27.3.06

doppelganger




Repasando estos cuadernos he notado que firmé con ese nombre, Debret Viana. Lo usé muchas veces; no las suficientes como para vaciarlo, pero sí como para que me reemplace.

Antes de empezar a escribir Infimos Urbanos, yo era él, - yo era ese -. Ahora, releyendo, noto que tiene sus propias formas, su psicología, sus modos y trampas, sus rasgos particulares. Sus maneras terribles, su tristeza inmarcesible. Diferente de mí, pero no enteramente lejano - nunca yo, pero no absolutamente otro -, es como una aparición que queda grabada en la hoja, como un estado de ánimo que habla, y cuando cesan sus verbos, se desvanece.

Yo creía, al menos, suceder entre los espacios entre texto y texto, esas grietas efímeras para el ojo del lector, pero el único sitio donde mi vida puede acontecer. Ultimanente percibo que estoy perdiendo territorios ante mi propio fantasma, y me confundo con él, de repente, en cualquiera de los rincones del día.


Su sintaxis – muy otra que la mía – se ha apropiado, sin embargo, de algunos detalles de mi propia vida. Hoy, no sin cierto horror, debo enfrentarme a una suerte de duelo con un doble. Si esas cosas componen – como de hecho lo hacen – a Debret Viana, ¿entonces qué queda para mí? Si él ya es eso, yo no tengo más remedio que ser otro.

¿Pero quién?
Escribir ha sido para mí la manera de practicar la verdad; es decir: el lugar donde entrelazo mentiras hasta generar una forma de verdad. Así, es en la literatura (la escriba, o no) donde fui construyendo minuciosamente, los rasgos dispares que componen mi personalidad. Esa búsqueda mía por mí mismo ha generado otra cosa. Una sombra, una agria compañía. De la misma manera que las luces iluministas, mis sueños urdieron su propia traición (que tiene la extraña forma del éxito). Creé lo único que podía crear. Ya lo sabemos: cada vez que intentamos profanar materiales sacros, lo que creamos es un Frankenstein. Buscandome hice un monstruo. Ahora, necesito ser otro. No porque no quiera ser un monstruo - en última instancia, podría hacerme un lugar dentro de Debret Viana y vivir con relativa comodidad -, sino porque ese monstruo es otro y hace lo que quiere. Su misma esencia me excluye. Invertidos los roles, es como si fuese la máscara que parodia mi rostro, con la sola excepción de que no tengo rostro: lo extravié, lo dejé adherido cuando me saqué la máscara que con tanta dedicación había labrado y ahora necesito velozmente garabatear algunas líneas sobre mi limpísima cara para disimular la tragedia.

2 comentarios:

Vigo dijo...

Debret Viana... pues si que me trae algún recuerdo ese nombre. No todo quedo en el olvido.
Saludos

Debret Viana dijo...

espero que no sea la memoria de algo abominable...