10.2.05

soñar raro




La desintegración de la vigilia




soñar raro


I
Hace algunas noches tuve un sueño al que fui regresando paulatinamente, entre los rincones del cotidiano. Yo salía de mi casa con mi abuelo, y como siempre la geografía no correspondía demasiado a la vigilia (vivo en el barrio de Flores, pero al cruzar la puerta era ya el sabor de Palermo, la infancia, los colores añejos). Aparentemente, yo debía tomar un colectivo. Antes de llegar a la parada, encuentro, esperando a otro colectivo, a una compañera de facultad. Es una muchacha con la que tejimos una relación harto particular - tal vez todas, a su modo, lo son -, pero desentendida de toda intimidad real (excepto un tropiezo entre las sábanas, una noche violenta, que pertenece más a la ficción que a nosotros). Al principio, hicimos como si no nos vieramos, luego, nos saludamos y conversamos: lo que nos dijimos lo perdí. Después, ella subió a su colectivo, y yo al mío; mi abuelo ya no estaba y su desaparición era natural para la lógica de ese sueño. A una cuadra del recorrido estaba la Plaza Italia, que se veía ahora como un perfecto círculo que daba la idea de estadio romano, o de toreada. Mi colectivo alcanzó al suyo, pero cada uno tomó por un lado de la plaza, y nos fuimos abriendo, primero rodeando la plaza y después por calles paralelas que se perdían. Yo distinguí su figura en la distancia, durante muchas cuadras, levantando su mano en el aire, moviendola dulcemente, saludandome.


II
En este sueño me quedé pensando. Me parecía extraño, pero no llegué a darme a la idea de que cifraba un mensaje de los símbolos. Me interesaba, sobre todo en relación a esa mujer: como enigmática expresión del vínculo que teníamos; la manera en que mi imaginario había traducido una lectura (etrusca, surreal) de nosotros. Pensé en escribirle y contarle el sueño, y de paso invitarla a ver alguna película danesa o turca o lejana. Fui olvidando, poco a poco, ese deseo: postergándolo a cambio de nada.


III
La noche de ayer cambió algunas cosas: otra vez soñé. Yo caminaba por la avenida Alberdi, cuando es angosta y los colectivos se pegotean entre sí en una sinfonía del aturdimiento urbano. Frente a mí, veo a esa misma amiga, caminando. Cuando nos cruzamos, otra vez nos sacamos la vista de encima. Pero en seguida ella se vuelve contra mí y me saluda. Hablamos un poco, y de repente me oigo decir - no sabés qué raro-. Y así le relato, de punta a punta, el sueño que había tenido con ella. Ella se entusiasma con la historia (lo siento en sus facciones, que se tensan y brillan contra el grisáceo paladar del asfalto y las casas gastadas de siglos). Después, dice algo de un lavarropa, y yo recién veo detrás de ella muchas bolsas pesadas, hinchadas de trapos oscuros y rotos. Veo también que a nuestro lado hay una tienda de lavarropas, pero cuando ella va a entrar, se queda en la puerta, mira hacia adentro y luego me mira a mí, y me dice que después, que ahora está lleno. Yo casi no veo gente, pero acepto y le digo de ir a alguna parte. Ella asiente, aunque tiene ojotas naranja espantosas. Siento que el sueño continúa, pero nada más recuerdo.


IV
Sí recuerdo que cuando desperté me costó asimilarlo como sueño. Lo había sentido tan real que me exrtañaba no haberle contado de verdad el sueño anterior a mi amiga. Fue uno de esos sueños en los que, mientras duró, nunca pude decir "esto es un sueño". Fuera de la categoría de sueño lúcido, siempre hay como una vaga conciencia (la percepción tibia de una nebulosa) de estar soñando, si no durante, al menos al despertar, uno exclama: "¡qué sueño el que tuve!". Hoy mismo he soñado una historia de amor entre dos japoneses: ella era camarera y el lavaplatos e iba a la facultad por las noches. Ella se enojaba porque entendía que él crecía mucho más que ella, y que ese desarrollo los distanciaría. Las calles eran el japón, que era como un San Telmo, pero más angosto. Me pareció encantador que yo no formara parte del sueño. Era un sueño como un film (uno de Wong-Kar-Wei, para ser precisos). Estuve muy dentro de esa historia, pero nunca la confundí conmigo, ni la traspapelé con la vigilia.


V
El sueño de mi amiga fue diferente. Nunca dudé que fuera real. Convengamos la siguiente clásula de verosimilitud: uno no suele soñar que cuenta un sueño que ha tenido. Y menos se lo cuenta a la persona con que lo ha tenido: es un desdoblamiento de fantasmas. He relatado a una figura imaginaria en un sueño que con su imagen soñé en otro sueño: y todo esto sin llegar a rozar siquiera el aire alrededor de esa amiga desde donde han nacido estas representaciones multiplicadas en sombra; todo eso ha pasado sin mover las piezas de la vigilia.


VI
O ocaso sí se alteró la vigilia: si yo estoy pensando esto, si esto me afecta como para dejar agitar una lapicera sobre un papel, si esto me toca como para hacerme entrar en mi soledad para remover el callado polvo alrededor, entonces algo debió cambiar. Aunque habría que ver desde donde es que escribo.


VII
Siento ahora que debo contárselo cuanto antes: temo haber encadenando mis posibilidades oníricas. es un temor infantil, pero ese sueño revela lo frágil del presente: la desintegración de la vigilia: si yo puedo soñar que cuento un sueño que soñé, ¿cómo puedo, en algún momento, decir que he despertado?

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