29.8.10

los muertos

Ya son muchas las veces que dije que no; no quiero jugar más. Es inútil; mis declamaciones son pasos de comedia. No me toman en serio: alegan que todo lo que digo son ardides para perpetuar mi frágil lugar en el juego. Tengo que quedarme así, mirando para atrás, velando cada cosa.

Agoto el privilegio de ser real vigilando el sigiloso advenimiento de lo que pendula en el silencio. Si me doy vuelta: se mueven, avanzan sinuosamente desde los rincones de sombra: progresan a través del territorio indómito que se abre detrás de mi espalda.

Apenas si son discernibles los pasos de los movimientos. Diminutas monedas de rara seda: inaudibles; sé de ellas porque cambian el aire del ambiente con su aliento rumiante: así siento su cercanía; me quedo quieto, expectante, pero nunca confirmo nada: mi inmovilidad los disuade.

Pero el tiempo cede y mi atención me deja cansado. Es inevitable que, eventualmente, alguno toque mi espalda y yo pase al otro lado, y termine algo o algo empiece, junto al aparente silencio de las cosas quietas..

lo novelesco sin la novela

" Lás páginas ques siguen constituyen una novela.; es decir una sucesión de anécdotas de las que yo soy el héroe. Esta elección autobiográfica no lo es en realidad: sea como sea no tengo otra salida. Si no escribo lo que he visto, sufriría igual; y quizá un poco más. Un poco solamente insisto en esto. La escritura no alivia apenas. Describe, delimita. Introduce una sombra de coherencia, una idea de realismo. Uno sigue chapoteando en una niebla sangrienta, pero hay algunos puntos de referencia. El caos se queda a unos pocos metros. Pobre éxito, en realidad.



¡Qué contraste con el poder absoluto, milagroso de la lectura! Una vida entera leyendo habría colmado todos mis deseos; lo sabía ya a los siete años. La textura del mundo es dolorosa, inadecuada; no me parece modificable. De verdad creo que toda una vida leyendo me hubiera sentado mejor.

No me ha sido concedida una vida semejante. "



Michel Houellebecq
Ampliación del campo de batalla 

24.8.10

cada tanto la Faculad de Filosofía y Letras vale la pena

"a las sirenas no les interesa seducir a un pelotudo"

Daniel Link dixit, 
en Literatura del Siglo XX, el último cuatrimestre
hablando sobre Ulises, las sirenas, la verdad, 
la muerte, la mezquindad, Kafka, el desvío de lo normativo 
que presupone el canto sireneico, etc

22.8.10

la última conferencia de Fogwill





Fogwill


I
Llego a casa pasadas las 5 de la mañana. Fui al cine (“inception”, de Nolan: muy bien: siempre me agradan las cosas que tienen dentro cosas que tienen dentro etc) y a cenar. Viajo parado de regreso casi todo el viaje (gansos que van a flores a bailar). Y cuando llego, mientras me estoy cambiando leo de refilón en feisbuc que murió fogwill. Y paro.

II
Me siento en la cama. No sé si es tristeza. J. me pregunta si me puse mal. Le digo que no sé. Que lo que pasa más que nada es que estuve con él la semana pasada. Que si bien estaba vestido como un homeless y protestaba por todo se lo veía activo, visceral. J. se da vuelta y se tapa. Supongo que sabe que va a dormir sola. Se queda dormida rapidísimo.

III
En Montevideo. En el festival ñ. Allí lo vi a Fogwill. Su conferencia era lo màs esperado, y fue el punto más alto de todo el festival. Una de las chicas que trabajan para el consulado de España me contó que Fogwill las estaba volviendo locas a todas. Pedía rarezas, se quejaba por todo, las miraba libidinosamente, etc. El Charly García de la literatura.

IV
La ultima vez que lo ví fue el sábado 7. En el bar del consulado. Me miró un par de veces pero no me animé a acercarme. No otra vez. Estaba almorzando con Arturo Carrera. Después los llamaron y viajaron para buenos aires. A los 10 minutos Arturo Carrera vuelve. Se había olvidado una bolsita en la mesa. Yo me dediqué a mi medialuna con jamón y queso.

V
Y hoy resulta que tengo en este mismo aparato con el que escribo ahora la ultima conferencia de Fogwill, que presencie en vivo en la primera fila. Y eso que grabe un poco como souvenir se vuelve de repente un documento de relevancia vital. Y a pesar de que casi son las seis, me pongo a escucharlo otra vez. Ahora habla desde el mas allá. Y sus palabras cobran otro valor. Es como un mensaje desde otra orilla. Y aun así es muy gracioso, y a pesar de sentirme mal, o raro, me río un par de veces.

VI
Una profesora del cbc, de semiología me pasó chica punk. Muchísimos años pasaron. Se llamaba Mariana. Me agradecía que yo escribiese sobre cualquier cosa, porque decía que corregir 70 veces lo mismo era uno de los círculos infernales de Dante. Me acuerdo que me lo mandó por mail. El archivo se llamaba “fofo”. No sé dónde estará Mariana hoy. Me gustaría decirle hola.

VII
Cuando termina la conferencia, me quedo. La gente se va dispersando. Algunos se acercan, tímidos. Nunca se sabe cómo reaccionará Fogwill. Veo en temor en los rostros. Me retraigo, y decido esperar a que se sosieguen las voces y los vaivenes. Estoy ahí, con mi librito. Lo escucho tratar de levantarse a toda mujer que pase cerca – sobre todo si andan por los veinte años. Tiene un par de libros suyos, de cuentos. La antología de Alfaguara. Firma uno y se lo regala a una chica. Le pide el nombre a otra, para regalarle otro, y ella dice que ya lo tiene. Un gordito medio pelado aparece desde atrás y dice que él no lo tiene. No lo tenés?, dice Fogwill. Bueno, compralo, pibe. Los libros solo los regalo a chicas lindas.

VIII
Se acercan organizadores y le dicen donde hay que ir, donde hay que comer, cual es el itinerario del día siguiente. Los fleta rápido. Se está haciendo pis. Maltrata con gran diligencia a quienes quieren hablarle y huye al baño. Cuando vuelve está de mejor humor. Le ofrece a una chica que lo acompañe al hotel. Centroamericana, morocha, no está mal. Ella se ríe y dice que no. El hace una broma. Cuando se va, y él queda solo, me acerco. Le doy el libro, le digo que soy de Buenos Aires, que ni siquiera hace falta que lo leo. Se queda unos segundos mirándolo, y asiente con la cabeza. Qué linda tapa, dice. Y qué buen título. Dejame tu mail. Le escribo el mail en una de las primeras páginas. Tengo, por supuesto, ninguna esperanza de que lo lea. Se lo llevan los organizadores. Fin de la historia del libro.

IX
Me pregunto: ¿quién heredará su biblioteca? ¿qué será de los renglones subrayados por Fogwill? ¿y dónde ira a parar mi librito, si es que llegó al olvido de la biblioteca sin haberse extraviado antes en algún recoveco montevideano? No sé. Ya no importa.

X
Amaneció. Ni siquiera me dí cuenta de los matices del cielo. Los pájaros enloquecen. Los gatos vienen y me piden comida. Está cálido. Probablemente llueva. Pienso en mí, en todas las cosas inconclusas de mi vida. Fogwill me interrumpe, cantando una vieja canción uruguaya. Me duele el estómago. El costo de mis excesos. Pero no tengo tiempo para el ritual melodramático del dolor. Tomo dos buscapinas y trato de ignorarlo. Busco, algún programa que me permita subir la conferencia de Fogwill. Pruebo un par, pero no me sirven. Me piden mi tarjeta de crédito. Ni loco.

XI
Suena un celular. Fogwill (que estaba hablado de Mallarmé) calla y mira a la audiencia y dice: - el que tenga un celular, por favor dejelo prendido; es maravilloso que estemos comunicados. Todos ríen. Cuando sepa cómo, subiré la conferencia.

XII
Voy a la cocina, abro la heladera. Encuentro los restos felices de la picada de ayer. La voz de Fogwill viene desde la habitación. Prendo un fósforo para hacerme un café. Pero pienso que el café no le sienta muy bien a la picada. Y mientras pienso esto el fuego a avanzado por el fósforo. Pero antes de temer quemarme, antes de moverme para apagarlo, el fuego, leve, se consume de pronto. Y solo deja detrás un cadáver chamuscado.

XIII
Y después me acuerdo de esto: cuando terminaba la conferencia, Fogwill pedía, insistía, casi rogaba que le hiciesen preguntas. De lo que fuese. Queria hablar. Queria seguir hablando. Dialogar. Hubiese hablado toda la noche si la audiencia uruguaya no hubiese sido tan correcta. Y esa imagen me entristeció mucho. Fue su ultima conferencia y él quería seguir hablando. Pero nadie le preguntó nada. Dijo de leer su poema sobre los malos poetas, en la versión sin censuras. Pero el público no reaccionó. Después del incomodo silencio, dijo bueno, basta y terminó todo. Yo tampoco le pregunté nada. Y me apena haber colaborado con el fin de esa conferencia. Pobre Fogwill. Espero que le den excusas para hablar. Donde sea que esté.


Me voy a dormir. Prefiguro el cuerpo cálido de J. entre las sábanas. Me pesa horrores tener que ir al baño y lavarme los dientes.

21.8.10

vértigo

En las noches cursis, de rara felicidad melancólica (porque la melancolía es una felicidad) conviene no escribir nada y dejarse estar. Sino, se corre el riesgo de tolerar cosas como:

Oh puedo escribir los posts más tristes esta noche.


Ni siquiera conviene encender la pc. Y si está encendida, habría que tratar de evitar la habitación. Y si la habitación es inevitable, entonces hay que salir de la casa, meterse en peleas callejeras, conocer una mujer, huir lejos, comenzar otra vida, ser tan extraño para uno mismo que la vida anterior - esa, donde escribía blogs - sea la vaga impresión de un relato lejano que recordamos mal y nos aburre.

Los blogs son tan inmediatos que no hay instancias que filtren el paso al ridículo.

20.8.10

the ghost in the machine

the ghost in the machine.

Vago reflejo cansino del cuerpo, vaga memoir de algo impreciso y tal vez identitario.

Apoyar las llaves, eludir un golpe, decir te quiero, los gestos comodines que uso en un diálogo que no me interesa, responder algo que no sabíamos que sabíamos, girar la cabeza para descubrir que justo nos estaban mirando, fumar, coger, el primer número que nos viene a la mente, el que alguien nos caiga bien o nos caiga mal en el primer instante, lo que responde por nosotros cuando estamos somnolientos y ausentes, o en las conversaciones con tíos, o porteros o en ascensores. Y los sueños, que son su memoria (en los que chapoteamos aleatoriamente)

the ghost in the machine

A veces es muy tarde y estoy muy cansado, y me extravío de mi continente real y sueño imagenes a las que yo mismo, solo, no hubiese llegado.

A veces ni siquiera estoy cansado. Pero me golpea una frase o una palabra desencajada, que viene de la nada. Me complace decirla en voz alta, y me quedo pensando de donde de donde pudo haber salido.

the ghost in the machine

Mi muchacha duerme. Su respiración es lenta y profunda. Yo duermo mal y a deshoras. Le hablo, pero no me contesta. A veces, sí me contesta. Pero cualquier cosa. La frase puede ser cohesiva, pero es inconciliable con el contexto. "¿Cómo estás?" "Las peras.... mañana... hay que... lavar todo.... prende el elefante".

the ghost in the machine

Los tics. El deseo voraz y súbito, irracional. Las tránsferencias. Las cosas que sentimos que entendemos de repente, de modo abstracto. Las pulsiones.

Hay un residuo de algo ( anterior, o que vamos desfasando a la aterritorialidad del silencio). Algo que no es una sumatoria de las partes.
the ghost in the machine
Esto no implica que la postura del sistema cartesiano no esté errada (mente / cuerpo). Implica, en cambio, que decimos yo con algo muy flaco. Y la parte que conocemos del yo es ínfima, nebulosa y variable. Por lo que nuestro "yo" es harto complejo, lejano e inaccesible. Infinidad de operaciones se suceden en mi cuerpo mientras yo opto por escribir esto o voy al cine a ver la última de Tarantino. La porción identitaria que identifico como "yo" es modesta. The ghost in the machine es el nombre que nombra lo indeterminado no-físico de mí mismo.

the ghost in the machine

La sombra latente del pulso. 

18.8.10

florecen, falsas, en el desierto, flores tropicales

love & image 

Según la velocidad, a veces basta verse una sola vez para parir el hastío. Es una simple matemáticas gravitacional. Pasado mañana, seguramente, la mecánica cuántica explicará estas cosas que hoy son apenas intuibles mediante el abuso de la literatura. Pareciera que el deseo del otro nos lleva hacia el otro como por un túnel inevitable, y de repente - estamos casi abriendo los brazos para contenerlo - ya lo perdimos: ha quedado atrás, inabordable, ajeno. Sentimos que hubo algo en el medio que se perdió. Pero no, no se perdió. Todo se pierde, a su tiempo. Y hay cosas que agonizan en su prólogo. Dignidad rara de un final en las primeras páginas, cuando las cosas parecían empezar. Lección platónica de no saber aun decapitar de un escopetazo a la ilusión que como un cáncer crece en los intersticios silenciosos de los días. Timidez terrenal de terminar viendo como enflaquece de frío en el cordón de la vereda, sola, una imagen venerada. Todo sueño cumple, eventualmente, el destino de volverse espectáculo agónico. Una imagen es una religión descartable.

16.8.10


*

Viajo a Montevideo, y no llevo cámara. Me llevan a ver el mar, y Laura me saca una foto. Una vez en Buenos Aires, la veo y noto que, además de colaborar con el personaje, es casi un frame bergmaniano.

15.8.10

(o)culto blue

 Y yo vuelvo a la literatura. Una y otra vez. Recaigo, como un adicto. Antes pensaba que practicar la ficción era un privilegio, sobre todo en un mundo hostil donde tantos tienen que cagarse a piñas para conseguir el pan duro de ayer que mc donald´s tiró a la basura. Hoy, pasó a ser una necesidad, un refugio, una fuga. Un tic del naufragio, un reflejo de la soledad. Quisiera sentarme en un sillón de starbucks y escribir un cuento o lo que salga de las palabras, en una notebook con un caramel macchiato al lado. Pero ni siquiera puedo comprar una pluma decente. La mía, que me regaló mi viejo hace unos años - hermosa, con detalles de oro y un cargador de tinta de los que ya no se fabrican -, la perdí no sé donde la semana pasada. Escribo con una bic en servilletas. Soy un poeta descartable. Muy posmoderno, claro: si da lo mismo, si significa nada o muy poco. Ahí estoy, tratando de empeñar la medalla estúpida: eternamente inédito, under y de culto. ¿Para qué? ¿Para quién? Soy un escritor de servilletas. ¿Alguien lee? Sí, cada tanto: y a los 5 minutos se limpian las migas de las medialunas con mis palabras. Soy un escritor de servilletas: ni siquiera el trapo viejo olvidado en el fondo del armario, sino un papelito amnésico destinado a un protagonismo efímero y lateral. Del mismo modo que otros se limpian los restos de comida yo me limpio la boca de palabras. Pero siguen brotando porque mi conciencia sangra, y las conciencias solo sangran palabras que la nostalgia interpreta con su primitiva psicología de canciones pop de tres minutos y después a otra cosa. Soy un poeta de servilletas: mis prosa profiláctica pasa casi sin dejar huellas ni manchas: pasa, como la compañía circunstancial de los paisajes tediosos cuando ya no sabemos donde mirar; mi evanescencia tiene la sola dignidad de las cosas inútiles.

13.8.10

Cruza el charco, hasta Montevideo, para asistir al festival literario eñe. Lo que realmente aprecia de viajar son, como dice Vincent Vega, las pequeñas diferencias. Con el tiempo, descubre un placer sutil y a la vez identitario por las listas que recogen estos detalles; por ejemplo:

• las peatonales del microcentro están todavía desiertas pasadas las 9am. Todo comienza lento, y más tarde.
• en todos los restaurantes donde fue, le dieron una mostaza amarilla y muy liquida. Rica, pero distinta.
• el centro esta lleno de gatos (allá, en cambio, perros).
• la sprite tiene otro sabor. Más limonado, similar a la 7up. Después de corroborar esto no pidió mas sprite.
• todos los lugares tienen un extraño enchufe de tres patas de punta circular alineados uno al lado del otro. Grandes dificultades a la hora de enchufar cosas. El primer día ya se queda sin celular.
• en burguer king tienen coca-cola y no Pepsi.
• no hay semáforos en el microcentro. Se asombra ante el respeto sagrado que los conductores le otorgan a la cebra. Basta tener la leve intención de cruzar una calle que ya se ha detenido la ciudad.
• los niños de primaria van al colegio con una netbook.
• no suele haber estufas. Le dijeron que el gas es muy caro. No logra razonar cómo se puede convivir con semejante frío.
• los baños de los lugares públicos están limpios. - esta hipótesis, con el pasar de los días, no se sostiene.
• los puestos de diario son rojos.
• los mendigos son amables.
• los taxistas les dan la propina a los que abren las puertas, y para bajar las ventanas hay que pedirle al chofer.
• la presencia del río – que ellos llaman mar y razón no les falta – vuelve a la existencia más tolerable.
• en lugar de decir “che”, dicen “bo”.
• la tv es la misma, el star system es el mismo.
• a las 22hs, la existencia cesa.
• los alfajores son más ricos y artesanales.
• la predisposición para la tristeza se sostiene: es un síntoma rioplatense,
• tiene que hacer un esfuerzo para sentir que está en otro país. Sólo la persistencia de las imagenes de Forlán le acerca esa noción.
• etc. 

4.8.10

cuaderno de viajes imaginarios

 en la previsión de los derrumbes inminentes

Estancado en un bar de mala muerte, preso de la incertidumbre de carecer de wifi, literalmente anclado por un equipaje demasiado pesado como para poder irme, aguardo - mientras algunos homeless afuera se organizan para esperarme sigilosamente - a que un llamada resuelva mi situación. Mi celular tiene poca batería y dependo de el. Lo apago y lo vuelvo a prender. La situación es simple: si esa llamada llega s mí, estoy salvado. Si no llega, no. Sin embargo, la simplicidad del asunto no me contenta y desperdicio mis pocas energías en teatralizar la ansiedad de los diversos infortunios en los que puede devenir mi condición.
Y a todo esto, escribo. Que otra cosa podría hacer? Llamar a alguien! grita el lector compasivo. Es una ciudad extranjera, no sé a quien llamar. La única persona que conozco esta en alguna parte de la ciudad, moviéndose, irrastreable - tal vez acercándose a mi (pero cómo si no le pude decir donde estoy?) tal vez haciendo cualquier otra cosa, habiéndose olvidado de mi -. El bar va a cerrar pronto y seré expulsado al centro de la madrugada donde ni siquiera el rastro de un camino es discernible y refugiados por las tinieblas los mendigos que me espían ya no necesitarán sus apariencias humanas. ¿Qué significa escribir en este caso? Bueno: que todo ya ha fallado, que ya no queda ni siquiera la esperanza (solo la espera, de la que la escritura es una de sus formas), que no vale la pena intentar una acción - ni siquiera en el imaginario - para evadir la catástrofe, que ya hemos capitulado nuestras fuerzas, que no queda nada salvo que algo extraño, inesperado, poco convencional irrumpa y nos libre. Y como eso es improbable, existe la escritura. Plegaria y a la vez claudicación. Como el soldado que se hace el muerto entre el lodo de la noche y se acurruca tratando de moverse entre sus compañeros muertos para no ser detectado: así se escribe a veces. No se espera algo. La espera - vana, imprecisa- es simplemente lo único a qué aferrarse. Y como por sí misma es desesperada, hay que llenarla con algo. A veces, la escritura.

2.8.10

Vincent & Dr. Who




Si hacían falta más motivos para inclinar mi devoción hacia una pasión desmedida, el décimo capítulo de la quinta temporada de Dr. Who (si a alguien le interesa bajarlo) versa sobre Vincent Van Gogh. No ocurre seguido la belleza en la tv. Pero entre las excepciones pensables, hoy lloré (lloramos, en realidad) mi domingo por la tarde frente a esta ocasión sublime. Raro, además, que la ciencia ficción - tan dada a explosiones grandilocuentes y a la imaginación de futuros, lejanías y monstruos - se haya concentrado en alcanzarle un poco de justicia a la desdichada existencia de Vincent. Incluso esa línea, cuando el Doctor dice: - I`ve seen many things, my friend. But nothing quite as wonderful as the things you see. Pero lo maravilloso es el final. Si alguien ha apreciado la violencia de esos retazos de color con los que Van Gogh ha despertado la belleza más descarnada, no podrá no derrumbarse en el final. No diré nada más. Amanece, y en unas horas habré de viajar. Me queda apenas un rato entre las sábanas, aferrado al ansia de tal vez soñar un poco con los sueños que quedaron dormidos en los pinceles secos de Vincent, después de los cuervos negros sobre el trigal.

1.8.10

fetch



Repasando estos cuadernos he notado que firmé con ese nombre, Debret Viana.




Antes de empezar a escribir Infimos Urbanos, yo era él. Ahora, releyendo, noto que tiene sus propias formas, su psicología, sus modos y trampas, sus vicios y sus redenciones, su respiración, en fin: sus rasgos particulares. Diferente de mí, pero no enteramente lejano, es como una aparición que queda grabada en la hoja, como un estado de ánimo que habla, y cuando cesan sus verbos, se desvanece. Algo que, sin ser yo, en mí surge y se evacua en textos. 




Su sintaxis – muy otra que la mía – se ha apropiado, sin embargo, de algunos detalles de mi propia vida. Hoy, no sin cierto horror, debo enfrentarme a una suerte de duelo con un doble (el horror sensato de comprender que ambas partes constituyen el equilibrio de una balanza, y que de exiliar a una de ellas, todo se desmoronaría)... Si esas cosas componen – como de hecho lo hacen – a Debret Viana, ¿entonces qué queda para mí? Si él ya es eso, yo no tengo más remedio que ser otro.

¿Pero quién?

Me siento como quien fue a un baile de disfraces, y en el tumulto perdió, no su máscara, sino su rostro. Y ahora no hace más que esforzarse en llegar a ser la máscara que le queda, mientras se oculta detrás de tibias improvisaciones que no logran ser una personalidad, simplemente como una forma de disimular que no se es nadie, que se esta repentinamente vacío, que, en medio del ajetreo, por alguna confusión, extravié las cosas que era y ahora no queda más que empezar a urdir un rostro otra vez, a practicar gestos en la soledad nocturna de la habitación hasta conseguir un lugar donde ocultarme y una manera de enunciar mi tristeza que no sea ya un tic de Debret Viana.