Soñé que investigaciones científicas de tres individuos pelados (dos de bata blanca; el tercero: violeta) habían descubierto que las palabras impresas en los libros de ficción alteraban de un modo peculiar la tinta que las contenía, y que si muchos muchos libros (una vasta biblioteca de tres cuerpos con al menos 683 ejemplares por cuerpo, por ejemplo) se mantenían en un lugar quieto y más o menos cerrado, viciaban el aire y ese aire quieto y enrarecido, hecho del vapor de palabras estancadas se tornaba una espesa bruma indistinguible del oxígeno urbano típico pero que tenía la facultad de alterar los sueños, no sé bien para qué lado, porque hablaban una jerga harto específica e interrumpían su exposición cada determinada cantidad de sílabas para disputar breves partidos de badmington con el doble de riesgo de Ricky Fort, oportunamente vestido de Barney con patines. Aparentemente producía efectos alucinógenos profundos, que inducían a los afectados a presentirse portadores de un poder mesiánico vinculado al arte y sus diversas praxis - había un caso de un lituano que se había obsesionado por hacer un remix dance de La guerra y la Paz, de Tolstoi; pereció agotamiento al cuarto capítulo. Claro que no todas las personas eran susceptibles de esta peculiar polución, solo algunas (no entendí cuales: predisposición genética, algo así). Al despertarme, miré con desconfianza mi biblioteca.
3 comentarios:
genial! cada vez más cerca de groucho y kafka.
muy bella fábula. saludos
yo duermo en una habitación con muchos libros... me preocupé!!
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