13.1.07

los rebotes de la palabra (inagotable flujo)


Obra de alguna confusión, un cuento lejano termina publicado en una revista italiana de literatura (BURAN); lo poco que sabe de italiano lo aprendió de Fellini (es decir, de la boca de Marcello Mastroianni) pero al aproximarse a las palabras inaccesibles de su propia prosa siente un encantamiento extraño (ostranemie: son sutiles animalitos sonoros, silenciosa pirotecnia auditiva; la forma del signo extendiéndose en el tiempo pero ausente de todo significado: la utopía: la torpe literatura de Debret Viana vuelta piano), se siente mecer por una melodía de sílabas que le ofrecen un brusco y sutil goce: confirma otra vez su destino de escritor - de narciso.



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poses para llorar

- 2do draft -




tan pronto como deja de padecer, a la vez deja también de ser.


Etica, de Baruch Spinoza




0

No importa cuándo. Esto ocurrió siempre hace mucho: historias como ésta estan vaciadas de contemporaneidad. - no ocurren nunca: han siempre ya ocurrido -.




1

En la ciudad de Rosario un hombre se acercó a una mujer, como si fuera niño y padre a la vez. Su insistencia fue desesperada - perdió el molde de su saco, y empañó los puños de sus camisas en el esfuerzo -, hasta que la mujer cedió, por simpatía o por piedad, y cometió el acto más solitario: se enamoró. Era casual que su nombre fuera Sandra. El hombre trabajó hasta conmover el alma de Sandra, poseyéndola. La tuvo, la quiso, la abrió y la rompió delicadamente. Ella no sabía cómo despegarse de él, cómo pensar en otra cosa. Su vida se había vuelto un torpe andar a tientas por los rastros vagos que ese hombre había hundido en ella, ansiando que tal vez desembocaran en la carne del alma de él, ahora tan callado, tan ausente. Una vez que consiguió lo que pretendía, el hombre se marchó. Nada le significaba conservar lo que ya poseía. Sandra lloró.



2
La historia es común; y todavía nada interesante. Sandra lloró como se llora, sólo que organizó sus lágrimas. Pudo ser otra vez el llanto estereotípico de la mujer herida que llora. Sin embargo, conservó cada lágrima: le encontraba un sentido - absurdo y secreto para nosotros - a salvar lo que se va deslizando hacia el olvido. En baldes, en botellas escurría sus pañuelos. No salía a la calle sin un frasquito donde derramar su llanto. Con el tiempo, había establecido un horario para llorar. Tenía también un cuarto para llorar: una habitación con fotos. Ella se sentaba en su silla para llorar. Y lloraba.


3
Es pensable que ya la causa del llanto se hubiera vencido, que su llanto era un vicio, o un oficio. Se trata de meras especulaciones que no hacen a la historia; murmullo en derredor. Yo quisiera quedarme cercano a los hechos, los pocos que pude juntar. Creo que ya se comprende que el hombre que abrió la herida era un accidente de la historia, acaso necesario pero sin duda circunstancial. Que fuese su precisa pezuña la que había empezado las cosas era un detalle casual: había antes en Sandra algo que se desbordaba, pero que no encontraba expresión. Era ella la que lo había usado a ese hombre como excusa para lograr su obra, su terrible biblioteca de frascos con lágrimas, que se alzaba en cada pared de la casa.



4
Lo cierto es que lloró con sistema (empresa magna, como la de pensar con sistema: Sandra como la Spinoza de las lágrimas). Y que cuidó su llanto. No permitió que nadie se lo secara, que nadie se lo arrebatara: fue como decir este llanto es mío, estas lágrimas también soy yo (mi lenguaje). Había algo de sagrado y algo de temible, de inhumano en la disciplina con la que ejerció su pena. No dejó que eso que de alguna manera la decía - la delataba - se perdiera: recogió su llanto y lo guardó: vivió con él (entre botellas, frascos, pañuelos mojados y baldes) el tiempo de su vida.



5
No podemos ignorar el esfuerzo que esto implica. Sandra tuvo que estar sola. No podía darse a ningún hombre si pretendía articular hasta el final la titánica tarea. Tenía que aferrarse a su dolor, a su inmensa tristeza. Un hombre la distraería. Aun si resultaba bueno, amable, y realmente la amase, le secaría las lágrimas con terciopelos azules y entorpecería toda la empresa. Hacer brotar un río de agua salada no era un trabajo menos que divino: lo único serio que cabía era librarse de las tentaciones mundanas. Solitariamente dió esos pasos. Se dejó casi todo el tiempo encerrada en su casa; apenas de vez en cuando se la veía en la ciudad. Al principio, solamente sospecharon que se había vuelto loca. De la intriga de los vecinos empezaron muchas literaturas.


6




Como toda leyenda, las voces la multiplican, la tocan, la cambian. Ya he relatado lo que se sabe: ahora, las fábulas que surgieron son numerosas, y creo que no pertenecen al destino de Sandra. Una muchacha lloró y, hasta donde se sabe, guardó cada gota de ese llanto. Después, su vida se pierde entre las vidas, y salvando ese mínimo hecho, se vuelve irrecuperable. En el barrio, sin embargo, Sandra se perpetúa en ese sólo movimiento, se cristaliza en una imagen revisitada por el folclore rosarino, por las viejas que le rezan como a una santa y los pibes que le temen como a un dios triste. Es cierto que ya no es Sandra. Que la verdadera muchacha ahora puede ser abogada, o psicóloga o ama de casa y estar felizmente casada por ahí, o cualquiera de los destinos asequibles. Como nada sé de lo que fue de ella - y estoy convencido de que lo que resultó es mucho menos estético que las habladurías -, recojo algunas declamaciones barriales; dicen:
  • que se bañaba en sus lágrimas
  • que planeaba tener la suficiente cantidad de agua como para un día ahogar a su amado

  • que vendió su llanto a pueblos de tierra árida, y trabajó, prósperamente, reemplazando la lluvia (menos caudalosa, pero puntual)


  • que sabiendo de tanta gente incapaz de emocionarse sinceramente, fundó una agencia de lágrimas a domicilio (frasquitos con llanto a pedido)


  • que aguardó a secarse para arrojar un baldazo de lagrimas a su amado y después vivió tranquila


  • que, seca, obligaba a vírgenes a llorar por ella para que nunca se detenga la maquinaria lacrimosa


  • que su llanto era sagrado, y se cerraban las heridas allí mojadas


  • que desbordó el Paraná


  • que abandonó el barrio para triunfar en México como estrella de melodramas


  • que la encontraron un día muerta en su casa, rodeada de frascos y baldes con agua salada. Tenía la piel muy seca, áspera. Suele llover en el aniversario de su muerte. Esa lluvia se la conoce como las lágrimas de Sandra


  • que no lloraba nada, y capturaba en palanganas gotas de lluvia (lo hacía para montar un teatro que distrajese las voces de la humillación de ser usada y abandonada por un tipo)


  • que lavaba su ropa en su llanto, logrando un blanco tan pulcro y absoluto que una compañía de jabón en polvo le compró la fórmula


  • que un día, de hacer tanta fuerza por llorar, lloró sangre


  • que le costaba llorar porque ya ni se acordaba del tipo, entonces hizo valijas y salió en busca de nuevas penas para llorar largo y tendido


  • que, húmeda, se pudrió junto a las paredes de la casa


  • que lo que en realidad amaba era la manera en que el mundo se veía a través de los frascos llenos con sus lágrimas


  • que se fue al sur y puso un hotel con termas tibias y saludables


  • que una noche de tormenta un extranjero perdido golpeó su puerta; Sandra lo dejó pasar y el extranjero vió como esa casa y la tormenta eran muy parecidas.


  • que una vez se le cayó un frasco y se quebró en el piso, y Sandra no pudo soportar su obra inútil en el suelo y se abrió las venas con los vidrio rotos del frasco, pero de ella sólo brotaba agua salada


  • que hombres misteriosos se la llevaron una noche hacia un páramo lejano y solitario, la violaron y la acuchillaron; de las heridas de Sandra salía agua salada e inundó el lugar


  • que de tanto llorar perdió la vista, y sólo tenía calma cuando pasaba la yema de los dedos sobre la superficie del agua de sus lágrimas, acariciándola como si fuera un gato


  • que seccionó en gotas todo el llanto que tenía y contó 140.853.411 lágrimas


  • que regaba su jardín con esa agua: el más florido de Rosario



7
La historia se cierra en literatura - se abre: infinitamente -. La tarea de Sandra era, desde luego, una tarea inútil. A su manera, todas lo son. No es diferente la manera en que vos necesitás aferrarte a algún talismán vacío para suponer una dirección a tu errática somnolencia, y prevenirte de que el abismo te salte encima como una fiera afilada. Yo, harto de letras las hojas limpias también para soportar la fragancia rancia que las horas me dejan al pasar por mí como pasa el viento sucio y grisáceo que tiene la voz de los segundos que gotean lejanos en la madera de los muebles nocturnos. No importa. Que nos baste saber que una vez, en la ciudad de Rosario, una muchacha lloró.


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el cuadro: vista del sur, de Ezeiza


7 comentarios:

laveron dijo...

también la vieron estatua de muzgo y liquen, casi marina. hasta peces de mar cálido se entrevieron en sus polleras ya coralinas...la sal del llanto abrió un nuevo océano.
muy bueno debret...es de esos relatos que dan para seguir ficcionando en el lector.

Anónimo dijo...

mil gracias, Escritor.

Debret Viana dijo...

Laveron: preciosos aportes.
Y si el texto incita esos pruritos,ha valido la pena.

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effe: por favor, no ha sido nada.

Indalea dijo...

"
Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión, llorar al sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo. Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto (...).
"
Oliverio Girondo.


llanto que germina


gracias por tanto, querido Damián.
Mis ojos atentos hoy se encandilan.

Te abrazo.

Anónimo dijo...

Brillante, poético, sutil, devatador. Lloré en mitad del cuento, con los ejemplos de lo que pudo pasarle a Sandra, y cada cosa que leía me hacía llorar un poco más, con una sonrisa en enorme en mi cara. Gracias, Debret Viana. Este cuento es algo increíble. gracias

Rain (Virginia M.T.) dijo...

Debret Viana, sobretodo Debret Viana:

cuando sale agua de los ojos, gotas, a las que se llaman lágrimas, cuánta belleza flota, tranfosmándose en
dolor

si llora un anciano, ¿no habrá belleza? ah, será terrible...

si llora un muchacho ¿resultará extraño?

cuando llora una muchacha bella, se conmueve hasta
el cruel diletante

Yo me apeno cuando llora mi musa bebé...
Y ante este texto tuyo, medito, porque después de su pena y
humor mezclados, me queda la melancolía...
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Salute por la delicadeza entrelazada con los destellos del humor.

Unknown dijo...

que manera de mostrar una ambiciosa enunciacion: las lagrimas son tambien lenguaje.
precioso, le pido me perdone mi fanatismo pero sospecho, hace mucho, (desde que se que no esta muerto), que es un melodemoníaco genio :)
pd. a mi tambien me hizo acordar a ese poema de girondo.
gracias