Y me parece más bien que es la sensación del recuerdo de un recuerdo. El mecanismo es efectivo, y triste. Como todo, los recuerdos se destiñen con la erosión del tiempo. Pero en este caso, la pérdida de sujeción de lo real es compensada con una máquina inventora de detalles secundarios (que podemos llamar insomnio, delirio, neurastenia, esquizofrenia, soledad, retribución, literatura, etc),
La precisión del relato es lo que delata su carácter ficticio.
No porque la memoria no aprehenda los detalles (los retiene cautivos, los usa a modo de rehenes). Es otra cosa, y no la memoria, la que enhebra esas piedras sueltas en un lujoso collar entrópico. Bonito, como todas las cosas que dan con un sentido, pero a la vez pura orfebrería del artesanato de las horas solas. Toda trama es dictada por la desesperación: el sentido acecha la veracidad de las cosas que pasaron, para consolarnos.
No: no es la memoria. Es algo que se hace pasar por la memoria, que se sufre como la memoria, pero ya no es la memoria. Es narrativa, anécdota. Los baches entre los precisos, preciosos detalles son llenados por tramas y palabras. Esa chica, me da pena que no haya existido. Si hubiese existido, tal vez las cosas hubiesen podido darse así, pero seguramente ella las recordaría distintas. Nunca supe amar cosas reales. Se mueven demasiado rápido. Con ella, en cambio, ante su imposibilidad, ahora casi que la empiezo amar. Pero lo que busco es exonerarme, pretendiendo que perdí un posible gran amor que principiaba.
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