojos aun cerrados - el territorio vacante: estaba frío. Frío y cercano. Casi suyo. Extendió su cuerpo por todo el espacio de la cama. Como si quisiera volver. Como si quisiera volver a alguna parte.

IV

Al salir - ya cambiado y prevenido para el día - del baño, escuchó ruidos en la cocina. Detrás de los ruidos estaba la mujer extraña, que sacaba y ponía platos y vasos de los estantes de la cocina. Se movía de manera frenética, como una máquina. El se detuvo junto a la puerta, y sintió cómo los ojos de esa mujer se le clavaban dentro. Desvió la mirada hacia la mesa, encontró el desayuno preparado. La escuchó decir: te preparé el desayuno. Las hebras de esa voz parecían provenir de un instrumento lejano y roto. El no podría precisar cuál. La miró una vez más. Después se sentó, tomó el desayuno - la mujer lo miraba desde un rincón de la cocina, lo escrutaba como queriendo penetrarlo -. Cuando terminó, se levantó y se fue a trabajar.

V

No le fue sencillo desprenderse de la voz de la mujer extraña. Si intentaba seguir su vida como si nada se hubiese alterado, tropezaba contra esa voz, aferrada en alguna parte de su ropa, o regresando a él desde el chirrido del tren o el sonido de los papeles multiplicándose en su escritorio. Las cosas que usaba la voz para desandar el olvido hasta su memoria eran inmotivadas: eso era lo que la hacía incontenible. Si pudo arrancarla de sí fue gracias al cansancio que su labor implicaba, gracias al naufragio de sus fuerzas para soportar el día y sus trabajos.

VI

En el ascensor le pareció que las paredes se le acercaban, tuvo que aflojarse la corbata. Otro día se deshacía, esfumado; y sentía que no había ninguno de sus pasos que pudiese salvar. No había pieza de su vida que conformara un buen relato. En el pasillo ya vió la puerta abierta. Entró en la casa - todas las puertas, todas las ventanas estaban abiertas -; Brahms llenaba los vacíos del lugar, se estrellaba contra las paredes, hacía temblar los vidrios. La mujer extraña estaba en medio del living, arrodillada en el suelo, rodeada de pilas de ropas, de hilos y de ovillos. Parecía estar destejiendo cada prenda. Lo hacía con desesperación, subiendo la velocidad al ritmo de Brahms. Sin reparar en ella, apagó el equipo de música y encendió la tv. Se dejó hundir en el sofá, esperando que algo en la pantalla - cualquier cosa - lo interrumpiese.

VII

Lo que él quería era evitarla. Pero la casa era pequeña, era imposible no encontrarse. Si bien había momentos en que esa presencia le simplificaba algunos episodios de la realidad (la ropa limpia por ejemplo, o la comida, los beneficios sociales) tenía muy en claro que sus maneras se entorpecían. El contacto lo volvía rudimentario para su propio paso. Si él se estiraba por ejemplo hacia la biblioteca buscando un libro, tenía que sortear a la mujer extraña, que si no estaba en medio de lo que él deseaba, había llegado primero que él (al libro, o lo que fuese que el deseara). Si sentía voluntades de ir al baño, al segundo paso veía cómo la mujer acababa de entrar y cerraba la puerta. Cada vez que pasaba por el pasillo, la mujer estaba sentada en el suelo y él tenía que emprender posturas poco ortodoxas para lograr pasar. Había veces que, al salir, notaba que ella se aferraba su zapato, y no lo dejaba avanzar. Siempre era un obstáculo.


VIII

Coincidieron en una cena. Comían con delicadeza, sentados uno en frente del otro. Esa noche se miraron mucho, y fue la primera vez que él supuso que para esa mujer él también podía ser un extraño. No se dijeron una sola palabra. A esa altura, ya se entendían (bastó mover una ceja para que le alcanzara la sal).

IX

Cuando abrió la puerta del baño - una tarde -, la vió ahí, sentada, desnuda. Tenía una mano entre las piernas, y gemía. Al verlo, se detuvo. Hubo un instante en que ambos quedaron petrificados, inermes ante el otro. Después ella se llevó un dedo a la boca, y abrió las piernas. Se quedó tímida y abierta, con la mirada niña. Temblaba un poco. El cerró la puerta y se fue.


X

Ella lo toma del brazo, lo detiene. La mujer lo mira a los ojos. Lo mira como si a través de los ojos pudiese acceder a algo más profundo. El corre la mirada, quiere soltar el brazo, irse. Ella dice: no sé, yo trato. Vos me viste buscar y buscar. No sé cómo hacerlo, pero quiero intentar. El calla. Ella sigue diciendo: quisiera ser la que vos querés que yo sea, pero no sé cómo hacerlo todo el tiempo, ¿entendés? Ella calla, lo espera. Con la mirada lo agujerea, él siente que tiene que decir algo. Cuando abre la boca, se oye decir: esto es ridículo; no sé de qué estamos hablando. Y también dice: me tengo que ir. Dejáme. Me tengo que ir. Ella dice: Yo quiero ser eso, pero todo el tiempo no me sale. Me esfuerzo mucho, y lo consigo bastante seguido. Pero todo el tiempo... El dice: en serio, me tengo ir. Ella sigue diciendo: hay grietas, pequeñas cosas que van brotando. Como mi nombre, o algún gesto fuera de lugar. Cosas así, cosas tontas. Pero que desacomodan todo, hasta los muebles.Y últimamente es cómo si nos cayéramos ahí, ¿no? Justo en esos lugares donde yo no sé cómo ser lo que vos querés que sea. Son detalles, vos ves que son detalles, ranuras. Pero resbalamos ahí. Nos hundimos. Nos cuesta tanto hacer dos pasos sin tropezar, pero yo quiero. Quiero que sepas que quiero. ¿Entendés? Quiero probar. El dice: Basta. Soltáme. Estoy llegando tarde. Soltáme.

XI

Más tarde, piensa: ¿ella realmente cree que soy ese monstruo? También piensa: ¿acaso soy ese monstruo? Y también (pero ya cuando atardecía en la ventana detrás de empleados, papeles y cubículos): ¿cómo fue que me convertí en este monstruo? ¿dónde empecé; quién me llevó hasta aquí?

XII


Era la mitad de la noche. Se despertó bruscamente. La garganta seca. Distinguió en la mesa de luz un vaso con agua. La mujer no estaba a su lado. Decidió ir a la cocina, beber algo allí. Una vez en el pasillo, escuchó un leve murmullo que provenía del living. No le hizo falta prender la luz, la vio sentada en el piso, la cara entre las manos, llorando. Se sirvió un vaso con agua y buscó una de las sillas del living. Se sentó allí, en la oscuridad. A veces su llanto era leve y más lento, como si llorara por reflejo. Otras balbuceaba violentamente, como una niña, como si estuviese frente a su pena. El se quedó callado junto a ese llanto. En algún punto debió quedarse dormido.

XII


- Hablemos - dijo ella. - Por favor, hablemos. Pero me tenés que prometer que vas a ser sincero conmigo. Yo también voy a ser sincera con vos - .
- Está bien - dijo él. - Pero, ¿quién empieza? -.

Después fueron más fáciles de escuchar los ruidos de la calle, que entraban por la ventana entreabierta. Y esas formas del silencio que tienen las cosas quietas.

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la fotografía se llama
La memoria
,

de Debret Viana

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ex cenas con yugales.

Debret Viana dijo...

d´accord

Anónimo dijo...

pienso en Carver. Hay algo - pero no sé qué - que me da miedo.
lindo, hondo y terrible cuento