18.1.10

sueño #82

Soñé que investigaciones científicas de tres individuos pelados (dos de bata blanca; el tercero: violeta) habían descubierto que las palabras impresas en los libros de ficción alteraban de un modo peculiar la tinta que las contenía, y que si muchos muchos libros (una vasta biblioteca de tres cuerpos con al menos 683 ejemplares por cuerpo, por ejemplo) se mantenían en un lugar quieto y más o menos cerrado, viciaban el aire y ese aire quieto y enrarecido, hecho del vapor de palabras estancadas se tornaba una espesa bruma indistinguible del oxígeno urbano típico pero que tenía la facultad de alterar los sueños, no sé bien para qué lado, porque hablaban una jerga harto específica e interrumpían su exposición cada determinada cantidad de sílabas para disputar breves partidos de badmington con el doble de riesgo de Ricky Fort, oportunamente vestido de Barney con patines. Aparentemente producía efectos alucinógenos profundos, que inducían a los afectados a presentirse portadores de un poder mesiánico vinculado al arte y sus diversas praxis - había un caso de un lituano que se había obsesionado por hacer un remix dance de La guerra y la Paz, de Tolstoi; pereció agotamiento al cuarto capítulo. Claro que no todas las personas eran susceptibles de esta peculiar polución, solo algunas (no entendí cuales: predisposición genética, algo así). Al despertarme, miré con desconfianza mi biblioteca.

16.1.10

enero; stand by

Intrascendencia de enero en Buenos Aires: es como si no ocurriera (sino a modo de somnolencia), casi como un simulacro, una pantomima. Nadie puede ser tomado en serio en enero. Incluso los partidos de fútbol no significan nada, son apenas simbólicos. No hay actividad política. El asfalto está doblemente silencioso, porque guarda en su memoria el tránsito y las congestión usual. La televisión alterna sus refritos con diversas tragedias (los muertos se apilan sin perder el místico aire de irrelevancia que imanta las cosas. Decir te amo en enero es un documento frágil que apenas dura lo que la penumbra lábil de la palabra dada al viento (quizá haya alguna belleza en esa evanescencia, reminiscencia ritual de una unicidad añeja, soñada e improbable). Las noches son lentas, multiplicadas por el tedio; los días arrancan muy temprano, solo para durar en vano. Las horas sufren de mímesis, el tiempo se atasca, vivir es innecesario - y ostentoso. Desaceleración y stand by. No hay más remedio que darse a la errancia, deambular, matar el tiempo (escribir).


9.1.10

las verdaderas aventuras de Debret Viana



I
Lo cierto es que yo siempre quise ser batman. Y eso, bueno, no se dió. Infinidad de cosas no confluyeron, y terminé no siendo batman. No tuve la aptitud física ni la voluntad de entrenar un método. Nadie cercano ni significativo murió violentamente ante mis ojos como para empujame a dar el salto de perder el prurito de la razón y encapucharme para combatir el crimen. Y – probablemente sobre todo – nunca fui rico como para poder financiar semejante actividad. (Esta bien: si realmente hubiese tenido ganas, me hubiese puesto de sombrero una bolsa de consorcio y con el primer palo que encontrase hubiese tratado de dar pelea, pero simplemente no sucedió). Era solo natural que con el tiempo esa frustración hiciese de mí un escritor. Batman es un detective, y un detective está a dos pasos (como lo prefiguran las novelas policiales y los thrillers) de ser un escritor. Me comprometí con mis posibilidades reales. Del mismo modo que muchos pretendientes de psicólogo se asumen simplemente pacientes.

II
Lo triste es que ser escritor implicó extraerme del centro del escenario y limitarme a oir los rumores de la vida detrás del telón. Es el costo, y lo pagué (el astigmatismo, la mala postura, la propensión a la noche, la flaquísima cuenta bancaria: son todas cosas que vienen con ser escritor). Es natural. batman no puede narrar su historia (ni ninguna otra: esta bastante ocupado viviendola). Toda narrativa propia surge, sino a manos de otro, mucho después. Como un racconto. Se trazan las coplas de la mujer perdida precisamente porque no está. Las cosas que no están son susceptibles de ser narradas. Cuando están, su fulgor es tan obnubilante que ocupan el presente. Hay que eligir: vivir o escribir. La gente vive, entre ellos los grandes hombres. El escritor, escribe. El escritor, excento del ajetreo de la acción, puede darse al lujo compensatorio de la escritura (alguien tiene que hilvanar la dispersión de la época). El Quijote no podía escribir su historia, ni Hamlet – que lo sabe bien y por eso compromete a Horacio con el fardo de la narración. Los grandes hombres de la historia son, al final, personajes literarios (como Cristo, Batman o Napoleón). Viven – en el imaginario de un tiempo, o de un pueblo – y son la excusa para que un escritor llene páginas: lo único que quedará al final.

III
Yo quería ser batman. No pude. Ni siquiera lo intenté. Fracasé de antemano, mientras lo imaginaba. No puede resolver cosas muy básicas: el trabajo, la ropa, el estacionamiento. Hubiese sido un superhéroe muy tercermundista y notablemente breve. Como la vida ya no tiene gracia (si no puedo ser batman no tiene gracia) vivo dentro mío. Imagino historias, o simplemente palabras -no siempre tengo historias, entonces solo digo palabras: tienen la rara tendencia de acomodarse solas de un modo que genera la ilusión (casi) de una lógica. A veces todavía imagino que soy batman. Pero no llega a ser una historia. Apenas ráfagas de imágenes diluídas (la mayor parte de mi tiempo transcurre entre ficciones que se principian y se malogran). Desisto pronto, porque es muy triste ficcionalizar las propias ilusiones derrumbadas – en fin, a uno mismo.

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1.1.10

primer post del año

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il y a toujours une autre histoire

il y a plus que ce que l´oeil peut saisir 




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dice Chabrol que dice W. H. Auden