and the rest is silence
Todo festival literario está destinado al fracaso. Al hacer de un evento artístico un circo de masas, se vuelve imprescindible vulgarizar y simplificar el objeto de estudio, para volverlo cercano a los neófitos que se acercan con el propósito de tener que ver algo con la cultura.
Un puertoriqueño viene y da una conferencia (nominada "worshop", oh sí, muy top). Se jacta al principio de haber escrito libros que han sido celebrados por los críticos, y otros libros que han sido best-sellers. Enfatiza el hecho de que hay que escribir para todos. Y luego dice un par de cosas sobre la literatura, sobre el cuento, sobre la novela. Ni siquiera puede decirse en la mayoría de los casos que esté errado. Simplemente es estrictamente básico, y brinda definiciones que no dejan de ser meras etiquetas iniciáticas.
Se le ocurre realizar una serie de ejercicios con la audiencia (estos, algunos estudiantes de letras o febriles intentos de escritores que toman notas de las pavadas que dice el señor, y la mayoría señoras muy mayores que en su decrepitud se inclinan al hobby de la literatura). Los hace escribir breves textos que deben manifestar, según el caso, frío, calor, felicidad, tristeza. Y en ningún caso está permitido utilizar la palabra que debe darse a entender. Porque según el buen hombre, hay dos modos de narrar: el modo directo, y el modo indirecto: celebremos la simpleza de la literatura en los centros culturales chetos.
Al azar, los entusiastas del auditorio leen sus modestas creaciones. Y el parámetro que el puertoriqueño establece para esos textos es cuánta gente percibió el "mensaje": levanten la mano los que sintieron frío (calor, felicidad, tristeza), etc. Así, da por triunfantes aquellos textos que son comprendidos por las mayorías, y ningunea a los textos que son comprendidos por pocos (un texto, incluso, es acusado de filosófico).
Pensé en Wilde, que enfatizaba que un artista siempre debe luchar por permanecer incomprensible. Y entonces me enojé. ¿Qué es esto de ofrecer el "valor" de un texto literario a una grupúsculo de gente aleatoria? ¿Qué dice de un texto su transparencia, su comprensibilidad más que su chatura y su falta de textura y densidad? ¿Qué importa que entiendan pocos o muchos? ¿Cuántos artistas han sido incomprendidos en su época? ¿Cuántos han sido considerados herméticos, crípticos? ¿Cuánta belleza no depende de esas exactas condiciones? ¿Índice de qué pueden ser las mayorías? ¿La inmediata comprensión del sentido de un texto es qué clase de mérito?
El arte necesita no ser lo que ya es, y lo que ha sido. Para eso, debe producir reglas nuevas. Debe irrumpir y patear las estructuras establecidas. De ahí, precisamente que cuando el estruendo fulgurante del arte sucede, las cosas tambalean. Y no puede hablarse de comprensión inmediata, sino de enrarecimiento del aire. Sentimos que nos aproximamos a un objeto aracano, que nos llama y nos nombra, y nos dice algo de nosotros que no sabiamos que sabíamos, y la atracción está fundada sobre todo en que lo que se abre es una profunda incertidumbre. El advenimiento de una subjetividad no puede ser nunca algo simple, algo dirimible en la barbarie de las mayorías, algo pensable desde la pueril comunicabilidad del periodismo. Yo puedo comprender que las palabras del portoriqueño estaban destinadas a esa cosa burda, primitiva e inculta que se denomina público en general. Aun así, iniciar a un grupete de neófitos imponiendoles claridad en su comunicaciones es obstruir la travesía bella y terrible de la literatura: lidiar con la plabra elusiva, con el riesgo de la palabra que nos extravía, con el naufragio imprescindible que está implicado en el vicio del silencio de traicionar las horas, la sucesión del tiempo, al vida allá afuera, ansiando tallar en la hoja algún indicio significativo de la savia de nuestra existencia.
No se trata de narrar. Narrar pertenece a otro mundo. Un mundo donde se pensaba que las palabras debían nominar las cosas como manera oscura de dominarlas. Esa batalla se perdió. No importa: era una batalla tonta de todos modos. Se trata, en cambio, de rasgar nuestra interioridad hasta darle carne al silencio que nos circunda. Estamos callados frente a un libro, o frente a una libreta, con la lapicera atenta. Puede ser en un bar, en un colectivo. Pero se siente más en la profundidad de la noche, cuando todo está quedo y el vacío entre las cosas se vuelve audible. Ese silencio que brota de nosotros es el silencio de la eternidad. Es el silencio que había antes de nosotros, y es el silencio que vendrá después. Somos frágiles y poquísimo. No existimos durante mucho tiempo, mientras el mundo ocurría. Ahora, estamos vivos. Mañana, o pasado mañana, no. Ese silencio ancestral de lo no-vivo también habita en nosotros, y trepa hasta nuestra garganta. Tiene muchas formas. Puede ser un malestar psicológico, una angustia existencial, un estado de inercia, la formulación de una pregunta, o de una serie compulsiva de preguntas, el ansia desesperada de un sentido, el llanto, el miedo frío y paralizante, la contemplación de las paredes, las fugas etílicas, el amor, la fe desmedida en el amor, la soledad etc. Y la palabra. La persistencia en la música de las palabras como una plegaria por algo que signifique, o alivie, o algo.
La literatura no es la clarificación de un enunciado; es el sueño de la historia y es la historia de las soledades y es la interrogación solitaria del cáncer que es el silencio de la eternidad, y es la pasión por un camino que termina en un abismo por el solo placer que nos provoca el paisaje exótico que florece en los márgenes, y es la fe en el artesanato de los símbolos, de que lo que vive y calla en nosotros se sueñe en palabras y roce en alguien algo íntimo y lo haga vibrar en nuestro mismo idioma; y es el lugar donde he visto disgregarse mis mejores horas.
2 comentarios:
jaja sos un capo escrachaste a todos, a mi inclusive. encima era puerto riqueño? peor, no tiene patria propia. y yo le cedi el privilegio de confundirlo con un colombiano, no se lo merece.
bueno, me gusta que alargues lo qeu yo quise decir pero no tuve ganas de escribir en mi blog, me importaba mucho mas presentar mi textito.
yo creo que el problema fundamental fue este: El advenimiento de una subjetividad no puede ser nunca algo simple, algo dirimible en la barbarie de las mayorías, algo pensable desde la pueril comunicabilidad del periodismo.
muchos escritores al ver peligrar su estabilidad economica ( como si eso no fuera una condicion propia de ser escritor ya) se vuelven, por arte de magia: periodistas. y ahi habia muchos periodistas, noteros, seguramente. lo cual no tiene 1 cotromún que ver con la literatura. pero bueno confusiones asi, interracialidades entre oficios ocurren todo el tiempo, lo importante es: hacer honor a la sustancia inefable que la palabra es y no comulgar, por mas que nos cueste el exilio de lo real, con las formas de la apatía imaginaria.
besú, debret. de todos modos mi exasperacion y la pulseadita estuvieron divertidas.
Permiso y con respeto.
Seré breve: el primer párrafo me parece una brutal aberración. Sí, el arte no debe ser lo que ha sido: elitista y excluyente. Ya es hora de desprenderse de esos vicios del pasado. El arte debe ser de nadie.
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