4.12.05


No hay lo que no se ensombrezca
- semi final cut -


Lo que podría haber sido, lo que debería haber habido,
lo que la Ley o la Suerte no dieron...los arrojé a manos llenas al alma del hombre,
y a ella le perturbó tanto sentir la vida viva de lo que no existe.
La hora del diablo
Fernando Pessoa

La vida es la búsqueda de lo imposible a través de lo inútil

Tarde

Primera parte
Los recuerdos son rastros de lágrimas
I

Tengo los sacos, los pantalones para entretenerme. Cuando alguno deja algo en el bolsillo de una prenda, yo lo cambio de lugar. Eso si es que estoy desocupado - cosa que no sucede casi nunca -. También están las rendijas que tiene la puerta. Desde ahí domino todo lo que ocurre en la habitación. Aunque, si tengo que ser honesto, las mejores cosas suceden en otras partes de la casa, donde no puedo observar. Sin embargo, no es imposible que me lleve esta impresión justamente porque los lugares inaccesibles me llegan a través de sonidos, mediados y distantes. Mi aburrimiento debe contribuir a que yo retoque favorablemente - cuando las reconstruyo - las escenas que no alcanzo.

II

Quién va hasta el final de un placard. Quién lo hurga hasta el fondo, quién lo descubre enteramente: quién lo domina. Allí yo hago mi imperio. Un imperio mínimo, claro. Pero mío. Vivo dentro del placard de Bruno y Verónica.

III

Aunque hace mucho que a la muchacha no se la ve por aquí. Un día sacó sus cosas de mi acogedor hogar, las metió en una valija. En dos valijas, para ser preciso, porque tenían mucho tiempo cerca. Precavido, yo le había escondido algunas prendas, pero ella nunca regresó a buscarlas. Si supe algo de Verónica una vez fue por alguna que otra conversación telefónica. Claro que no pude comprender mucho, porque sólo tenía acceso a la voz de Bruno - que, convengamos, no es el más expresivo de los hombres -. Las cosas que ella decía tuve que imaginármelas (lo que era un problema, porque yo tengo demasiada imaginación). Así completando en los silencios de Bruno, me fui acercando a lo que ocurría entre ellos. Nunca concluí el rompecabezas, pero tenía como una fragancia a irreversible.

IV

Sí recuerdo que había muchos silencios. Y muy prolongados. Si tuviese que apostar, diría que ella tampoco hablaba. Creo que ambos callaban juntos. Como si estuviesen junto a un muerto.

V

Es suave esta penumbra. Es un aprendisaje hondísimo. Aprendo con el tiempo a explayarme en la oscuridad, a expanderme en ella. Si me estiro, tengo las mismas manos que ella, y sé llegar a cada borde que la tiniebla besa. Hundido aquí, lejos de la imagen de mi cuerpo, logré corporizar la oscuridad, hacerla mía, erigirla como mi cuerpo sensible. Así es cómo domino cada cosa que ingresa en éste rectángulo: siento los pliegues de todo el recinto a un tiempo en la palma de mi alma. Creo que es la misma razón por la cual no salgo del placard. Las cosas de afuera las veo, y no sé por dónde empezarlas. La luz las enloquece, y yo no tendría forma de entenderlas. Como un satélite tímido, daría vueltas alrededor de cada objeto extranjero. Perdería también la soberanía sobre mí mismo, y viviría como entre insectos feroces, siempre a un paso de caer fulminado.

VI

Es impreciso nombrarme a través de Bruno y Verónica. Habito en su placard, es cierto. Pero de ellos es imperativo detectar su caracter fugaz. Son episodios que elijo observar a través de las rendijas de mi platea secreta. Son mi espectáculo. Verónica ya ha exhibido su modalidad furtiva. Antes hubo una señora que llenó la casa de gatos, conversaba con ellos y no salía nunca. Hubo también una pareja de ancianos, muy mansos, que hablaban poco entre ellos y que murieron juntos, mientras dormían. Podría enumerar mil historias de todas las personas que vi pasar por esta habitación. Pero no sabría dónde comenzar. No comprendo todavía de qué manera van cuadrando en la trama general. Sucede que esto es como una película. Hasta que no termina, no se puede comprender verdaderamente. Es cierto que capto algunas directrices, pero todo lo que me llega parece hinchado de sinsentido. Ansío que el final resignifique éste absurdo, y acabe por hilvanar las cosas que no comprendo, o me resultan gratuitas.

VII

Aunque distinga el destello tenue de la levedad de las cosas, no tengo demasiado tiempo para preocuparme. Mi trabajo es arduo, y no me deja ningún reposo. No es sencilla la tarea de cuidar que el pasado no se cruce con las vidas de mis inquilinos. En los placards se guardan muchos detalles del pasado, infinidad de deseos frustrados, de ansias no acometidas. No es nada fácil impedir que esos vengativos animales se derramen por las hendiduras. Esta oscuridad está llena de cosas; el que está aquí no está nunca solo: así es la soledad.
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Segunda parte
Un baúl lleno de gente

VIII

Bruno, por ejemplo, arrojó en uno de mis cajones todas las cartas que Verónica le escribió - no es el primero que oculta un cadáver aquí -. Si yo no fuera el guardián de esas palabras, Bruno volvería a ellas hasta ahogarse, bebiendo la tinta de cada letra. Su esfuerzo le borraría los párpados. El placard debe funcionar como un pozo sin fondo para algunas cosas, pero eso no es algo que pueda saberse. Nadie quiere despojarse absolutamente de sus heridas. Son como souvenirs de lo que se ha sido, medallas. Hace falta sepultarlas allí donde se puede regresar. Ellos necesitan esa ilusión; yo custodio esa apariencia: yo demoro las reverberaciones del pasado, lo amordazo, lo retengo. A veces, si logra escaparse una migaja (por supuesto que no soy infalible) de tanto que tuve que golpearlo, llega a sus hacedores completamente maltrecho, deformado. Ahí es cuando ellos se detienen mirando extrañados esa pieza de su pasado, incapaces de reconocerlo. De reconocerse. Dicen cosas como: así que éste era yo. Y generalmente siguen viviendo sus vidas, maravillados por la cantidad de gente que han sido. Muchas cosas logro matarlas por completo: las como. Es preciso que con algo sacíe mi hambre. Es una pena que haya tantos arrepentidos, escarbándome el placard en busca de una remota pieza arrojada del ayer. Pero sé que lo hacen cuando la enfermedad ya los torció, y ya no pueden erguirse de su final.

IX

La realidad, a medida que avanza, va derrotando cosas. Son esas, justamente, las que se alistan en las sombras, organizando su brumoso ejército nostálgico, su réplica fatal. Uno va y deja los juguetes que no le sirven - los que ya no sabe cómo usar - en el rincón más oscuro de la casa. ¿No es ingenuo suponer que no pondrán todas sus horas a afilar sus dientecitos, preparando la venganza? Pueden haber sido amables, inatacables por la malicia. Pero después de sorber años la espesa tiniebla no hay lo que no se ensombrezca.
X
Aun siendo mi hambre inagotable - y febril el empeño que dedico a mi tarea - con suerte llegaré a devorar la sexta parte de lo que Bruno arroja a esta precaria hoguera. Si me esmero, puedo llegar a morder los bordes de las otras cosas, para que al menos, sobreviviendo, no queden intocadas y, llegado el caso, a Bruno le cueste recuperarlas y facilitar el terreno a su íntimo adversario. Nadie podría soportar el peso de lo que un hombre arroja de sí. Son despojos de los que cuesta desprenderse, pero hace falta apartar de la vida viva para más o menos poder acertar los pasos dentro de la vigilia.

XI

He visto cosas tristes: viejitas paralizadas por el monstruo, detenidas viendo pasar una y otra vez episodios del ayer, como removiendo las gastadas cenizas que el viento desunió para siempre. El teatro de espectros que se mueve dentro de un armario es insondable. Una historia se paraliza, se atasca, se va desmembrando en lo que pudo haber sido. Cómo rugen esas bocas... yo siento el viento gélido cómo un dolor de muelas en la piel del lado de adentro del alma. Es un horror puro. Al menos, me digo para consolarme, tienen la excusa de haber andado mucho. Tienen mucho para arder.

XII

Los lugares perdidos, las personas irrecuperables, los sueños no realizados, los deseos frustrados, las nostalgias de los cuerpos que una vez se vistieron con las mismas manos ajadas que hoy sostienen la intemperie: todo eso va hilando un monstruo. Son cosas que no se quedan quietas: se alimentan, se multiplican, se combinan. Nunca se resignan a callarse, y tienen un silencio siniestro, que va subiendose a las cosas como una mancha de humedad. Su materia es de una negra espesura narcótica, parecida a la muerte. Si yo no lo debilitara a mordiscos, crecería hasta volverse intolerable para su progenitor (que empezaría por no poder dormir, por no saber ya respirar en el silencio, y acabaría por pegarse un tiro, o deshacerse las uñas en las paredes). Un hombre frente a la imagen de todo lo que en él naufragó enloquecería sin remedio.

XIII

Sí; una suerte de Frankenstein. Los trozos muertos de la vida dan cuerpo a esta bestia y vehiculizan a otro tipo de muerte: algo que no está vivo, y camina hacia nosotros, ensombrecido. Hecho de las amantes perdidas y de lo que pudo ser de ellas, de los cuerpos que fuimos cuando esa ropa vieja nos sentaba, de los ánimos muertos que escribieron las cartas que atoran los cajones, de la ilusiones o malicias que provocaron las caligrafías de las cartas recibidas, aun cuando hoy hayan falseado todo lo que prometían. Es el ayer en todas sus directrices.
No hace falta que insista con ejemplos: todo eso no puede componer más que un monstruo fétido, deforme.

XIV

Lo peor es que se trata de un animal inevitable. Mi cometido - arduo y complejo- es demorarlo. Todo mi trabajo, por más constante y férreo que fuese, no puede pretender otra cosa que retrasar una maquinaria ineluctable. Ir pacientemente astillando el espejo horrible para que los enfrentamientos sean acaso un poco más suaves, y no todavía definitivos. Melancolías esporádicas, y no fatales.
XV
Los souvenirs del pasado son una trampa. Pero nadie sabe desprenderse de ellos. Llevo decenas de años aquí, y nunca he dejado de ver como el hombre necesita atesorar objetos inútiles, obsoletos. Si se desprendieran de ellos a tiempo, le quedaría una vaga imagen en la memoria que acaso podría dormir eternamente. Pero no hay caso: les es preciso dejar la evidencia material de una cosa que pasó. Y claro, después esa cosa junta...
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Tercera parte
Las lágrimas son rástros de recuerdos
... polvo, se mezcla con otras, se cansa con el tiempo y se anexa prontamente a la venganza de lo que no ha sido sobre la raquítica vida que cualquiera pueda tener. La lección es sencilla: no se debe pretender volver allí donde se fue feliz. El tiempo trastorna. Y se sabe que el regreso es cosa imposible, o diabólica. Si se lograran desandar los pasos, se llegaría a un lugar que si no es decididamente horroroso, por lo menos será otro, lejano y hostil . Y esa diferencia delatará las modificaciones operadas dentro del hombre. Se verá ante su verdadero rostro. Y ya no sabrá cómo vivir, ni hacia qué vacío empezar a llorar.

XVI

Las cosas - aunque parezcan muertas - se van cargando de símbolos. Lo que fue una vez una bufanda para calmarnos los inviernos, puede ser en veinte años el reposo que una noche tuvo la fragancia de cierto amor perdido: o sea, algo peligroso, tal vez mortal. Un detalle minúsculo - una prenda que ya no se usa, una carta no enviada, una entrada a un recital - puede destapar las máscaras que cubren todas las apariencias, librando todo a la más áspera intemperie. De a uno - porque son pasos lentos, progresivos - se quemarán los velos que protegen al hombre de la verdad. Generalmente, una vez que la maquinaria comienza, ya no se detiene. Lo que deja detrás es una ceniza rancia, de lo que una vez fueron colores. Todo lo muerto una vez atesorado es escupido a la cara del prisionero de su sombra, que siente como si lo mordieran mil veces con mandíbulas agudas. Es como una hoguera de la que se desprende un humo infinito, pegajoso, que lentamente cubre a su espectador y lo desintegra.

XVII

A veces temo estar colaborando con toda esta industria. Me digo que, - así como yo completaba los espacios vacíos de las conversaciones telefónicas entre Bruno y Verónica - Bruno, o cualquier otro, puede vislumbrar algo aun más atroz que la figura rota, a la que le faltan las cosas que yo hice perder. Después de todo, si yo como partes y deformo piezas, la imagen que provenga de ese pastiche de restos y despojos será siempre de una deformidad abominable. Lo que sucedería si yo no interviniese sería la verdad. Un espejo, o imagen de la verdad. Me consuela el manual - al que es imperativo que me atenga - que claramente dice que si un hombre se confronta a su verdad, cae fulminado en el acto. Además, tengo que comer.

XVIII

El pasado no da tregua: es una llaga que crece cada vez que se le pasa por encima. Con Bruno es difícil. Se recuesta en el sofá, cierra los ojos, escucha Coltrane. Pareciera que hace cosas adrede para alimentar al monstruo. Bruno no llora. Escribe. A veces toca el piano, mira películas viejas. O se queda en silencio, horas. En una palabra: me dificulta el trabajo.

XIX

Lo que siempre me resultó interesante es que, si bien la estructura de este plan es un tanto cruel, al hombre no se le priva de la responsabilidad sobre la arquitectura de su propio desmoronamiento.

XX

Me pregunto si sabrá de mí. O del monstruo que está construyendo. Es improbable. Aunque tal vez algo sospeche, y por eso llena tantas páginas: se está escapando. Pero la única fuga posible es volverse loco; es decir: ser otro. Bruno es un autor de ficciones. Acaso esté practicando.

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otroanimalitodelafaunaurbana

3 comentarios:

Johnymepeino dijo...

Apuesto a que es ciertolo que acaban de decir por ahí, que es usted un crack de la buena literatura. Y yo le agradezco por el obsequio que han tenido de dispensarme tan agradeble literatura.

Desde españa, un saludo multicolor para usted ;)

Debret Viana dijo...

Yo dudaría de esas alabanzas, pero ya que esas amables equivocaciones favorecen estos textos, espero que sean disfrutables.
saludos

Anónimo dijo...

googleandome a mi misma verónica bruno me encontré con verónica y bruno, quise entender más sobre esa pareja inseparable y decidí entrar. Poco pude ver, verónica casi ni se percibe y Bruno es un fantasma difícil de roer, quizás deba espiar desde alguna aliada rendija y pueda ver más o seguiré leyendo tu blog para descubrir algo más de esta extraña única misteriosa y encantadora (de encantamiento) pareja.