21.9.09

roadkill

III

a
Miento, cada tanto. No porque me haga falta. Ya no queda nada qué ocultar. La transparencia es una de las reglas de la posmodernidad, mediante la cual todo lo privado pasa a ser perverso o banal. Miento para no perder la costumbre. Miento para practicar. Por devoción literaria. Porque me parece necesario contribuir a la disolución de las fronteras de la ficción.

b
Con el tiempo, voy perdiendo fuerzas. La mentira es un esfuerzo delicado. Una orfebrería. Se me hace cada vez más difícil. Y noto como los años de técnica facilitan recursos tristes para no dar lástima. Últimamente, miento diciendo la verdad. Como tengo fama de mentiroso, me festejan las invenciones halagando mi creatividad. Para disipar dudas, procedo, justo después de haber dicho la verdad, hacer un gesto sutil pero inequívoco (como arquear las cejas o hacer un ademán teatral; es precioso como una frase se complejiza invulnerablemente puntuándola con un arqueo de cejas). Funciona bastante bien. Ya me conocen, y esperan de mí una perpetuidad sarcástica del ritual de mí mismo. Pero en algunos casos, sobretodo con gente joven, siento que perciben la verdad en mi discurso, y entro en pánico y los atiborro de gags para distraerlos de la cercanía de mi desnudez. Disculpo la mueca de horror en mi rostro con máscaras que labré con tiempo y oficio.

c
Aun asi, sufro. Cada vez tengo más verdades, me desbordan. En mi paranooia, fantaseo que todos ya saben todo, y me dejan seguir mi acto para reirse de mi obsesión por disimular. se complacen al ver descarrilar mis patéticas muecas mientras mi cuerpo se descubre, mis rostro pulveriza los velos, que caen como hojas muertas al costado del escenario, y mis palabras, en lugar de evadirme, de plantar falsos rastros, de excitar ambiguamente todos los sentidos, en todas las direcciones, en lugar de eso me dan en sacrifício, me delatan, me dejan (inerme y abierto). La verdad es algo abominable. ¿Por qué tengo que ser justo yo su emisario?

d
Cuando sueño, arrimado a mi angustia, los veo tender sus manos por detrás de la espalda, disimuladamente, y entrar en una región oscura que no logro discernir. Y en sus rostros ya se percibe claramente que cada uno tiene su piedra elegida, y que basta que uno lance la suya para que todos le sigan la corriente.

fin

2 comentarios:

Martina dijo...

Buena reflexión sobre un asunto tan espinoso como la verdad y su muestra, o si me apuras, exhibición.

Es tiempo de comunicación y sentido global. La nueva era de la información y la comunicación nos arrebata nuestra intimidad para ponerla al servicio de todos, deja de ser nuestra, deja de ser intimidad.

No existen reservas. Los amigos de tus amigos son ahora mis amigos también y ni les conozco, pero dicen saberlo todo de mí.

Horarios, rutinas, amores, estudios, trabajo... Qué has hecho, dónde has ido, quién eres?son algunos de los temas sobre los que uno debe informar...

Lejos quedan las barreras. Ahora las puertas están abiertas de par en par ¿Ganaremos en autenticidad?¡Pasen y vean!

Debret Viana dijo...

Sí, Martina.

Has descripto una pesadilla de transparencia. Las paredes se derrumban y vemos que lo que había oculto era la nada misma, multiplicada en la frivolidad contemporánea.

No, no creo que sea autencidad. Hemos aprendido de la ciencia que la existencia de un observador modifica el fenómeno observado. Lo que realmente ocurre es un poco más patético: algo así como un paliativo psicótico de la soledad.

hasta pronto