5.11.09

notas en una libreta para un cuento largo, o nouvelle



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( insectos

Dejar la casa vacía, por unos días, para que los insectos que habitan los recovecos oscuros, los rincones inaccesibles, los interiores de las paredes, la recorran a gusto.

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Parecido a irse a dormir, para que el inconsciente, irrestricto, pasee.

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Y tolerar la convivencia con esos monstruos solo porque no estamos forzados a mirarlos demasiado cerca.

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Pactar las fronteras: ellos la oscuridad y la musgosa tiniebla, yo la luz y la sabida vigilia. Si alguno cruza esos límites, habrá de entenderse una condición excepcional, y su ejecución será inmediata (salvo que posea el pasaporte pertinente).

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Las diplomacias entre los lados de la frontera son ríspidas. Aun cuando se tuviese el salvoconducto que admita los pasajes, los idiomas son disímiles y la confusión acechan a dos pasos. La ejecución resuelve estos malentendidos.

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Raras veces, cada tanto, comprar un poderoso insecticida y perseguir, no a los insectos, que no los vemos – lo que vemos es la punta del glaciar – sino los intersticios, los rincones potenciales. Vaciar la peste del insecticida sobre el imaginario. Tal vez demos con alguno, tal vez solo nos provoque tos. Es una maniobra purgante: un show.

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O como el artista: cazar algunos, someterlos, forzarlos a hacer piruetas y sacarles fotos, exprimirlos y con el color de sus tripas pintar los ojos de nuestro autoretrato.

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La comodidad burguesa: no importa que existas, no importa qué signifiques para mí, ni si algún día serás mi asesino. Sólo quiero no verte.

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Disimulación: sólo podemos dormir por las noches si concedemos que en nuestra casa, en nuestra habitación, sólo existe lo visible.
Simulacro de finitud: acaso lo real no sea llano y aburrido, sino poco dócil y evasivo.
Todo lo que habita en el imaginario tiene su asidero en los intersticios de lo real.

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No era solamente el tiempo bifurcado sobre un espacio fijo. No era la dispersión de una mente ociosa, la ovulación de una imaginación fecunda.
No: algo más bien como Aquiles y la tortuga: mirando de cerca, entre lo oscuro, entre los pliegues, dentro de las cosas o en su revés, siempre late un monstruo (lo múltiple, lo informe, lo ajeno, lo otro).

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Ta vez pase por volverse loco. No voy a discutirlo. Es puro perspectivismo. Lo que para mí es lucidez, para mi madre, mis amigos y ese médico es locura. Poco importan esos calificativos. Los insectos están por todas partes. Son muy sutiles, por supuesto, y se enmascaran con agilidad. Lo presiento en las latas de lentejas, y en la sopa de fideos. Los busco en mis excreciones, los veo en mis ojos, justo después de mirar algún objeto lumínico: son como larvas que se escabullen. Me rasco, y no desaparecen. Me quieren convencer de que no son reales, de que están en mi cabeza. No los comprendo. ¿Qué me quieren decir? ¿Qué lo que está en mi cabeza no es real? ¡Qué les importa donde están! En mi cabeza o en la realidad – suponiendo que sean lugares antinómicos – son el ejército serpenteante contra el que la batalla final habrá de librarse.

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Abro un libro en mitad de la noche. Para distraerme, o algo. Y las letras están muy quietas. Pronto me doy cuenta. Son insectos. Están demasiado quietas. Es tan obvio. En su petrificación se fingen letras. Han borrado las obras literarias del mundo (los demás libros los dejaron en paz, porque no es sencillo mimetizarse en ellos) y se refugian allí, forman frases casi coherentes y llenan de ideas raras a púberes lectores desprevenidos. No les basta con subrepticiamente dominar las superficies de los objetos. Van por la interioridad. Siembran su semilla pérfida en el imaginario, en las conciencias. Los sueños brotarán de esas semillas, y sustituirán – muy lentamente, sin avisos notorios, sin espasmos – nuestra conciencia.

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Perdí ya mi vocación de interpelar insectos. Antes, lo hacía con avidez. Pero antes creía – qué iluso – que había cosas solucionables. Siempre seguían su marcha. Ni siquiera se daban por aludidos. Un insecto sabe sostener su máscara hasta el final. Esto lo aprendí tarde. Pero siempre fue tarde. Somos carne de nuestros parásitos. Cumplimos una función alimenticia. Nos creemos importantes con nuestras historias de amor frustradas, con nuestras escaladas laborales, con nuestras memorias a cuesta. Nos parece que hay un sentido, que vamos a alguna parte. Pero somos solamente alimento. El mundo entero es un banquete. Y si persistimos en él es porque servimos de tentempié a muchos bichos pequeñísimos. Son ellos los que brindan equilibrio a las cosas. Nos dejan entretenernos con pavadas. Tele, política, viajes al espacio, biología marina, arte florentino, mecánica cuántica, shoppings, guerras, alcohol, curvatura del tiempo, autopistas, antibióticos, calentamiento global, etc.

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A mí me dejan entretenerme narrando esta historia. La de ellos, la de todo. No es peligrosa para nada. Dentro de todas las cosas que son susceptibles de ser sabidas, sabemos esto: que la verdad, para que no sea atendida, debe ser enunciada.
Es peligrosa una verdad no sugerida o elusiva. Su propia omisión la hace latir. Y crece de manera lenta y sutil, inconsciente. Eventualmente, lo que era un leve chirriar del viento se manifiesta como una certeza fatal. Para que la verdad pase desapercibida hay que facilitar su circulación. Una vez dicha, se vuelve un objeto estéril. Más aun si se la dan a un payaso para que la diga desde un manicomio o un escenario.
O un libro. Una cosa se vuelve ficción tan rápido.

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La verdad no se oculta, se traspapela.
Es la manera de vaciarla de su poder modificador, vivificante. Se la coloca en un libro lleno de cuentitos, se la encuaderna como ficción o informe psiquiátrico. ¿Quién la buscaría allí? Los que procuran, ávidos, la verdad, lo hacen en lugares más prometedores. La ciencia, los autores nobeles, los referentes políticos, las publicidades, el azar. Nunca en un ignoto bufón encerrado (en su casa, en el borda, en sus literaturas, etc). Tantas veces ha ocurrido ya.

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Sade ejecutó en su obra todos los vicios de la ilustración. Si hubiesen atendido a su obra, ni Napoleón, ni la Ford, ni el nazismo hubiesen llegado. Pero Sade ya había cedido su verdad a la palabra escrita. Y pronto su potencia se volvió divertimento. La verdad se transforma en un relato, y los emisores son bufones, showmen. Kafka también, y Chaplin, Bergman, Vincent. Alan Moore, Munch. Tantos. Puff.

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¿Cómo describir sus tácticas? Yo mismo no estoy del todo seguro. Pero el tiempo me ha educado en la observación. Me quedo quieto en mi casa. Pasan las horas, el sol declina, las sombras se derraman, de largas a cortas, de cortas a largas. Yo sigo quieto. Y no pasa nada. Se hace de noche, y no prendo las luces. Me basta el reflejo de la tv, o los faroles de la calle. Y no pasa nada. No los veo venir en manada, ni darse un festín. Y no los veo porque saben. Saben que estoy al acecho, que sé algo, y que intuyo bastante más. Por eso disimulan. Cuando estoy en el inodoro a veces veo pasar una hormiga, o cerca del tacho de basura, en la cocina. No decido si se trata de un error, de un insecto aventurero que se escapó, o de algo más oscuro y deliberado. Me cuesta creer que libren algo al azar. Tienen un plan, y es minucioso. Y si veo en la cocina cuatro hormigas, y en verano cada tanto una cucaracha (nunca cinco, o 40. Una) es porque se esfuerzan en brindarme la idea de que las cosas son controlables. Piso la hormiga, compro insecticida y como un tonto creo que tengo las cosas resueltas. Pero no. Ya he dado el salto y no me engañan. Sé que no tengo nada bajo control. Sé que la verdad es desesperada.

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Me escucho, a veces, por distracción. Y la verdad es que sueno como un loco. Si no tuviese razón, estaría loco. Pero claro que parezco loco para el resto. Y eso es por un carácter democrático que tiene la verdad. Las cosas son ciertas no en la medida en que se correspondan con la realidad. Sino según cuántas personas crean en ella. Las certezas no son más que contratos entre varios. Cuantos más sean, más sólida la verdad.

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Yo estaba cagando. Me paré, y un hilo me corría entre las piernas. Lo agarré, y tiré. Empezó a correr, desde mis intestinos. Estuve como 10 minutos. No sé cuántos metros de lombriz. No lo soñé. Me pasó.

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Antes, de tonto, pensaba que las ciudades nos iban a proteger. Que eran como una fortaleza. Yo había ido a Brasil, a selvas y junglas. Y había visto insectos de todos los colores y tamaños. Cosas que nunca vi y que me atemorizaron. Vi telas de araña cubrir de un blanco inextricable más de 50 metros. Como en la ciudad no había esas cosas, asumí que habíamos ganado. Allá estaban los insectos, y nosotros, dentro de nuestros edificios, estábamos a salvo. Una vez se rompió la cocina. Un caño. Costó una fortuna. Al principio quise ver si me daba maña para arreglarlo. Detrás de cada ladrillo, 500 insectos. En la oscuridad del caño, miles. Agarré el martillo y di un golpe en la pared del living. Saqué un ladrillo. Estaba podrido de bichos. Y detrás de las paredes, bueno, ahí ya era imperio de ellos.

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Torturo a mis insectos. Atrapo a una cuadrilla que expedicionaba por los azulejos del baño, y los hago confesar. Escribo lo que dicen, y me hago fama de poeta maldito. Pero en alguna parte, siento que me mienten. Que disimulan, que ponen caras excesivas, caricaturescas para burlarse de mí. Ejecutan la mímica de mi parodia. Yo mismo no me creo mi tristeza.
Me dan la condición de poeta para distraerme. ¿De qué? De su advenimiento. No es que yo hubiese podido hacer algo. Sólo avanzan su paso rastrero y taciturno por la senda imprevisible: la que no es senda todavía. Juegan con mi sospecha: me dan tramas para escribir relatos. Quieren ser ficción. Inmiscuirse en mi ficción para que llegue el punto en que yo crea que me los inventé para pasar el rato. Y que no están ahí, entre las paredes.

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11 comentarios:

DetrásdelUmbral dijo...

Nunca me cayeron bien los insectos...

Vero Iconoclasta dijo...

debretiano, no?

Mica dijo...

muy grande muy complejo, lleno de cosas de lecturas, brillante. es decir, literatura. muchas gracias.

laveron dijo...

mmmm...ya sabía yo que era todo un complot de esos pequeños seres, pero te digo un secreto: el poder es de los virus...shhhh...de los que vinieron del espacio!

(debret de luxe el relato)

bss!

laura

Debret Viana dijo...

detrás del umbral:
su sospecha ha sido precavida: traman algo: la naturaleza nos comerá vivos ni bien pueda.

__________

vero:

existe lo debretiano ya? realmente no sé cómo sería.

Debret Viana dijo...

mica:

no puedo hacerme responsable de las lecturas. dependen, desgraciadamente, de la pericia del lector. el texto es una plataforma, una incitación y una excusa para que el iamginario se desate y teja una trama.

la aventura de la lectura es la trama silenciosa de nuestro imaginario, nuestra vida que no fue.

Debret Viana dijo...

laura;

gracias. pero viniendo de vos sospecho que lo decís para hacerme sentirme bien (cosa rarísima en estos tiempos).

en tanto a los virus, aun no los he estudiado lo suficiente. supongo que también estan implicados en nuestra desdicha.

un beso muchacha
hasta pronto

Walt J Riggs dijo...

guauu! literatura!!!! que raro en un blog! habrá esperanza para este controvertido y entrañable formato

Ana Laura Serra dijo...

Nouvelle quiere decir nueva (remitirse a Nouvelle vague). Ergo, no entiendo el título. Nouvelle qué?
(Si quisiste decir novela ya imaginarás mi reacción, niño).

Debret Viana dijo...

cito al wikipedia:

"Una novela corta es una narración en prosa de menor extensión que una novela y menor desarrollo de los personajes y la trama, aunque sin la economía de recursos narrativos propia del cuento. En la zona del Río de la Plata es más frecuente el empleo, para designar este subgénero narrativo, del galicismo nouvelle.[cita requerida] Su antecedente es el relato corto medieval y tiene estrechas semejanzas con lo que la literatura inglesa denomina "long short story"."

http://es.wikipedia.org/wiki/Novela_corta


Por supuesto, no se trata del roman francés, ni del romanzo italiano, sino casi la novella.

salú

Ana Laura Serra dijo...

Sea. Ganado se lo tiene: chapeau.
(contame como te va con la QM)