23.1.07

así fue que perdí toda mi audiencia

Con un zapato en la mano, dije:


- El problema en la línea de fuga que Deleuze y Guattari ven en los diversos procesos de animalización en Kafka es que todo el proyecto concluye en la más hermética soledad: esa es la estación final del viaje que inicia la línea de fuga. Coincide, eso sí, un poco con mi vocación por el delirio, la locura, como manera de liberación, pero donde yo pretendo habitar una construcción (la locura es un trabajo meticuloso), ellos eligen la ruptura, el desvínculo total: en sí, el abismo. Parecen exigir la deshumanización, es como si dijese: en tanto exilie toda humanidad de mí - en tanto nada mío pueda ser recuperado como imagen de humanidad-, los poderes que rigen la humanidad no tendrán derecho a reclamarme, me habré vuelto otro, incomprensible, inasimilable (para las estructuras subyugadoras homogeneizantes), ajeno, irreductible. Distante tanto de la tolerancia como de la exigencia de la vida; y seré libre.


Pero, ¿libre para qué? Esa debería ser la pregunta. La febril ansia de libertad tiene tal urgencia por lograr la quebradura de las cadenas de coerción que posterga hasta sepultar en el olvido el simple hecho de que la libertad es una praxis, y no una finalidad, un instrumento, y no una meta. Y la libertad, como ejercicio, conlleva una ética, que esta vez no habré de comentar, ni reclamar (aunque es algo urgente, claro). Bajo este modelo de liberación mi libertad (mi otredad) atraerá la ira de los sumisos, y demandará que el poder me ajusticie. Es cierto, aun así me habré desprendido de las pueriles cadenas de la esclavitud, y el castigo de las autoridades es una módica venganza que solamente confirma mi liberación, mi ruptura. Me dirás, ya te veo, ¿de qué me sirve la libertad si no puedo ejercerla, si, por recibirla, soy terminado? Ese es, justamente, el dilema. Desprovisto de las lógicas del poder, ajeno a la dictadura silenciosa de la normalidad, en fin, libre de una vez, no queda ya mucho que hacer, puesto que mi libertad me vuelve paria, extranjero de todo, incapaz incluso de accionar mi supervivencia. Y todo esto, ¿por qué? Pues porque animalizado, fugado de toda relación con lo humano, no solo no se puede ser tolerado (recordar las manzanas en la caparazón de Gregorio) sino que tal morfosis vuelve obsoleto el dilema de la libertad: acaba aboliendo la dialéctica libre / no libre, y produce, a modo de respuesta, otra cosa (en todo caso, un monstruo) que no solo se excluye y es excluída del sistema, sino que, dado el caracter integrador y voraz del sistema actual, no exilia a los desiertos, porque ya no hay desiertos, sino que, al no haber lado de afuera en esta celda, el animalizado no tiene más remedio que capitular: su propia libertad, bajo la forma de ruptura de sujeciones, le confiesa el abismo que besa las fronteras de la prisión: no hay nada, no hay nada que hacer: con sus cadenas perdió el lenguaje con el que podía moverse por el mundo, y ahora sólo puede perpetrar su desaparición.

Por esto prefiero devenir loco, que devenir animal. La locura, para empezar, guarda la apariencia de ser una modificación menos radical: se mantienen, todavía, ciertos rasgos humanos (lo que implica el riesgo de que sobrevengan algunas exigencias por parte del poder; pero, en este estadio, sorteables) pero la locura - el loco: quien habita su constelación interior de representaciones, actor de su propia puesta teatral, arquitecto de un mundo personal, subjetivo, que, con la exigencia indeclinable de sus soledad, puede habitar - tolera, sino la convivencia (de los cuerpos, no de los mundos) el título de enfermo, enajenado, alienado: estas protecciones jurídicas pueden adjudicar, acaso, también el olvido: en su serenidad puede extenderse el universo entero de las alucinaciones. El problema de la animalización es que actúa también sobre el cuerpo: la locura, en cambio, deja intactas las apariencias de lo real, y mueve su campo de acción al territorio onírico de la imaginación: seremos sustraídos de los real (el mundo del otro) y nuestro cuerpo disimulará la partida, ocultará las maneras de nuestra vida interior. En una época donde no hay afuera - regida por un imperio tan vasto como invisible - no podemos afrontar el lujo de destruir nuestras apariencias: este sistema no es destruible (porque esta destrucción implica, también, la nuestra); lo que podemos hacer es acomodarnos, escapar, no hacia fuera (del sistema), sino hacia adentro (de sí): pero claro, es imprescindible, primero, tener lado de adentro, ¿no?

- Grkkkl... grkkl... - dijo la cucaracha, y huyó debajo de la cama, refugiada por la oscuridad. Era difícil dormir, la noche retenía el calor del día, su asfixia, y yo perdí así toda mi audiencia.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, he pasado por tu blog y me he decidido a dejarte un comentario, ya que me ha gustado mucho.
Yo también escribo desde muy joven y subo mis cosas a dos blogs que actualizo casi a diario. Estoy intentando promocionarlos, pero de buen rollo, invitando a la gente, haciendo amigos, intercambiando aportaciones, comentarios y enlaces. Pero todo ello basado en un premisa “sine quae non”, a saber, sólo si la calidad de mis escritos te hace decidir en conciencia que merecen la pena.
Así pues te invito a que visites mis blogs y, si te parece que tienen la calidad suficiente, me eches una mano en su promoción mediante cualquier iniciativa que te parezca oportuna.
Aquí te dejo la dirección de los sitios:

http://www.enunblog.com/Aguirre (este concursa en el premio 20 minutos al mejor blog de ficción, por lo que te agradeceré que lo votes, si lo crees conveniente y si estás inscrito)

http://territoriocervantes.blogspot.com

Gracias por todo y un saludo

Debret Viana dijo...

ok; me daré una vuelta.

Rain (Virginia M.T.) dijo...

Debret Viana, lo que has escrito me trae a la mente lo que a su vez trató Foucault. M F, quien apreciara profundamente a Deleuze, sí M F escribiendo sobre el panóptico, la locura, el poder.

En un mundo donde la interioridad es atacada por los exabruptos constantes y la fealdad en el mayor grado, tornarse loco, deviene en un acto de sufrimiento extremo que de pronto ya no es sufrimiento, sino caída, limbo, extrañeza.

No querría volverme loca, querido Debret. Mas creo, que no es cuestión de "querer", sino que acontece. Llega la locura, toma posesión y la existencia se convierte en un espacio infinito de espejismos.

Abraxo y hasta pronto.

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El nuevo diseño de tus INFIMOS URBANOS, es lo más bello que he visto ...

laveron dijo...

en tanto productores de sentido, más atrapados estamos. quizás haya que explorar el camino sin ruta, sin brújula. Y eso, si, es el camino de la locura. pero dejar de ello un testimonio. un hacer, una forma vital de poesía por esos pasajes, hace de esa locura un arma voraz...desde adentro.
la locura sin nexo, es una forma de muerte, tanto como un ser animal. una forma brutal de alienación.
al menos...has dejado constancia de tu conversación reveladora con la cucaracha.

Debret Viana dijo...

rain: (larguísimo texto escribí respondiendote, y se perdió por las tuberías de la web, decía algo como:) El proyecto de locura que pretendo no confiere una ausencia de razón, pero no puede más que ser recuperado por lo social como un trastorno. Aquel que desarrolle totalmente (o excesivamente) los rasgos individualizantes de su personalidad no alcanzará propiamente la locura, pero perderá los rasgos humanos que otorga el circuito de la sociabilidad; será recluído a su soledad, y la constelación de su mundo interior será incomunicable (habrá perdido el lenguaje con los otros: su propio desarrollo lo alejará), etc. Por tanto, no es la locura, pero la otredad no tiene otra etiqueta para colocarle.
un abrazo, rain; y gracias por los comentarios.
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Laveron: sucede que a cierto punto de la soledad, ya no quedan más interlocutores que las cucarachas que cruzan la habitación. No es todavía mi caso, pero mi literatura ha sido siempre desdichadamente profética.
un abrazo, L.

laveron dijo...

la soledad es la cualidad que el artista revela. es cualidad de los humanos emparcharla, mentirla, disfrazarla. es sin embargo, para el escritor -y para el arte en gral- el principio último y primero de su obra. Todos estamos solos Debret. todos, pero nadie quiere hacerlo carne. es preferible la narcosis alienante de la hiperrealidad. de los ojos de los niños multiplicados cientos de veces en su dolor en las pantallas, en un juego indoloro de triste pasividad. ese horror anestesiado por rayos y ondas. por la ascéptica colección de imágenes. y aceptarlo. y vivir con ello como si eso fuera "lo normal". tragar un bocado mientras muestran una lapidación o un programa de realitys donde ves a la policía persiguiendo unos maleantes a balazos. y eso es lo normal. ver el ahorcamiento de saddam al lado de la publicidad de coca cola. y eso es lo normal...
no, es que el mundo es ya un gigantesco gregorio samsa.
tal vez, el precio del artista, del escritor (lo ha sido siempre) es la pertinaz y solitaria tarea de develar la máscara y hundirse por ello en lo único realmente real: la infinita soledad del hombre. Y eso...es lucidez, pero en tanto todo se riga por determinados parámetros, será locura.
¿el cuerpo sin órganos?

laveron dijo...

si sirve de algo...yo le recito a mis plantas. creo que laten, al menos.

Anónimo dijo...

Linda tu scritura, dulce chica de argentina.

Carinos,
Farolita
desde Messina,Sicilia, Italia

:-)

Debret Viana dijo...

no tengo plantes, laveron: converso con mi gato y le reprocho su falta de oportunidad a los objetos inanimados que me demoran.

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se agradece mucho, Farolita (espero que esa dulce chica sea la del relato)

Debret Viana dijo...

laveron: ¿por qué azar habré salteado, sin llegar a verlo, ese lúcido, precioso y preciso comentario tuyo? Tarde, hoy, lo leo por primera vez y nada puedo decirte porque estoy de acuerdo con vos. Y entiendo, una vez más, que estar de acuerdo puede ser muy aburrido para nuestro interlocutor.