15.12.09

ex



1
Resulta que tengo que ir a cenar a casa de una ex. No tengo ganas de hacerlo, traté de zafarme de mil modos, pero al final le dije que sí, y ahora no tengo más remedio que ir. Me llamó veinte veces, me rogó. Siempre tuvo una notable aptitud para erosionar la resistencia molestando incansablemente. Encima vive en un barrio incómodo. No es exactamente lejos, pero tengo que tomar dos colectivos. Eso ya me predispone mal.


2
Trato de no mantener ningún tipo de contacto con mis ex precisamente por estas cosas. ¿Qué pueden tener que decirse dos personas que han estado juntas? Después de tanta cercanía, cada uno ha visto del otro las llagas y los monstruos. Salvo mediado por la anestesia del amor (o al menos del cariño) nadie es tolerable de cerca. Si yo más o menos soporto a los demás, es porque me importan poquísimo. Eso, y que no me acuerdo nunca de casi nada. No tengo tiempo de detestar a nadie, porque me la paso haciendo esfuerzos para que no se note demasiado que prácticamente me son desconocidos. La gente se ofende con esas pavadas.


3
No sé qué me quiere decir. Me importa poco. Mi pasado no me ata demasiado. No soy una persona nostálgica. Es por una condición de mi memoria. Me olvido las cosas con facilidad. Pasa un tiempo, y por más que haya pasado 6 años al lado de alguien, su rostro se me vuelve impreciso, y no logro discernir qué cosas hacíamos juntos ni por qué fue especial para mí. Es complejo a la hora de ser interpelado, porque a la gente le gusta recordar cosas juntos. El ritual de que alguien diga “che, te acordás de tal cosa” y el otro asienta. Me contento con decir que sí y dar pie a que el otro continue. Aunque a veces me maravilla encontrarme en relatos de otros haciendo cosas que ni imaginaría. Pero me distraigo. Tomé los dos colectivos, y fui.


4
Toqué timbre, ella bajó. Tal vez estaba un poco desprolija. Maltrecha, creo que sería la palabra. ¿O directamente sucia, pordiosera? En fin, me saludó cordialmente, me invitó a pasar. Me mostró parte de la casa. Tenía un gatito blanco. Me dijo “¿te acordás que yo era de los perros? Bueno, vos me hiciste querer a los gatos”. Supongo que sonreí, pero sobre todo para no tener que decir nada. Había cocinado pollo y papas fritas. Toda comida congelada. No importa, igual me gusta. Incluso me atrae esta idea de los conservantes. De que cuando muera, mi cuerpo va a tardar mucho en descomponerse por la cantidad de conservantes que tengo. No es que me vaya a importar mucho después de muerto. Pero me parece un detalle hacia los seres queridos. Que no lo vean a uno demasiado putrefacto. Al menos yo, cuando veo a un muerto, prefiero que esté más o menos presentable. Ya morirse es un contratiempo para todos. Es algo que fuerza a reajustar la rutina. Por lo menos, mantener una apariencia no deleznable es una delicadeza gentil llegada la hora.


5
La casa era chica. Ella decía acogedora. Pero era chica. La cocina era el living. Una puerta daba al baño. Otra, presumiblemente, a la habitación. Me pareció correcto que no me la mostrase. Habíamos estado juntos tantas veces que hubiese resultado incómodo. Hizo café para acompañar el postre. Unas porciones de torta. Bizcochuelo viejo. Apenas lo probé. Hablamos de pavadas. De política, de nuestras vidas, del trabajo. Me siguió pareciendo insoportable. Se movía mucho, hablaba muy fuerte. Tenía predisposición al monólogo. Interrumpía y detestaba que la interrumpiesen. Cuando fuimos pareja, discutíamos todo el tiempo. Y cuando nos separamos, me pregunté muchas veces por qué había estado con ella. Nunca logré responderme. Pero como me aliviaba su ausencia, no me hice demasiado problema.


6
En un momento, sentí que su máscara se quebró. La voz le salía más lenta, y parecía que iba a llorar. ¡Una escena! Lo único que me faltaba. No sé qué hacer, no sé dónde ponerme cuando la gente llora. Llorar, más ante un invitado, es una descortesía. Pero ella se puso a decir “la pasé muy mal cuando nos separamos. Casi no comía, perdí mucho peso. Casi todo un año estuve anémica. Y vincularme con otra persona, después de lo nuestro, era tan difícil. No me animaba a correr otra vez el riesgo. Disculpame que te diga estas cosas, me lo tenía que sacar del pecho”. Le dije que estaba bien, que igual habían pasado años, que etc. Traté de comer un poco de torta para mantener la boca ocupada, pero era intragable.

7
Encima cuando me enteré que estabas con otra, que vivías con ella… me dio una bronca. Hice terapia, tomé pastillas. Pero nada. Estaba obsesionada. Te quise llamar, pero para qué, ¿qué te iba a decir?”. Y caminaba por la habitación, iba y venía, movía las manos, frenéticamente. Casi parecía teatro. De repente, se detuvo, y me miró. A los ojos. Y me dijo “igual ahora estoy mucho mejor. Sï, mucho mejor. Tengo trabajo, tengo a alguien. Es muy distinto a vos, eso sí. Pero bueno, vos te acordás como nos llevábamos”. Horrible, pensé. Pero dije “y, cada uno tenía lo suyo”. “Vení” me dice, “quiero que lo conozcas; está en la habitación, duerme como bestia, todo el día, es terrible”. Y empezó a caminar hacia la habitación. Le dije “no, pará. Está durmiendo, no lo molestes. Otro día, dejá. No sabía que estaba, con todo este ruido mirá si lo incomodamos. Dejá, otro día tomamos algo”. Pero ella insistía. Yo me hubiese ido. Pero algo me decía que no se contraría a una mujer neurótica. Y mucho menos si la mujer neurótica tiene un cuchillo en la mano. Es notable como un chuchillo, un mísero metal con cierta punta afilada, modifica por completo el vínculo entre dos personas.


8
Abrió la puerta, me dijo “quiero que lo conozcas, dale, es un minuto, es importante para mí”. Yo ya me había puesto el saco, ya había pensado cuatro excusas, ya tenía el celular en la mano y ponía cara de “uh qué tarde que se me hizo”. Pero ella, esta transfigurada. Su rostro era el de alguien a punto de llorar (¡otra vez!). Y se movía tan rápido, tan sacada. Me dio más miedo que lastima. Y accedí. Di un paso hacia delante, diciendo “pero está dormido”, y ella me dijo que no importaba, que le dijera hola. Estaba la tv prendida. El cuarto se azulaba, con sombras intermitentes. Me acerqué a la pareja de mi ex. Estaba boca arriba, casi sentado en la cama. Dije “hola, que tal”. Y no respondió. Tenía los ojos abiertos. Le dije “discúlpame que te moleste, yo….” y ahí, con las publicidades de fondo, y la palidez de la piel y el olor abominable que expelía, entendí que estaba muerto. La situación fue muy incómoda. Los muertos tienen algo que no me genera afabilidad.


9
Ella me miraba desde la puerta, traté de seguir la frase, más o menos. “Yo, eh… pasaba a saludar nomás, muy linda la casa, y… bueno, ya me estaba yendo, tomamos algo un día, dale, bárbaro, chau”. Y me volví hacia la puerta y le dije “listo, ya está, me tengo que ir”. “¿Pero por qué tan rápido? ¿Ya te tenés que ir?”. “Si, ya. Es que…. Tuve una epifanía. Ya sabés como son estas cosas. Tengo que ir a escribirla. ¿Me abris?”. “Bueno, pero, qué te pareció”. Dudé sobre cómo responder a esa pregunta. “Tenías razón, no se parece a mí”. Casi digo: al menos en la parte del sístole y el diástole. Me contuve. “Porque estuvimos teniendo algunos problemas últimamente, el habló de mudarse” me dijo, un poco triste y alterada. “No, no se va a mudar nada, quedate tranquila. Son problemas de convivencia nada más”. “¿En serio? ¿Vos podrías hablar con él?”. Era palpable que la situación se volvía cada vez más compleja. “Uy justo ahora me tengo que ir, pero un día de estos lo llamo, ¿está? Dale, nos vemos y hablo con él”. Mi táctica de disuasión no tuvo efecto. Le cayeron muchas lágrimas rápidas sobre el rostro, y se llevó la mano – la que no tenía ningún cuchillo – al la frente, temblando. Entré a la habitación, y me dispuse a conversar con el muerto.


10
Mi preocupación, muy ingenua, era esta. Que el tipo se acababa de morir. Entonces, no quería estar ahí cuando ella se diera cuenta, y mucho menos quería ser quien le diera la noticia. Pero inmediatamente toda duda me fue despejada. Ella entró, y le habló al finado “Mauro, no seas irrespetuoso, y contestale. Yo le pedí que hable con vos, no seas caprichoso”. Hubo un silencio. Ella dio dos pasos al frente y le clavó tres veces el cuchillo, en el pecho y en el estómago. Me dijo “es un poco terco, pero es buen tipo”.

11
Todo se puso casi como una película de terror japonesa cuando ella dijo “no quiero interrumpirlos. Hablen tranquilos” y cerró la puerta. Oí el mecánico ruido a insecto que tienen las cerraduras cuando se gira la llave. Quise, con bastante voluntad, que todo fuese un mal sueño, para poder despertar. Pero no, no era un sueño. Era eso. Me recosté en la cama y me puse a ver televisión. Me pareció inconveniente protestar. Es decir, hasta donde sabía, mi ex tranquilamente podía haberse vuelto una psicópata homicida y lo menos que quería hacer era darle motivos para la reincidencia. Al rato me quedé dormido. ¿Qué iba a hacer? Las cosas ya eran lo que eran. Desesperarme hubiese complicado todo. El muerto olía mal, pero no peor que alguien vivo un poco sucio. Alguien vivo con resaca, o más o menos.


12
Supongo que siempre hay una competencia morbosa entre la actual pareja de una ex y uno. No pretendo esconder que me satisfacía sentirme superior al finado. Aunque más no fuese en todavía poder hacer la digestión, mover un brazo, mantener una conversación, parar un taxi, parpadear. Son cosas pequeñas, pero los detalles, a la larga, suman.


13
Cuando me desperté, había sobre la cama una bandeja con tres tazas de té, y medialunas. Ella estaba sentada en el borde, y sonreía. Me dijo que tome tranquilo, que Mauro lo tomaba frío. Yo le dije que había estado hablando con Mauro, y que era un buen momento para relajarse, cerrar los ojos, respirar hondo, y abrirse para poder comprender al otro. Ella lo hizo, y yo aproveché para golpearla con el velador y dejarla inconsciente. Luego, discretamente, me di a la fuga. Tal vez fui un poco violento, pero la situación exigía un reflejo análogo. Además, ella estaba loca. Cuando se despertara, ni se iba a acordar o iba a conjeturar cosas de loca.


fin
No sé bien qué pensé al respecto de todo esto. Esa mujer estaba loca, y vivía con un muerto. Tal vez hasta lo mató ella. O se murió ahí (entonces ella se ofende y cada tanto lo acuchilla). En una de esas el tipo era muy vago y muy callado, y casi no se notaba la diferencia. Sea como fuese, me pareció bizarro que mi ex conviviese con un muerto. No tengo nada en contra de los muertos. Comen poco, no tienen exigencias, no hay que pelear por el control remoto. Tal vez en su locura, ella era feliz. No lo parecía, claro. Parecía desequilibrada, sucia y psicótica. Pero tal vez en un rincón muy profundo era feliz. Tendría que tratarse de un rincón tremendamente profundísimo, como un sótano subterráneo o algo así. Pero era posible.¿Qué podía hacer yo? ¿Llamar a la policía? El tipo estaba muerto, y eso era irreversible. Si su cadáver mantenía contento a alguien, aunque ese alguien sea una sociópata con trastornos neurasténicos, es más útil así que enterrado en alguna tumba, ¿no? Bueno, no sé. Lo cierto es que el trámite policial que implica una denuncia es complicado y  lleva mucho tiempo. Las burocracias me desalientan.


4 comentarios:

Fernanda dijo...

que buen texto!! como me rei!

Ana Laura Serra dijo...

Hay frases muy Marx y frases muy Allen. De ma's esta' decir que las disfrute'.

Debret Viana dijo...

Muchas gracias, Fernanda, pero nunca le diga eso a César Aira.
______

Ana;

Cuando sintonizo con mi lado humorístico, siempre pienso en Allen y Groucho.
Y claro que también en Seinfeld y en Kafka. Y en Wilde, por supuesto (que en mi cabeza está muy cerca de Groucho).

Caro Mendes dijo...

gran comedia negra. brillante.