28.4.06

time of the great undoing

Se mira: se abre los poros, se tuerce los gestos, entra por los pliegues de la ropa, escarba en los límites del repertorio de máscaras. Se pregunta: ¿será que en algún punto mi vida sabrá ingresar en el ritmo de las cosas, cuadrar bajo su manto severo de monotonía coagulada y podré sentir, serena, la calma que proviene de la mímesis con las mayorías, de las tumultuosas sombras mezclandose en un mismo - - colapso , y no este reptar mezquino en las fronteras de la vigilia?
Debret Viana sabe de antemano la respuesta a ese tipo de preguntas: por supuesto que no. Por eso existe la música, por eso pasa noches desvelado frente a los dientes de su piano: para inundar la desarmonía del universo con algunas notas que por un rato le encaminen el alma desencantada por la ilusión de un sentido, donde cada instante de su cuerpo no es puro derroche, sino - etérea y nívea - trascendencia.
Lo que pasa es que tiene la costumbre de mirarse demasiado cerca. Las cosas pierden su figura, y no hay lo que no se torne garabato. Triste por la desconfiguración de su existencia, sucumbe ante reflexiones insustanciales. Esta noche lo salva una melodía, unas palabras de Nick Cave:
Outside I sit on the stone steps
With nothing much to do
Forlorn and exhausted
By the absence of you
Poco importa qué rostro, qué episodios lejanos le regresan en la tristeza en que se mece esa voz. La canción terminará, y con ella la furtiva anestesia que retrasó la arritmia urbana. Habrá que hacer las cosas que se hacen, entrar en las rutinas como se entra en un pulover, y aceptar la sucesión de las horas sin la bagatela de los dispersos residuos oníricos por los que huye mientras su cuerpo transita la realidad. Sin embargo, ese instante de sereno éxtasis tiene que tener algo de sagrado. Tal vez por eso lo recorta, lo mete entre sus cuadernos. Y pasa el día con esas palabritas susurrándole entre los dedos, mientras se codea en el subte con otros cuerpos - tan errantes y tan rotos -, mientras conversa frases de ascensor, o mientras sube las escaleras buscando en todos los bolsillos las llaves que siempre aparecen en el último rincón abordado.


nick cave - brompton oratory

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NICK CAVE lyrics

27.4.06

principio ético

barthesiana


Lo que pasa - lo que trastorna la lectura - es que por lo general se omite esa línea del principio, esas letras pequeñitas que previenen que aquí todo (Todo, TODO) lo que se dice lo dice un personaje ficticio dentro de una novela desmesurada, desbordada y en pleno naufragio.

26.4.06

la otra orilla

Es un personaje de ficción. Se detiene sobre una hoja, para abrir su miedo, su parálisis. Para verla. Y escribe. Dos puntos.

1
Como Ahab tras Moby Dick tras mí mismo me lanzo, a través del fantasma de la vida que Melville vió en el mar, y yo más seguido. Terminamos pareciéndonos: castrados, desequilibrados, obsesivos.
Como él, seguiré perdido o me habré hundido. Como él, no sabré cuando detenerme. Y hasta que no abrace el latido que vibra en el fantasma de la vida, y con él lo absurdo y superfluo de todo propósito, no tendré paz.
2
Después tampoco habrá paz: desierto de deseo, seré un cadáver vivo vaciado de sentido y sin dirección dónde encaminar su desesperación. Pero confío en el tiempo: no sabré vivir hasta la otra orilla.
3
Es un acantilado infinito, y estoy solo. Si, harto de todo, me lanzase a él, vagaría por sus profundidades, moriría de viejo en la caída antes de romperme en las piedras finales. Tendría que llorar, en su borde, infinitamente para llenarlo. Tendría que arrancarme las máscaras, y urdir con sus piezas una balsa para cruzar la mojada sal.
3
Si llegase, llegaría limpio.
3
Pero la máscara será endeble, y, mojados sus intersticios, declinará en el océano terrible: me ahogaré de mí mismo (de lo que de mí hice nacer).
3
Y el llanto mío sólo puede producir un animal vengativo (está adiestrado para herir, para el chantaje). Será calmo hasta que me aventure en él, y violento y despiadado cuando llegue a su centro - que queda en cualquier parte que no sean sus orillas -.
3
Y, además, mi melancolía es serena: no tengo nada mío para exprimir hasta lograr tanto llanto. Si lloro, es ya una ironía, una pose. Es verme llorando porque un sentido estético me inclina a entender lo bien que quedo llorando en ese momento. Si exprimo, solo saldrá literatura.
3
Por no decir que la máscara, al arrancármela, se llevará trozos de carne mía, me destrozará el rostro: quedaré desangrado en la misma orilla del principio.
3
Aunque lo cierto es que no podría sacármela: tan profundo ha calado en mí que talló sus rasgos hasta lo indeleble, y es posible que la haya perdido hace tiempo, y no me dé cuenta.

- Es como el prisionero que es vigilado por alguién que lo mira pero que él no llega a divisar (como un vidrio polarizado, o espejado): detrás puede no haber nadie, pero el cumplirá las ceremonias de su condena como si hubiese alguien. O como un amigo, que llega a su casa tarde por las noches y procura no hacer ruido para no despertar a su madre, que duerme. Su madre ha muerto hace tres años, pero el cuerpo de mi amigo se acostumbró a ese ritual. -

3
Todo esto imaginando que alguna vez vislumbre esa otra orilla. Y, si la veo, no elija irme. O precipitarme por el acantilado.
4
Me hago demasiados problemas; aun si encuentro esa orilla ansiada, no la reconocería. Lo que a mí me toca es escribir textos. Ni siquiera saldré de esta habitación. Me quedaré prendido de mis hábitos y mis libros, respirando el mismo aire cansado que ya exhalé.
5
Alguna vez pasaré por el supermercado. Y puede que vaya al cine.
5
(y ya no creo que te llame)
6
Abdico de la búsqueda insensata de la otra orilla de la misma manera en que abdico de todo:
para poder soñar.
7
Para poder soñar cínicamente.
La vida ocurre a expensas del sueño: estar viviendo es arrancar de sí el yugo aéreo de todas las almas. Es - apenas - una sensación. Pero no tengo planeado salir de mi cuerpo: todo aquello que sienta será mi realidad. Es un proyecto para la locura.
8
No es más sensato.
No es nada.
9
Todavía estoy demasiado vestido. Y no me sale.

___________

17.4.06

gacetilla

A los lectores de Infimos Urbanos,

de Daiana Moruá y Jimena Berbón
de la revista literaria El otro quinoto


Al final convencimos a Debret (terriblemente arisco) de que nos dé un pequeño espacio en Infimos. Esto es una convocatoria: el mes entrante la revista El otro quinoto le hará una entrevista al autor de este blog, y nos parece una buena idea que sus lectores puedan interactuar enviandonos alguna pregunta que tengan ganas de hacerle, y que pasará a formar parte de la entrevista.
Nos pueden mandar sus preguntas, comentarios e inquietudes a elotroquinoto@yahoo.com.ar
Para aquellos que no lo saben El otro quinoto es una revista que hacemos estudiantes de la Facultad de Letras de Buenos Aires, en la que participan algunos profesores. Versa, más que nada sobre artes (sobre todo literatura, cine y teatro) y problemáticas sociales.
Eso fue todo. Agradecemos la atención, y a Debret, por prestarnos el espacio. Y por algún que otro error gramatical que nos corrigió.

12.4.06

del amor, de quelque chose

"

18
Pasa que no sabemos nada, y nos morimos de frío. El mundo se agita tosco, y nuestra vida desfila por las horas muertas hilando, en el tapiz de la trama rota del universo, un sinsentido que nos resulta ilegible y cruel. Herido de desiertos, D. necesitó aferrarse a algo para poder seguir dando pasos en el centro de la nada. Llovía tinieblas anchas, y los lobos silbaban en el viento. Una mujer que pasaba fue el casual recipiente donde derramó todo su miedo, su coagulado llanto, su quieta muerte. Una piedra ajada en la que se obligó a ver un talismán sagrado. Quiso quererla, y se insertó en la mitología romántica, donde dos soledades, por haberse encontrado, ya estaban justificadas. Llenar el silencio con la propia alma es una tarea ardua. Más fácil es que otro haga piruetas en nuestro vacío, para distraernos del espejo violento de las noches solas, para no tener que mirar fijo las llagas que se posan en mi retrato, como gotas de humedad.
"
de los Apúntes lisérgicos sobre la identidad del deseo,
ese músculo variable, ajeno

10.4.06

hoy


Iba a escribir un preámbulo. Lo empecé, y, a los dos párrafos, borré todo. Dylan no requiere preámbulo. Después encontré la foto (casualmente: la encontré porque no la buscaba, porque buscaba otra cosa). Había salido el sábado del museo de Bellas Artes, había cruzado plaza Francia, llena de artesanos y turistas. Mi cansancio acordaba con el día gris. Decidí darme una vuelta por el cementerio de la Recoleta, que me quedaba cerca de donde pensaba almorzar. Caminar sus pasillos me despierta un humor - que no sabría definir en una palabra y no quiero escribir tanto - pero que me lleva a prescindir de toda alianza terrenal y mezquina, y me predispone a monólogos místicos y desreales. Además, disfruto la cercanía de los felinos que deambulan establemente por allí. Capturé - entre tantas otras cosas esa tarde - un tacho de basura que, como todos, tenía flores rotas. Eso, la cercanía de los muertos, los divertidos turistas, los gatos que hacían de las tumbas sus hogares, y ciertos recuerdos que vibraban calladamente en mí dispararon la foto mucho antes de que la comprendiese. No es una anécdota que necesite más palabras. Escribir hasta aquí fue casi la coartada por no haber escrito estos últimos días.

Dylan - Most of the time

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la letra

7.4.06

acontecimiento de la pasión, farsa de la despedida


En un texto de Baudrillard encuentro el epígrafe para el texto anterior:
"
Con las mujeres ocurre lo mismo que con los acontecimientos históricos: se presentan una primera vez en nuestra vida como acontecimiento y tienen derecho a una segunda existencia como farsa.
"
Y entonces, Debret escribe:
Amanecía en mi ventana; era la hora de abrir la cama y empezar el sueño. Pero pude pensar un poco en Eros y Tanatos. Si hay muerte, es porque hubo vida. La muerte enfatiza el hecho de que la vida se está, mal o bien, ejerciendo. Es un consuelo efímero ahora que mis manos remueven las arenas grisáceas de la memoria, y no me queda más remedio que encontrarme frente a frente con el cadáver pútrido de la vida que dejé. Ahora su polvo se columpia en el aire, y me contamina todo. Pero es cierto que junto a ese animalito cálido y feroz pasé horas de sosiego y encantamiento. Eventualmente, correntadas más viriles arrastrarán los velos de mi mirada. Quedará un resabio de los ayeres, pero acaso quede librada una grieta donde acurrucar la vida, y seguir. Por ahora me parece inútil disecar ese cuerpo con el anhelo turbio de comprenderlo. No hay nada que enteder: fue; y ya no será (como El Libro de la Memoria, de Auster). Fue - y, desde el momento que compone, pieza a pieza, partes sueltas de mi historia - no estuvo mal.
Hay una metáfora, también de Baudrillard, que creo que ilustra bien las cosas:
"
Dos formas de la ruptura: una por alejamiento, otra por exceso de proximidad. Ruptura de carga, ruptura de encanto. Una priximidad semejante, día tras día, a lo largo de los miles de kilómetros del desierto puede llegar a ser tan insoportable como un crimen.
"
Y, a decir verdad, algo así fue.
...
Habrá que saber, alguna vez, dónde detenerse. ( lo que no sé es si es: "te conocí tanto hasta ver el monstruo que había en vos" o " llegué a conocerte tan profundamente que te volví un monstruo")

2.4.06

Eros y Tanatos


Apúntes lisérgicos sobre la identidad del deseo,
ese músculo variable, ajeno
0

Se encontró con una ex.

1

Quisieron, al principio, conversar, actualizarse. Pero el lenguaje ya no le proporcionaba la ilusión de cercanía: D. sentía que estaba reiterando un speech aprendido. Era como si actores torpes tímidos estuviesen imitando a aquellos que una vez fueron. D. sentía una brecha gélida que no sabía cómo resolver: decía cosas sobre sí mismo que sonaban como si fuesen de otro, mediadas retórica y celofán. La situación le parecía paródica: en algún lugar seguramente él estaría viendo la escena, muerto de risa (su risa triste).

2

Terminaron en una habitación, teniendo sexo – que es lo único que D. puede tener con sus ex -. Yo creo que él pensó que así perderían las áridas máscaras que el tiempo había alimentado: desnudos, inermes frente al otro (que era un poco el rostro del pasado, un souvenir frágil de una época diluida abriéndose lentamente como una grieta), de alguna manera limpios en una súbita isla donde el goce fortalecía la resistencia de las ventanas con los ruidos diurnos; así, ilusoriamente nuevos, lograrían, un instante al menos, resquebrajar las muecas que la distancia les marcaba en el rostro, las muecas por las que habían hablado hasta ahora, la muecas por las que habían salido apenas palabras muertas, palabras de ascensor, palabras que mienten lo que esconden: espectros tibios de la herida seca.

3

Pasaba lo que a D. le pasa siempre: horrorizado ante las dimensiones imperiales de su soledad esencial (nunca soledad demográfica) ansiaba con toda la urgencia de su lenguaje establecer un contacto sensible y sincero. No que se diera allí algo trascendental en el plano intelectual de las elucubraciones verbales de la oratoria, sino un gesto, una mirada, un susurro que revelara una suerte de comunión de almas; algo que aunara. Una excusa para decir que el tiempo es un mero delirio de la civilización, y que cuando dos seres se entrelazan ocurre una magia que ninguna realidad logra dilatar. Supuso que con alguien a quien había amado, con quién compartió cuatro años de su vida y con quién, trabajosamente, erigió el espejismo de la completitud, de la unidad y de la milimétrica planificación del futuro (que desde luego se le escaparía); con alguien así, pensó, sería más simple.

4

A mi, particularmente, no me gusta nada esta prosa. Tiene una empecinada fragancia rosada, que recuerda a cursis elementos pop que la cultura colonizadora insiste sin descanso desde sus sofocantes parlantes, ocultos detrás de la coartada de distracción y entretenimiento. Pero lo cierto es que D. sí tenía la vista un poco obnubilada, y más allá de ejercer de modo voraz un cinismo impecable y verborrágico, a veces, cuando su resentimiento se alivia y tiene hinchadas las venas con el silencio de semanas, se permite, débilmente, la pretensión de creer en los dulces del sistema. Le pasa generalmente cuando ya perdió la ropa, y una muchacha bella yace cerca de su cuerpo. Quiere querer, y desea, inconfesablemente, no ser tan él mismo como siempre es. Acaba por comprender que el cuerpo del otro es una orilla que puede bordear hasta extasiarse, pero que la fertilidad de ese terreno es directamente proporcional a la lejanía desde donde él, ávidamente dañado, observa.
Toda belleza es impalpable.

5

Estas cosas pasaron todas una sola tarde. La casa de D. quedaba cerca y ella tampoco supo negarse. Después de algunos cometarios frívolos sobre la disposición de los objetos por la casa, quedaron reducidos a una pura animalidad: enlazada carne ansiosa. Los únicos que se entendieron esa tarde fueron sus cuerpos. Hablaban, todavía, el mismo idioma: como si cada uno hubiese sido educado para dar placer al específico otro con el que se enredaba, agonizante, en una danza bruta de sudor, saliva y semen.

6

El cuerpo de esa mujer todavía era sereno como si atardeciera. D. entendió que era atraído por la figura que se adormecía sobre su cama, por su silencio y su calma de fiera herida. Pero sabía que las cartas se jugarían pasado el ocaso del orgasmo: sólo allí podrían contactarse sinceramente.

7

No fueron pocas las veces que yo le he dicho que esa adolescente propensión a la sensibilidad es su más eficaz artífice de sufrimiento. El suele responder con parábolas bellas, pero falsas, o con ejemplos grandilocuentes. La última vez, por ejemplo, dijo: “un periodista prologa Lolita; dice que si Humbert Humbert hubiese consultado un psiquiatra, se hubiese ahorrado toda la tragedia. Pero agrega: claro que tampoco tendríamos este libro”. Este tipo de cosas le parecen suficientes para aclarar sus dificultades para con la “realidad”.

8

Nabokov escribe: esa palabra que sin comillas no significa nada.

9

Por supuesto que inmediatamente después habían recuperado los duros gestos diurnos, civilizados; es decir: eran otros. En el ademán de vestirse, manoteando las ropas dispersas por el cuarto y la oscuridad, estaba implícita la conciencia del error.

10

El cuerpo de esa mujer había sido un templo, un bálsamo. Los años que estuvieron juntos – lejanísimos - D. los medía por las luces que se movían por su cuerpo moreno, dormido, desnudo.

11

Ella habló de su trabajo, de su familia. Habló de las salidas con amigos, de las (pésimas) películas que había visto, de los (deplorables) recitales a los que había concurrido. Ya no era una actriz, sino una empleada. Tenía auto, vivía bien. Se levantaba por las mañanas, usaba edulcorante. Corría maratones los sábados y soñaba con casarse, con tener hijos pronto. Votaba a los partidos oficialistas y tenía la paz que no da la reflexión.

12

D. se pregunta: ¿cómo – de qué manera atroz – pude colaborar yo en construir este monstruo?
Lo que había sido del tiempo compartido estaba esfumado. Claro que podrían dar con retazos de cosas hechas juntos. Pero nada había dejado una marca perdurable. Estaban lejanos: nada tenía él que ver con esa extraña. Le resultaba una criatura abominable, mediocre. De la cantidad de ineptitudes que componían a D. Resultaba que no le quedaba más que ser un bohemio. Y esa había sido un poco la vida que antes habían compartido. D. no comprendió desde qué caudal subía ese rancio disgusto, pero no sabía cómo respetar a la mujer que en una época había amado. No hallaba ninguna razón en ella como para haberse reunido alguna vez en sus cercanías. Y si miraba bien, la verdad revelada, ni bien se hacía una frase, empezaba a tener un valor retrospectivo: le dejaba ver que siempre había sido así y que el único cambio que se había operado era en su mirada, hoy ya despojada de anestesias.

13

Yo le dije: este texto es - ¡otra vez! – una venganza. D. no lo niega: solamente dice que no sabe contra quién es la venganza.

14

En una época, la cercanía (ese “vivir juntos”) había forjado la ilusión de una simetría. Dos cuerpos que se enredaron durante cuatro años soñaron que sus almas se correspondían. Tal fue la necesidad de creer en magias que ensordecieron los signos de la “realidad”. Al fin, los signos trepaban como alaridos, y cuando la burbuja se laceró, hubo que abandonarla. Vivieron lejos el uno del otro, hasta esa tarde. Habían domesticado a sus cuerpos, que aprendieron la costumbre: por eso solamente ellos, esa tarde, no se mintieron. Vano sería negar que el placer fue intenso. Tan intenso como la honda soledad que sobrevino cuando el goce declinaba.
La mayor parte de su vigilia, D. era célibe del lado de adentro.

15

Se escribe lo irreparable; se escribe para dejar una huella firme que no permita que lo roto se pueda reparar.

16

Ella lo había arropado cuando tuvo fiebre, y veló con paños fríos toda la noche. Le llamó mi amor, mi alma, mi otra mitad. Le dijo “no podría vivir sin vos”. Le escribió un sinnúmero de papelitos tiernos. Buscó el nombre para los hijos que no tuvieron; tembló cada vez que sentía que podía perderlo.
El, por su parte, la amó como a una walquiria. Le dio libros para leer, le escribió cartas que hoy ya son libros (que son ficción). Creó obras teatrales para que ella recorriese. La hizo crecer, le enseñó los rituales del sexo, de la poesía y la música. La moldeó como a una gema rústica. Llegó a necesitarla para atravesar las horas sanamente, para acallar un poco su melancolía inagotable.
Y en algún punto, ella se pareció a lo que el soñó y él llegó a ser el centro de su alma niña. Prendidos el uno del otro, la vida no les costaba tanto.

17

El tiempo desmentiría todo.
Lo que pasó fue una confusión.
Algo como una noche entre borrachos, algo
como dos niños muertos de miedo en un rincón de una casa oscura, que mientras divisan por la ventana la sombra del asesino que se aproxima le dicen al otro, con severa e impostada, calma que no hay nadie, que todo está bien para seguir jugando un poco más.

Algo como en la frase: y cada uno pensó que el que estaba a punto de largarse a llorar era el otro.
Una confusión amable, mientras duró. Un narcótico que hizo de los días una cosa más fácil.
Ahora, en las ruinas que quedaban, parecía más bien una broma pesada, una burla.

18

Pasa que no sabemos nada, y nos morimos de frío. El mundo se agita tosco, y nuestra vida desfila por las horas muertas hilando, en el tapiz de la trama rota del universo, un sinsentido que nos resulta ilegible y cruel. Herido de desiertos, D. necesitó aferrarse a algo para poder seguir dando pasos en el centro de la nada. Llovía tinieblas anchas, y los lobos silbaban en el viento. Una mujer que pasaba fue el casual recipiente donde derramó todo su miedo, su coagulado llanto, su quieta muerte. Una piedra ajada en la que se obligó a ver un talismán sagrado. Quiso quererla, y se insertó en la mitología romántica, donde dos soledades, por haberse encontrado, ya estaban justificadas. Llenar el silencio con la propia alma es una tarea ardua. Más fácil es que otro haga piruetas en nuestro vacío, para distraernos del espejo violento de las noches solas, para no tener que mirar fijo las llagas que se posan en mi retrato, como gotas de humedad.

19

Era, otra vez, la muerte. D. tenía ese fetiche: releer cualquier historia y articularla de modo tal que siempre se estuviese hablando de la muerte; acabando en la muerte. Después de todo amar a alguien consiste en organizar una poderosa mentira (en el sentido de ficción) donde habitar un rato. Es, de una manera débil, una creación: jugar, un poco, a ser dios. Son los materiales del artista los que el amante debe usar para perpetuar su felicidad. Su ocaso debe parecerse a una muerte: amedrentado por la “realidad” que azota las aristas endebles de su burbuja, su frágil, edénica arquitectura. Quedarán los dos amantes solos, obsoletos, frente a frente por primera vez, con el cadáver magullado del amor donde vivieron: que se parece a una casa (una casa rota por la tormenta, claro). No les quedará más remedio que huir: nadie quiere ver el rostro que nos recuerde el deceso del sueño, el despertar a un mundo otro, y hostil; el naufragio del pulso de todo.

Paréntesis

(Aunque sé que hay gente que se queda con el muerto, lo carga de un lado a otro: la civilización se refiere a ellos como “matrimonios”.
¿Qué se podía esperar de una raza que nace “mientras dura la ficción? Esta es una pregunta lateral: otro día la miramos mejor)

20

D. aprendió a vivir otra vez, bastante mal si me preguntan, pero sin hundirse – por completo – en los sargazos de la memoria. Descreyó de los recursos infantiles que había usado para creer en la ficción del amor y se empecinó en dedicar su tiempo y sus habilidades retóricas al ejercicio de la literatura, los goces hedonistas y la desrealidad.

21

Reencontrarse con esa mujer fue como hacerlo con el cómplice de un crimen vergonzoso. Lo que tuvieron había muerto: ahora habían quedado reducidos a los sepultureros que después del entierro se comentan desganadamente algún que otro detalle de la jornada. Le pareció harto extraño que ella, una vez vertiente de emociones estridentes, le significase ahora un objeto tan seco, tan inerte: la había amado hasta odiarla, habían estado juntos en profunda cercanía hasta que no había parte de ella que a D. no le irritase y desagradara. Hubo días en que su misma vida hubiese dado por ella; y hubo días en que encantado la hubiese asesinado lentamente. Y ahora: nada. Un bonito cuerpo, un deleite terrenal. Nada más. Apenas si algunas fotografías, cartas y caseros videos pornográficos retenían un poco el etéreo y desvanecido tiempo que habían cruzado juntos. Pensó: es como un río. Caminó de una orilla a la otra junto a ella. Cuando salieron, y cada uno retomó su rumbo y su soledad, las cosas que habían vivido las había arrastrado la corriente (esto es casi como pensar: Heráclito). Eventualmente, quedaron secos de ese río: con el último lamparón de humedad se esfumó el último detalle que los reunía. Pronto, fueron otros. No se vuelve a ninguna parte. Tal vez, porque nunca estamos donde creemos que estamos y, de regresar, lo hacemos al lugar equivocado. Ella no fue nunca lo que él había visto en ella. Y viceversa. Lo que amaron fue la imagen que crearon para el otro (como dice Pessoa: en fin, a sí mismos se amaron). Para volver basta con torcer nuestra mirada de modo que fabrique otra vez los colores de antaño. Y no retornar a los objetos que miramos en el pasado, porque nos parecerán ajenos, extraños. La ilusión palidece con el tiempo: si no queremos enfrentarnos a la idea de que todo lo que amamos han sido fantasmas, conviene que nos contentemos con el cinematógrafo de la memoria, y evitemos volver allí donde sentimos que fuimos felices.

22

Todo se extravía.
23


El texto quedó largo. Eso me pasa cuando no doy con las palabras inevitables, cuando malogro la idea original. Sea como fuere, aquí dejo de escribirlo. Habría que corregirlo, pero mejor que lo haga otro. O que lo corrija el texto siguiente. Si preguntan qué es, digamos que no es ficción ni es verdad: es un ensayo trunco. Hay cosas que nacen y cosas que mueren, y todo es una magia que nos sacude sin un sentido aprensible. Tenemos miedo en la tiniebla de nuestra soledad, y hacemos, con los tenues hilos de luz que tenemosa mano, sombras chinas contra la pared de la celda. Como estamos débiles y desesperados, terminamos amando a las figuras que creamos, como si estuviesen vivas. Eso es un poco el amor, y es un poco la literatura. Cuando D. me contó estas cosas, lo último que me dijo fue: supongo que hay mucha gente dentro mío. Y se quedó con la mirada perdida, frente a su escritorio atestado y su cuarto vacío.


______________

Cuando la tecnología lo permite, habré de poner por aquí el tango “Como dos extraños”. Aunque no decido todavía cuál de la versiones.
Pero sí, como cambian las cosas los años.
y la foto, de Debret Viana, que salió de su celular.