galopaba
es cierto que estoy distante. un poco arisco a darme en frases. si las hago, termina siendo para otra cosa, lejos de aquí. supongo que se trata de la melancolía que hieden los días que rodean mi cumpleaños. es, ya lo sé, un trámite burdo, insignificante. aun así, es un signo. un signo de qué todavía no me queda claro. pero sin duda es un signo. y su significado - es decir, su perfecta falta de significado - como una mancha de humedad se va derramando por mis horas. yo trato de entender de qué se trata, porque cuando uno comprende algo, logra olvidarlo. pero no hay caso: lo que me llegan son rastros de una polisemia incallable. si creo que cerré la trama, pronto sobreviene un nuevo contexto que modifica, o agrega nuevos sentidos a un asunto que se ramifica, incansable. su cualidad dinámica hace que la tarea sea propiamente eterna. tal vez bastase darle el nombre de tristeza y pasar a otra cosa. pero no puedo. no sabría cómo hacerlo, porque cada tristeza tiene un matiz particular. no puedo dejarla ahí tirada y seguir como si nada pasase. sigo, porque no me queda otro remedio: las cosas siguen solas y mi cuerpo va reaccionando para mantener la apariencia de que efectivamente estoy vivo. y en lugar de vivir me dedico a otras cosas. como recoger versos. encuentro estos:
pasar
como las aves que cruzan los cielos
y los siglos.
como las aves que cruzan los cielos
y los siglos.
y de algún modo me parece que me sirve. son como un alivio, como calma el día que atardece en un rojo violento y a la vez suave, al que logra detener sus rutinas para ver los leves dientes de la fugacidad, desnudados en el centro del cielo. me digo que es un tiempo, que pasará. en algún momento podré entusiasmarme con una idea, escribir otro cuento. por ahora solo puedo estar muy dentro mío. calladísimo. no me contacto con ninguna de las vísceras del mundo. Sólo salgo de un sitio y llego a otro: eso es todo. el trayecto fue a través de las imágenes de mi nostalgia. mi vida es como quien busca las llaves para salir de su casa, porque al entrar las arrojó automáticamente en cualquier parte. toda mi vida sucede en ese plano de inconciencia.
también, leyendo los tres mosqueteros de Dumas, en el capítulo 26, encuentro esto:
Nada apresura tanto la marcha del tiempo ni abrevia las distancias como un pensamiento que absorba por completo nuestras facultades. La existencia exterior se asemeja, entonces, a un sueño, del cual el pensamiento es la fantasía. Debido a su influencia, el tiempo carece de medida y el espacio de distancia. Se sale de un sitio y se llega a otro: eso es todo. Del intervalo transcurrido sólo queda en nuestro recuerdo como una vaga niebla en la que se alinean miles de imágenes confusas de árboles, montañas y paisajes.
claro, hoy tendría que decir: de cemento, edificios y smog. pero la idea es la misma. el pensamiento es el néctar del viajero sedentario. es el jugo divino que deja al tiempo galopar sin que su terrible paso lo sienta el alma. el caso es que necesito beber de esas dispares brumas para no estar nunca en el lugar en que está mi cuerpo. acaso mi vida sean los episodios de la planificación incesante de fugas de mi vida. de los que ensayé, el arma más efectiva ha sido la literatura. después, el cine, las conversaciones con amigos, el cuerpo de una mujer distinta. claro que también la nostalgia sirve, pero creo que forma parte de la literatura, y nombrarla sería una redundancia. el caso es que me muevo por los momentos del día yéndome de cada uno de ellos. ni siquiera estando allí.
es que la realidad es el malconfort. vivir en el malconfort. en La Caída, Camus explica:
¡Ah, es verdad, usted no sabe lo que es ese calabozo subterráneo que en la edad media llamaban el malconfort! En general, se olvidaba en él a un prisionero para toda la vida. Esa celda se distinguía de las otras por sus ingeniosas dimensiones. No era suficientemente alta para poder permanecer de pie pero tampoco lo bastante amplia como para acostarse. Había que mantenerse en una posición incómoda, vivir en diagonal. El sieño era una caída. La vigilia, una postura en cuclillas. (...) Cada día, por el inmutable estreñimiento que anquilosaba el cuerpo, el condenado se daba cuenta de que era culpable, y de que la inocencia consiste en estirarse alegremente.
creo que así se siente mi alma - sea eso lo que fuere - en mi cuerpo, en las horas.
pero pasará. no desaparecerá de mí, ni regresará a la nada - hasta dónde sé, es una enorme y terrible voluta de nada prendida a mi voz -. encontraré cosas para callarla. la trama para un cuento, por ejemplo. de ningún modo desmantelaré la trampa que me encierra, ni sabré arrancar todas las sombras que las cosas muertas hundieron en mí. pero podré desaprender hasta saber otra vez cómo jugar alrededor de ella, como un niño tan volcado dentro de su rayuela que ignora el precipicio al que se dirige, y el desierto por el que juega.
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el juego será completamente inútil - como todo lo es -. pero sabrá distrarme de las babas de los lobos que circundan la hoja virgen, que solo de vez en cuando, como ahora, empañarán mi mirada con la savia de la tristeza. y quedaré abrazando mis rodillas, viendo, paralizado, el brillo mortecino de los centenares de ojos que desde la oscuridad me comen, sin saber ya cómo se juega - justo como ahora -, pasando los meses.
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cuando no hay trama, ni hay sustancia, ni cosa que decir, tengo que mover mi prosa hacia algún lado, para no petrificarme
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