Fogwill
I
Llego a casa pasadas las 5 de la mañana. Fui al cine (“inception”, de Nolan: muy bien: siempre me agradan las cosas que tienen dentro cosas que tienen dentro etc) y a cenar. Viajo parado de regreso casi todo el viaje (gansos que van a flores a bailar). Y cuando llego, mientras me estoy cambiando leo de refilón en feisbuc que murió fogwill. Y paro.
II
Me siento en la cama. No sé si es tristeza. J. me pregunta si me puse mal. Le digo que no sé. Que lo que pasa más que nada es que estuve con él la semana pasada. Que si bien estaba vestido como un homeless y protestaba por todo se lo veía activo, visceral. J. se da vuelta y se tapa. Supongo que sabe que va a dormir sola. Se queda dormida rapidísimo.
III
En Montevideo. En el festival ñ. Allí lo vi a Fogwill. Su conferencia era lo màs esperado, y fue el punto más alto de todo el festival. Una de las chicas que trabajan para el consulado de España me contó que Fogwill las estaba volviendo locas a todas. Pedía rarezas, se quejaba por todo, las miraba libidinosamente, etc. El Charly García de la literatura.
IV
La ultima vez que lo ví fue el sábado 7. En el bar del consulado. Me miró un par de veces pero no me animé a acercarme. No otra vez. Estaba almorzando con Arturo Carrera. Después los llamaron y viajaron para buenos aires. A los 10 minutos Arturo Carrera vuelve. Se había olvidado una bolsita en la mesa. Yo me dediqué a mi medialuna con jamón y queso.
V
Y hoy resulta que tengo en este mismo aparato con el que escribo ahora la ultima conferencia de Fogwill, que presencie en vivo en la primera fila. Y eso que grabe un poco como souvenir se vuelve de repente un documento de relevancia vital. Y a pesar de que casi son las seis, me pongo a escucharlo otra vez. Ahora habla desde el mas allá. Y sus palabras cobran otro valor. Es como un mensaje desde otra orilla. Y aun así es muy gracioso, y a pesar de sentirme mal, o raro, me río un par de veces.
VI
Una profesora del cbc, de semiología me pasó chica punk. Muchísimos años pasaron. Se llamaba Mariana. Me agradecía que yo escribiese sobre cualquier cosa, porque decía que corregir 70 veces lo mismo era uno de los círculos infernales de Dante. Me acuerdo que me lo mandó por mail. El archivo se llamaba “fofo”. No sé dónde estará Mariana hoy. Me gustaría decirle hola.
VII
Cuando termina la conferencia, me quedo. La gente se va dispersando. Algunos se acercan, tímidos. Nunca se sabe cómo reaccionará Fogwill. Veo en temor en los rostros. Me retraigo, y decido esperar a que se sosieguen las voces y los vaivenes. Estoy ahí, con mi librito. Lo escucho tratar de levantarse a toda mujer que pase cerca – sobre todo si andan por los veinte años. Tiene un par de libros suyos, de cuentos. La antología de Alfaguara. Firma uno y se lo regala a una chica. Le pide el nombre a otra, para regalarle otro, y ella dice que ya lo tiene. Un gordito medio pelado aparece desde atrás y dice que él no lo tiene. No lo tenés?, dice Fogwill. Bueno, compralo, pibe. Los libros solo los regalo a chicas lindas.
VIII
Se acercan organizadores y le dicen donde hay que ir, donde hay que comer, cual es el itinerario del día siguiente. Los fleta rápido. Se está haciendo pis. Maltrata con gran diligencia a quienes quieren hablarle y huye al baño. Cuando vuelve está de mejor humor. Le ofrece a una chica que lo acompañe al hotel. Centroamericana, morocha, no está mal. Ella se ríe y dice que no. El hace una broma. Cuando se va, y él queda solo, me acerco. Le doy el libro, le digo que soy de Buenos Aires, que ni siquiera hace falta que lo leo. Se queda unos segundos mirándolo, y asiente con la cabeza. Qué linda tapa, dice. Y qué buen título. Dejame tu mail. Le escribo el mail en una de las primeras páginas. Tengo, por supuesto, ninguna esperanza de que lo lea. Se lo llevan los organizadores. Fin de la historia del libro.
IX
Me pregunto: ¿quién heredará su biblioteca? ¿qué será de los renglones subrayados por Fogwill? ¿y dónde ira a parar mi librito, si es que llegó al olvido de la biblioteca sin haberse extraviado antes en algún recoveco montevideano? No sé. Ya no importa.
X
Amaneció. Ni siquiera me dí cuenta de los matices del cielo. Los pájaros enloquecen. Los gatos vienen y me piden comida. Está cálido. Probablemente llueva. Pienso en mí, en todas las cosas inconclusas de mi vida. Fogwill me interrumpe, cantando una vieja canción uruguaya. Me duele el estómago. El costo de mis excesos. Pero no tengo tiempo para el ritual melodramático del dolor. Tomo dos buscapinas y trato de ignorarlo. Busco, algún programa que me permita subir la conferencia de Fogwill. Pruebo un par, pero no me sirven. Me piden mi tarjeta de crédito. Ni loco.
XI
Suena un celular. Fogwill (que estaba hablado de Mallarmé) calla y mira a la audiencia y dice: - el que tenga un celular, por favor dejelo prendido; es maravilloso que estemos comunicados. Todos ríen. Cuando sepa cómo, subiré la conferencia.
XII
Voy a la cocina, abro la heladera. Encuentro los restos felices de la picada de ayer. La voz de Fogwill viene desde la habitación. Prendo un fósforo para hacerme un café. Pero pienso que el café no le sienta muy bien a la picada. Y mientras pienso esto el fuego a avanzado por el fósforo. Pero antes de temer quemarme, antes de moverme para apagarlo, el fuego, leve, se consume de pronto. Y solo deja detrás un cadáver chamuscado.
XIII
Y después me acuerdo de esto: cuando terminaba la conferencia, Fogwill pedía, insistía, casi rogaba que le hiciesen preguntas. De lo que fuese. Queria hablar. Queria seguir hablando. Dialogar. Hubiese hablado toda la noche si la audiencia uruguaya no hubiese sido tan correcta. Y esa imagen me entristeció mucho. Fue su ultima conferencia y él quería seguir hablando. Pero nadie le preguntó nada. Dijo de leer su poema sobre los malos poetas, en la versión sin censuras. Pero el público no reaccionó. Después del incomodo silencio, dijo bueno, basta y terminó todo. Yo tampoco le pregunté nada. Y me apena haber colaborado con el fin de esa conferencia. Pobre Fogwill. Espero que le den excusas para hablar. Donde sea que esté.
Me voy a dormir. Prefiguro el cuerpo cálido de J. entre las sábanas. Me pesa horrores tener que ir al baño y lavarme los dientes.