I
Lo cierto es que yo siempre quise ser batman. Y eso, bueno, no se dió. Infinidad de cosas no confluyeron, y terminé no siendo batman. No tuve la aptitud física ni la voluntad de entrenar un método. Nadie cercano ni significativo murió violentamente ante mis ojos como para empujame a dar el salto de perder el prurito de la razón y encapucharme para combatir el crimen. Y – probablemente sobre todo – nunca fui rico como para poder financiar semejante actividad. (Esta bien: si realmente hubiese tenido ganas, me hubiese puesto de sombrero una bolsa de consorcio y con el primer palo que encontrase hubiese tratado de dar pelea, pero simplemente no sucedió). Era solo natural que con el tiempo esa frustración hiciese de mí un escritor. Batman es un detective, y un detective está a dos pasos (como lo prefiguran las novelas policiales y los thrillers) de ser un escritor. Me comprometí con mis posibilidades reales. Del mismo modo que muchos pretendientes de psicólogo se asumen simplemente pacientes.
II
Lo triste es que ser escritor implicó extraerme del centro del escenario y limitarme a oir los rumores de la vida detrás del telón. Es el costo, y lo pagué (el astigmatismo, la mala postura, la propensión a la noche, la flaquísima cuenta bancaria: son todas cosas que vienen con ser escritor). Es natural. batman no puede narrar su historia (ni ninguna otra: esta bastante ocupado viviendola). Toda narrativa propia surge, sino a manos de otro, mucho después. Como un racconto. Se trazan las coplas de la mujer perdida precisamente porque no está. Las cosas que no están son susceptibles de ser narradas. Cuando están, su fulgor es tan obnubilante que ocupan el presente. Hay que eligir: vivir o escribir. La gente vive, entre ellos los grandes hombres. El escritor, escribe. El escritor, excento del ajetreo de la acción, puede darse al lujo compensatorio de la escritura (alguien tiene que hilvanar la dispersión de la época). El Quijote no podía escribir su historia, ni Hamlet – que lo sabe bien y por eso compromete a Horacio con el fardo de la narración. Los grandes hombres de la historia son, al final, personajes literarios (como Cristo, Batman o Napoleón). Viven – en el imaginario de un tiempo, o de un pueblo – y son la excusa para que un escritor llene páginas: lo único que quedará al final.
III
Yo quería ser batman. No pude. Ni siquiera lo intenté. Fracasé de antemano, mientras lo imaginaba. No puede resolver cosas muy básicas: el trabajo, la ropa, el estacionamiento. Hubiese sido un superhéroe muy tercermundista y notablemente breve. Como la vida ya no tiene gracia (si no puedo ser batman no tiene gracia) vivo dentro mío. Imagino historias, o simplemente palabras -no siempre tengo historias, entonces solo digo palabras: tienen la rara tendencia de acomodarse solas de un modo que genera la ilusión (casi) de una lógica. A veces todavía imagino que soy batman. Pero no llega a ser una historia. Apenas ráfagas de imágenes diluídas (la mayor parte de mi tiempo transcurre entre ficciones que se principian y se malogran). Desisto pronto, porque es muy triste ficcionalizar las propias ilusiones derrumbadas – en fin, a uno mismo.
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6 comentarios:
Ja! Genial este texto, me ha encantado tu creatividad. Me encantó.
Saludos.
jajaj genial, me encantó. ahi entrelazados los problemas literarios del siglo y esa aventura tercermundista de comic venido a menos.excelente.te sigo leyendo!! saludoss
Como siempre un texto raro, extravagante y complejo. No en su uso del lenguaje (ultimamente estas dominando las técnicas de la simpleza)pero sí en el entrelazamiento de temas, como siempre muy literarios. Y, tampoco desdeñable, ese oscuro sentido del humor.
te mando un abrazo, y espero atento el libro
que bueno usa a batman para hacer literatura. era cierto que no hay ningún tema sagrado, no? abrazo
brillante! me saco el sombrero. me sigo riendo de lo de la bolsa de consorcio!!jaaj
jajaja excelente!! y yo que pensaba no reir hoy. Hace mucho no pasaba por aca...un gustaso, siempre!!
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